Rafael Grillo (La Habana, 1970) es, sin orden preciso, periodista, docente universitario, narrador y editor. En 2011 fundó, junto a otros colegas, Isliada, la primera publicación literaria independiente creada desde Cuba para la web. Es jefe de redacción de El Caimán Barbudo, e imparte un Taller de Técnicas Narrativas y Estilo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Ha publicado dos novelas, Historias del Abecedario y Asesinos ilustrados, varias antologías de relatos, un volumen de ensayos, Ecos en el laberinto, y otro de crónicas: Las armas y el oficio.
En República Dominicana, Chile, Uruguay, Italia, Panamá y México ha dictado conferencias e impartido talleres sobre periodismo, literatura y cine cubanos.
Es marzo en La Habana. Los días se mueven por el termómetro como en una montaña rusa. Ayer cayó granizo. Hoy hace una mañana apaciblemente soleada. Mañana, no se sabe. Por lo pronto, conversamos.
Te graduaste en Psicología en 1993 y te diplomaste en Periodismo en 2001. ¿Qué decidió esa reorientación profesional? ¿Qué sucedió en los 8 años que median entre la culminación de los estudios de una a otra carrera?
En verdad, no hubo una reorientación profesional, lo que pasó es que mi vida se orientó finalmente por los caminos que indicaban mis motivaciones intrínsecas. Lo de estudiar Psicología sí fue un accidente, pues yo quería estudiar Periodismo, pero, al parecer, alguien decidió que la ausencia de un carnet rojo en mi bolsillo era una limitante, y tuve que buscar otra opción. Como siempre los asuntos humanos me han interesado, me incliné por la carrera de Psicología y esta sí me la otorgaron. Fue una decisión sabia, porque dentro de esa facultad pasé cinco años gloriosos, en un clima donde florecían el debate, las inquietudes y la libertad de pensamiento, y tuve magníficos profesores, como los psicólogos Manuel Calviño, Carolina de la Torre, Fernando González Rey, Norma Vasallo y el filósofo Alexis Jardines, que fueron un bálsamo para esos años terribles y nada especiales de los 90.
Al terminar la carrera, mientras algunos pensaban que me inclinaría hacia el ámbito de la salud, tomé una decisión más pragmática y ciertas circunstancias me facilitaron lo que para tantos era un sueño entonces: trabajar en una de las poderosas corporaciones del momento. Así, pasé cuatro años en Cubalse, luego otro en Cubatabaco y un rato laborando en una agencia publicitaria. Hice un poco de marketing, mucho de selección de personal, y otro tanto de publicidad, hasta que me percaté definitivamente de que no estaba hecho para ese mundo del comercio, con sus intrigas, ambiciones y genuflexiones ante los mandamases, y me fui a la calle.
Por un par de años me concentré en estudiar idiomas, leer mucho, ver películas, escribir poesía y rodearme de personas del mundillo de la cultura. Empecé a hacer promoción cultural dentro de aquel proyecto del pintor Ludovico, lleno de locos que iban a su aire, que era el Banco de Ideas Z, un grupo alternativo, medio independiente y medio auspiciado por la Asociación Hermanos Saíz (AHS), y hasta di clases de Español y Literatura a muchachos de octavo grado en una secundaria de mi Regla natal.
En eso estaba cuando el periodista y escritor Félix Guerra me propuso ante Jesús Hernández, director del Centro de Información para la Prensa, para cubrir una vacante en Cubahora, el primer medio digital de prensa que tuvo Cuba. Ahí me aceptaron y caí ya en el universo del periodismo; escribía notas culturales además de ser el editor de la publicación; y pasé el Diplomado de Periodismo para reorientados. Cuatro años después, muchos artículos, poemas, cuentos y ensayos escritos, ya estaban las condiciones dadas para cumplir el sueño de El Caimán Barbudo, mi revista favorita en los años 80, el lugar donde siempre anhelé trabajar… Entré como editor de la web de la revista y el resto es otra historia…
Veinte años como jefe de redacción de El Caimán Barbudo (ECB). No recuerdo ningún otro colega que haya ocupado por tanto tiempo esa posición. En la década de los ochenta del pasado siglo ECB era un tabloide que gozaba de mucha popularidad entre un sector notable de la población. Los lectores esperaban cada mes su llegada a los estanquillos. Ya sé que hoy no se edita en papel, aún así me gustaría saber cuál es tu percepción del impacto que tiene en los jóvenes. ¿Qué ha significado para ti ECB? ¿Cuáles han sido, a tu juicio, los principales logros de este medio en el plazo en que has estado relacionado con él: 2004-2024?
Cada época tiene sus características y sus desafíos. Para el tiempo que entré en El Caimán…, el universo de las revistas culturales estaba superpoblado, había bastante calidad en algunas y existían grandes competidores, como La Gaceta de Cuba o Temas. Por otro lado, ese Caimán que encontré no tenía la autonomía de los 80, y era solo una publicación más dentro del conglomerado de seis medios de la Casa Editora Abril, supeditada a la UJC. Tenía, sin embargo, la ventaja de que en el colectivo había periodistas muy buenos, con mucha experiencia y muy comprometidos con la publicación, como Bladimir Zamora, Joaquín Borges Triana, Paquita Armas y Fidel Díaz Castro.
Mi tiempo como editor web solo duró un año, pues la partida de la anterior editora me puso en las manos la responsabilidad de ser el jefe de redacción. El Fide, director de la revista, en verdad me dejó hacer, y me traje un aliado, Leopoldo Luis García, al que entrené para que se encargara de la web, y empecé a concentrarme en lo que poco a poco fui delineando como mis principales objetivos. Te los voy a definir poniendo números, pero que no significan prioridades, trabajé en todos ellos a la vez. 1) Encauzar a la revista dentro del nuevo mundo de las publicaciones digitales, con una filosofía que era entonces novedosa, pues las publicaciones culturales nuestras seguían pensando en la tirada de papel como principal opción y se basaban en preparar esa edición impresa y luego colgarla en PDF o sacar a posteriori los artículos online. En cambio, llevé al Caimán a pensar en la web como esa posibilidad para alcanzar mayor inmediatez y que los textos tuvieran su primera salida allí, que se publicara mucho y se intentara abarcar la cobertura del universo cultural y no sólo hacer grandes artículos de fondo, y luego las ediciones de papel eran una selección, un decantado, de todo lo que se publicaba. Eran, me doy cuenta ahora que relato esto, una suerte de antologías bimestrales… De ahí que en 2013 recibiéramos el Premio Cubarte a la mejor publicación cultural cubana en internet.
2) El Caimán de la época inmediatamente anterior había asumido determinadas directrices ideológicas que lo habían enfrascado en agrias discusiones que terminaron por alejar a varios intelectuales que consideraba de valía. En contraste, me propuse crear un ambiente más plural, recuperar un espíritu más abierto, que atrajera de nuevo a esas plumas y, a la vez, diera espacio para la aparición de otras nuevas.
3) El haber leído el Caimán de todas las épocas y tener la amistad de caimaneros de todas las etapas, me hizo pensar en la posibilidad de recrear el Caimán con lo mejor de cada momento: el aliento crítico y a la vez juguetón y libertario de los primeros, junto con su acercamiento a lo latinoamericano y el vínculo con la Nueva Trova; la transgresión y ansias de novedad de los 80, con su capacidad de acercar las nuevas corrientes universales dentro de una visión nacionalista menos estrecha; y la voluntad analítica y de interpretación a profundidad de los procesos culturales mundiales y nacionales de los 90. Y de todas ellas mantener aquello que las une, esa capacidad de ser el espacio para abrirse a la expresión y el reconocimiento a las distintas generaciones de escritores, periodistas y artistas cubanos. O sea, miré la historia completa de El Caimán… y encontré en ella una suerte de devenir hegeliano, en la que se habían sucedido las tesis y antítesis, la lucha de contrarios, entre una época y la siguiente, y pretendí fundirlas en una síntesis, una fusión de los elementos más virtuosos y una posibilidad de repaso de todo lo anterior.
Por eso, este Caimán ha sido tan autorreflexivo y autorreferencial, con números como el del 40 aniversario, donde se ventilaba la expulsión de Eduardo Heras de su Comité Editorial tras Los pasos sobre la hierba, o el que a la altura de su 45 aniversario convocara a un concurso para Pensar la historia de El Caimán...
4) Dejar entrar los nuevos aires en cuanto a estilos, lenguajes y modos de enfocar el periodismo y hasta de las maneras actuales de concebirse en el mundo las revistas culturales. De ahí que aparezca el interés por promover la corriente del periodismo narrativo (que es un modo también de recuperar lo que se vivió en los 80 con el periodismo literario) y que se introduzcan los cómics, con la novedad de que fueran historietas concebidas para adultos y que se buscara un enfoque realista o la creación de periodismo en cómics…
Y la 5 llegó tardíamente, pues no fue hasta 2017 que entré a Facebook y las redes sociales. En ese momento me percaté de que no sólo eran un espacio muy poderoso para promover los textos de las revistas sino que, además, era posible hacer periodismo con la creación de contenidos específicos para ellas.
Veinte años después, miro todo ese trayecto, me vanaglorio de algunas cosas y me entristecen otras. De estas últimas, en particular, me duele no haber logrado la digitalización completa y que a esta altura todavía no se pueda contar con un archivo total del El Caimán Barbudo; y el tiempo conspira contra la supervivencia de toda esa historia recogida en pliegos de papel, echándose a perder, a pesar del empeño puesto por mí para que esto no llegue a suceder.
También lamento todos los vaivenes sufridos por la publicación digital, al punto de que hoy esté fuera de internet todo lo que se publicó hasta 2019, y encima que no tengamos propiamente un sitio web sino apenas un blog sobre la plataforma Medium. Mi última gran deuda pendiente con la publicación es guardar la sensación de que todo eso que se ha hecho ha permanecido un poco invisibilizado o al menos no reconocido lo suficiente por el público lector… Pero estoy bastante satisfecho, eso te lo debo confesar, siento que estos años me han aportado muchísimo en lo personal y lo profesional, y creo que también he puesto mi grano de arena y hecho mi aporte a esa historia larga de una publicación como El Caimán Barbudo. Nuevas generaciones han encontrado allí un lugar donde fraguar sus armas en el periodismo y también un espacio para promover su obra los escritores, músicos, artistas de la plástica, ilustradores y dibujantes, y la gente del cine, el teatro y la danza. Hoy, todavía, El Caimán Barbudo sigue siendo un nombre “que suena”, cuyo significado y prestigio permanece dentro de Cuba y en otras partes del mundo.
Cuéntanos de Isliada. ¿Cuán independiente fue/es ese proyecto?
Isliada fue (es, porque todavía permanece online y sigue colocando contenidos) una aventura por cuenta propia, emprendida con el periodista Leopoldo Luis y el programador Escael Marrero. Usando la terminología actual, suelo decir que fue la primera mypime literaria cubana, con la diferencia de que nunca hemos vendido ni revendido nada. Siempre se hizo con esfuerzo propio y sin recibir (ni dar tampoco, nunca hemos pagado) nada a cambio… No buscamos auspicio ni patrocinios, ni de adentro ni de fuera, ni hemos seguido líneas editoriales marcadas por nadie.
Ya habían existido grupos anteriores con propuestas literarias (Cacharro, 33 1/3, The Revolution Evening Post), pero se habían movido a través del correo electrónico, a manera de boletines. Isliada significó romper la barrera del .cu y hacer una página web —y administrarla— desde Cuba con contenidos colocados en un servidor externo. Esta idea perseguía la intención de enmarcar ciertas cosas: 1) Fundar sobre la web una etiqueta “Literatura Cubana Contemporánea”, que no existía, y para el mundo, más allá de Padura y Pedro Juan Gutiérrez, las letras cubanas se componían de muertos ilustres: Lezama, Carpentier, Piñera, Guillén… 2) Dar a conocer las obras y los autores directamente, más allá de promover el mundo editorial cubano y sus libros, que sólo circulan dentro de nuestras fronteras, y evitar el reseñismo típico de nuestras revistas literarias. O sea, básicamente, que se leyera poesía, narrativa y ensayo y se conociera a los autores con fichas de catálogo, y promover también sus libros, pero publicados estos en dondequiera, sin discriminar tampoco entre un adentro y un afuera. Una visión más completa y libre de la literatura cubana. 3) Apostar y defender la vía de lo digital, que por entonces, 2011, todavía era mirada con resquemores…
Isliada fue, además, un impulso para la creación de otros proyectos similares (Yunier Riquenes, de Claustrofobias, lo ha reconocido). Ya en 2013 pudimos hacer, con el apoyo esta vez de Senel Paz desde la Uneac, un encuentro que se nombró de “proyectos personales” —no gustaba que nos llamáramos independientes—, donde reunimos a todos los que teníamos propósitos afines, en la difusión de contenidos literarios en el mundo digital.
Un hecho totalmente insólito, porque no éramos una página oficial ni representábamos a ninguna institución nacional: fuimos galardonados como Mejor Portal de Cultura en los premios Cubarte de 2013. Luego, el Instituto Cubano del Libro, que estaba dirigido entonces por Zuleica Romay, nos invitó a participar en los encuentros que por dos años sucesivos ocurrieron en La Habana entre editoriales y distribuidores del libro cubano y de Estados Unidos.
Hoy, trece años después, gracias al esfuerzo de Escael Marrero y Mina Pulido, su esposa, desde España —desgraciadamente, Leo se bajó del barco cuando llegó a Miami y lo atrapó la vida real—, Isliada subsiste y ya tiene un catálogo de más de mil autores y textos. Ellos crean contenido desde allá y hacen un amplio manejo de las redes sociales; y yo aporto también contenido desde acá, involucrando a los escritores que me ofrecen sus textos.
Muchos autores se han dado a conocer a través de Isliada y académicos y lectores que han descubierto lo que escriben los cubanos. Y todo eso hecho con absoluto desprendimiento personal y tiempo productivo extraído de nuestras vidas.
Catorce años impartiendo el Taller de Técnicas Narrativas y Estilo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana: 2010-2024. ¿Qué tal es el plan de estudios de los jóvenes cubanos aspirantes a periodistas? ¿Salen suficientemente preparados para la vida laboral? ¿En qué medida el conocimiento de técnicas narrativas puede contribuir a su desempeño profesional?
En esos catorce años hubo muchos cambios, en los planes de estudios y hasta en la duración de las carreras (de 5 a 4 años), buscando tal vez una optimización en cuanto a que los contenidos sean los más específicos para la profesión y menos de los generales, lo cual habría sido ideal si los jóvenes tuvieran sólida base previa en cuanto a cultura general, pero no es así y esos déficits educativos los sufre uno como profesor a la hora de intentar dar contenidos que se montan sobre la concepción de que esté cumplido el dominio básico de la redacción, un acervo de lecturas imprescindibles y ciertos hábitos de estudio y de búsqueda de la información que debían estar conformados.
Aun así, emprendo mi curso cada año con algún optimismo y la esperanza de que el talento propio y las facilidades que les ofrecen hoy las nuevas tecnologías [a los estudiantes] contribuyan a la larga a enderezar esas carreras profesionales. No soy de los que predica que la juventud está perdida… También la universidad cubana sufre actualmente la pérdida de un claustro de experiencia, tanto pedagógica como de currículum profesional, por causa de la emigración y del bajo estímulo económico, y eso afecta la solidez de la formación de los estudiantes.
Todos esos elementos se suman a la pérdida de la credibilidad en la profesión y la inconformidad con lo que será después su vida profesional en medios que sienten alejados de la realidad cotidiana y de sus funciones de informar con objetividad y transparencia… Uno, como profesor, tiene que lidiar con esa circunstancia y hacerles sentir que es útil, como no, que sepan al menos una manera efectiva de comunicar y contar la realidad, que es lo que les aportan las técnicas narrativas, independientemente de si al final van a ser constreñidos por las líneas editoriales de los medios.
A la larga, les digo yo, lo que conmigo van a aprender les va a servir lo mismo para hacer periodismo en el destino que les fuercen como en el que elijan, Granma o The New York Times, o para hacer televisión, radio, guiones de cine, podcasts, un canal en YouTube, lo que sea… Mi asignatura no está libre de formulaciones ideológicas, en el sentido que nada lo está, pero yo me enfoco menos en moldear el pensamiento de los estudiantes que en darles las herramientas narrativas para construir su retrato propio de la realidad.
¿Cómo defines el periodismo narrativo? ¿Cuáles son los puntos de contacto entre periodismo y narrativa?
Hace poco di una entrevista larga casi exclusivamente dedicada a este tema, que debe salir en la revista Violas de Santa Clara, por tanto trataré aquí de ser más conciso. El periodismo narrativo ha tenido muchos nombres: le dicen crónica en Latinoamérica; a finales del siglo XIX en Estados Unidos se introdujo la expresión “periodismo literario” (retomada en los años 80 del siglo XX) y, en ese mismo ámbito geográfico, Truman Capote definió A sangre fría como “novela de no ficción” y Tom Wolfe habló de un “nuevo periodismo” en los años 70. Todo eso es lo mismo, pero sobre 2010 empezó a usarse en Hispanoamérica la etiqueta “periodismo narrativo”, y a mí me resulta útil porque está desasida de tradiciones y corrientes regionales y condensa en una expresión común lo que, en definitiva, significa, que no es más que apropiarse de los métodos investigativos y de la obsesión por la veracidad del periodismo para adicionar, en el momento de la escritura, todo el bagaje de las técnicas narrativas: uso de la escena, estructura dramática, tratamiento de las personas reales a manera de personajes mediante la descripción y los diálogos, y una pretensión de creación estilística dada por la expresividad del lenguaje. Resumiendo: el periodismo narrativo es la literatura de la vida real, es echar “el cuento de la realidad”, como digo en mis clases.
Creo que es un error muy difundido el de pensar que solo la literatura de imaginación es literatura, como si no pudiera contarse la realidad de la misma manera que se ficciona en un cuento o novela. La única y total diferencia entre una cosa y la otra es que a la novela le basta con ser verosímil (creíble), mientras que un reportaje narrativo debe ser veraz, apoyado en hechos ciertos y en su mayor parte comprobados.
Un periodista narrativo puede hacer todo lo que un cuentista, excepto mentir o manipular deliberadamente los datos de la realidad.
A lo largo de la historia, ¿cuáles serían los cinco periodistas cubanos paradigmáticos en el cultivo de ese subgénero?
Si hablamos de nombres en Cuba, se me ocurren, así rapidito, José Martí, los crónicas policiales de Eduardo Varela Zequeira, Pablo de la Torriente Brau, los reportajes de Lino Novás Calvo para Bohemia, los relatos de viaje de Alejo Carpentier, el trabajo periodístico en la revista Cuba de gente como Froilán Escobar, Félix Guerra y Norberto Fuentes; varios reportajes de Pedro Juan Gutiérrez en Bohemia y de Leonardo Padura en Juventud Rebelde, durante los años 80.
En años recientes, jóvenes cubanos, como Carlos Manuel Álvarez, crearon una publicación, El Estornudo, denominada de periodismo narrativo. Los interesados en este tipo de periodismo pueden rastrear muchos textos de esta vertiente publicados en El Caimán Barbudo de las últimas dos décadas. En Las armas y el oficio, libro mío que fue premiado en la Fundación de Santa Clara y publicado por Editorial Capiro en 2009, salen algunos textos escritos bajo ese influjo del periodismo narrativo.
¿Cuáles son, desde tu punto de vista, las principales carencias del periodismo cubano hoy? ¿Es cierto, como piensan no pocos, que en el socialismo el periodista no pasa de ser un mero divulgador de las instituciones políticas y administrativas? ¿Cómo podría el periodismo contribuir al mejoramiento de la sociedad cubana?
Suelo hacer el siguiente chiste: “Cuba tiene el peor periodismo y los mejores periodistas del mundo…” Ante la incredulidad, explico: “Es que con noticias de verdad cualquiera llena periódicos. Llenarlos sin noticias, eso sí que es un trabajo difícil”.
En nuestros medios, la mayoría de las cuestiones que realmente interesan a la población quedan resumidas a una nota o explicación oficial, que revela muy poco, casi nada o solo lo que interesa a la entidad gubernamental que la emite. No creo que ayude mucho una prensa repleta con los recorridos de dirigentes por las provincias.
Lo primero que tienen que reflejar las noticias es el día a día, convulso y vibrante, luminoso o terrible, de un país, desde sus distintos puntos de vista y corrientes de opinión. No se trata de enarbolar el mito liberal de una prensa objetiva y libre de intereses, que en verdad oculta los mecanismos políticos y comerciales que la sostienen, sino de defender la idea de que debe existir una prensa múltiple, que represente la diversidad social y de vertientes ideológicas.
El periodista debe tener la oportunidad de acceder a toda la información, la que pueda abarcar con su vista y palpar con sus manos, la que investiga por su cuenta o está recogida en datos de acceso público, y presentarla con seguridad para sí y transparencia hacia los otros, sin que hacer algo así sea visto necesariamente como una crítica demoledora, para otro momento y lugar adecuados, un atentado contra la imagen-país o un acto punible y de entrega al enemigo.
La sociedad es un constructo colectivo; el presente, el futuro y hasta la imagen de la historia y el pasado son algo que se debe construir entre muchos y no solo desde la representación interesada que dan las instituciones gubernamentales y las personas que ofician al frente de estas. Una institucionalidad fiscalizada, puesta en tela de juicio por la prensa y la ciudadanía, tendrá que ser más limpia y eficiente que una que actúa sin nadie que la evalúe.
Hace poco leía a Eduardo Varela Zequeira, un periodista que llegó a ser comandante del Ejército Libertador en 1895, y la recopilación de sus reportajes policiales en Los bandidos de Cuba. Con su periodismo, él contribuyó a desentrañar crímenes de su época y también a alertar a la ciudadanía sobre la actuación de esos depredadores. La “crónica roja” no es sólo un invento sensacionalista de los periódicos. No hay que esperar a que aparezca el muerto y la nota del Minint para enterarse de la violencia que nos acecha. La gente no necesita vivir en un paraíso ilusorio, sino estar preparada para enfrentar la realidad, y a eso puede contribuir mucho un buen periodismo.
Es el periodismo, como dijo García Márquez, el mejor oficio del mundo?
No lo sé. A veces lo disfruto y a veces lo aborrezco. Pero soy un hombre que mira la vida y casi siempre quiere contarla. Me cuesta trabajo estar en algún lugar, que esté sucediendo algo delante de mí, y que no me entren deseos de imaginar el artículo que haría a continuación.
Eres autor de dos novelas. ¿Es el escritor anterior al periodista o consecuencia de éste?
En mi caso, entre el periodista y el narrador de ficciones (que no el escritor porque ya te dije que el periodista es un escritor también) hay una continuidad absoluta, porque escribo un reportaje, una crónica de viajes, un perfil, con la misma preocupación por moldear cada frase o alcanzar cierto impacto dramático que si estuviera inventando un cuento o novela. Tal vez cuando niño pensé en imaginar historias en vez de tomarlas de la vida; pero eso fue solo entonces. Mi caso es como el asunto del huevo o la gallina, es muy difícil saber cuál surgió primero.
El título Mirar, sufrir, gozar…La Habana (Edit. Primigenios, Miami, 2020) aparece señalado, enigmáticamente, como “novela colectiva”. ¿Qué significa esto? ¿Quienes son los integrantes de esa “piña” de escritores?
En los años 60 apareció en Francia un grupo de literatos, donde estuvieron escritores famosos como Raymond Queneau, Georges Perec e Italo Calvino, que se hacían llamar “Oulipo”, y asumían el oficio literario como un taller de experimentación que usaba las “técnicas de escritura limitada”; o sea, las restricciones o pies forzados. Yo me veo a mí mismo como un escritor de inspiración oulipiana, me encantan los desafíos literarios que implican regirse por ciertas reglas, tanto cuando se dictan desde afuera (es el caso de las “novelas colectivas”, los “cadáveres exquisitos” o esas antologías en las que te piden un cuento ceñido por determinado tema o características), como cuando me las dicto yo mismo, que suelo hacerlo a menudo. Ahí está mi Historias del abecedario, una obra compuesta por tres relatos que decidí tuvieran tres temas diferentes (uno policial, uno romántico y el último de terror), con una estructura común: el argumento desarticulado por las letras del abecedario, donde cada una introduce un personaje o una peripecia dramática.
En cuanto a Mirar, sufrir, gozar… La Habana… En una ocasión, el escritor Lázaro Alfonso Díaz Cala me presenta una especie de relato, con varios personajes dentro sin desarrollar, que podía servir de pie forzado para construir una novela que retratara un solar habanero. Él me lanzó el anzuelo, yo miré los personajes y dije: “Quiero este”, y era un hombre solitario que se subía al techo del solar a pensar quién sabe qué; y a Lázaro le dije, ya para ponerme más restricciones por cuenta propia, que haría mi parte si lograba que Pedro Juan Gutiérrez me prestara su personaje de Pedro Juan. Lo conseguí, y no solo usé a ese personaje sino que además pretendí que [la parte de la novela que me tocó] fuera escrita en un estilo similar al del autor de la Trilogía sucia de La Habana, me inventé como “realista sucio” y saqué el capítulo titulado “Un día perfecto para Pedro Juan”. Me sentí muy feliz por haber cumplido con mi oulípico deseo.
La novela salió en 2020 por la editorial Primigenios de Miami; es un proyecto muy curioso, en el que cada autor usó su voz y estilo propio. Participaron 15 autores, muy distintos todos. Entre ellos, algunos que son muy conocidos: María Elena Llana, Mylene Fernández Pintado, Enrique Pérez Díaz, Yoss…
Háblanos de la Trilogía de las Islas.
Todo empezó con una antología titulada Confesiones, publicada por Ediciones Unión en 2011, donde los compiladores Lorenzo Lunar y Rebeca Murga hablaban de un “nuevo cuento policial cubano”; y el colega Leopoldo Luis me animó a hacer una nueva antología partiendo de todos los cuentos cubanos de ese género que habíamos sacado en Isliada. Así salió Isla en negro. Historias cubanas de crimen y enigma, en una bonita edición ilustrada de la Casa Editora Abril. El libro fue un éxito.
Ya sin Leo, me impulsé a continuar el proyecto hasta una “trilogía de antologías”, aprovechando la gran cantidad de relatos que pasaban por mis manos de editor de Isliada y El Caimán…, y convertir el proyecto en una exploración de la cuentística cubana del siglo XXI y de la influencia en Cuba de los géneros populares del mercado internacional. Por eso el segundo fue Isla en rojo. Historias cubanas de vampiros y otras criaturas letales; y el tercero, Isla en rosa. Historias cubanas del amor y sus desdichas. Las tres con laboriosos prólogos redactados por mí que analizaban la presencia de esas temáticas: lo policial, el terror y el romance, en la literatura cubana de todas las épocas, hasta la actualidad. Quería hacer antologías que los lectores buscaran, y que, además de ser leídas para disfrutarlas, sirvieran como referentes de estudios literarios.
Creo haberlo conseguido, pues las tres se vendieron bien; a Isla en rojo le dieron el Premio del Lector. Rojo y Rosa se presentaron en una Feria del Libro en Italia; y a Negro y Rojo las acogió en México la editorial Nitro Press; ambas recibieron excelentes críticas allá.
¿Cómo anda la salud del “género negro” en Cuba? ¿Sigue teniendo la popularidad entre los lectores que décadas atrás, cuando estaban activos autores como Daniel Chavarría, Wichi Nogueras, Justo Vasco…? ¿Distingues entre novela policial y novela negra? ¿Cuáles serían las principales diferencias entre ambas?
No es misterio para nadie que este género es uno de los más publicados y vendidos en el mercado editorial, y que hoy los académicos no se hacen melindres a la hora de dedicar estudios a ese fenómeno ni quedan ya fuera de los premios literarios prestigiosos. Pero en Cuba, sin apenas libros publicados (excepto las novelas de Padura, en tiradas insuficientes), sin colecciones editoriales ni revistas especializadas, es muy difícil promover el género entre los lectores. Sin embargo, la sed está; y la mejor prueba es que la tirada de la antología Isla en negro se agotó en apenas tres meses, y ha devenido libro mítico, del que muchos hablan pero son pocos los que lo tienen, y se pide a gritos una reedición.
Por mi parte, la existencia de otras obras y autores cubanos del “género negro”, me hizo sentir la necesidad de emprender una suerte de secuela y preparé Regreso a la isla en negro, que salió en 2022 por Ediciones Hurón Azul, de España. Y en el último año he recibido peticiones para hablar del género negro lo mismo en La Habana que en Las Tunas y Pinar del Río, lo que es clara muestra de que hay jóvenes interesados en escribir esa literatura. Ahora mismo, a partir de abril, por primera vez se impartirá un taller de literatura negra en el Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”.
En cuanto a esa distinción entre policial y negra, en plan de crítico literario podría darte una disertación muy amplia, pero, en verdad, el mercado manda y la etiqueta “negra”, que nació en Francia cuando a las novelas del hard-boiled estadounidense (Hammet, Chandler, Cain) empezaron a salir bajo el sello “Serie Noire” de Gallimard, ha terminado abarcando todas las colecciones y eventos y toda la literatura sobre crímenes, con policías o con detectives o con cualquier otro personaje en rol de investigador, o ya sea de enigma o de contenido más social.
En mi opinión, se ha llegado al punto de que hoy hablar de “novela negra” se va convirtiendo en un denominador común, que excede la discriminación original entre la novela problema (escuela inglesa) y la novela propiamente negra (escuela estadounidense).
¿Ahora me entero de que has cometido poemas? ¿Los sigues perpetrando?
Cometí bastantes poemas, durante muchos años, y tuve un libro del género a punto de salir publicado, pero a última hora, dado que la editorial me obligó a escoger entre optar por ese u otro de ensayo, me decidí por el último. Luego, como había dejado de escribir poesía, no quise volver a intentar su publicación… Si dejé de “perpetrar” poesía fue porque mis poemas se iban haciendo cada vez más narrativos y menos líricos, y preferí entonces seguir el camino del narrador. Actualmente, al decir de algunos amigos, soy un poeta en hibernación, y todavía me invitan de vez en cuando a leer mis antiguos versos. Vuelvo siempre a los mismos, en especial a los de No vas a ser un ángel, cuaderno que dediqué a Raúl Hernández Novás, y del cual salvaría uno de las llamas y el olvido, que se titula “De vuelta al día de todos los días”.
¿Qué es lo que más te deprime de tu día a día? ¿Qué es lo que más te exalta positivamente?
Eso me deprime: la repetición, la rutina, que ocurra lo mismo todos los días… Quizás por tal razón escribo bastante poco, para no convertir la escritura en un oficio que significa una cantidad de horas preestablecidas. Como decía el argentino Haroldo Conti, “entre la escritura y la vida, prefiero la vida”. Entonces lo que más me exalta es la perspectiva de cambiar de aires, de paisajes, de escenarios… Adoro viajar, y no necesariamente subirme a un avión y salir al extranjero; también me vale montarme en una guagua o tren, y conocer (o revisitar) otros lugares de Cuba. A veces, incluso, dentro de mi propia ciudad, recorro una calle y la miro como si fuera nueva. O miro la vida, mi vida, y la reinvento como si fuera a ocurrir otra vez.