Espirituana de 1977, ciudad donde ha vivido y levantado una obra notable, tanto en narrativa como en ensayo. Desde 2014 es Doctora en Ciencias Literarias (Universidad de La Habana/ Universidad Central de Las Villas). Editora y guionista radial, hasta hace muy poco ocupó la plaza de profesora titular de Literatura y Arte de la Universidad José Martí, de Sancti Spíritus, tras diez años de docencia al máximo nivel. Entre los muchos premios que Yanetsy ha recibido, la mayoría por su faceta de investigadora y ensayista, destaca el Casa de las Américas de 2018, por el volumen Hilando y deshilando la resistencia (pactos no catastróficos entre identidad femenina y poesía).
Tienes una bibliografía importante en los géneros de cuento y ensayo. He leído algunos poemas tuyos muy notables. ¿Por qué no has publicado ni un volumen de versos?
Primero que todo porque no soy poeta. Para mí la poesía es un estado; necesito ciertas experiencias para crearla; y por eso nunca he estado segura de ella. Esa inseguridad me ha generado desconfianza a la hora de querer mostrar lo mío; y quizás, debido a eso también, he sentido que [mi poesía] aún no está lista para ser leída.
Hasta hoy solo había escrito décimas, sonetos, redondillas y algún que otro verso libre; pero nada que tenga la intención de conformar un poemario. Soy de las que cree que hace falta dolor para escribir buena poesía. Yo, al menos, no puedo hacer versos siendo feliz. Y posiblemente eso sea lo que me ha hecho ir “tejiendo” poco a poco este poemario actual: Últimas profecías.
Atravieso una etapa de mi vida donde he sufrido muchos cambios: una intensa metamorfosis, matizada por el dolor, que me ha llevado a un estado totalmente distinto a cualquiera de los que he tenido hasta hoy: el dolor por el otro, que no es más que el dolor de sentir todo y a todos. Sin explicación, hay días en que siento cargas ajenas y se hace inevitable que escriba. Entonces se me mezclan recuerdos, viejas utopías, deseos que no son míos, palabras o experiencias desde otras dimensiones, dolores extraños y ajenos que llegan y no puedo rechazar. Todo eso me obliga a escribir. Así he escrito los poemas de Últimas profecías. Cuando termino de hacerlos, me quedo como si me hubieran quitado un fardo enorme. El alivio es inimaginable.
Podrás pensar que soy una supersticiosa o una loca, pero te estoy confesando tal cual sucede. Vamos a ver qué pasa cuando termine de escribirlo.
Se supone que los escritores comienzan generalmente su carrera cometiendo poemas. ¿No fue tu caso? ¿Cuándo tuviste conciencia de que había algo, género literario o no, que se llama poesía?
Siempre me apasionó leer. De hecho, aprendí a unir vocales y consonantes a los cuatro años, porque mi padre era un lector empedernido y yo quería ser igual. Ni él ni mi madre quisieron enseñarme porque era demasiado pronto, pero yo misma empecé y cuando vinieron a ver ya estaba leyendo las revistas Zunzún y Bijirita. Desde entonces, no hay un día de mi vida en que no lea. Esa relación con la literatura me dio la certeza de que me gustaba escribir. Eso ya vino con mi adolescencia, fundamentalmente cuando quedé huérfana de padre a los 14 años.
El duelo, la ausencia, el dolor y mi vida empezando marcaron esa primera experiencia frente al papel en blanco. Fueron versos, sí, versos libres. Pero rápidamente me fui a la prosa, pues en la escuela me motivaban a participar en concursos y a crear composiciones narrativas. Cuando en mi juventud estudié en el Instituto Vocacional de Ciencias Exactas “Eusebio Olivera” de Sancti Spíritus, quería ser química y estudiar Bioquímica. Pero me insistieron en el concurso de Español y para ese me fui. En aquella época las pruebas de ingreso para entrar a la universidad se hacían de acuerdo a las carreras que se pedían; y, como detestaba la física, decidí quedarme en el mundo de las letras. Entonces fue que llegué a la Filología. Ya allí me tomé en serio el sueño de ser escritora y estudiosa de la literatura; y a eso le he dedicado mi vida hasta hoy.
Mi primer libro fue de cuentos, porque tengo necesidad imperiosa de contar historias y creo que se me da bien. Desde niña noté que podía influir en los demás haciendo cuentos y hablando. Eso me hacía ganar adeptos y amigos; me hacía simpática. Y ahora veo que, al parecer, era el talento de narradora dando vueltas por ahí, en ciernes.
Luego vinieron libros de ensayo, por otra necesidad, la de opinar sobre lo que leo. Asimismo, el ensayo me da la posibilidad de teorizar, de crear conceptos nuevos alrededor de la literatura y eso me apasiona. De entre las ciencias literarias, mi favorita siempre va a ser la teoría literaria, porque es el núcleo epistemológico de la literatura, su centro irradiante, lo que le da vida y la sostiene. Y eso para mí ya es summum.
Si tengo que escoger entre ser poeta, narradora y ensayista, escojo ser escritora. El verdadero escritor es el que ve la vida, la realidad, de una manera inusual, de forma distinta a como la ven las demás personas, y eso lo conmina a decirlo, también de forma inusual. Luego del ver y del decir, viene la vivencia. Cuando ves y dices, pero logras que los demás vivan lo que tú ves y dices, entonces puedes concluir que has llegado a la meta: ser un escritor de verdad.
Ese es mi propósito.
¿Eres una poeta morosa?
No. Solo espero la circunstancia propicia para que el verso salga, diga y haga que el otro sienta. Eso tiene su momento. Ahí radica mi paciencia.
¿Puedes fijar el hecho de mayor trascendencia poética de tu vida?
La muerte de mi padre. Eso me cambió la vida para siempre. Si eso no hubiera pasado, yo no fuera esta persona, sino otra, tal vez demasiado feliz y demasiado común para mi gusto.
Esboza sucintamente la tesis central de tu libro Hilando y deshilando la resistencia (pactos no catastróficos entre identidad femenina y poesía).
El libro comienza precisamente con un recorrido por los aportes más importantes de la lucha social, en pos de la participación y emancipación de las mujeres. Luego describe la evolución de los estudios de género en Cuba y el mundo, hasta llegar al desarrollo de la crítica literaria feminista y a la propuesta central: el discurso de resistencia, una categoría nueva que implica un análisis literario a los discursos autorales femeninos, que busca proyecciones de identidad y marcas de resistencia ante el orden patriarcal, con sus consecuentes relaciones de poder.
Para validar cómo se implica el discurso de resistencia en la lírica fui a textos de casi todas las autoras cubanas del siglo XX y primera década del siglo XXI: desde Dulce María Loynaz, Mirta Aguirre, Fina García Marruz, María Villar Buceta y otras cuya obra aparece en la primera mitad del siglo pasado, hasta las más jóvenes, incluyendo a las que residen fuera de la isla; pues ese comportamiento discursivo no está mediado por el lugar de residencia, sino por indicadores o variables sociohistóricas como el color de piel, la orientación sexual, los contextos personales o la identidad nacional.
El libro es, en primera instancia, de teoría feminista, de ahí la opinión del jurado de que constituye un aporte importante al desarrollo de una epistemología propia, con la voluntad de que los estudios de género no continúen trabajando sobre la base de ideas, conceptos, enfoques, procedimientos “recolonizados” o recontextualizados por discursos, ideologías, relaciones o prácticas hegemónicas que les dan origen.
En Hilando y deshilando la resistencia… he reunido veinte años de lecturas, indagaciones y aprehensiones en la bibliografía sobre género que he tenido disponible; por tanto, desde ese punto de vista consigue sistematizar en un solo volumen la dispersión teórica que hoy posee la crítica literaria feminista; pero, también presenta el primer análisis con perspectiva de género que se ha realizado en nuestro país a una gran parte importante de la poesía de autoras cubanas.
¿Existe una poesía femenina? Si es así, ¿cuáles serían sus características esenciales?
He aprendido a no ponerle etiquetas o apellidos a la literatura. Ni a la literatura ni a nada en la vida, porque esta va más allá de cualquier palabra o atadura conceptual.
No creo que exista una poesía “femenina”, ni siquiera una cubana o una latinoamericana, así propiamente. Creo que existen producciones literarias con marcas de identidad, visibles o no, de género, de pertenencia, de colectividad, de individualidad, de color de piel, de sexualidad; pero esas marcas no conforman un corpus específico que pueda apellidársele como tal.
En la poesía que escriben las mujeres hay regularidades, como existen en todo lo que se escribe en Cuba y se le llama “cubano”. Dentro de esas regularidades está la explicitación de la individualidad, el cuestionamiento de identidades construidas por la tradición y la liberación hacia otras más dadas al deseo, a lo que en realidad se siente, la resistencia, en fin, al orden opresivo históricamente asociado a lo femenino/masculino, lo cual no es más que la búsqueda de la libertad de ser, de estar, de pensar y de actuar.
Estos posicionamientos, por llamarles de alguna manera, no son gratuitos ni azarosos. Se relacionan directamente con una tradición patriarcal donde, desde el nacimiento, se inculcan y naturalizan roles, estereotipos y el deber ser para hombres y mujeres. Para ambos comienzan las opresiones, los moldes, la construcción de la vida según las normas sociales y culturales. A las mujeres, a lo largo del tiempo, se les confinó al espacio íntimo.
La socialización, la liberación, la salida del yugo familiar eran prácticamente sueños, metas, imposibles. Con la llegada del siglo XX y las olas feministas muchos derechos se conquistaron, pero aun falta mucho por hacer. De ahí que la literatura, como el resto de las artes, ofrezca la posibilidad de derribar esos “muros”, de denunciar, criticar, deslegitimarlos en función de libertar deseos más cercanos a lo que el “yo” verdadero es. Y, por consiguiente, en los textos iniciales más antiguos escritos por mujeres, vas a ver estas pretensiones.
Desde Beatriz de Jústiz y Zayas, Marquesa de Jústiz y Santa Ana, escritora, pensadora e ilustrada y las 24 décimas de su poema “Dolorosa métrica expresión del sitio y entrega de La Habana”, dirigida a N. C. Monarca el Sr. Dn. Carlos Tercero, por ejemplo, se advierte un deseo de contestación y una resistencia en ciernes —primera marca— relacionados con una identificación afectuosa a la “patria amada” y a ese paysanage de quienes estaban dispuestos a morir defendiéndola, aun cuando representa, como asegura Luisa Campuzano, “un género de discurso eminentemente masculino.”
Ya podemos hablar entonces de una respuesta, una voluntad de resistir al poder sin quebrarlo, más bien empleando estrategias de acomodamiento al orden, al deber-ser que se esperaba de una mujer, pero que le deparó un costo emocional: la exclusión del espacio público y la desautorización de su voz escritural. Lo anterior es una segunda marca: la del otro en el “yo” femenino, una relación conflictual signada por la propia realidad que le da origen.
Luego, con María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín, narradora, prosista, se textualizan no solo conflictos relacionados con la esclavitud, el color de piel, sino que nos involucra en una gran parte de sus textos con un “yo” autobiográfico, con un discurso que funcionó cual especie de entretejido sin límites precisos entre ficción y realidad. Esa aparición del “yo” femenino constituye uno de los primeros intentos de proyectar la escritura autobiográfica en nuestra literatura cubana. He ahí la tercera marca con la cual podemos entretejer la resistencia en lo nuestro.
En el siglo XIX comienzan a emerger obras poéticas de mujeres cuyo pensamiento iba de un realce femenino que reproducía las normas y los modelos instaurados por la tradición, pasando por la lírica apasionada de las hermanas Dulce María y Juana Borrero, la fuerza de Mercedes Matamoros o Aurelia Castillo, el tono elegíaco de Luisa Pérez de Zambrana, hasta la más aguda reflexión de Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien logra separarse con Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello del enfoque cándido y preciosista en torno a lo femenino, sobreabundante en la lírica y en la prensa periódica cubanas decimonónicas. Gertrudis Gómez de Avellaneda es la pionera de la conciencia de género proyectada en la literatura cubana a través de un discurso con enfoque de resistencia o emancipación.
El siglo XX recoge producciones literarias femeninas donde la resistencia a diversos órdenes es visible y constante. La primera mitad del siglo es una etapa en que se consolidan más la presencia, visibilidad y autonomía de la escritura femenina como medio de emancipación, sobre todo con el desarrollo de la obra periodística y literaria de Mariblanca Sabas Alomá, María Villar Buceta, Ofelia Rodríguez Acosta, Loló de la Torriente, Mirta Aguirre, Vicentina Antuña, Camila Henríquez Ureña, junto a la lírica de Fina García Marruz, Dulce María Loynaz y otras, con formas diferentes a la hora de articular problemáticas relacionadas con los múltiples contextos del momento.
Las prácticas culturales cubanas de finales del siglo XX y principios del XXI posibilitan una proyección de resistencia aún más aguda e intensa, a partir de juegos y negociaciones, en los correspondientes discursos de género o de identidad cultural, social, nacional, individual o colectiva, con las sinuosidades más esperanzadoras de los sujetos productores marcados por la crisis. Este período devino un contexto sensible para profundizar en una existencia problemática, manifiesta tanto en mujeres como en hombres, que originó polémicas, escepticismos e interrogantes a tenor del llamado postsocialismo oriental y sus repercusiones en la sociedad cubana.
Ello, asociado al tratamiento de otros asuntos —conflictos en medio de la crisis socioeconómica, migraciones, ausencias afectivas, despolitización—, convergió además con ciertas influencias de la posmodernidad europea y el mundo postindustrial. Tales intereses estéticos, en medio de una sociedad como la nuestra, subdesarrollada e inmersa en crisis, trajeron consigo fuertes componentes de discusión, reorientación y aportes diversos que resultaron decisivos en las búsquedas ontológicas y de asideros identitarios. De ahí que la resistencia comenzara a establecerse en las producciones de autoría femenina, como un modo de despertar subjetividades y de recuperar espacios y sujetos sociales marginados; lo cual posibilitó que el discurso lírico cobrara connotaciones novedosas e impulsos mayores.
Veo que en uno de tus ensayos te has ocupado del sujeto lírico, para mí uno de los problemas más agudos para la comprensión de la obra literaria, tanto para la crítica como para el lector general. ¿Qué es lo verdaderamente conflictivo a la hora de detectar el sujeto lírico en una pieza de literatura? ¿Esto es igual de complejo en la narrativa y la poesía?
No debe resultar conflictivo, porque en ningún texto literario habla el autor. Desde el momento en que un autor escribe está construyendo un discurso cuya voz no es la suya, sino la de otro; de lo contrario, solo existiera la escritura autobiográfica o el testimonio, y ni aún en estos podemos decir que es el autor quien discursa. Cuando un texto sale de la subjetividad autoral y se convierte en escritura, deja de ser personal, y la palabra comienza a decirse por parte de un sujeto (en la poesía es lírico; en la narrativa es narrador; en el ensayo es sujeto textual) que nunca es el autor mismo, ni aun cuando este se autorreferencie como tal.
Lo que resulta difícil es analizar sus vericuetos, sus sinuosidades, sus complejidades discursivas: las complicaciones hermenéuticas del tropo y otras figuras que caracterizan y dan lugar al discurso poético; el desdoblamiento de las voces del sujeto lírico; las imágenes creadas y re-creadas de las emociones y de las experiencias frente a la existencia real, individual, alejada de la social o de la realidad grupal; y los códigos diversos que condicionan la creación-lectura. A eso se le suma el hecho de que, en la subjetividad autoral, la poesía sale de la zona del ello (instancia síquica dominada por los deseos, pulsiones e instintos), aunque a veces se intenta reprimir a partir del control del superyo (instancia síquica regida por el ideal del yo y dominada por la conciencia moral heredada del entorno moral circundante que, al interiorizar las prohibiciones y mandatos morales socialmente aceptados, actúa como censor del ello): lo cual dificulta aún más cualquier estudio crítico centrado en la observancia de regularidades más que en peculiaridades textuales.
Nada de lo que te he descrito para la poesía funciona igual en la narrativa. De ahí que sea tan dura y, por ello, importante, la labor del crítico o del analista literario.
Has desarrollado tu carrera en una provincia al centro de Cuba, con una rica tradición literaria. ¿Cómo es ser poeta en Sancti Spíritus? ¿Qué es para ti el provincianismo? ¿Te afecta de algún modo?
Sancti Spíritus siempre ha sido una región agraria y muy centrada en sí misma. Tal vez eso ha incidido en que tenga tradición de poetas. Desde el siglo XIX existieron voces poéticas que se identificaron muy estrechamente con el espacio-tiempo de la villa y construyeron incluso una producción discursiva sobre la ciudad a lo largo del tiempo.
A finales del siglo XX aparecieron poetas a quienes no les interesó esa identificación. Y eso fue bueno, porque movió los cimientos de la tradición y encauzó sus aguas hacia otros derroteros. Sin embargo, la naturalización del discurso con el espacio-tiempo de la ciudad reduce demasiado las coordenadas conceptuales de lo que se escribió y escribe en Sancti Spíritus. Por eso algunos ven lo que se escribe allí como una “lírica provinciana”, incapaz de sacudirse el mismo polvo con el que nació.
A mí no me afecta nada de eso, porque nunca me ha interesado seguir ninguna escuela, ningún principio, tema o regularidad escritural, así como tampoco el discipulado o el discurso epigonal.
Yo, como no me siento poeta, no tengo ese problema y por eso escribo de lo que me interesa, de lo que siento y oigo, más que de lo que veo. Y en eso no está la ciudad. Tal vez algún día escriba sobre ella, pero sería para “matarla” en lugar de “adorarla”; lo cual no deja de ser interesante, pues funcionaría igual a la famosa “muerte del Padre” que estudia el sicoanálisis.
Luego de diez años de docencia universitaria, ahora te calificas de “escritora emprendedora”. ¿Qué quiere decir esa frase? ¿Es que antes no “emprendías” tus textos literarios y críticos?
Nada. Es una forma de decir que me dedico solo a escribir. Estoy hastiada de la vida académica, de la socialización literaria (eventos, lecturas, conferencias, ferias…). Como te dije, estoy en un proceso vital totalmente distinto al que he tenido hasta hoy.
Luego de una declaración de principios que escribí en mi muro de Facebook el 11J tuve que dar muchas explicaciones y fui cuestionada por varias personas. Luego de eso fueron disminuyendo poco a poco mi vida académica hasta dejarme prácticamente invisible: de directora de la revista científica más importante de la universidad pasé a ser una oscura Doctora en Ciencias Literarias en uno de los departamentos donde menos personal docente hay hoy en la universidad espirituana. Eso fue muy doloroso para mí, porque, sobre todas las cosas, no solo aprendí a dejar de verme, a ser invisible (lo cual para algunos puede ser insuperable y devastador, pero para mí fue uno de los procesos más esenciales y de más profundo aprendizaje), sino también porque me enseñó qué es y dónde está lo verdaderamente importante de mi vida.
Agradeceré siempre a quienes intentaron empujarme al fondo, porque eso me ha ayudado a ser más libre y más humana, más yo. Paradójicamente, lo veo hasta como un hecho poético, porque si eso no hubiera sucedido, no hubiera despertado y hoy no fuera esta mujer tan diferente que soy ahora y a quien amaré siempre.
¿Qué pregunta se saltó este cuestionario que te hubiera gustado que te hiciera?
Algo sobre mi vida personal. De mis hijos, que son parte de la poesía misma y de la imposibilidad. De mi familia. Y del hombre que amo, Manuel Sosa, el poema más inusual que he leído en mi vida.
Voy a compartir con los lectores tres poemas de Últimas profecías. Ya sé que es un volumen con una estructura muy eficiente, donde los textos se apoyan unos a otros de un modo sutil. Pero aquí las limitaciones de espacio dictan la pauta. ¿Me ayudas a escogerlos?
Escoge tú. Confío en tu gusto.
Allá vamos.
Tres poemas de Yanetsy Pino Reina
EVA COLGANDO
Todos observan
pies colgantes
árboles que reposan del mundo
y devoran silencios.
Esos pies,
digo,
esos árboles,
en realidad
son manzanas podridas,
clavos en la lengua,
matriuskas asustadas
o simulaciones de Eva,
de Evas colgantes
colgadas
y pendientes
de cada hombre,
de cada hijo,
de cada madre,
de cada fuerza
ajustada en el tiempo.
Árboles-pies de Eva
que al final
solo pueden sostener
la marioneta.
SER
Nada en la nada
ni siquiera somos nada:
luces vaciadas de sombra,
rotas sonrisas en fugas
y tristeza en enramada.
Nada en la nada
ni siquiera has sido nada:
fragmentos de quien se escombra,
fragmentos de mar que anudas
en contiendas amargadas.
Nada en la nada
sin valor seremos nada:
esclavos de lo que nombra,
prestamistas de las mudas
sepultados por la azada.
Nada en la nada
sin tiempo, sin alborada…
Nada en la nada, así vamos,
tan felices, tan sin nada…
OPINIÓN
Padre mío, esta niña que fui
nunca pudo escribirte
un poema
un mísero e insignificante poema
y dejarte
en su memoria.
Una palabra
no puede nombrar
ese tiempo
de margaritas
y comedias silentes;
la angustia
y el humo de tabaco
moviéndose sin cesar
al compás de fonogramas
y conversaciones de última hora.
Esta niña que fui
te pide que
no vengas, no regreses:
tu reino ya no es el mío
ni el tuyo
ni aquel en que todo era luz
y nos hacíamos confidencias.
Esta niña que fui
sólo tiene migajas
y resabios tristes.
No le des pan
ni fuerzas.
Solo necesita
un muro de silencios,
de necias mansedumbres;
o una palabra tierna
para perecer.
Perdona
la ofensa de aquel día
en que te dejó solo
para perseguir
un conejo tonto,
desmemoriado
y gris.
No perdones todas sus faltas,
son enormes
y caben
en el sonido de las cadenas
en las almas
que nunca sostuvo
ni sostendrá.
Padre mío, esta niña que fui,
ha caído.
Ya no puedes regresar
y liberarme.
Fíjate que
voy cayendo
tantas veces
pero tantas veces
que yo misma
soy el mal.