Cuando el diplomático estadounidense Lester Mallory escribió en abril de 1960 un memorando de estrategia para Cuba, no sabía que para las generaciones venideras sería favorito en las oficinas que rodean la Plaza de la Revolución.
Su nítido memo al jefe de América Latina del Departamento de Estado se tituló “La decadencia y caída de Castro”. A los comunistas cubanos les encanta el memo, y hoy día es citado frecuentemente en Granma puesto que valida los argumentos contra el embargo de Estados Unidos.
Mallory argumentó que las presiones económicas eran necesarias porque “no había oposición política efectiva” al gobierno de Castro, que entonces tenía 16 meses. La clave era infligir dolor al pueblo cubano. Mallory escribió que Estados Unidos necesitaba “debilitar la vida económica de Cuba […] para disminuir los salarios nominales y reales, provocar el hambre, la desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
¿Están los funcionarios y analistas cubanos locos al detenerse en un memo de 1960? Bueno, el embargo aún sigue ahí, y las ideas de Mallory hoy continúan muy vivas, a pesar de seis décadas de fracaso en la práctica.
Basta mirar la historia reciente: en 1992, para sorpresa de Washington, el gobierno cubano sobrevivió a la caída del bloque soviético. De manera que el Congreso promulgó una ley para cortar el comercio de las subsidiarias extranjeras de compañías estadounidenses. En palabras de su autor, el representante Robert Torricelli, para “dejarle caer el martillo” a Fidel Castro.
Cuatro años más tarde, con Castro aún en el poder, la Ley Helms-Burton declaró que la inversión extranjera en Cuba “socava la política exterior de Estados Unidos […] en un momento en que el régimen de Castro ha demostrado ser vulnerable a la presión económica internacional”.
Cuando se debatió esta ley, miembros del Congreso declararon que el gobierno de Cuba estaba “al borde del abismo” y Fidel Castro “al borde del colapso”. El representante de Nueva York, Ben Gilman, dijo que la ley “traería el fin del régimen de Castro, cortándole el capital que lo mantiene a flote”. No funcionó.
Hoy, un cuarto de siglo después, un funcionario anónimo de Trump le dice a The Examiner, de Washington, que la administración planea “estrangular financieramente al régimen cubano”.
El senador Marco Rubio añade que las sanciones recién activadas en virtud del Título III de la Ley Helms-Burton atacarán las inversiones turísticas y afectarán “el alma” financiera de Cuba. “Esto y las remesas –dijo– es cómo ellos generan todas sus divisas”.
“Estrangular” y “alma” son palabras que deben tomarse en serio, porque parece que se está formando una estrategia de olla de presión.
Una parte involucra sanciones más duras contra Cuba, comenzando aparentemente con sanciones adicionales del Título III destinadas a usar las reclamaciones de propiedad para disuadir la inversión extranjera en Cuba. La amenaza de estas acciones ya está afectando transacciones bancarias internacionales conectadas con Cuba.
Otra parte, no declarada, dice a los cubanos que no vean la emigración hacia Estados Unidos como la solución a sus problemas. Por tanto, terminaron las colas en la Embajada de Estados Unidos en La Habana, las visas de entradas múltiples han sido descontinuadas, y nadie ha levantado un dedo para restaurar la política de inmigración de puertas abiertas para los cubanos a la que puso fin el presidente Obama.
Las movidas hacia Cuba constituyen solo un ejemplo del empleo de sanciones por parte de la administración Trump para modificar la conducta o provocar un cambio de régimen. Venezuela, ya golpeada por la catástrofe económica chavista, ahora sufre sanciones que Washington espera den al traste con el gobierno de Nicolás Maduro. Las sanciones contra Irán parecen tener el mismo objetivo, a pesar de que ese país sigue cumpliendo con el acuerdo nuclear que el presidente Trump abandonó. Corea del Norte enfrenta una política de sanciones de “máxima presión” por parte de Estados Unidos, pero también disfruta de un diálogo cálido porque, como explica la Secretaria de Prensa de la Casa Blanca, “al presidente Trump le gusta el presidente Kim”.
Al presidente Trump no le gustan los líderes de Cuba, ni estos han mostrado inclinación a participar en la abyecta adulación que él disfruta, y que le ha dado a Kim Jong Un tanto tiempo y espacio para maniobrar. Además, en la mente de Trump, Cuba y Venezuela están conectadas con los votos de la Florida, incluso si exagera sus cifras.
Como resultado, en lo adelante Cuba probablemente enfrente mayores sanciones y dificultades. Incluso antes de la crisis actual, se estaba ajustando a una disminución del apoyo venezolano y ha iniciado una búsqueda redoblada de nuevos socios internacionales. Las reformas económicas en la Isla cobran cada vez más urgencia porque a pesar de los daños externos a su economía, Cuba tiene una larga lista de acciones que puede tomar por sí misma para mejorarla.
Los estadounidenses se deberían preguntar: ¿es correcto y está en nuestro interés nacional “estrangular” la economía cubana? Si Mallory todavía estuviera entre nosotros, saludaría los informes de miseria económica en Cuba como victorias. ¿Pero deberíamos hacerlo nosotros?
Cada nueva ronda de sanciones económicas se describirá seguramente como dirigida “contra el régimen”, en oposición al pueblo cubano; pero las sanciones que restringen una economía dañan fundamentalmente a las personas que viven en ella. El gobierno cubano es el único responsable de sus políticas económicas, pero nuestras sanciones y su impacto también implican responsabilidad.
La acción del Congreso, los eventos en Venezuela o un cambio en el corazón del presidente Trump podrían hacer que la administración abandone el rumbo que parece establecido. Sin embargo, las elecciones de 2020 son más prometedoras, cuando los estadounidenses voten sobre esta y muchas otras cuestiones.
Mientras tanto, más de un millón de estadounidenses visitan Cuba cada año, una joint venture cubano-estadounidense busca remedios contra el cáncer, nuestros músicos recorren nuestros respectivos países, nuestros científicos ambientales colaboran, nuestras universidades permanecen conectadas y nuestros agricultores buscan la colaboración. Se podría decir que muchos, aun en tiempos difíciles, están a ambos lados del Estrecho trabajando para la próxima normalización.