“Todos tenemos Criterios”

Desiderio Navarro. Foto: Kaloian.

Desiderio Navarro. Foto: Kaloian.

Tanto como los muchos textos que he leído gracias a él, escritos por él o traducidos y publicados por él, voy a extrañar sus llamadas por teléfono. No tengo una memoria precisa de en qué momento comenzaron, pero todo el mundo sabía en casa que cuando Desiderio Navarro me llamaba yo dejaría lo que estuviera haciendo para atenderlo, y que la conversación jamás sería breve. Si me dedicara a rememorar el contenido de cuanto hablamos, creo que fuimos cómplices, más que amigos. Y también éramos amigos.
Debo haber conocido de su labor desde mis años como estudiante universitario, aunque, habiendo pasado por la Escuela de Letras y de Artes de la Universidad de La Habana de 1973 a 1977, nuestra bibliografía estaba integrada por viejos textos teóricos que poco se parecían a lo que Desiderio ya publicaba, primero en La Gaceta de Cuba (en su número 100, de 1972, nació Criterios) y luego, desde 1982, en esa revista excepcional que él convirtió en la obra de su vida.
Estoy seguro de que coincidimos varias veces, y conversamos (es decir, yo le preguntaba por asuntos y problemas que él siempre respondía con lujo de detalles) en el tiempo en que trabajé en la Dirección Provincial de Cultura de Matanzas y él en la Dirección Nacional de Literatura del recién fundado Ministerio de Cultura. Pero nuestra cercanía se estableció en la Casa de las Américas. Me inicié en 1982 como redactor de la revista homónima, y Desiderio, y su publicación, fueron acogidos desde 1983 por esa institución excepcional. Fue en la Casa donde aprendí a respetarlo y a admirarlo, sobre todo al ver cómo Roberto Fernández Retamar lo distinguía y lo protegía. Las tres personas con las que más aprendí en aquella etapa de mi vida fueron Retamar, Fernando Martínez Heredia y Desiderio Navarro.
Ese aprendizaje tuvo que ver con una noción de la cultura y de la ideología que, de modos distintos, es común en los tres. De esas ideas se derivan las obsesiones que guiaron todo el quehacer de Desiderio. En primer lugar, la necesidad de que toda obra intelectual alcance el mayor rigor posible; un rigor que necesita ser alimentado sin cesar desde todas las fuentes del conocimiento teórico. Luego, la oposición a toda forma de dogmatismo, porque los dogmas limitan el saber, cercenan la creatividad y dañan las relaciones humanas; también, porque el marxismo es una teoría creativa, una forma de estructurar el pensamiento, y no ese conjunto de sentencias cerradas en que lo convirtieron los estalinistas y sus seguidores. Y, como consecuencia de todo lo anterior, la imprescindible participación crítica de la intelectualidad en los espacios públicos.
Nuestra complicidad creció mucho más desde de enero de 2007. Por la contundencia de sus propuestas, se convirtió en líder del grupo de intelectuales que protestamos porque la televisión había rendido tributo a alguien que, desde la presidencia del Consejo Nacional de Cultura, puso en práctica la represión contra escritores y artistas durante el llamado Quinquenio Gris (1971-1977). Gracias a Desiderio, la inconformidad se convirtió en acción, y la catarsis que se vertió, originalmente, por correo electrónico, terminó en un magnífico ciclo de conferencias bajo el título: “La política cultural del período revolucionario. Memoria y reflexión”. El libro que contiene las primeras ponencias presentadas (las relativas al cine, el teatro y la música no llegaron a publicarse en papel) es un documento imprescindible para conocer los procesos culturales e ideológicos cubanos de las últimas cinco décadas del siglo XX. Siempre se declaró un marxista y un anticapitalista, y siempre fue consecuente con esos principios.
Ya para entonces la revista Criterios se había desbordado en un Centro Teórico-Cultural que acogió conferencias, debates, presentaciones de libros, en los que participaron algunos de los principales teóricos culturales contemporáneos. Esas acciones que ocuparon su sede del 9no piso del edificio del ICAIC y los congresos que organizó en los 80, coauspiciados por la UNEAC, trajeron a Cuba personalidades como Iuri Lotman, Manfred Pfister, Boris Groys, Frederic Jameson… (y cito por mi mala memoria con temor a cometer una equivocación que Desiderio no perdonaría). Algunos de ellos expandieron sus visitas a otras instituciones culturales o docentes, como la misma Casa de las Américas, el Instituto Superior de Arte o la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, donde impartieron charlas o cursos.
Desiderio nunca dejó de transformar sus formas de actuar y de enriquecer la vida cultural. Cuando imprimir revistas y libros se fue haciendo demasiado engorroso (y costoso), imaginó vías alternativas: primero, creó el sitio web www.criterios.es, donde podía encontrarse todo lo publicado por el Centro (pero está inactivo desde hace meses); luego, concibió los Mil y un textos en una noche, jornadas en las que copiaba a cada uno de los asistentes (que podían contarse por cientos), en soportes digitales, un millar de ensayos de la más diversa índole, los que no solo traducía sino cuyos derechos gestionaba para que pudieran circular libremente entre nosotros; también el e-zine Denken Pensée Thought Mysl, que colocaba en infinitud de correos electrónicos joyas del pensamiento cultural europeo, y el e-zine Meditar, con trabajos más cercanos a nuestra realidad inmediata.
La mayoría de las llamadas telefónicas que me hacía, sistemáticas desde 2007, eran para comentarme sucesos del ambiente cultural, en especial desaguisados que indicaban el retorno de los fantasmas estalinistas, o señales que advertían sobre nuevas maneras de reinstalarse el dogmatismo, o actitudes de lo que él calificaba como “travestismo político”. Sus comentarios, siempre, eran agudísimos, y complejizaban hasta el infinito el asunto del que tratábamos. A partir de cierta fecha, me pidió que leyera antes de hacerlos públicos los textos, casi siempre polémicos, con que introducía envíos de Meditar o de Denken…, o incluso alguna carta en la que protestaba por algo. Porque Desiderio era, por naturaleza, un inconforme, un peleador.
No puedo precisar en qué fecha supe de su enfermedad. Me llamó en cuanto regresó, adolorido, casi inválido, de Polonia, creyendo que lo aquejaba una hernia discal. Me llamaba luego de cada visita a hospitales donde recibía diagnósticos que no le satisfacían. Como era un pensador crítico a tiempo completo, en esas conversaciones analizaba comportamientos, reacciones, actitudes, que reflejaban, para mal, cambios sociales que están ocurriendo en Cuba.
Me llamó para decirme que la radiografía de su cadera había revelado cáncer. Y después hablamos muchas veces más. Aunque siempre estaba presente el dolor insoportable que lo iba limitando, los tratamientos infructuosos, continuaba comentando lo publicado aquí o allá, lo hecho por este o aquel… También, una de sus mayores preocupaciones: qué hacer con su enorme biblioteca, integrada, en gran medida, por libros en lenguas distintas al español. Tenía absoluta conciencia del poco tiempo que le quedaba.
Aprovechando que este 2017 Criterios cumplía cuarenta y cinco años de fundada, en el número 5 de La Gaceta de Cuba, su “cuna”, le preparamos un homenaje bajo el rótulo “Todos tenemos Criterios”. Pudo ir a la presentación de la revista, el 26 de octubre. Fue la última vez que lo vi. En los días sucesivos, hablamos al menos dos veces más, brevemente, por asuntos muy puntuales.
Maggie Mateo, su entrañable amiga, valiéndose del mismo pretexto que nosotros, le organizó otro homenaje en el Centro Cultural “Dulce María Loynaz”. Fue el martes 4 y el miércoles 5 de diciembre. Ya no pudo asistir. Esperanzado, todavía el jueves en la mañana le envié el texto que presenté a partir de su ensayo “In media res publicas. Sobre los intelectuales y la crítica social en la esfera pública cubana”.
Sé que su obra, su legado, permanecerán. Pero me cuesta imaginar un mundo sin Desiderio. Súbitamente, un universo cercano, que me acompañó por más de cuarenta años, se ha convertido en pasado.

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