La escritora estadounidense Joyce Carol Oates comentó en su cuenta en twitter más o menos esta idea: para la novela cuya extensión se justifica en el propósito de cubrir décadas de una biografía, una serie audiovisual funcionaría bien; sin embargo, resumirla en una película de algo más de dos horas hace que no haya tiempo suficiente para aprehender su total intención y que el resultado final “se tuerza”.
El término “torcer” resulta visualmente apto para explicar lo que ha ocurrido en lectores como yo después de ver Blonde, la súper y publicitada producción de Netflix que parte de la novela de igual nombre con la que Carol Oates fue nominada al Pulitzer y al National Book Award (2000). También se llegó a realizar una serie, por cierto, para la que ella misma fue guionista en un trabajo que dirigió Joyce Chopra.
Carol Oates y Chopra habían trabajado juntas antes, cuando en 1985 esta dirigió la cinta Smooth Talk, adaptación de un relato propio con el título “Where Are You Going, Where Have You Been?” También aquí explora uno de sus temas predilectos: la mujer ante la depredación masculina.
Ahora el filme dirigido por Andrew Dominik e interpretado por la siempre tierna, tenaz y potente in crescendo Ana de Armas, si se le compara con la obra en la cual se inspira, por momentos pareciera deformarse, como cuando se presiona con el dedo a una superficie blanda o como si se le aplicara un efecto a una imagen digital por el cual esta deja un eco de colores y tramas. Quizá no se deforme o tuerza del todo, pero al transformar imágenes nacidas de un maremágnum de palabras en un producto audiovisual la consecuencia puede ser injusta.
Si Carol Oates había avisado que su Norma Jeane era fruto de “una vida radicalmente destilada en forma de ficción”, la que vemos ahora puede parecer incluso una ficción obvia y ciertamente parcializada, de modo que nos enfrentamos a un triunvirato heterogéneo: el mito que subsumió a una mujer, la mujer que se nos presenta descarnada en el libro y la que vemos en la pantalla gracias a la caracterización de de Armas, modulada por Dominik.
Norma Jeane vuelve como una renovada invención; a fin de cuentas, el símbolo por el que se le conoce fue el resultado de “la productora”, que es como en la novela aparece identificado al estudio de grabaciones, sinécdoque de Hollywood. Aunque, habría que apuntar en favor de los que sólo han visto la producción de Netflix que en esa fabricación hubo también, al decir del libro, una convicción voluntariosa de aprovecharse de esa circunstancia: “Me inventaré a mí misma como ha hecho esta ciudad”, escribe el personaje literario en uno de sus diarios.
Su madre (Gladis Mortesen) había trabajado también en ese imperio de Los Ángeles, “la ciudad de Arena”, y por aquel lugar, al que, quizá, debía su enfermedad, acabó por descuidarla a ella. Y ella, Norma Jeane, después de una infancia y una adolescencia traumática, intensa, díscola, inocente, marcada por la belleza y la inspiración sexual había dejado de ser la tímida y tartamuda Norma a exigencia de los empresarios: transformaron su aspecto, cambiaron su nombre, le hicieron aprender una caligrafía elegante para estampar su firma con toda claridad. “MARILYN MONROE fue un autómata diseñado por la productora. Lástima que no pudiéramos sacar la patente. ”
“Ni siquiera la nominaron para los Oscar de aquel año. Todo el mundo sabía que se lo merecía por Bus Stop”, dice la voz que correspondería a Joshua Logan, el director de una de sus últimas películas, y no más que una voz para revelar el desprecio al que, no obstante mimarla hasta la asfixia, estaba expuesta. A la vista de alguno de sus amantes “si se sumaba la medida de su busto a la de sus caderas, uno obtenía la cifra aproximada de su cociente intelectual”. Y digo “correspondería”, porque el libro es cuidadoso a la hora de reinventar la biografía de muchos personajes, aunque todos sabemos quién es quién y casi ninguno se salva de las brasas ardientes de esta narrativa. Mezcla citas, inventa poemas y fragmentos de entrevistas, alude nombres, pero no compromete la realidad, que a fin de cuentas muchas veces nadie sabe qué cosa ha sido.
En el libro Norma Jeane fue una mujer tenaz con una postura firme ante determinados asuntos. Había pasado largas horas de ayuno y practicó yoga sólo para fortalecer su mente y cuerpo en favor de la actuación antes de sucumbir a las drogas, imitando de alguna manera la conducta de su madre, queriendo encontrarse con la que había sido. Estudió artes dramáticos en Nueva York, había pasado cursos de verano sobre escritura y poesía y era capaz de reescribir los guiones que se veía obligada a memorizar mucho tiempo después de haber dejado la fábrica en la que trabajaba antes de dejarse retratar desnuda para un calendario por sólo cincuenta dólares.
Para la Norma del libro el tortuoso camino de la actuación supone una consideración: se trata del “trabajo más difícil que cualquier otro que hubiera hecho”; ella que nunca pudo superar su timidez, pese al aparentemente placer de la fama, temía al peso de la mirada de los demás, con su cruel poder para “reírse, burlarse, rechazarla, despedirla, enviarla de vuelta, como un perro apaleado, al olvido del que acaba de emerger”.
La familia tiene una importancia mayor, y no vista en su plenitud por las escenas suprimidas en la película. No es una obcecada ardiente en busca de un padre, es una mujer que crece bajo la sombra de mujeres deficientes entre las que su abuela había sido el mayor apoyo. Norma Jeane emerge de un mundo de necesidades con el peso de no asistir a su abuela Norma Monroe la tarde en la que accidentalmente perdería la vida, después de haberle gritado, después de haber esperado auxilio de aquella niña. Más que a ella misma, la escena lo persigue a uno como un sabueso a punto de manifestar su rabia: “Norma adoraba a su abuela, la única persona que la quería de verdad, la única persona que la amaba sin herirla y que sólo pretendía protegerla”.
En un momento del libro, uno de sus amantes, tal vez la persona a la que se siente más ligada sentimentalmente, Cass Chaplin, le dice: “Tú nunca conociste a tu padre, así que eres libre para inventarte a ti misma”… “No llevas el nombre del cabrón que te concibió. Tú nombre, Marilyn Monroe, es completamente falso”. Charles Chaplin es reiteración, una de los últimos rostros que ve al morir es el suyo, cuando la mano de su madre se extiende para recibirla en la muerte y decirle la frase con la que Carol Oates cierra su voluminoso libro.
Norma Jeane, según lo que puede interpretarse aquí, no le importó a la industria más que para satisfacerse, pero igual podría decirse del sistema político que, digamos, aquí estaría representado por el presidente: la conoce, envía a que concreten una cita con ella, tienen sexo, le gusta, quiere repetir y pide que la hagan viajar desde Los Ángeles a Nueva York por unas horas, simplemente para volver a tener sexo, y en medio de una felación (en la película poco justificable) la propia Jeane entiende que su amante apenas le presta importancia más que la que tiene por ser productora de placer, su mente en ese minuto se encuentra en otro lado: ¡en Cuba han instalado cohetes nucleares!
“¡Los nombres son tan importantes! Si no conoces el nombre de una persona, no puedes pensar en ella, y los demás también deben saber tu nombre; de lo contrario, ¿qué sería de ti?”, le decía su madre al pedirle que nombrara una muñeca con la que le habría premiado en su cumpleaños seis. Esa muñeca tiene varias significaciones en la historia, como un tigre de rayas que había ganado en navidad, cuando estuvo en el orfanato, donde a los pocos días lo perdió. Uno similar vuelve a ella al final de sus días en una caja de cartón cuando Cass ha muerto. Sabe que buena parte de su pasado, que ella misma se está yendo de alguna manera con él.
No estropearé la lectura del libro (en mi caso esta vez, posible por una edición digital de Minicaja, con traducción de María Eugenia Ciocchini), pero hay personajes enigmáticos como El Francotirador así que téngalos en cuenta: “El Francotirador trabaja a las órdenes de los Estados Unidos, a las órdenes de la justicia, la decencia y la moral. Podría decirse que trabajaba a las órdenes de Dios”. Una de las frases de los diarios de la famosa rubia: “Hay que morir en el momento oportuno”.