Escuchaba algunos temas de Carlos Varela y volando en su poesía, reinterpretando esas letras compuestas entre fines de los ochenta y principio de los noventa mi atención cada vez iba centrándose más en las reacciones del público. El disco fue grabado con parte de una presentación en vivo y al rato fantaseaba con los rostros y estados anímicos de los asistentes al teatro. Por ello, acabé pensando en quienes hemos seguido la obra del trovador.
Tengo muchos amigos atentos a Varela desde hace siglos. Buena parte vive en Cuba; pero otra, como yo, anda repartida por el mundo, de manera transitoria o definitiva, nunca es importante. Lo notorio en este caso es que en la supuesta situación de intentar complacer en vivo a quienes le demuestran fidelidad el trovador se vería obligado a triplicar el número de presentaciones por las provincias de la Isla y, también, por el mundo.
Juntaría veintenas por aquí, grupos más grande por allá. Multitudes en alguna parte y todos felices. Y en lugar de salir con ganas de comernos el mundo nos pondríamos melancólicos en masa. Varela ha pulido su estilo con la nostalgia, ha desgastado y ralentizado su voz con la pesadumbre de los días y el recuerdo, ha convertido el sabor de la separación y el fracaso en la mejor poesía.
También nos pondríamos muy felices, claro está. Una canción suya nos lleva a momentos donde escucharlo representaba una de esas pequeñas cosas que juntas conforman los sueños que nos mantienen vivos. Ese estado no se corresponde con mega circunstancias, ambiciones históricas o conquistas sociales, sino con trivialidades de la cotidianidad y la rutina, con ese andar hacia alguna parte en un camino por el cual uno mismo va consumiéndose como si el tiempo fuese abrasivo.
Pero, ya he tomado por la tangente. El hecho que por algún momento me hizo prestar más atención al público que a la voz de Varela parte tal vez de la circunstancia, el lugar y el momento preciso en el que se desarrolló ese concierto: el teatro Karl Marx, cuando habían arrancado los noventa, se desvanecía la Unión Soviética, se rompían los muros, aparecían nuevos caminos y para los cubanos comenzaba una gran crisis.
El ejercicio de concentración me puso un reto. Lo malo de tener discos en formatos como el mp3 es que a veces uno desconoce detalles de lo que está escuchando, en ocasiones ni siquiera contamos con una miserable copia de las tapas y los créditos que nos permitan formando una idea más completa de lo que escuchamos, en el caso de ser usted como yo gente que se interesa en insignificancias. Se trata de carpetas mal identificadas que ni siquiera existen.
Todavía tengo dudas respecto a la versión del disco Carlos Varela en vivo con la que cuento, aun después de cotejar tapas y contratapas, de recurrir a la Wikipedia y a amigos que tienen los discos palpables y encontrar el dato de que corresponde a 1991.
Al menos por mi información fue grabado en el teatro por Roberto Martínez y Mario Arriaga. Menos dos de sus canciones, el resto, siete, habían formado parte de su primer trabajo discográfico: Jalisco Park.
El trovador tendría menos de 28 años cuando este concierto. Ahora, sin embargo, Carlos Varela en Vivo cumple treinta años y su valor reside también en el complemento de la gente.
Hay canciones antológicas como “Jalisco Park”, “Memorias”, “Tropicollage” o “Todos se roban” (estas dos últimas fueron las nuevas) y, al menos en mí deja la impresión de una etapa signada no solo por la juventud, también por cierto optimismo desafiante que para entonces era parte de su poesía.
Del mismo modo ese optimismo desafiante se expresaba en su público. Por eso, en ese disco, tanta emoción causan sus letras como los gritos, los aplausos, el vocerío que se funde con la música cuando un tema comienza o cuando parte de la letra alcanza esos momentos con los cuales el estómago de la gente se estremece y se agita el corazón y daba lugar a una mezcla de bravuconería esperanzadora antes de convertirse en melancolía.
Si uno presta atención escucha el grito emocionado de las muchachas por el ahora le toca al padre la manzana en la cabeza de “Guillermo Tell” o cuando a la montaña rusa la quisieron descarriar con todas las calumnias de la patria potestad o luego, además, en el 67 mataron al Che de “Jalisco Park”. Después de haber permanecidos atentos, gozando la música, de pronto vuelve el vocerío en “Tropicollage” porque el turista no tropezó en la calle con uno de esos tipos que dan cinco por uno. Eso también es mi país y no puedo olvidarlo.
Al tiempo que escuchaba las emociones de aquellas personas, seguramente jóvenes, chicas, chicos todavía esperanzados con un porvenir pese a la crisis que se los tragaba, me pregunté qué pasaría ahora de producirse un recital con el mismo repertorio y en el mismo teatro.
Sería demasiado pedir que lo fuera también con el mismo público, pues muchos de los allí presentes, ahora cincuentones o sesentones, a saber si ni siquiera viviendo cómo se habían soñado para esa edad, seguirán en la Isla, otra parte habrá emigrado y otra incluso habrá muerto. ¿Qué ha pasado con aquella juventud y qué piensa de ella desde la madurez y la historia?
Yo he estado en varios conciertos de Carlos Varela y la reacción no ha sido, tengo la impresión, como la de aquellos muchachos del 91. Más que emoción, más que trepidar con sus letras parecemos sobrecogidos por el lamento. Hay gritos, sí, y emociones, ¡hombre, faltara más!, pero predomina otra sensación; algunas de esas presentaciones fueron acompañadas por vigilancia policial y otras por la informalidad de una plaza marítima desbordada en crustáceos en alcohol.
De Carlos Varela estuvimos hablando el 31 de diciembre pasado. Éramos pocos, había algunos trovadores también en el grupo, había guitarra, ron y música. Todos éramos cubanos, estábamos a siete mil kilómetros de Cuba y cantamos; o cantaron, yo solo escuché meditabundo lo que se decía.
Suelo ser de esa parte del público que no grita, que no reacciona, que parece padecer un estado de shock por el golpe de la música o por el golpe de la información que sea. Probablemente alguno de los otros sí vivió aquel concierto y habría valido la pena que saliera de mi estado para preguntarle su evolución desde aquel entonces. Cualquier respuesta habría encerrado la suerte de muchos de esos a quienes ahora, junto al cantor y su disco, pretendo homenajear.