Aunque apenas he podido conocer detalles respecto al encuentro, esta semana y gracias a las herramientas que alientan la virtualidad participé (o debo haber participado) en un panel sobre el magazine Lunes de Revolución promovido por una institución cultural de La Habana.
El investigador Ricardo Alberto Pérez me hizo la invitación y acepté. Contaría también con intervenciones de Jorge Fornet, Víctor Fowler y el poeta, narrador y dramaturgo Antón Arrufat, de este increíble proyecto que fue Lunes uno de los pocos supervivientes, al que sumo al crítico y cineasta Fausto Canel.
De manera virtual estarían también la investigadora María Isabel Alfonso y William Luis, autor de un libro imprescindible en el tema (Lunes de Revolución. Literatura y cultura en los primeros años de la revolución Cubana, Verbum, 2003.), pues nos legó entrevistas a sus protagonistas y un índice que es brújula elemental para navegar sus páginas.
El intercambio sucedería (o sucedió) en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, poeta que por cierto nunca fue mencionada en las páginas del magazine y suplemento del periódico Revolución, cuyo entendimiento de que la literatura y el arte debían acercarse a la vida cotidiana para incidir en ella, les llevó a decir, y cito fragmentos de su primer editorial (marzo de 1959): “acercarse más a los fenómenos políticos, sociales y económicos de la sociedad en que vive”. Ya este precepto les hizo protagonistas en la opinión pública del momento.
Por esto y más me parece importante que se siga valorando el legado de Lunes de Revolución en la cultura cubana. Muchos problemas que padece el país en materia cultural estaban representados en su tiempo y en sus páginas. Aquel magazine dirigido por Guillermo Cabrera Infante y Pablo Armando Fernández, nacido por el aliento y respaldo de Carlos Franqui, comandante, exiliado y uno de los grandes animadores de la cultura cubana, fue además trascendental en la formación de generaciones de escritores y artistas que encontraron en sus páginas material suficiente de orientación.
El panel realizado esta semana en El Vedado debe haber sido uno de los pocos (sino el único) que se ha organizado en los últimos tiempos desde Cuba para valorar uno de los proyectos culturales más interesantes gestados en el periodo revolucionario, cuya importancia es tal que con menos de tres años de edición marcó el devenir de las relaciones entre creadores y poder político en Cuba y estableció maneras de decir y hacer aun causantes de debates y reflexiones.
Con un trabajo avalado tanto por escritores, como por políticos e intelectuales, Lunes al año de su primer número ya destacaba y formaba parte del tramado cultural del momento, compuesto por una estructura política (la Dirección Nacional de Cultura del Ministerio de Educación, que luego fue Consejo Nacional de Cultura) y otras instituciones fundadas, a diferencia suya bajo decreto, como el ICAIC, la Imprenta Nacional y Casa de las Américas.
Entrevistó a grandes intelectuales del momento, dio a conocer nuevas voces de la literatura y el teatro, editó libros, intervino directamente en el público con la realización de un programa televisivo y produjo uno de los cortometrajes más polémicos del cine cubano (PM) cuya censura e incautación devino protesta extendida entre muchos creadores que daría lugar a la primera, y tan requerida en su momento, reunión entre creadores y gobierno.
Siguiendo esta idea, entendida de un modo amplio, la censura del corto PM parece hoy una consecuencia de aquel sectarismo que tanto se criticaría después. La propia confiscación de la película estuvo mediada por entes que formaron parte de ese sectarismo; sin embargo, no se considera de esta manera por muchas razones; entre ellas, y a mi juicio, porque resultó la excusa perfecta para controlar y neutralizar el conato de Revolución y Lunes de Revolución, bajo el cuidado de Franqui.
Con la referida reunión y la famosa frase (“con la Revolución todo, contra la Revolución nada”) que, cuanto menos en su aplicación no se fue totalmente transparente, se acallaba a un ente disidente para las pretensiones impuestas por la ortodoxia y acordadas en aquel conglomerado cultural, aun cuando el magazine ni siquiera fuera opuesto a la ideología asumida por el poder para aquellos días de 1961.
Más o menos a eso dediqué mi intervención, pese a no saber si mi yo virtual pudo cumplir con la encomienda de hacer ver con claridad estas ideas. Ni mi yo virtual ni los organizadores me han ofrecido muchos detalles, aunque me aseguran estos últimos que pronto los materiales audiovisuales estarán disponibles para todos, ya que online no pudieron estar debido a los apagones y problemas de conexión a Internet.
Tampoco los medios de prensa de la Isla refirieron sobre este panel que forma parte del proyecto “Espacios habitados”, programa del Centro Cultural CubaPoesia y el Centro Cultural Dulce María Loynaz, para ellos el tema es asunto menor, pese a la trascendencia y a lo mucho que les ayudaría su comprensión.