Los conflictos de intereses u oportunismos políticos desde el posicionamiento ideológico, o cualquiera haya sido la causa, suscitados después del 59 con lo que escritores como Edmundo Desnoes denominaron “el cataclismo”, algunas veces se vieron reflejados en la opinión pública a través de directas e indirectas casi nunca refutadas por los agraviados.
Pocos escaparon a esta tendencia de arremeter contra el desfavorecido a la visión del poder, reflejo de la intención de subrayar e imponer la visión de los vencedores. Tal es el caso del poeta Nicolás Guillén, quien en una entrevista realizada durante un encuentro en España con el filólogo y escritor español Dámaso Alonso, presidente para 1979 de la Real Academia de la Lengua Española, aprovecha para expresar que la sucursal de esta institución en la Isla había desaparecido después de la Revolución.
La “academia no funciona, pues dejó de hacerlo a partir del derrumbe de la dictadura de Batista”, dijo Guillen, y Alonso argumenta que la Academia Española en sentido general participa en una “vivificación”, proceso en el cual esperaba que la Academia Cubana formara parte, “que entraran en ella los mejores escritores de Cuba y hombres modernos y competentes en cuestiones de lenguaje”.
La revista Bohemia reprodujo dicha entrevista a fines de los setenta, y no hubo notas aclaratorias o reportajes a algún ilustrado de número, a sabiendas de que la academia funcionaba, y de que esa existencia había estado debilitada forzosamente debido a una serie de dificultades referidas hoy por la propia institución, como trabas para difundir sus contenidos o cuestiones aún más serias.
Recordemos que la Academia Cubana de la Lengua existía desde 1926, y que había sido Enrique José Varona su presidente fundador. Para la fecha, se desempeñaba en el puesto el diplomático Ernesto Dihigo, quien había llegado al cargo después de las muertes del periodista, político y diplomático Antonio Iraizoz y del erudito y olvidado José María Chacón y Calvo. Dihigo escribió una carta a la revista para notificar su disconformidad, pero esta no fue publicada, según se supo después.
Entre las dificultades que enfrentaban, sobresalen la falta de subvención estatal, asunto afrontado apenas por la voluntariedad de sus miembros, quienes a falta también de una sede para desarrollar las reuniones correspondientes empleaban sus propias residencias. Era la realidad de la Institución y de los académicos, realidad pese a las cual existía y, según la escritora Dulce María Loynaz, era precisamente ese su mayor “pecado”.
“Por esa razón, yo me vi obligada a dar albergue en mi casa a la desposeída cuanto honorable corporación”, escribió en octubre de 1981 en misiva al periodista e investigador Aldo Martínez Malo. Según otro documento disponible en la web de dicha institución, desde mediados de los setenta sus miembros se habían estado reuniendo en casas particulares, y entre 1976 y 1986, específicamente en esa vivienda del Vedado, ubicada en 19 y E, que es hoy el Centro Dulce María Loynaz.
“El auge o decadencia de la Academia nunca dependió de dictadura alguna porque precisamente nuestra mayor preocupación en todo el tiempo ha sido conservar su singular posición autónoma, esto es independiente, y con ella, su carácter apolítico”, escribió Dulce María en 1979, y se puede leer en el documento disponible a consultas por la Academia Cubana.
Unos pocos años después de haberse leído en Bohemia aquel criterio de quien también era el presidente de la UNEAC, la propia publicación permitió otra referencia a la Academia, aunque esta de forma sutil. Fue posible gracias a Dulce María Loynaz, quien en una conversación con la muy buena investigadora Nidia Sarabia refirió casi al final de sus respuestas que había estado laborando como vicedirectora “en nuestra Academia Cubana de la Lengua, o sea, que contribuyó a afinar el instrumento que una vez fue mío y ahora habrá de servir a los que vengan detrás. Es tarea útil, aunque desprovista de brillo, que además requiere dedicación y paciencia y sobre todo el poder realizarla…”
La entrevista se debía a la insistencia de Sarabia, amiga de Loynaz, y de este modo la breve referencia constituyó la única alusión al tema después de las palabras de Guillén. Dos años después la autora de Jardín, Versos del agua o Versos sin nombre fue electa presidenta de la Academia, y en 1987 recibió el Premio Nacional de Literatura, un galardón estrenado por el poeta Nicolás Guillén, quien murió en 1989.
Muchos de estos detalles fueron revelados por Dulce María Loynaz a Martínez Malo y están recogidos en el libro Cartas que no se extraviaron, publicado en 2016 por Ediciones Loynaz y cuyo prólogo es precisamente del investigador; pero, yo los conozco ahora gracia a El Camagüey, un espacio digital que no solo quiere rescatar la memoria de esa bella ciudad, sino que aspira a ponernos todo el pasado delante para que lo podamos observar con sus luces y sombras. Tendremos que hablar de ese proyecto más adelante. Debo intercambiar con su promotora. Pero, ahora termino con el asunto de la carta y la escritora que once años después de su entrevista en Bohemia sería premiada con el Cervantes.
Para ella, la referencia del autor de Motivos de Son a la Academia no era más que “una ofensa gratuita hecha por alguien a quien nunca y en ninguna forma nosotros habíamos agraviado”, y, tal como explica en la comunicación íntima de la que hemos hecho referencia, aunque muchos miembros se habían ido del país, sin que esa ida tuviera que ver con conexiones con la dictadura de Batista, en la isla quedaban “unos cuantos que nos hemos esforzado en cumplir nuestra misión lo mejor posible”, “en las condiciones más precarias, condiciones que creo no se le han impuesto a las demás instituciones que se han creado luego en el país”.
Dos grandes poetas mostraban interpretaciones divergentes de la realidad. Pero, la realidad daba entonces preferencia a una tendencia más que a otra. Las palabras de Guillén fueron entendidas como una referencia “ofensiva e injustificada”; pero, tanto el silencio de Dámaso Alonso como la permisibilidad de la revista, a los miembros de la Academia Cubana de la Lengua les habían dolido más que la propia ofensa.