Banksy, el evasivo artista británico de los graffitis, fue noticia el pasado 5 de octubre por un performance que ocupó páginas de diarios, revistas, espacios en radios y televisiones. Su última maniobra no solo garantizó el mes de periodistas en medio mundo, sino que puso a pensar a más de un crítico de arte o teórico, porque, cuando su obra La niña con el globo rojo era subastada en la casa Sotheby’s, segundos después de que una persona confirmara desde el teléfono su adquisición millonaria, como por arte de magia algo en el cuadro se puso en movimiento de manera que el lienzo comenzó a descender para seguido evacuar por la parte inferior lo que parecía una lluvia de tiritas de cuero que no era más que la obra misma hecha trizas.
A la semana, tanto la casa de apuestas como la propietaria de la obra “mancillada,” en lugar de mostrarse timados o iracundos, aseguraban que no era lo que todos pensaban y que el resultante: cuadro, trituradora incrustada dentro de su armazón (magnífica idea que los diseñadores industriales podrían tener en cuenta para el mercado siempre atestado de esnobistas) y tirillas de lienzo colgantes constituían ya una nueva obra pensada meticulosamente por el artista que dosifica a conveniencia la información referente a su arte y vida. La pieza ha sido rebautizada y se le conocerá en el futuro como: El amor está en la papelera. Según Alex Branczik, subastador y jefe de Arte Contemporáneo en Sotheby’s se trata de la primera obra de arte creada durante una subasta.
Sotheby’s dirá lo que quiera, incluso Banksy presumirá de su ingenio para ganarse más seguidores en Twitter o donde se muestre o subaste una obra suya, pero no se dejen engañar: este no es el primer caso de un”cuadro” pulverizador. Mucho antes de que tan publicitado performance, dada la inesperada destrucción de la obra a manos del cuadro que la sostiene ya habíamos visto nosotros (los cubanos, y no sé si en otras partes se vio bajo los mismos términos) a un cuadro hacer trizas no ya a la mitad de una pieza original, sino a la obra en su integridad.
Mejor dicho, llevábamos años escuchando de cuadros que despedazaban mucho más que óleos, acuarelas o cualquiera sea la técnica aplicada por el artista sobre este o aquel soporte. Luciendo aún más voraces y sofisticados nuestros cuadros han sido capaces de moler galerías completas, e insatisfechos logran moverse con soltura de lenguado trucidando novelas, libros de cuentos y ensayos, colecciones de poesía, revistas y suplementos. Trituraron incluso obras de teatro con sus dramaturgos, directores y actores vivitos y coleando, programas de televisión (el equipo es extenso para ser nombrado), largos y cortometrajes (ídem) y movimientos musicales incluyendo a compositores, instrumentistas e intérpretes (de mayor o menor afinación).
Cualquiera sea la forma-concepto-ruidillo desarrollada en una obra, si mínimamente se atraviesa a la política que defienden estos extravagantes objetos trucidatorios, es convertida en talco de tan poderosas cuchillas o dientes (¡Feliz de esta Revolución que me dá dientes!, como cantara el olvidado Rolando Escardó) tienen los cuadros a los que hoy quiero referirme. De manera que lo hecho por Banksy no es más que una patraña (para utilizar su terminología) publicitaria en beneficio de su arte, pero no de la historia de la censura universal y mucho menos de los cuadros.
Advierto que el fenómeno tomó auge en Cuba al momento en las posiciones empezaron a radicalizarse en el 59, cuando en aquella famosa reunión fue dicha la frase: “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada” que tanto entusiasma por su ambigüedad. Para ser francos, este asunto ha persistido por siglos y al parecer es una epidemia más difícil de erradicar que ciertas enfermedades tropicales. Lo peor es que si hace montones de años los cuadros inquisidores del arte y los artistas decían velar por preceptos desarrollados allende los mares, y ejecutaban su censura a nombre de la reina o el rey (español) acallando el ideal de los criollos, en el presente, tomando valores abstractos los nuevos censores siguen tronchando al que impulsa una opinión crítica o supuestamente contraproducente a la moral socialista.
A estos artistas de aspiraciones libertarias y cuestionadoras se les acusa de intentar colar ideas pautadas fuera de la isla y de hacerlo en detrimento de esta (o sea, de la isla), con lo cual a veces me pongo a pensar si no están pensando acaso en conspiraciones geográficas o atmosféricas, pues raramente se personifica el mal en alguien o en un conjunto, sino que se prefiere aludir de esta forma a los afectados.
Yo mismo he padecido el increíble caso de los artefactos trituradores. Un día me recibieron dos en su palacio habanero y después de una hora de amable conversación devolviéronme el trabajo de años convertido en un colgajo. A nadie se le ocurriría decir que dichos restos podrían formar, como en el caso de Banksy, una obra nueva, razón por la que el hecho ni siquiera trascendió. Cuando abandoné el sitio los eché a la basura. Lo bueno de los tiempos modernos es que mientras se trabaje en computadora no hay originales ni manuscritos. Todo es una clonación infinita, nada acaba donde dice acabar y nadie puede ponerle fin a una obra. (Ni siquiera los cuadros que tienen dientes)
Clickbait… con todas las de la ley… jajaj.. me cogiste…. yo pensaba leer sobre Banksy y de un momento a otro me encuentro con un articulo oculto dandole chucho a los cuadros de aca… creo que hiciste el mismo procedimiento… me vendiste la obra y luego la pasaste por la trituradora con el otro escrito… no hay necesidad que mezcles las cosas.. se directo por favores… jaja well done but not good work.