Elaine Vilar Madruga: “en el espejo de esta familia rota se pueden mirar muchas familias”

El libro La tiranía de las moscas (Barret, 2021), de la escritora cubana, fue merecedor del Premio Cálamo, que otorga la librería de igual nombre en Zaragoza.

Elaine Vilar Madruda posa delante de la librería Cálamo. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Cálamo. Especie de flauta antigua. Raíz medicinal. Premio. Cualquier acepción le funciona a esta novela, pero le asienta más la última. El Premio Cálamo, que desde Zaragoza entrega la librería de igual nombre hace 21 años, se le otorgó el año pasado a la novela La tiranía de las moscas (Barrett, 2021) de la escritora cubana Elaine Vilar Madruga.

La librería somete a votación unos 15 títulos para que los lectores elijan uno. No ofrece beneficio económico, pero sí una escultura de Isidro Ferrer. Entre los libros premiados en 37 años leo nombres de mujeres y hombres: Almudena Grandes, Juan José Saer, Manuel Rivas, Javier Cercas, Marta Sans. Elaine es joven, “tengo cuarenta libros escritos”, me dice. La afirmación admira.

Voy a su biografía: La Habana, 1989. Licenciada en Arte Teatral; especialidad, Dramaturgia por el Instituto Superior de Arte (ISA). Tengo que mirar su foto otra vez: labios rojos, rostro ligeramente agitanado, ojos vivos que muestran un verde como malaquita.

Elaine ha escrito poesía, teatro, narrativa. Nunca antes habíamos hablado, pero advierto que la oralidad también es su territorio: una respuesta se prolonga por una página y a uno le cuesta transcribir. He leído cuentos suyos como “Génesis” y “Van Helsin´s Project”; los poemas “Las jirafas pueden ser también mariposas” y “Maternidad”. Ahora esta novela que compré en Buenos Aires.

Llego a la librería Nativa Libros, situada en la calle Pueyrredón, en Recoleta. Pregunto: “¿Tienen La tiranía de las moscas?” La muchacha desaparece por una puerta negra a la que se llega subiendo una escalera. Quedo acompañado de otra persona apenas perceptible en el fondo, con cientos de nuevos libros tentadoramente alrededor. Al rato sale la chica y detrás otra mujer con el libro en la mano.

Hermosa edición. Desempaco. Ilustración de cubierta de Manuel Marsol. 302 páginas con separadores negros. Un bojeo: prólogo de la escritora Cristina Morales. Lectura diagonal: “fábula oscura y lúbrica”, “tradición fabulística”, “shakesperiana”, “coño”.  Huelo el libro. Los libros y las revistas hay que olerlos antes de leerlos.

Wasapeando:

Llegas por primera vez a Europa, por lo que tengo visto, de la mano de “La tiranía de las moscas”, un libro que suma tu voz a un coro de destacadas autoras, en un momento donde tienen gran protagonismo sus literaturas, ¿qué tal esa experiencia para una joven escritora cubana? y ¿qué podrían esperar —tanto tú como la literatura cubana— de esa experiencia?

Es una experiencia hermosamente abrumadora llegar a España, que es nuestra Madre Patria, con la cual nos unen tantos vínculos; no sólo históricos, sino también culturales, y de la propia raíz de la vida, que ha llevado a muchos cubanos a vivir en este momento en España, y a muchísimos españoles también, durante épocas históricas y en el presente, a vivir en Cuba. Para mí es un privilegio como escritora encontrarme en este punto del universo, donde he recibido el Premio Cálamo, que lo veo, por supuesto, no solo como una honra a mi obra, a esta novela a la cual ha sido concedido, sino también como una honra a la literatura cubana.

Creo que este premio coloca en la punta de mira a la literatura, sobre todo a la literatura cubana de la generación a la cual pertenezco, y que demuestra que más allá de la burbuja, de la isla, que más allá de las paredes simbólicas, metafóricas y físicas que dividen a nuestra isla del resto del mundo, que nos destacan para bien y para mal, colocan ahora a Cuba bajo una lupa, de literatura en este caso, donde es seguro que se abrirán muchas puertas también para los jóvenes de mi generación; una generación que ha quedado tal vez un poco a la saga de generaciones anteriores, y en la que creo hay muchísimas voces interesantes que vale la pena resaltar. Yo espero que estas puertas que se están abriendo para mí en España, y en gran parte del mundo hispanohablante, sean también para la cultura cubana, para Cuba y, sobre todo, para los autores jóvenes cubanos, que por supuesto encuentran un referente en la literatura que se hace por estas tierras y que desean también que sus voces sean reconocidas.

Ha coincidido la entrega del premio con un momento donde tiene gran protagonismo la literatura hecha por mujeres. También mi obra se inserta dentro de una tradición, no solo del Nuevo Boom latinoamericano, como se ha llamado y muchas veces no llamado, sino también dentro de una tradición de una literatura escrita por mujeres dentro y fuera de la isla, y de alguna forma es tributo a mucha de esas voces, a muchas de esas estéticas, sin perder, por supuesto, su propio ritmo y su propia manera de contar.

La experiencia ha sido un sueño. La gira comenzó en Zaragoza y ahora estoy envuelta en el “Moscas tour”, que es la gira que ha coordinado mi editorial por diferentes espacios, lugares y librerías de toda España. Ahora estoy en Barcelona, donde estaré presentando la novela acompañada de mi editora, Cristina Morales. Más adelante estaré en Valencia, Sevilla, Madrid, Salamanca. Estoy invitada también al Festival de las Letras de Bilbao, a Jerez. La idea de la gira es llevar la novela a la mayor parte posible de lugares en España, a la mayor cantidad de lectores posibles también, a los cuales les debía estas presentaciones en vivo. No había sido posible debido a la pandemia y espero saldar esta deuda con mis lectores, a los cuales por supuesto les debo muchísimo, pues el premio es otorgado por voto popular, por voto de los lectores a su novela favorita y fui honrada con ello. La gira es un poco la manera de intentar reconectar con los lectores.

¿En qué momento escribes esta novela y de qué va su historia?

La novela comenzó a escribirse, como manuscrito, a comienzos de la pandemia, en el año 2020. Cristina Morales, que a su vez había sido invitada por Barret en la colección “Editora por un libro”, me había propuesto escribir una novela para dicha colección. Me había envuelto en este trabajo maravilloso de crear una historia, de darle cuerpo a una idea, de darle una forja a una idea. Pero esa idea había nacido mucho antes de la pandemia, cuatro o cinco años antes, en Toronto, Canadá, cuando por casualidad en YouTube encontré unos documentales sobre las esposas de los dictadores; más bien sobre la vida de los dictadores en los ámbitos domésticos, y eso me hizo tratar de empezar a entender esa dinámica de cuando los dictadores se quitan las medallas, los uniformes, sus atributos de poder, cuando se desnudan y se convierten en simples hombres, en padres de familia, en esposos. Entonces, ¿qué queda del dictador?, ¿dónde termina el dictador, donde termina el tirano y dónde comienza el hombre común y corriente? ¿Dónde están esas fronteras de los espacios individuales, de los espacios públicos?, ¿dónde están esas diferencias del cuerpo del dictador público y el cuerpo del dictador privado? Fue la premisa principal de la novela, y a partir de ahí, me lanzó su anzuelo y esa idea pescó totalmente mi atención. Estuve pensando mucho en ella a lo largo de los siguientes años, dándole cuerpo con diferentes investigaciones y luego con la invitación esta idea se concretó.

La novela cuenta la historia de una familia, que convive en un estrecho vínculo, encerrados en una casa sin posibilidad de escape durante dos meses. Quizá esta idea de la imposibilidad de escapar estuvo dinamitada y bien influida por el hecho de los meses de encierro por la pandemia. Y esta familia, que tiene unas características muy particulares, se encuentra atrapada bajo un calor abrumador, en una casa que funciona como una especie de olla de presión, donde se cuecen las ideas, los odios, los temores y los amores, filias y fobias de todos los miembros de la familia.

Una madre obsesionada por tener tacones rojos, que psicoanaliza a sus hijos con libros de autoayuda, porque además intenta comprenderlos y amarlos a la par que los detesta profundamente. Tenemos también un padre, que en determinado momento fungió como la mano derecha de un dictador en un país, y que ahora se ha convertido en una especie de títere sin cuerda, un títere roto, porque ha caído literalmente en desgracia y su nombre ha sido condenado. Este padre ha decidido de alguna forma que, ya que no puede gobernar el país, gobernará entonces su casa con la misma mano dura que llevaba cuando cumplía funciones públicas.

También se encuentran los tres hijos de estos dos personajes, que son Calia, Caleb y Casandra, una adolescente, la protagonista principal, es una adolescente enamorada de los objetos, que siente atracción sexual por ellos. Caleb, el único chico de la familia, es una especie de ángel de la muerte, que una vez que los animales lo tocan fallecen de inmediato; y Calia es una niña que parece atrapada dentro de un espectro autista, pero que en realidad no es más que una especie de diosa de la creación, que no quiere hablar con su familia, que no le interesa hablar con su familia, que considera que su familia son animales inferiores y, por lo tanto, se concentra en retratos o dibujos hiperrealista de animales, los animales favoritos de ella.

La autora en una de las presentaciones del libro. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Con estos personajes tan atípicos la familia, la casa, se va a convertir en una olla de presión donde temores y fuerzas en pugna van a entrar en contracción y de esta forma se van armando las dinámicas de la familia y se descubrirá de qué manera la rebeldía de la juventud de la adolescencia y de la niñez se puede enfrentar a las estructuras caducas del poder y de la autocracia.

¿Tiene conexión esta familia con alguna cercana, digamos con la tuya?

Esta familia se puede parecer a muchas. No necesariamente a la mía o a la tuya, o tal vez sí, un poco, en el fondo. Es una familia donde conviven varias generaciones en una misma casa, donde los hijos rebeldes con causa intentan dinamitar las estructuras de poder y enfrentarse al mundo de los adultos e imponer a su vez las ideas que los mueven a ellos, que son ideas que a su vez contradicen al mundo anterior, al mundo de los adultos. Creo que son elementos que están presentes en casi todas las familias del mundo, estas pugnas por el poder, estos micro conflictos familiares, que a veces se coinvierten en macro conflictos, esta idea de hasta dónde manejar los hilos de una familia, hasta dónde nos rompen; qué nos une, más allá de un vínculo biológico, más allá de las tiras de un ADN al cual todos estamos atados dentro de una estructura familiar.

Siempre la familia ha sido un tema central y circular dentro de mis obras, vuelvo a él una y otra vez, es una de las estructuras que más me ha gustado analizar, explorar, para explotar dentro de mi trabajo, y que creo que va a ser uno de los epicentros de mi poética, si se podría decir de esa forma. Creo que en ese espejo, en el espejo de esa familia rota, descompuesta, rodeada por moscas, se pueden mirar muchas familias en sus construcciones y deconstrucciones, porque siempre un espejo critico nos ayuda a ver cuáles son nuestros modos de hacer, de pensar, de decir, ya sea dentro de una estructura grande como un  país, o dentro de una estructura más pequeña como podría ser esta.

“La tiranía de las moscas” de Elaine Vilar Madruga

¿Ya que son fundamentales en tu obra, qué papel juegan las mujeres?, ¿cuáles son sus funciones y posturas en la historia que has narrado?, ¿qué esperamos de ellas?

Siempre me ha gustado analizar los personajes femeninos, me ha gustado tratar de construir los personajes femeninos desde una visión no contemplativa, desde una visión crítica, analítica. Supongo que es el mismo proceso que hago con los personajes masculinos. En realidad no establezco muchas diferencias entre la construcción de uno u otro, pero sí es cierto que la mujer como personaje me ha interesado muchísimo; primero, lógicamente, porque soy mujer; luego, porque mi experiencia de vida o mi visión de la existencia se encuentran atravesadas por el hecho de vivir en un cuerpo femenino, en una mente femenina, en una identidad femenina también, así que, por supuesto, esta construcción de las identidades está presente en todo lo que hago, de una forma y otra.

De las mujeres que se encuentran en esta novela, que son fundamentalmente tres, se puede esperar de todo un poco. Está la mirada un poco cínica de Casandra, esta joven rebelde, iconoclasta, que se burla constantemente no solo de su familia, sino de sí misma, de sus hermanos; que intenta reconstruir el mundo, a como ella entiende ha de ser, que trata de defender su espacio de libertad, que es su deseo, que es su cuerpo, que es su libertad de elección sobre lo que le gusta, en este caso el “objeto de su deseo”, como ella le dice. Es un personaje muy libre, que identifica a la libertad. Creo que la libertad es el gran tema de la obra que estoy abordando.

Por su parte, Calia también busca una forma de libertad, que es la libertad de sentirse ajena a todo, alejada de todo, dentro de un mundo construido por lápices de colores, por crayolas, donde encuentra el mejor espacio dentro de un mundo de animales hiperrealistas, donde no desea comunicarse con su familia. También esta niña es como una  representación de la libertad en sus edades más tempranas, en ese momento en que aún no nos hemos dejado atrapar por las moscas y convivimos en el “estado dorado” de la inocencia. Luego tenemos a la madre, que es un personaje de tintes muy grises. Como autora no acabo de aceptar si es un personaje que me gusta o lo repelo, o que está a medio camino. Es una madre que defiende todo el tiempo su derecho a no amar a sus hijos; pero, por otro lado intenta amarlos para encajar en un ideal de sociedad. Todo el tiempo esta madre está intentando encajar dentro de un molde, primero de un país y luego de una familia, donde se le pide que sea perfecta, que sea impoluta, que sea la madre de fotografía, de álbum de fotos, y es un rol con el que constantemente está batallando. También desde su punto de vista, y eso sí me agrada mucho de ella, es una crítica a todo ese sistema patriarcal que nos ha intentado imponer a las mujeres, donde la maternidad es un estado o un espacio idóneo o totalmente feliz de la vida; y no es que la maternidad tenga que ser desagradable per sé, pero también hay muchas experiencias maternales o de maternar que no son precisamente un dibujo a colores. Son espacios que es necesario desacralizar para que las nuevas generaciones tengan patrones más saludables, con los cuales convivir.

Algunos usan el término “realismo mágico” para referirse a lo que cuentas y cómo se cuenta, ¿te parece correcta la etiqueta?, ¿te molesta, te gusta, aprovechas el término?

Nunca me han ocupado las etiquetas. Nunca me han preocupado. Mi literatura ha sido etiquetada de muchas cosas, bajo muchas definiciones o géneros. Creo  que las definiciones no son muy importantes para un escritor, han sido creadas para ser rotas o al menos es una carretera que merece ser cruzada una y otra vez. No me molesta el término realismo mágico, tampoco el de literatura latinoamericana, como tampoco me molesta el termino boom femenino. No son etiquetas que me sean molestas, por lo tanto tampoco las aprovecho. Prefiera que sean los lectores, los editores o los críticos, o todos a la vez, los que definan de qué va el texto.

Creo que un texto no se construye solo con la participación de un escritor, sino que es uno de los muchos roles que se cumplen a la hora de definir el espacio cambiante que es. Hay muchos otros saberes que no son precisamente los de la creación escritural los que intervienen. Por lo tanto, las etiquetas pienso que existen como una forma más o menos fructífera de calificar un texto; tal vez para su venta, para su promoción. Pero luego, en ese espacio casi sagrado de la lectura, el lector podrá hallar otras muchísimas cosas que a primera vista no aparecen.

Son marcajes útiles, para un aspecto profesional. Como autora no me importan mucho en el proceso de la creación y tampoco me importan mucho luego, cuando el libro vuela con sus propias alas y corre con sus propios pies. Pienso que puede ayudar a los lectores a ubicarlos un poco. No soy muy buena etiquetadora, no soy muy buena calificadora de mi propia obra. Debo reconocerlo. Escribo por un acto irracional que luego se transforma en racional, y sobre todo por un acto de placer. Para mí la literatura es eso. Si hubiera que ubicarle alguna etiqueta a esta novela diría que sí, que es literatura latinoamericana, podría ser una literatura joven cubana, un texto hibrido donde se encuentran o se fusionan la novela del dictador con un matiz cercano al realismo mágico.

¿Qué te lleva a la literatura, y dentro de esta, qué temas son los que te persiguen?

Primero una experiencia de vida, una familia que siempre amó la literatura desde el rol de lector, que es un rol, como te decía, activo y creador. La propia vida me llevó por el camino del arte, una vocación desde la infancia. Eso ha construido un poco a la escritora que soy. Mucho trabajo a las espaldas. El criterio de que la literatura no es una máscara, no es un antifaz que se coloca en el rostro el escritor para mirar el mundo, sino que es una forma de contar una verdad tamizada por la creación, pero siempre una de las verdades más fuertes que existen en este mundo. Es quizá el espejo más limpio a través del cual uno puede asomarse y dejar que otros se asomen para ver un refilón del alma del creador, y sobre todo del mundo de sus ideas, que es el espacio más sagrado que posee un ser humano, de cierta forma.

La escritora cubana Elaine Vilar Madruga. Foto: cortesía de la entrevistada.

Son muchos los temas que me interesan. Me interesa, por ejemplo, la familia como estructura de poder, como estructura a veces caduca de poder. Me interesa el cuerpo femenino, la identidad, la sexualidad; el sexo como poder, como moneda de cambio, el poder que juega en lo humano en la escritura y reescritura de la historia, o cómo la historia pasa a través del cuerpo humano y se refleja en este; son temas que atraviesan verticalmente todo mi trabajo o gran parte de él. Creo que van a ser temas que van a acompañar a mi obra por un gran tiempo; aunque la obra siempre está en mutación, y yo en específico cambié con el tiempo. Busco que un libro trate de no parecerse al otro. De alguna forma siento que sí, hay temas que son constantes, que son como campanadas que se repiten una y otra vez, y que a veces con diferentes variaciones aparecen en mi obra.

Para una joven escritora cubana (vuelvo con esto de “voz” y “joven escritora”, parezco un director de radio ya anciano, perdón) qué es más difícil de imponer: ¿su voz o la voz de su literatura?

Tendría que hablarte de mi experiencia, no tengo voz para hablar de mi generación, de los escritores cubanos, latinoamericanos. Te hablaré de mí. Me ha sido difícil imponer tanto mi voz como la de mi literatura. Son dos tejidos completamente distintos, pero que están muy unidos. Te hablo de La tiranía de las moscas, que vendría siendo como mi libro 41 o 43. Estamos hablando de 16 años dedicados a la literatura como carrera a tiempo completo. Con eso te puedo decir que es un montón de tiempo abocada en una profesión, en una pasión, en una vocación; por supuesto, tiempo que no ha sido malgastado, tiempo que ha sido muy bien invertido, y no me arrepiento mucho, pero sí es un saldo que ha pasado en mí. No soy la misma escritora, tenía muchas más energías y muchos más bríos hace 16 años. Tenía sueños bastante semejantes a los que tengo ahora. Creo que es una virtud no desanimarse nunca y creo que ese no desanimarse me ha llevado a este momento de triunfo, de éxito, que ha sido el premio Cálamo y la novela.

Si tuviera que elegir, siguiendo esa voz de director de radio, te diría que la voz de la literatura siempre es lo más difícil de imponer, de mostrar, de develar, de invertir. Son palabras que tienen más resonancia con el tipo de escritora y con el tipo de persona que soy. Encontrar esa voz de la escritora en que me he convertido, que es una voz mutable, que es una voz que trata de cambiar de un libro a otro; sin embargo, mantiene, por supuesto, elementos que le son comunes de principio a fin. Es una búsqueda, una lucha siempre con el lenguaje. La literatura es un acto de boxeo contra las palabras, de golpear las palabras, las sílabas para encontrar el sonido perfecto, la estructura que se asemeje lo más posible a lo perfecto, porque sabemos que el camino de la perfección en materia artística, en materia literaria, no existen. Tampoco es uno que me interesa a fondo. Pero, esa idea de boxear con las palabras, de golpearlas, de encontrarlas y que luego a través de esa herida pueda ejercerse un proceso de sanación, que través de esa herida, de ese golpe, pueda ejercerse un efecto de exploración total de la materia de la idea, es lo que más me ha interesado a mí en mi camino como escritora. Y creo que va a ser siempre la lucha, esa lucha con el lenguaje, con la estructura, con la forma, con el empaque de las palabras que a su vez da luz al empaque de las ideas, lo que siempre será el trabajo mayor.

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