La breve eternidad de Allen Ginsberg en La Habana

Los burócratas poderosos, confabulados con la policía secreta y no tanto, observaban con atención al poeta, seguían sus pasos y estaban dispuestos a no dejarle pasar una.

Foto: clavedelibros.com

“Acabo de saber lo de Antón por un telegrama y una carta de Fernández Retamar. Aquí se da por seguro que la cosa es resultado de la visita de Allen Ginsberg; si así fuera, mal asunto.”, escribe desde Paris Julio Cortázar al escritor Guillermo Cabrera Infante el 13 de abril de 1965.

Lo del dramaturgo, poeta y novelista Antón Arrufat es historia: en 1960 fundó la revista Casa de las Américas junto al periodista y narrador Fausto Masó, ambos vinculados a Lunes de Revolución, desde donde también provenía el poeta Pablo Armando Fernández, unido a Casa a fines de 1961.

Cinco años después, Arrufat fue inesperadamente cesado de su gestión. Se encontraba en Europa y al volver la revista tendría director nuevo. En su favor quedaban no pocas ediciones memorables. En una de las últimas habían colocado un par de poemas (Definición y Envío) homoeróticos escritos por José Triana que parecen ser la causa de su destitución.

Pero, ¿qué tiene que ver la suspensión de Arrufat como director de la revista Casa y la visita de Ginsberg?

Era el año 1965, no lo olvides. Con la idea de “formar” a los jóvenes “descarriados” se habían creado en Camagüey las famosas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), los campos donde las autoridades políticas reconcentraban a los jóvenes distantes de la idea que sostenían del obsesionante tema del Hombre Nuevo.

Incluso, poco antes La Habana había vivido un gran operativo policial contra pederastas, prostitutas y proxenetas. Esa redada incluyó la detención del escritor Virgilio Piñera, por quien debieron interceder jerarcas del aparato ideológico y propagandístico como Edith García Buchaca, Carlos Rafael Rodríguez y Carlos Franqui.

Según le contó un amigo a Julio Cortázar, acabado de llegar a Cuba por invitación de Haydée Santamaría –y tal vez a sugerencia de Arrufat– para que formase parte del jurado en el Premio Casa, Allen Ginsberg, en medio de una conferencia de prensa, dejó sentado que, además de ser un intelectual crítico de la sociedad norteamericana era “maricón y chupapijas”, confesión sincera, clara y llana que, en cambio, dejó atónita a la audiencia de periodistas y miembros de la burocracia cultural allí presente.

Nicanor Parra, Miguel Grinberg y Allen Ginsberg, La Habana, 1965.

Tal vez desde ese momento comenzaran los problemas para un poeta, como Philip Roth, nacido en Newark. Tal vez lo tuvieran en la mira incluso desde antes. Porque Ginsberg no era un desconocido para los lectores cubanos.

De hecho, cinco años antes había sido publicado en otro sitio donde Arrufat ejecutaba uno de los roles principales.

En 1960 Lunes de Revolución incluyó fragmentos de sus poemas “América” y “Aullidos”, traducido este último como “Alarido” en un número dedicado a los creadores en los Estados Unidos y donde mucha gente conoció por primera vez eso de: He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura…, famoso inicio del poema publicado en 1956.

De tomar como criterio extendido entre los colaboradores del magazín las palabras de Cabrera Infante en su artículo “Los escritores versus U.S.A.”, Ginsberg era el “mejor de los poetas de la generación beat” y, lógicamente, un ente problemático para los más “pulcros” revolucionarios, pues, a pesar de que se sentía atraído por lo que pasaba en la Isla, emplazaba públicamente a las autoridades cubanas sobre tabúes todavía presentes como el consumo de la marihuana o la libertad sexual.

Por todo, esos burócratas poderosos, confabulados con la policía secreta y no tanto, observaban con atención al poeta, seguían sus pasos y estaban dispuestos a no dejarle pasar una.

Después de un concierto de cantautores del felling en el Teatro Amadeo Roldán los entonces muy jóvenes poetas cubanos José Mario Rodríguez y Manuel Ballagas, ambos del grupo El Puente, fueron arrestados solo por el delito de haber compartido con Ginsberg. Otra vez, en medio de una ceremonia de santería a la cual había sido llevado debido a sus búsquedas místicas, vio con sus propios ojos cómo la policía irrumpía abruptamente y daba por finalizada la sesión.

El visitante tampoco se cuidaba en las declaraciones. El colmo para sus vigilantes debieron ser ciertos comentarios relacionados con la sexualidad del Che, de Raúl y Fidel Castro. Él mismo contó en 1972 al periodista Allen Young como terminó todo aquello:

“Me encontraba en la habitación del hotel cuando tres silenciosos soldados uniformados entraron en compañía de un oficial. Este dijo que era el jefe de inmigración, que tenía que hacer mis maletas y que sería deportado en el próximo avión a Praga. Pregunté si habían informado a La Casa de las Américas y me contestaron que no, que ya habría tiempo de sobra. No me permitieron telefonear a La Casa, que era mi anfitriona, y me llevaron a la planta baja. En el vestíbulo, le grité a Nicanor Parra que estaba siendo deportado y que ellos debían ponerse en contacto con La Casa de las Américas y avisarles. Me llevaron en coche al aeropuerto. En el camino, pregunté por qué me deportaban. El oficial contestó: “Por quebrantar las leyes de Cuba”. Y yo volví a preguntar: “¿Qué leyes?”. Él dijo: “Pregúnteselo a usted mismo.”

Pie de foto escrito por el propio Allen Ginsberg (derecha): Miguel Grinberg, editor de Eco Contemporáneo, Buenos Aires, La Habana, Cuba antes que yo fuera deportado, en enero de 1965. Foto: nga.gov.

Diez años después del suceso, Allen Ginsberg integró una legendaria gira de Bob Dylan llamada Rolling Thunder. Aunque un libro del dramaturgo Sam Shepard hay escrito sobre el hecho, los detalles los conozco gracias a que Martin Scorsese estrenó este año lo que transita estéticamente entre el documental y el falso documental y donde el poeta tiene una notable importancia.

Es uno de los primeros rostros en aparecer, y en una de esas, con su amplia barba ya canosa, su calva notable y los pies recogidos como un monje budista de espaldas al mar cuenta los motivos de la expedición: “A Bob Dylan se le ocurrió hacer una gira, en la cual mostráramos a la comunidad lo bella que son nuestras vidas, lo bella que es la vida del poeta”.

Luego se le ve cantando, recitando poemas suyos a los que pone música la guitarra mientras le anima el grupo de amigos que, en espacios como su propio departamento, se iban reuniendo al caótico estilo de la Beat Generation.

Cuenta el poeta cubano José Mario Rodríguez que en aquel invierno habanero de 1965 Ginsberg cantaba todo el tiempo; en las guaguas y en las calles, que hacía música con un címbalo que le acompañaba y que, a veces, bailaba el baile de La Habana que había aprendido ya en su breve visita de 1953, cuando sentado en un banco del Parque de la Fraternidad, escribió versos como estos que ha traducido Rogelio Fabio Hurtado:

El café nocturno -4 am

Cuba Libre 20 c:

azulejos blancos cuadrados,

luces triangulares de neón la larga barra de madera al fondo,

una gran vidriera de exquisiteces

frente a la calle. En el centro los noctámbulos de la gran ciudad bebiendo.

Testimonios de este material disponible en Netflix descubren algo más de la personalidad de Ginsberg que ayuda entender por qué escandalizó tanto en la Cuba de mediados de los sesenta. “Somos como los peregrinos porque buscamos gobernar una nación, pero con intereses diferente, pienso que Estados Unidos es el reino de la poesía”, dice.

Bob Dylan, en alguna ocasión, se refiere de esta manera al poeta: “Ver a Ginsberg era ver al Oráculo de Delfos. No le interesaba la riqueza material ni el poder político. Era su propio estilo el del rey, pero quería crear música”.

Según otros compañeros de viaje, llegado un momento crítico de la gira, a falta de recursos para mantener a la treintena de artistas, a Ginsberg y a su pareja, el poeta Peter Orlovski, le tocó cargar valijas. Vivían un momento de claro descalabro financiero, pero se imponía la experiencia del reencuentro, la aspiración colectiva de llegar a alguna parte, la necesidad de regenerarse con sus propias energías.

“Ustedes que vieron todo esto, tómennos como ejemplo, salgan y busquen su eternidad”, dijo el poeta Allen Ginsberg en 1975, diez años después de que lo echaran de La Habana, poco después de las 4 am.

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