Si revisamos la historia de Cuba encontramos que muchos de los hechos fundamentales directa o indirectamente para el devenir de este país y su gente ocurrieron en verano: muertes, revueltas, nacimientos, derrocamientos de tiranos, batallas y asaltos a cuarteles militares, carnavales, huracanes, desfiles y manifestaciones para festejar y para protestar. Pareciera una premonición lo dicho por el escritor Oscar Hurtado: “la intensidad de esta luz es peligrosa”.
No por sus efectos perjudiciales, no por sus rayos UVA hablo de ella. Me refiero a lo que significa esa luz, a la luz cualquiera que sea y como toda ella en exceso implica consigo un peligro asociado. El conocimiento mismo carga de angustia a quien lo posee cuando no puede ponerlo en práctica, o cuando de nada sirve que lo tenga disponible. El sol cae tórrido en el verano creando un ambiente abúlico, soporífero y peligroso si no se puede echar a volar la creatividad, si no tiene sentido ser creativo, vuelve la pregunta del Gigante: ¿Qué hago yo aquí donde no hay nada grande que hacer?
Si usted permanece cerca de un charco de agua, mejor el mar, afloja el ambiente con un chapuzón que puede acabar en una fiesta gastronómica gracias al consumo de frutas o pescados; pero, si en medio del asfalto se encuentra, rodeado de circunstancias que nada tienen que ver con el agua y la vida silvestre, apiñado en la urbanidad y las carencias, sus olores y sus sonidos, peligro.
Muchos escritores han reparado en ese detalle del clima y el sol. Estoy convencido de que podríamos escribir la historia de nuestros países ateniéndonos a las modificaciones del clima, de nuestras geografías. No pocos creadores, narradores o poetas cubanos han reparado en la intensidad de luz en Cuba, ha sido ánimo para la vocación del pintor, el fotógrafo que necesita las luces para develar el foco de su trabajo.
El villaclareño José Lorenzo Fuente (Santa Clara, 1928-Miami, 2017) tiene una novela en la cual su protagonista no se contiene para ofrecer pareceres al respecto: “el sol, ese enemigo”. Padece una condición que le hace evadir la curiosidad de los otros, esconderse en los umbrales: “el sol es un rectángulo blanco en mi pedazo de sala…esta luz solo sirve para descubrir mi presencia”.
Pero, “el sol es la verdad”, se dice luego a sí mismo, y piensa: “mientras más fuerte es el sol, ¿no son más fuertes las sombras que proyecta? A medida que su intensidad ilumina, decae, ¿las sombras no se dilatan a la vez hasta diluirse en la claridad ingenua del día?”
Chago (Santiago Armada, Santiago de Cuba, 1937- La Habana, 1995), que es casi un caricaturista olvidado, tiene ese historieta que tanto me gusta sobre la luz y la sombra, incluida en aquel hermoso libro que se titula: El humor otro. “Al medio día la sombra se esconde debajo del hombre”.
El sol para enfrentar en la hora de la muerte, el sol castigando la cabeza del de la tribuna hasta someterlo, el sol haciendo que uno se dilate en el suelo, como la sombra que se va encogiendo hasta apenas existir, desaparecer.
Quién quiere una sombra, aunque sea suya, si esta es el símbolo de lo que no corresponde, es la imagen oscura de uno mismo en el arquetipo. Cualquiera, porque la sombra, sin embargo, es la prueba del existir.
“Vivo entre formas luminosas y vagas que no son aún la tiniebla”, escribía Borges cuando elogiaba a la sombra, y otro poeta vecino, Gonzalo Rojas, estaba seguro de que “la sombra es lo que el cuerpo deja de su memoria”, pero “el sol es la única semilla”.
Interesante y reflexivo escrito