No puedo recordar quién lo puso en mis manos, tal vez haya sido algún familiar, amigo o un librero en ese deambular por librerías durante el periodo especial, cuando, buscando orientar mis lecturas de adolescencia e intentando pensar en algo que no fueran las necesidades, iban organizándose mis primeras lecturas de narradores cubanos. Solo sé que de ese modo cayó en mis manos un libro de Onelio Jorge Cardoso, de quien no repito epítetos porque me disgustan las grandilocuencias.
Basta decir su nombre y lo ubicamos ya entre los grandes escritores cubanos, una clase de cuentista de quien lees un relato y te queda un gusto, una sensación, un efecto. En mi caso este es un medidor suficiente, basta que quede una leve impresión ligada más a los sentidos que a la razón para que ubique al libro y al escritor en un lugar privilegiado entre mis preferencias.
Por alguna casualidad he vuelto a releer algunos cuentos de Onelio Jorge Cardoso y las sensaciones de aquellas lecturas iniciales regresaron de golpe. Sucedió esta semana, cuando vino a mis manos un libro que hacía siglos no hojeaba. Entonces me vi obligado a repasar algunas de las más clásicas narraciones suyas contenidas bajo el título de Cuentos Completos (Ediciones R, 1962).
La edición es sencilla, pero encierra el atractivo de su presentación: tiene diseño de Tony Évora y dibujos, también en su interior como separadores, especialmente diseñados por el pintor René Portocarrero en 1961.
Antes de que este libro de 229 páginas llegara a librerías, su autor, con 48 años, tenía tres obras publicadas (una en México y dos en Las Villas, la última de ellas en 1960). Su prestigio estaba sustentado con premios como el Nacional de Literatura Alfonso Hernández Catá, de 1945. El Hernández Catá era un certamen de gran prestigio en su época y también había ido a las manos de grandes narradores como los cubanos Lino Novás Calvo y Carlos Montenegro, o el dominicano Juan Boch, porque su convocatoria era internacional.
Cuentos completos incluye la narración con la cual Cardoso mereció esa distinción, “Los Carboneros”, una historia que muestra la maestría narrativa de su autor, su gusto por reproducir el tono de la narración oral mediante la cual ofrece uno de sus temas reiterados: la lucha del hombre de campo por su sobrevivencia, la tozudez del hombre ante su circunstancia.
De todos estos relatos disfruto los olores a salitre, manigua, guácima y carbón y me dejo llevar por imágenes como la del caballo de coral que cabalga por debajo de las aguas y que el narrador solo ve al final de la historia y de una manera que no he de revelar por si acaso no lo han leídos los lectores de por aquí.
Nacido en Calabazar de Sagua, municipio de Villa Clara, y ligado por mucho tiempo a la radio, Onelio Jorge Cardoso murió en La Habana en 1986, en el mismo mes en el que había nacido: mayo. Pareciera un hombre del pasado, pero no.
En la promoción de su obra ha ayudado mucho el Centro de Formación Literaria que lleva su nombre, el muy célebre entre los escritores “Centro Onelio” que fuera impulsado durante tantos años por el escritor Eduardo Heras León.
El espíritu de ese lugar, su taller de técnicas narrativas y una magnifica revista de la cual no he sabido nunca más, han sido elementos claves en la conservación de la memoria de este autor e, incluso, la modernidad que estos espacios emanan le confieren una especie de actualidad al autor del que tomaron el nombre para fundar su propio legado.
Además del meritorio y gran esfuerzo de sumar en la formación del talento literario (sea cuestionable o no el tema de los talleres), la propia revista, cuyo nombre es El cuentero, aludiendo otra de las narraciones antológicas de Cardoso, merecería ya un análisis en sí por su calidad, severidad y belleza estética. Espero sigan editándola, porque era una de esas rarezas impresas que en este mundo siguen apostando por la literatura.
https://twitter.com/CentroOnelio/status/1334158694779654146
En ese revisitar los Cuentos Completos, de Cardoso, di con datos interesantes, por ejemplo, el año pasado se cumplieron sesenta de haberse publicado relatos como “Caballo de coral”, “La lechuza ambiciosa” y “Memé” , historias muy representativas de su obra que pronto pasaron a ser clásicos de su autor, un exponente de altura de eso que se llama “cuentística”.
Leí hace tiempo de Mario Vargas Llosa una anécdota en la cual, más que tomar el nombre de Onelio Jorge Cardoso como objeto de burla, lo pone a la altura de su estirpe.
Cuenta el peruano que tras haber peleado duro como jurado para que el Premio Biblioteca Breve fuera a manos de Guillermo Cabrera Infante por lo que sería su Tres Tristes Tigres, se encontraba él un día en los estudios de Radio Francia Internacional, donde trabajaba, cuando recibe una llamada telefónica.
Al responder, del otro lago una voz le dijo sin presentaciones: “Soy Onelio Jorge Cardoso, nos conocimos en La Habana, ¿te acuerdas?”, y seguido, la pregunta: “¿Por qué le dieron el premio al antipático de Cabrera Infante?” Vargas Llosa arguyó que su novela era la mejor, pero, según cuenta, ratifica en la conversación las palabras de aquel desconocido respecto al “carácter antipático” del autor cubano, sin ofrecer más detalles.
Sólo agrega que, publicado Tres Tristes Tigres, Cabrera Infante le entregó en persona un ejemplar con una dedicatoria irónica: “De un tal Onelio Jorge Cardoso”. Creo que la anécdota muestra el gusto del novelista por las bromas telefónicas, de las que habría decenas de ejemplos por relatar; sin embargo, considero que la apropiación de la identidad de Onelio Jorge Cardoso no fue casual. Nada es casual en su obra. Cardoso era tenido ya como uno de los narradores más destacados en la literatura cubana e iberoamericana, y eso lo comprendieron tanto Cabrera Infante como los escritores de su generación.