Padilla, símbolo de un conflicto

Heberto Padilla, en los sesenta. Foto: Mario García Joya.

Cuando empezaba a estudiar el magazine Lunes de Revolución entrevisté al ensayista Ambrosio Fornet. Recuerdo nuestra conversación en su departamento. Se abría una puerta y enfrentaba uno la vastedad del mar. El tema también era como el océano, amplio, diverso e ignoto. En la conversación sobre el “quinquenio gris”, y lo que se conoce como “Caso Padilla”, que ahora ha cumplido 50 años, me dijo: “el Caso Padilla pudo haber sido el Caso Antón, el Caso Pablo Armando, el de cualquiera de nosotros”. A Fornet fue al primero que le escuché la frase.

Luego, el poeta Pablo Armando Fernández me aseguró algo que sustenta la idea: “la cosa era acabar con nosotros”. Bajo esa realidad, debido al auge de una de las tantas tendencias de pensamiento, vivas y con poder en la Revolución, y de la que ya estaban bajo aviso desde hacía por lo menos unos seis años, no solo cayeron en un estado de cautela que al propio Fernández le hizo deshacerse de la correspondencia con Guillermo Cabrera Infante, entonces en un exilio asumido como tal desde sus respuestas al escritor argentino Tomás Eloy Martínez  en junio de 1968, pero que antes había sido su amigo y compañero de Lunes.

“¿Tenía miedo de ir a la cárcel?”, pregunté a Pablo Armando, que algunas veces aceptó conversar de estos temas conmigo. “No tuve miedo, pero tenía que protegerme”, dijo y refirió sus hijos, su esposa “que ya había perdido un negocio” en Estados Unidos por seguirlo cuando regresó en 1959, y porque sentía que era quien “la había pasado peor” de entre aquel grupo vapuleado en 1961 y 1968, cuando se vio sin trabajo y luego fue castigado a trabajar a una imprenta de la cual salió gracias a Antonio Núñez Jiménez.

Padilla junto a Roque Dalton y Guillermo Rodríguez Rivera. En 1966. Foto: vía El País.

Ya desde 1968, mucho antes de que Heberto Padilla (Puerta de Golpe, 1932-Alabama, 2000) fuera detenido por la seguridad del Estado en marzo de 1971, la situación había sido pésima, moral y materialmente hablando, para él y para los sobrevivientes de Lunes. A diferencia suya, algunos sí estaban verdaderamente “fuera de juego” como también me advirtió el narrador y periodista Luis Agüero, quien había solicitado su salida del país siempre negada. Se hallaba en un plan agropecuario en el poblado de Aguacates cuando el alboroto en la Uneac por la premiación de un libro de Heberto y otro de Antón. Entonces, tanto a Agüero como a los demás Leopoldo Ávila los fustigó desde la revista Verde Olivo llamándoles “una piña” de “caínes”, sin méritos “más que los que ellos mismos se atribuían”.

A Antón Arrufat, fundador además de la revista Casa de las Américas, le habían cesado de la organización de esta a mediados de la década, produciendo cierta decepción en no pocos intelectuales extranjeros. Uno fue Julio Cortázar, honesto y sensato, por lo tanto crítico. Alguna vez confesó que Antón, Calvert Casey y a Edmundo Desnoes (todos ligados a Lunes) eran responsables de que él hubiera entrado “tan hondo” en la “abstracción cubana”; y respecto a la salida de Arrufat como director, escribió en abril de 1965 en una carta: “Dudo que nadie haga la revista mejor que Antón, pese a que estimo a Retamar y no dudo de que será muy eficaz.”

Una de mi tesis en ese libro1 —sin demasiadas tesis— sobre aquel magazine es que en 1968, seis años después de palabras a los intelectuales y tres antes del “caso Padilla”, se concretó una especie de ajuste de cuentas con el grupo de intelectuales, entre los que estaban Guillermo Cabrera Infante y Virgilio Piñera. Padilla es parte de ese ajuste de cuentas, aunque a estas alturas se sabe que su caso superó un conflicto en el que Carlos Franqui, dada su idea de un socialismo más democrático y porque se manejaba la idea de que quería controlar los medios culturales, parecía el verdadero problema debido a la influencia y poder real alcanzado por Revolución.

Padilla es uno de los grandes poetas salidos de Lunes de Revolución, como me corroboró Arrufat cierto día, uno de los que había mantenido una actitud insurrecta e irreverente, propia de su estilo, visibilizado por décadas en radicales e irónicos artículos de prensa y contundentes poemas como los que integran el libro de su primer polémica: Fuera de Juego. Se trata, según otros criterios, de uno de los intelectuales de alguna manera protegidos por el Che Guevara y quien en determinado momento, además de haber pertenecido a Prensa Latina, llegó a ocuparse de una empresa importadora de libros, Cubartimpex.

Por eso su detención fue un parteaguas entre la revolución y algunos intelectuales, no solo europeos, sino de todas las latitudes, de lo contrario no se explican los largos y juiciosos artículos de Ángel Rama o las confesiones de Ricardo Piglia, quien los refirió en sus diarios, o en los de Emilio Renzy, por ejemplo, las dudas que asaltaron a quienes apoyaban la Revolución desde Argentina. Desde entonces Padilla ha centrado cientos de discusiones. Para nadie pasa desapercibido, y ahora mismo ha habido un performance por el cual veinte creadores jóvenes ligados al Movimiento San Isidro y el grupo 27N leyeron su autocrítica al salir de prisión y Casa de las Américas ha vuelto sobre el asunto poniendo a disposición una serie de documentos relacionados con el hecho, incluyendo el tristemente famoso texto.

Entre lo interesante del ensayo que precede estos documentos: “Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del “caso Padilla” cincuenta años después”,  firmado por Abel Prieto, presidente de la institución, y Jaime Gómez Triana, vicepresidente, destaca, sobre todo, la reiteración de que el “caso Padilla” deja lecciones, sobre temas que siguen determinando la relación del gobierno cubano con los artistas, como “los graves daños que pueden provocar los prejuicios antintelectuales y una atmósfera cargada de suspicacia y desinformación”.

Heberto Padilla en 1969, foto de Lee Lockwood tomada su libro La Cuba de Fidel.

Esa gente “mediocre y oportunista que traicionó el espíritu unitario y anti dogmático de las ‘Palabras a los intelectuales’ de Fidel Castro”, que según dicho texto “fue responsable de los errores en la política cultural” que dio lugar al “caso Padilla” y “de distorsionar las políticas derivadas del Congreso Nacional de Cultura”, gente que sigue estando presente no de manera personal o personificada, sino como una corriente de pensamiento que, atrincherada en la realidad cubana y su perpetua, real pero tramposa situación de enemistad con los Estados Unidos, prevalece.

Padilla fue la bomba esperada que al fin estalló, parafraseando a Mario Benedetti en “Las prioridades del escritor”, pero tanto él como los demás sabían que era solo la explosión de uno de los muchos artefactos en el campo minado de la cultura destinado a producir estallidos más o menos peligrosos de vez en vez, pues existe un conflicto ya avisado que por momentos exacerba las relaciones entre creadores y políticos, o en palabras del mismo Benedetti, entre “cultura y revolución” con “candentes subtemas como libertad de expresión para el escritor, posibilidad de crítica dentro de una sociedad socialista, inmunidad o vulnerabilidad del artista”.

Además, pongo en consideración lo que aseguraba Pablo Armando Fernández, que hubo tras el caso policial serias discrepancias personales, “problemas de unas personas contra otras” más que “problemas políticos”, o que acarreaban lo político. Y es sólo lo político del “caso Padilla”, sin embargo, el punto que toman como bandera tanto quienes acusan al gobierno cubano de reprimir a los artistas críticos como quienes desde el gobierno intentan contener la crítica intelectual, promoviendo la idea de responder a intereses foráneos o de partir de principios liberales sin tomar en cuenta lo genuino de una propuesta.

El asunto luce cada vez más complicado aunque se diga lo contrario. Los avances tecnológicos han democratizado la información y permiten que proliferen puntos de vista diversos que lo enriquecen y complejizan todo; eso, además de las crisis económicas que corroe a la sociedad cubana, a la polarización del pensamiento, la banalización del debate y, del mismo modo, a la desmemoria causada por el desgaste humano y el propósito todavía evidente en muchos de reescribir Historia y biografías.

 

Nota:

1 “Lunes: un día de la Revolución cubana”, Leandro Estupiñán, Ed Dunken, Buenos Aires, 2015.

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