Las memorias de la guerra Hispanoamericana, o hispano-cubano-norteamericana, cuenta con decenas de registros. Habrá pocos como el testimonio visual que sumaron a golpe de pincel y plumilla artistas cuya sensibilidad y buen ojo captó el intríngulis humano de una contienda, de la cual pasaron 126 años este verano.
El tema me mantiene ocupado, al punto que concluyo una novela cuyo trasfondo parte de la sensibilidad de los profesionales que, inscrito en uno de los batallones de voluntarios, llegó a la isla, donde realizó una serie de esbozos que hoy constituyen el cuerpo de su obra pictórica.
Pero es un tema amplio: profesionales que por estilo, técnica y uso del color habrían de encontrar la fama en años posteriores, como los pintores Howard Chandler Christy o Frederick Remington, estuvieron entre los cientos de periodistas, fotógrafos y cineastas que viajaron al oriente de Cuba con la única intención de atestiguar el tono de una contienda.
Un fervor justicialista había ido colándose en el ánimo de la nación estadounidense mediante crónicas y reportajes escritos al calor de los acontecimientos que estallaron con el Maine. Las ilustraciones de estos artistas, sin embargo, habían ido inyectando impresiones, sentimientos, sensaciones a la imaginación del público lector desde las primeras entregas.
La fuerza de los acontecimientos, captada mediante plumilla, acuarela u óleo, transformó determinados hechos y sus protagonistas en parte de una leyenda. Narraciones nos acompañan hasta hoy y sirven para alentar el valor de la justicia o el coraje y la fuerza de la perseverancia. Tan decisiva fue la acción como la representación que fijó la escritura de la historia.
Fue una guerra trascendental. En unas pocas semanas España y Estados Unidos se disputaron el podio de las superpotencias en las postrimerías del siglo XIX; intervinieron el propio destino de los países donde se disputaban los acontecimientos, como era el caso de Cuba o Filipinas.
Entre los artistas hubo quienes arribaron al terreno como típicos reporteros de guerra, y, en ciertos casos, después de haber permanecido meses componiendo crónicas y dándole forma a escenas que habrían de ser publicadas en la primera plana de los principales diarios de Nueva York.
Frederick Remington (1861-1909) fue un dibujante y escultor neoyorquino que había descollado por el tratamiento a la figura del cowboy como resultado de sus continuos viajes al oeste de Estados Unidos, donde llegó a atestiguar los enfrentamientos de las tropas yanquis contra poblaciones de apaches en su ofensiva de dominación y exterminio. Compuso decenas de cuadros y esculturas inspiradas en estos hechos.
En su paso por la isla, mucho antes de que estallara el Maine en puerto habanero, Remington dibujó escenas inspiradas en la vida en la ciudad y captó el maltrato de las autoridades coloniales a la población civil y, especialmente, a pacíficos e insurrectos que se había exacerbado en un momento álgido de la guerra, desde su reinicio en 1895.
Formando una dupla con una estrella del reporterismo, el periodista Richard Harving Davis, Remington compuso trabajos, algunos de los que pueden encontrarse en un libro interesante como Done in the open, una compilación de su trabajo gráfico durante 20 años que llegó acompañado de textos del escritor Owen Wister.
Otro artista seducido por la guerra en Cuba fue Howard Chandler Christy (1873-1952), más adelante convertido en un exitoso pintor de influencia en la moda, especialmente por la percepción estereotipada de lo que entendía como la “nobleza natural” de la mujer, algo que expuso en libros como The American Girls, un repaso personal del ideal femenino en su país.
En los días de la contienda, en aquel bochornoso verano de 1898, la actividad de Chandler Christy se circunscribió a cubrir los movimientos de una brigada de caballería, desde donde, gracias a su paso por este conflicto y a la adulación de la prensa que lo rodeaba, sería catapultado a la presidencia de los Estados Unidos Teodoro Roosevelt. Como el propio Remington, aprovechaba los momentos de sosiego para componer esbozos de generales u operaciones en el terreno, hoy entre sus más conocidas escenas.
Pero, de entre estos artistas, solo unos pocos dejaron testimonio desde la perspectiva del soldado común, esa figura para quien la guerra es algo más que una ambiciosa pretensión profesional, política u económica, pues la mayoría de las veces se ve movido por la mera necesidad de la supervivencia.
Fue el caso del neoyorquino Charles Johnson Post (1873-1956), quien con poco más de veinte años formó parte del 71 Regimiento de Infantería de Nueva York, una estructura militar que existía desde la guerra de Secesión y que en playa de Siboney inscribió su primer desembarco militar aquel verano de 1898.
Johnson Post, que había sido ilustrador de prensa en uno de los periódicos más influyentes e importantes de ese momento, llegó a escribir en la mayoría de los periódicos y revistas de la ciudad; pero en sus días de servicio, solo tomó apuntes y esbozó escenas que perfeccionaría luego para conformar su obra, dispersa e integrada hoy por una serie de acuarelas y óleos.
De estos trabajos, algunos fueron publicados en forma de esbozos en magazines como American Legion Monthly. Otra parte fue recogida en un libro que vio la luz años después de su muerte bajo el título de The Little war of private Post, una especie de diario de campaña, pero también una curiosa crónica moral en la que se dejan apuntes sobre el ser humano y su contexto.
Aunque no se atestiguan demasiados cubanos en sus pinturas conocidas, a Johnson Post se deben algunas valiosas reflexiones sobre los mambises. Sus palabras constituyen una peculiar visión sobre un ejército por momentos visto como mero lazarillo de las tropas invasoras. Robert Freeman Smith le dedica todo un capítulo a las observaciones de Johnson Post de su libro Background to Revolution, pues pocos valoraron la valentía de aquel ejército de hombres harapientos cuyo carácter algunas veces parecía ser lo único amable en medio del clima salvaje.
Personas en acción, individuos en la batalla, vacilantes, desmejorados, llenos de miedo y coraje por supervivir; personajes anónimos cuya vida la historia ha licuado. Todo ello fue captado por estos artistas o ilustradores de la guerra, sobre quienes seguiré contando detalles en próximas entregas de esta columna.