Getting your Trinity Audio player ready...
|
Todo comenzó con una entrevista a Fernando Pérez. La vi desde mi laptop, mientras las redes se llenaban de referencias al tema. No me detuve en comentarios ni recomendaciones, pero me interesaba saber de qué había ido la conversación, qué reflexiones traía esta vez el cineasta.
Pérez, director de filmes como Clandestinos, Madagascar o Suite Habana, Premio Nacional de Cine y miembro de la Asamblea de Cineastas de Cuba, fue invitado al espacio La sobremesa, de La Joven Cuba. En la charla, disponible en YouTube desde el 24 de agosto, volvió sobre frases que han estado durante décadas en el centro de las discusiones artísticas en el país.
¿Por qué en Cuba no existe plena libertad artística ni libertad de expresión? ¿Por qué un proyecto editorial, fílmico, teatral, plástico o de cualquier índole tropieza siempre con límites, muros, condiciones y compromisos que el creador se ve forzado a respetar, saltar o aceptar, y que tantas veces lo han llevado a la autocensura, al desgaste, a la desesperación o al exilio?
“El arte sin límites y muros que lo limiten es lo que puede contribuir a esa diversidad, a entender al otro”, dice Pérez, quien durante su conversación habló sobre la sociedad que espera, a la que le gustaría pertenecer y aportar como creador.
Esa sociedad, insiste, debe estar marcada por la libertad de expresión y el diálogo entre creadores e instituciones. En cuanto al presente, asegura que, en su caso, esa relación es inexistente: “Yo en este momento no hablo con la institución, a partir del no reconocimiento a la Asamblea”.
Su postura comenzó a tomar forma, tal vez, tras las censuras y la posterior clausura de la Muestra Joven del Icaic. Y se afianzó en noviembre de 2020, cuando un amplio grupo de intelectuales y artistas protagonizó una sentada frente al Ministerio de Cultura, que —entre otras demandas— buscaba derribar las barreras que todavía limitan al arte.
“Nuestro cine será libre o no será”: ¿Qué es la Asamblea de Cineastas Cubanos?
Pérez fue uno de los intelectuales que acompañó a los jóvenes en su breve encuentro con las autoridades. Cuando estas accedieron a recibirlos, escuchó la promesa de un diálogo, una oferta reiterada, pero incumplida años después, cuando otro grupo de artistas protestó por la censura del documental de Juan Pin Vilar. Entonces, y nuevamente, el diálogo terminó en el fracaso y la postura de Pérez quedó fijada.
“O uno existe como es, con todo lo que uno significa, o no existe, no puede haber dos Fernando Pérez (…) No solo (está) el Premio Nacional de Cine, sino el representante de la Asamblea de cineastas; y mientras que ese no sea reconocido, el otro tampoco existe”.
Pérez, convencido animador del cine independiente, asegura que el diálogo solo emergerá cuando exista un cambio de mentalidad en la oficialidad cubana: un cambio radical y franco que permita, al fin, el nacimiento de una nación sometida durante tantos años al corsé de la ideología. Está convencido, además, de que ese momento llegará inevitablemente con las nuevas generaciones. Hace tiempo se vienen forjando en la sensibilidad de muchas personas las condiciones para ese renacimiento.
En su conversación con La Joven Cuba, Fernando Pérez se refirió a la censura y a sus ejecutores: esos rancheadores del pensamiento cuyos sabuesos olfatean, babeantes, la carne suave para desgarrarla con colmillos vampíricos. También habló, de alguna forma, de la difícil realidad del artista cubano, tantas veces emboscado por el cuestionamiento moral de quienes, creyendo conocer la isla tras pasar unos meses en ella, se sienten con el derecho de exigirle compromiso y deberes.
Pensaba en las palabras de Fernando Pérez, incluso tarareaba aquella canción de Jarabe de Palo, Primavera que no llega, primavera que no llega…, cuando supe de la muerte del historiador Eduardo Torres Cuevas. Ese hecho me llevó a enlazar ideas que ya venía rumiando.
Mañach como pretexto para recordar dos libros que le investigan
Recordé que conocí personalmente al historiador cuando era director de la Biblioteca Nacional. Me contactó entonces para colaborar en un proyecto que tenía entre manos: la digitalización de la colección de Lunes de Revolución. La historia es larga, pero importa aquí porque ocurrió poco antes de otro hecho significativo, cuyo centro fue un congreso en el que Torres Cuevas tuvo gran influencia.
Como uno de los organizadores del congreso de pensamiento de las Romerías de Mayo (Memoria nuestra), el historiador facilitó que, en una de las jornadas inaugurales, se produjera un hecho novedoso que alarmó a los funcionarios presentes; muchos de ellos, por cierto, jerarcas hoy en importantes instituciones de la cultura cubana.
Ese hecho fue protagonizado por el fallecido académico y ensayista holguinero Rigoberto Segreo, a quien conocí y con quien conversé muchas veces sobre estos temas. Segreo fue invitado a abrir el congreso y, como se cumplían 50 años de las llamadas Palabras a los intelectuales de Fidel Castro, organizó su ponencia en torno a un lógico cuestionamiento a la frase: “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
Recuerdo que aquel acto protocolar se volvió un polvorín. Segreo —inteligente, humano, siempre curioso— había acertado en señalar un problema que aún hoy está en el centro de muchos males relacionados con la creación artística. Los ortodoxos del Gobierno y de la Cultura, sin embargo, no estaban dispuestos a reconocerlo.
La frase, que correspondía a un momento y fue aceptada en su contexto, terminó siendo errónea y malévolamente interpretada como política cultural. A la postre, se convirtió en uno de los mayores pretextos para coaccionar el pensamiento, desde aquella primera censura al corto PM en 1961. Fue precisamente la reacción de los intelectuales a ese hecho lo que dio lugar al primer encuentro entre el Gobierno y los artistas.
Ese encuentro suele ser recordado solo por la famosa frase. Sin embargo, pocas veces se mencionan las palabras de los intelectuales, alegatos de una vigencia sorprendente, pronunciados entonces con valentía, sinceridad y una lucidez que aún hoy iluminan.
Ayer conversaba con unos amigos sobre la triste realidad cubana, sometida por la política y la carestía. Los artistas cubanos, los que se mantienen en la isla, se encuentran asediados por esa realidad, que se ha vuelto carencia por todas partes. Una realidad despiadada, que golpea una y otra vez al contrincante que sangra, arrinconado en la esquina, esperando apenas un respiro para intentar ripostar.
Recuerdo un comentario hecho en Facebook en julio por el crítico de cine Juan Antonio García Borrero: “Ya no hay intelectuales que salgan a debatir. Hoy domina la estridencia que busca con urgencia los likes que desaparecerán de la memoria casi de inmediato”. ¿Dónde están los intelectuales de este país? Los que deben ser críticos cuando es necesario hacerlo, los que deben alzar la voz en los medios para que todo el pueblo los escuche. Al menos sabemos que Fernando Pérez está allí, recorriendo las calles de La Habana, donde se siente responsable de todo lo que sucede.