Además de entrar en detalles sobre la vida del cantautor, poeta y escritor canadiense (si fuera necesario desglosarlo) Leonard Cohen, me enteré de situaciones y costumbres que antes desconocía y por las cuales estoy escribiendo este texto. Además, gracias al documental de Nick Broomfield “Marianne y Leonard: palabras de amor” descubrí también el desorbitante encanto de una isla griega llamada Hydra.
Se trata de un pequeño y montañoso islote ubicado en el Golfo Sarónico, en el Mar Egeo, al cual debe Cohen mucho de su personalidad; y su obra, compuesta por discos y libros, el nacimiento de algunas de sus grandes canciones. Por lo que comenta uno de los entrevistados para este material de una hora y casi cuarenta minutos, desde los tiempos en que el cantautor canadiense residiera en Hydra hasta la fecha mucho ha variado allí.
Ya no puede pasarse un mes en Hydra por menos de mil dólares como en los años sesenta, dice el escritor Don Lowe, amigo de ambos y residente peculiar desde los años sesenta. “El lugar se ha llenado de millonarios”, advierte, pero sus aguas siguen cargadas con el mismo azul con el que, según las fotografías de todas las épocas, parecen cargadas desde el inicio de los tiempos mientras por sus callejuelas empinadas y estrechas suben las arrias de mulos llenas de productos.
“Vengo de un país que está bajo la nieve seis meses al año y me encontré con esta isla soleada”, dice Cohen en un audio de archivo refiriéndose a su llegada a Hydra: “Me bajé, conocí a una chica y me quedé.”
Aunque tenía una relación y un pequeño hijo, el encuentro entre Cohen y la noruega Marianne Ihlen fue un choque de energías destinadas a confluir en algún momento, más o menos como lo describen ambos en el documental. También sus amigos dan testimonio de la relación poética, abierta, limpia y profunda que mantuvieron durante algunos años.
“Marianne no era una intelectual, pero finalmente se convirtió en una. Las mujeres tienen una habilidad fascinante para hacer muchas cosas a la vez”, dice Don Lowe una especie de asceta que, por épocas, vive solitario y por otras acompañado de mujeres, siempre en la pequeña casa que él mismo se fue construyendo a lo largo de los años en la Isla desde los tiempos en era habitada por artistas como Cohen y musas como Marianne.
Cohen vivió unos ocho años allí, acompañado la mayor parte del tiempo de Marianne, una chica rubia que encerraba la belleza y todo lo liberal de sus años de juventud. A su inspiración debe el trovador una de sus grandes canciones: “So Long, Marianne”, incluida en el primer trabajo discográfico, de 1967: Songs of Leonard Cohen.
En el documental puede vérsele interpretándola muchas veces, algo habitual después que abandonara Hydra para dedicarse por completo a la carrera como cantautor a la que llegó sobreponiéndose al miedo escénico, al terror de las multitudes. Yo era un guitarrista indiferente. Solo me sabía unos cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos, bebía y cantaba, pero nunca me vi como un músico o un cantante, más o menos contó Cohen en su discurso cuando le entregaron el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 2011.
“Caminábamos por la playa, nadábamos desnudos, bebíamos vino griego y éramos muy felices hasta que un día me dijo: Marianne me voy a New York a tocar mis canciones para Judy Collins”, se escucha decir a Marianne en el documental de 2019.
Esa ruptura, a la larga, acabó con la relación dada la naturaleza del cantautor bastante bien descrita. Los testimonios y las imágenes de archivo la recomponen. Por ellas vemos el color del éxito, las búsquedas espirituales de un hombre que pasó seis años realizando tareas comunes de jardinería o servicio en un monasterio de donde salió convertido al budismo y con serios problemas financieros ya que su fortuna había sido dilapidada por una amiga.
Entonces, hizo lo único que sabía: con 65 años y unos nueve discos grabados volvió a los escenarios en giras que cada vez fueron más largas y nutridas de público. Cuando se presentó en Oslo, allí estuvo Marianne invitada especialmente. Desde uno de los primeros asientos del teatro, volvió a escuchar su canción.
Años después, cuando yacía en un hospital a causa de leucemia, el productor Jan Christian Mollestad, amigo común y a petición de Marianne localizó a Cohen para hacerle saber la noticia. Fue así que en menos de dos horas su musa de Hydra tuvo un mensaje del poeta y cantautor.
“Querida Marianna, estoy tan cerca de ti que si extiendes tu mano podré tomarla”, dice, y en el documental, mientras, se puede ver el momento en que ella, aun en una cama de hospital y sin perder su humor y alegría, escucha decir a su antiguo amante: “este viejo cuerpo me está abandonando como lo está haciendo el tuyo. Nunca he olvidado tu amor y tu belleza, pero eso ya lo sabes. No hace falta que lo diga. Te deseo un buen viaje, querida amiga. Nos encontraremos al final del camino. Con amor y gratitud eternos, tu Leonard”.
“Eso es muy hermoso”, dice ella, y todavía hace un chiste del que los que la rodean se ríen. Fue en 2016. Leonard Cohen no la sobrevivió demasiado tiempo. Ese mismo año su muerte sorprendía a sus seguidores del mundo. Ya eran millones y cada uno de ellos sabía de Marianne por la hermosa canción.