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Buenos Aires, enero 30 de 2025, pasadas las 4 de la tarde.
“Argentina es un lugar de tráfico, las cosas que hay aquí se llevan finalmente a Estados Unidos o a Europa y se venden allá”. La mujer que lo dice está sentada delante de mí. A veces hace unas breves pausas en su plática, pero generalmente suelta sus frases de corrido.
La observo en su explicación, y ella agrega: “Lo que más se vende en estos momentos son piezas arqueológicas, o algo así”.
Me interesa esto que dice. Hablamos de robos y falsificaciones de arte. Hay una tercera persona, el pintor Pepe Franco, pero la mayor parte del tiempo prefiere escucharla a ella, como yo, que me limito a hacer preguntas, breves comentarios, anotaciones.
Sigue la mujer: “Hay pequeños robos que ocurren en iglesias y museos, son cosas chiquiticas, para vender. Lo que sale en una iglesia o este tipo de lugares te lo venden por drogas, o te lo cambian por cualquier cosa. Son piezas del XVII o del XVIII que no aparecen más”.
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Ella se llama Claribel Terré Morell y en lo que la escucho pienso que si la Interpol nos estuviera espiando, por ejemplo, si lo hiciera mediante un sistema de monitoreo telefónico de alta sensibilidad podría llegar a la conclusión de que somos cacos planeando el siguiente asalto.
Leo una cita de Gerardo Damián Vogel, jefe de la Interpol en el país donde nos encontramos: “En Argentina hay mucho falsificadores, son muy productivos y falsifican autores de muchísimo renombre”. Sus palabras aparecen recogidas en el libro Traidores del arte, editado por Óperaprima en 2024.
Dice Terré Morell: “Lo que te puede dar una agencia de seguros aquí es muy poco, así que como buen coleccionista aseguras en el extranjero”.
No temo que alguien de la Interpol nos escuche, porque las voces avanzan inmersas en la melodía de música cubana de los años cuarenta, o cincuenta. Reparo que podrían haber sido los mismos sones, guarachas y chachachás que sirvieron como telón de fondo a la mafia que campeaba por La Habana.
“El precio de una obra de arte depende de muchas cosas; por eso está tan acentuada la idea de que el arte sirve para lavar activos”. La cadencia de la mujer es suave, y la forma de pronunciar cada palabra devela no solo que viene del occidente cubano, sino que se trata de una persona prudente en lo que responde.
Dejo de mirar a Claribel para dar un vistazo el lugar. La puerta por la que minutos antes accedimos está cerrada. Al surcarla, instado por Pepe Franco, había tenido que agarrar un arco, colocarle una flecha, apuntar e intentar tres veces hasta clavarla en la diana, ubicada unos cuatro meros una pared a la derecha.

Hay cuadros en las paredes, estanterías con piezas en proceso. El estudio del pintor Pepe Franco, quien, como dijera el poeta Alex Fleites al presentarlo en entrevista, “desde 1983 se viene haciendo un nombre en la vanguardia del arte” cubano, tiene una gran ventana desde donde se ve la ciudad.
Pero nadie nos puede observar a través de en ella, así que podemos seguir la charla con confianza.
“Robar una obra de arte muy conocida es muy difícil, porque no la puedes vender. En estos momentos si se roba algo interesante es para pedirle al seguro que tienen esas obras en las agencias aseguradoras. Muchas veces se usa pedir rescate”, dice ella.
Claribel Terré Morell es periodista y escritora cubana. Nació en 1963, en Cienfuegos; se nacionalizó en Argentina, país donde vive desde hace uno 30 años. Se especializa en arte y su último libro ha sido Traidores del arte, aunque cuenta con obras como la que relata la vida del excéntrico Félix Peyrallo (La muerte está servida, La Bohemia, 2006) y algunas novelas entre las que cito Archivo de guerra para mujeres decentes (Culturales Hierva Buena, 1997).
Su más reciente proyecto, cuenta, nació como podcast, llegó a las páginas impresas de la revista Ñ, del diario Clarín, y devino esta agrupación de 18 textos en poco más de 170 páginas, donde se da cuenta de la extrañeza que también puede caracterizar al mundo del arte. Allí, artistas, coleccionistas e historiadores confluyen en ideas tan exóticas como las piezas en sí mismas.
Presentados como un mix de textos que fueron originalmente producto de audio, es decir, sencillos y elementales, los trabajos recogidos en este libro ofrecen una lectura amena y prometen proyecciones delirantes a quien le interese el asunto. Hay entrevistas como la de Luis Emilio Onfray, “quien protagonizó el robo de arte más importante de Chile”, o la de Diego López Rivera, nieto de Diego Rivera, quien habla de las falsificaciones a la obra de su abuelo.
“Hay una teoría que dice que el 40 % de lo que está en los museos es falso, lo cual es muy cuestionable”, dice Terré mientras Pepe Franco ameniza con anécdotas relacionadas con su propia experiencia profesional. También trae a colación el recuerdo de referentes como Wifredo Lam, pintor al que recuerda haber visto por última vez en una cama de hospital.
“En Cuba hay cuatro o cinco pintores que superan el millón de dólares en una subasta. En Argentina no hay ninguno”, dice Terré Morell. Me interesa este particular, así que le pido detalles. Entonces habla de obras de Lam, Cundo Bermúdez, Amelia Peláez, René Portocarrero, “tal vez los artistas de quienes más piezas se han falsificado” en la isla.

“En algunos casos hay falsificaciones muy buenas. Tenemos el caso de las obras de Portocarrero o Amelia Peláez. En un momento se hicieron falsificaciones que se vendieron, sobre todo, en Estados Unidos”.
En las páginas de Traidores al arte se recuerda el caso de robos extraordinarios y se advierte de insólitas colecciones, que van desde mechones de vellos púbicos hasta el pene de Napoleón Bonaparte. Nadie y nada escapa al enigmático egoísmo de un coleccionista.
Una colección de vellos púbicos que perteneciera al venezolano Francisco de Miranda fue incinerada en 1926 dada la “necesidad” de “acabar” con aquellas huellas “vergonzosas”, según se lee en el libro. Incluía muestras de vellos púbicos de mujeres de notable alcurnia, como la emperatriz Catalina de Rusia, conocida como “la grande”.
En una carta de Miranda a Catalina, fechada en agosto de 1787 y no incluida en el libro, aunque disponible para quien se interese en esta relación, no se hace referencia a tan exótica costumbre o a la relación íntima que la motiva. Sin embargo, deja claro que se trata de una persona que agradece por los “favores y bondades” recibidos en país extranjero, y ante el “gran e interesante asunto” que allí los juntó, se define como “un hombre sincero que no busca en todas estas gestiones sino el beneficio y la felicidad de los demás.”
En el libro se incluye la anécdota de unos mechones de pelo del Che Guevara adquiridos por un librero y coleccionista texano, o de un artista del cubismo que nunca existió más que en la literatura del escritor Max Aub, aunque la realidad, como se sabe, supera con creces a la ficción.
En cuanto al mechón de cabellos del guerrillero, los había cortado el agente de la CIA Gustavo Villoldo y cuando la Heritage Auction Galleries anunció la puja, que acabó cerrada en 1500 dólares, desde Caracas pidieron información al respecto. Se lee en el libro: “Supuestamente, [Hugo] Chávez intentó adquirir el cabello del Che para devolverlo a su familia, pero no lo hizo. No se conoce de ningún intento hecho por parte de Cuba”.
“Que se meta con robos y falsificaciones, no hay mucha gente. Es un tema sensible.”, cuenta Claribel Terré Morell.