Ahora que en las redes sociales proliferan las identidades falsas, perfiles capaces de intimidar, engañar o confundir a quien permanezca ajeno a las truculencias de los intereses subterráneos, recuerdo un perfil falso célebre desde hace 52 años, que aún se recuerda en ciertos ambientes literarios, académicos e intelectuales.
Aunque, para decirlo de manera correcta, no llega a ser este un perfil; se trata solo de un nombre y un apellido: Leopoldo Ávila, seudónimo que fue famoso a las puertas del Quinquenio Gris. Han existido apuestas referidas a su verdadera identidad, sin embargo, nadie ha logrado pasar de las suposiciones, por falta de una prueba contundente.
Creo que el nombre más repetido como actor detrás de la máscara ha sido el del ensayista José Antonio Portuondo, según explica, por ejemplo, la investigadora Lourdes Casal en su libro El caso Padilla: Literatura y revolución en Cuba (Ediciones Nueva Atlántida, 1971).
Sin embargo, muchos más detalles hacen pensar en Luis Pavón, otro de los que siempre se apuntan cuando se toca el tema. Para el momento en que se suceden las críticas de Ávila, algunas veces asumiendo la voz de Verde Olivo, arrogándose el carácter de portavoz de la revista, Pavón se desempeñaba como su director.
Estos pequeños detalles lo ubican más cerca de Ávila que cualquier otro funcionario o intelectual, sobre todo porque la política cultural anunciada en aquellos textos con los que terminó el año 1968 coincide con la que se puso en práctica poco después, pasado el no menos famoso Primer Congreso de Educación y Cultura, de 1971, cuando ya él estaba al frente del Consejo Nacional de Cultura.
Quienquiera que hubiera sido el verdadero Leopoldo Ávila, su actuar no se concretó en redes semejantes a las que permite hoy la Internet, aunque se presentó desde un espacio no del todo popular, pues Verde Olivo ha sido una revista pensada para los miembros de las Fuerzas Armadas, institución lo suficientemente poderosa como para intimidar a quien se lo proponga. Aun más en un momento como aquel, cuando Cuba comenzaba desde marzo una nueva radicalización, con la Ofensiva Revolucionaria. Poco antes, en enero, se había sabido de la condena a Aníbal Escalante, como parte de los acontecimientos conocidos hoy como “Microfracción”.
El seudónimo Leopoldo Ávila se hizo famoso en noviembre de 1968, como parte de la contraofensiva hacia el escritor Guillermo Cabrera Infante, quien había dado a Tomás Eloy Martínez y a la revista argentina Primera Plana una de las entrevistas más contundentes de oposición a la Revolución cubana concedidas por alguien que había sido vocero de ella.
Advierte el investigador Duanel Díaz que, unas pocas semanas antes de publicado el texto de Ávila “Las respuestas de Caín” (Verde Olivo, 3 de noviembre de1968), ya había lanzado este su primera metralla y, aunque fuera menos divulgada, no es desestimable. Se trata de una crítica al escritor Virgilio Piñera por su obra Dos viejos pánicos, ganadora a principios de año del Premio Casa de las Américas.
Fue a partir del ataque a Cabrera Infante, en el cual arranca llamando “pedante” y “superficial” por sus críticas de cine al escritor, para ese momento exiliado en Londres, cuando Ávila se puso tremebundo. Muestra su verdadero talante, que huele a un ajuste de cuentas al grupo de escritores y artistas víctimas siete años antes de los ataques de la ortodoxia del Partido Socialista Popular (PSP) y de su facción más cercana en el 26 de Julio.
En aquellas tres reuniones de la Biblioteca Nacional, ocurridas en 1961 y hoy recordadas como “Palabras a los intelectuales”, quienes estaban ligados al periódico Revolución desde el magazín Lunes de Revolución fueron centro de una fuerte discusión y crítica, a propósito de la prohibición del corto PM, de Orlando Jiménez y Sabá Cabrera. Siguiendo ese tono, Ávila habría de referirse con desprecio al magazín, llamándole el “famoso Lunes de Cabrera Infante”. De él, con ironía, diría que “no le quedaba de la Revolución más que la R”.
Tan fuerte había sido la arremetida de la Biblioteca que, en una de sus intervenciones allí, Cabrera Infante llegó a reiterar lo advertido antes por el poeta y subdirector de Lunes, Pablo Armando Fernández: “Se nos ha dicho tantas cosas por todos lados que a uno no le queda menos que preguntarse si no sería mejor ir pensando ya la manera de pedir nosotros mismos que Lunes de Revolución dejase de existir, si es que realmente ocasiona tantos dolores de cabeza y tantas dificultades a tanta gente“.1
No era casualidad que en todas aquella diatribas de Ávila, sucedidas siete años después de la referida reunión, se mencionara tantas veces al grupo de jóvenes intelectuales relacionados con el magazín: “una piña”, según Ávila. “Caínes”, reiteraba siempre que veía la oportunidad, pues para él ninguno de ellos contaba con méritos “más que los que ellos mismos se atribuían”. No conforme, repetía que Cabrera Infante “hacía el magazín para él, no para el pueblo”.
Esas fueron más o menos las referencias sobre al magazín en aquel primer texto suyo donde arremetía contra Cabrera Infante tan fuertemente que lo llamaba agente de la CIA. Poco después, en el artículo dedicado a Heberto Padilla (“Las provocaciones de Padilla”, 10 de noviembre de 1968), que vio la luz exactamente 13 días antes de que saliera de imprenta su libro ganador del Premio de Poesía de la Uneac ese año, Fuera de juego, recordaba que el poeta había asomado “las orejas y el hocico desde las páginas de Lunes”.
Cuando a la semana se concentraba Ávila en embestir contra Antón Arrufat (“Antón se va a la guerra”, 17 de noviembre de 1968), ganador en el mismo concurso del Premio en Teatro con Los Siete contra Tebas, no se limita a llamarle “autor de poemitas extraños”, “hostiles al proceso revolucionario”, sino que recuerda cómo este escritor “es del grupo de Lunes uno de los más versátiles”.
En los siguientes dos textos, destinados a trazar pautas sobre lo que debería ser la crítica literaria, el arte y la cultura en la Revolución (“Sobre algunas corrientes de la crítica y la literatura en Cuba”, 24 de noviembre, y “El pueblo es el forjador, defensor y sostén de la cultura”, 1 de diciembre de 1968), indirecta o directamente vuelve Leopoldo Ávila a dedicarles algunos dardos mortales, como llamarles enemigos del pueblo y de la cultura.
“Los enemigos de nuestra cultura son, precisamente, esos que han destruido en más de una ocasión esfuerzos de la revolución que habrían podido ser útiles. Lunes fue un ejemplo, ya remoto, pero demostrativo”, dice.
Debe uno evocar la circunstancia y el poder detrás de una revista como Verde Olivo para sentir lo que significaban estas palabras. Hay que recordar lo que sucedió con todos aquellos escritores para comprender el efecto de unas palabras que se pintaban directas y sinceras. No solo era miedo, debía ser terror lo que los acusados experimentaron por esos días: no miedo o terror físico, como había advertido Piñera una vez, sino de otra índole, que no es por ello menos terrible, doloroso o traumático.
Notas
- Orlando Jiménez Leal, El caso PM. Cine poder y censura, 2012, Editorial Colibrí.
yo creo que este tema ya debe cerrarse creo que hemos caido en un circulo visioso constante alrededor de los tres dias de debates en la biblioteca nacional y la frase famosa que no quiero ni escribir me parece que al menos la juventud tal vez deberia conocer los debates las propuestas y no que todo termino en la famosa frase o acaso tres dias de reunion se resumen en una sola frase de Fidel la verdad que este tema es fuerte y cada cual tiene su version de los hechos pero seguimos con la pituita y la pituita y no acabamos de salir de eso.Ademas de que este tema tambien genera chisme y brete.
Creo que es difícil cerrar un tema como este. Quienes lo reabren parecen tener la ilusión de una disculpa, de que el verdugo reconozca a sus víctimas y su injusticia. Es como quien descubre que su pareja le es infiel y pretende para pasar página que lo admita… pero eso nunca llega a suceder. Es realmente triste. Yo creo que la historia pondrá a la larga las cosas en su lugar con o sin la disculpa del verdugo, y esa fe me trae paz.