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Mi hijo pequeño quiere ir a China para ver los osos panda y comer brotes de bambú. Eso lo sacó de Macha y el Oso, un animado ruso que protagoniza una niña tan traviesa como él. “China está muy lejos”, le decimos, pero él sabe que en un avión se llega bien, porque su abuela ha estado allí dos veces. Su papá y yo somos defensores de aquello que reza: “Conoce Cuba primero y el extranjero después”, tal vez porque conocer Cuba es más barato y factible. Pero también porque nos encantan las maravillas que tenemos en nuestro país.
Le hablamos a nuestro hijo sobre la fauna cubana y le mostramos fotos del majá de Santa María, del tocororo, del zunzuncito, de la jutía conga, del manatí y otros animales autóctonos. Aunque, por un momento, el cocodrilo cubano le causó fascinación, eligió la polimita como su favorito.

Le explicamos el origen del nombre en latín, que proviene del griego: polýs, que significa “numeroso, abundante”, y mítos, que quiere decir “hilo, trama”. El significado del nombre sirve para expresar la gran cantidad de hilos de colores que adornan sus conchas.
El niño propuso salir de excursión a buscar polimitas por el barrio y tuvimos que explicarle que todas las polimitas son endémicas de la región oriental de Cuba y que mucha gente nunca las han visto en su entorno natural. Le contamos que en 2022 fue elegida como Molusco del año y le ganó la competencia a otros caracoles lindos del mundo.
La polimitas son una de las grandes maravillas de Guantánamo, una provincia que amo profundamente. Las conocí de cerquita gracias a la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa. Y Jorge Ricardo las fotografió en varios viajes que hicimos juntos. Ahora podemos mostrarle a nuestro hijo esas fotos y convencerlo de que, antes del oso panda, podemos ir a ver a las polimitas al Oriente de Cuba.
Cuando era niña, mi madre tenía un collar de polimitas. En aquel entonces, aunque ella me explicó el origen de la artesanía, yo pensaba que eran caracoles pintados. Imaginaba que aquel collar era el delicado trabajo de un artista con pinceles finos. La primera vez que vi una polimita en su entorno natural fue en 2017, en Maisí. Después esa visión real-maravillosa se repitió varias veces y lo que antes era algo extrañamente hermoso se convirtió en un símbolo para mí.

El collar de mi madre aún existe. Alterna conchas de polimitas con semillas de Santa Juana. Debe tener más de treinta años. Cuando Oliver lo vio, preguntó que si las polimitas eran animales, por qué no salían caminando. “Se ven un poco muertas, mamá”, dijo, y le explicamos que esas eran solo las conchas. Entonces le mostramos una espectacular foto de su papá en la que una polimita “de verdad” me camina por la mano.

Comenzamos a pensar, entre todos, cuál es el sitio de las polimitas en nuestro imaginario popular. Nos preguntamos cuántas canciones, poemas, documentales, dibujos animados y obras de arte existen sobre nuestro hermoso caracol. No encontramos mucho a simple vista. Le pusimos a Oliver la canción de Rita del Prado y el Dúo Karma que se llama “Polimita y Chivo”. Aunque ya la había escuchado muchas veces, esta vez es que pudo asociar las palabras con las imágenes de los moluscos.
Polomita que vive en Baracoa/ se cartea con el chivo de Soroa/ él le manda un dibujo como sea/ y ella con cha cha chá lo colorea…
La canción abrió nuevos destinos para nuestras explicaciones. Tuvimos que hablarle sobre los medios de transporte, la música tradicional cubana y recordarle el viaje que hicimos a Soroa. Cuando le estábamos mostrando las fotos que hizo su papá de Soroa, dijo: “Ahí no hay polimitas, solo chivos”. Luego de esa afirmación recuperamos el rumbo de nuestro “viaje” y seguimos buscando polimitas fotografiadas por su papá.
En esa búsqueda que duró días, le contamos también a nuestro niño que es precisamente una foto de polimita la portada del primer y único libro de sus padres. Esa imagen es nuestro amuleto y representa el deseo de hacer otras travesías en familia en las que él y su hermano nos ayuden a narrar otra crónica de viaje. Le enseñamos el libro, que había visto otras veces, pero ahora cobró un significado especial para él. Le leímos la página 105 del libro, donde se cuenta la historia de “La niña de las polimitas”:
En Boca de Yumurí, subiendo por la vieja Boruga, vive la niña de las polimitas. Le dicen así porque en el patio de su casa hay un gran árbol que, en vez de dar frutos, da caracoles. Sobre las hojas verdes puedes ver posadas a las polimitas con sus colores increíbles y su fragilidad de mariposa, porque si el viento que viene del mar sopla muy fuerte, las desprende y las arroja contra la tierra.
Con sus crespos amarillos y sus callosos piececitos, la niña parece una brujita diurna, que no lleva escoba, porque prefiere ir saltando sobre las piedras. La niña de las polimitas no quiere volar, porque su magia está abajo, donde los duendes con alas no pueden llegar. Desde su altura, ella no alcanza a ver la frondosidad del árbol de los caracolillos, ni puede presenciar la maravilla del sol cuando enciende los colores de las conchas en lo alto. Su trabajo de bruja buena, es cuidarlas, no asombrarse con su belleza como los curiosos malos que llegan y le roban al árbol unas cuantas.
Ella sale todos los días al patio a rescatar a las polimitas que el viento desprende de las hojas. Si la niña no llega a tiempo las hormigas se las comen vivas y queda solo la concha, muerta y hermosa, sobre la piedra fría.
Pero ella corre ágil después del viento y la sal, hincándose los pies con el filoso pedrusco, busca a las polimitas caídas, les canta una nana y las pone dormidas sobre las hojas del árbol.
Yo no sé si cuando la niña crezca seguirá siendo una bruja salvadora o si olvidará las canciones que sólo las polimitas entienden; yo no sé si al árbol le saldrán mangos cuando los bolsillos de los curiosos se llenen de polimitas robadas. Tal vez la magia de la niña sea tan fuerte que la deje pequeña para siempre con sus crespos amarillos y sus piececitos callosos. Tal vez el filo de las piedras nunca hiera el pie de la niña de las polimitas y pueda seguir corriendo después del viento y la sal a salvar el prodigioso fruto del árbol.

El mayor reto de nuestra búsqueda era conseguir el libro “Las polimitas”, de José Espinosa y Julio Larramendi. Primero preguntamos a varias personas que podrían tenerlo. Nos dijeron cosas como: “Yo lo tenía, pero lo presté…” o “Ese libro me suena…”.
Nos fuimos hasta la Biblioteca Nacional José Martí. Y por el camino contamos los bustos del apóstol que encontrábamos. Imaginábamos hacer una foto de Oliver sentado en una de las bellísimas salas de la biblioteca hojeando el libro de las polimitas. Pero no estaba.
Gracias a Omar, el director de la biblioteca, e Ivonne, la subdirectora, logramos localizar la versión digital. La coedición de Ediciones Polymita y Ediciones Boloña fue donada junto a otros libros en formato digital por el propio Larramendi durante la pandemia.
“Las polimitas” se editó en 2013 y recibió el Premio Felipe Poey y Aloy de la Sociedad Cubana de Zoología. Es un libro hermoso, minucioso y profundo. Con él nos enteramos de que existen seis especies de polimitas: polymita brocheri, polymita muscarum, polymita versicolor, polymita venusta, polymita sulphurosa y polymita picta roseolimbata. Vimos fotos de cada especie con el niño y cuando se dormía en las noches, seguíamos con el libro leyendo los capítulos enteros y deleitándonos con las magníficas fotos de Larramendi. Ya nuestras fotos no nos parecían tan espectaculares como antes de conocer el libro.

Las polimitas están en peligro de extinción. En parte por la modificación de su hábitat y por la recolección despiadada de quienes trafican con sus conchas. El libro es también un llamado de atención sobre la importancia de proteger la fauna cubana, para que nuestros niños tengan maravillas que apreciar en nuestra isla.
La foto que imaginábamos en la Biblioteca Nacional la hicimos en la sala de nuestra casa, con Oliver mirando las polimitas del libro de Espinosa y Larramendi en la misma pantalla en la que ha visto tantas veces “Macha y el Oso”.
Mi hijo pequeño quiere ir a China para ver los osos panda y comer brotes de bambú. Desde que le contamos historias de polimitas quiere ir primero a Yumurí, a ver esos caracoles espléndidos y a comer pan con tetí.
