34 días de funciones, eventos de formación artística y encuentros entre creadores de diferentes partes de Cuba y el mundo: la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa es el eje de una familia.
Gertrudis Campo es la única fundadora en activo de la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa. Este evento de interacción comunitaria lleva 35 años recorriendo seis municipios guantanameros. Durante 34 días se hacen funciones de teatro, eventos de formación artística y encuentros entre los creadores de diferentes partes de Cuba y el mundo. En ese espacio mágico lleno de sacrificio y belleza, Tula ha hecho su vida. Allí conformó su hogar, su familia. Allí se realizó como actriz titiritera y como ser humano.
Ella vivió los tiempos en los que el recorrido se hacía a pie. Había que subir lomas y cargar los títeres en la espalda. La comida iba en un mulo de carga y a veces se demoraba 12 horas en llegar a los lugares donde harían el campamento. En aquella época dormían juntos en el piso para protegerse del frío y se tapaban con cartones. Llegaban a lugares nuevos, abriendo camino con el teatro para los tiempos futuros. En algunos pueblos los recibían con amor, en otros les tiraban piedras, en otros les tenían miedo a esos locos con guitarras y títeres y narices rojas. Ahora hay una programación estable, una coordinación con los seis municipios por donde se pasa y un agradecimiento inmenso por parte del público de la serranía.
Emilio Vizcaíno fue a su primera Cruzada en el año 1995 a hacer talleres de creación. Con el paso de los años su compromiso fue haciéndose mayor. Fue enganchándose con esa experiencia tan inusual que le permitía desarrollar su arte y crecer como persona. Acompañó a la entonces directora general de la Cruzada, Maribel López, y fue el programador del evento durante 14 años. Luego, en 2013, Emilito asumió la dirección general de la Cruzada y alterna las funciones de teatro con las responsabilidades como principal organizador del recorrido.
Emilio se enamoró de Tula, la fundadora. Compartían escenario en el Teatro Guiñol de Guantánamo y se acariciaron con ternura en los camerinos. Se acurrucaron en una casa de campaña en Saburén y juntos vivieron el hechizo del Camino Solitario en Vega del Toro.
Tula y Emilio en el espectáculo “Gotas de mar”, en Tabajó, en el año 2018. Foto: Jorge Ricardo.
En la Cruzada del año 2008 Tula sentiría por primera vez en la vida el cansancio de dos cuerpos en uno. Nunca más tendría esa sensación de no poder llegar hasta el final. Completar el recorrido de 34 días por más de doscientas comunidades de difícil acceso es una proeza que ella había logrado desde la fundación de la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa en el año 1991. Cuando llevas más de veinte días fuera de tu casa, durmiendo en un colchón en el piso y dando tumbos en un camión, sientes que se te agotan las energías. Aquel año unos colombianos impartían un taller muy fuerte que demandaba un esfuerzo físico grande. Ella le dijo a Emilio después del aplauso de los niños en una función: “Ay, Emilio, yo creo que no doy más, estoy muy cansada, yo no puedo seguir”. Esa Cruzada la terminó con el corazón en la mano.
“Cinco semanas de gestación”, sentenció la doctora luego de hacerle el ultrasonido. Después de 12 años casados, a Tula y a Emilito se les había borrado la idea de tener un hijo. Entre títeres y canciones eran felices, pero desde ese día sintieron una alegría nunca antes experimentada que no se les ha quitado.
Así nació María José, la actriz más joven de la Cruzada.
Tula, Emilio y María José, viendo un espectáculo junto a pobladores de Boca de Yumurí, en el año 2019. Foto: Jorge Ricardo.
Desde 2015 sube a la montaña con sus padres. En su primera Cruzada, a los 6 años, presentó para el público una pequeña narración oral llamada “El gatico Serafín”. Al año siguiente, con 7, sus padres le montaron un pequeño poema titiritero con diálogos llamado “Cosas de gatos y perros”. Recuerdo a la niña actuando para otros niños en una escuela en Imías. María José movía con gracia los marotes y cambiaba las voces de los personajes. Esa historia breve sobre la amistad de un gato y una gata representada por una hija del teatro, el mar y la montaña sería el inicio de un romance titiritero que, estoy segura, durará por siempre.
Su madre siempre ha estado orgullosa de ella, desde que sobrevivió en su panza después de las acrobacias tan fuertes del taller de aquellos colombianos y el traqueteo del camión subiendo y bajando lomas. María José tiene el recuerdo nítido de cuando se aprendió los primeros textos y supo manipular los títeres, ese día su madre le dijo: “Estoy orgullosa de ti”.
En 2018 María José me dijo en una entrevista: “Yo creo que voy a ser actriz, titiritera también”. Hoy, siete años después, tiene 16, actúa junto a sus padres en el espectáculo Suite cubanísima y presenta su unipersonal Cuentos de la noche. Este año María José participó en su décima Cruzada. Tuvo que bajar varias veces a la ciudad para hacer las pruebas que tenía en el preuniversitario. A la par, se prepara para hacer las pruebas de la Universidad de las Artes en el perfil de Actuación.
Cuando era niña ella iba en la cabina del camión, ahora va detrás, con los cruzados grandes. María José es una “hija de la Cruzada”, como le gusta decir a Emilito. Ha crecido entre gente humilde y bondadosa. Se ha formado en el amor de sus padres por la familia y el teatro.
Tula, Emilito y María José en Vega del Toro, en su más reciente Cruzada. Foto: Jorge Ricardo.
Emilito piensa que un proyecto tan altruista como la Cruzada debe de tener la protección de “algo”. Y yo que he estado allí en medio de barrancos y carreteras peligrosas, sé que algo mágico e inexplicable protege y recompensa a los cruzados. “Cuando yo llego a la ciudad el último día de la Cruzada le doy gracias a Dios y me pongo a rememorar día por día, y me parece increíble todo el recorrido.” Para Emilito es una suerte regresar a casa, sanos y salvos y más enaltecidos.
Este año la familia celebró, junto a los demás artistas, los 35 años de la Cruzada. Tula, a sus 60 años, y Emilito, a sus 56, siguen con la ilusión intacta, creyendo que esa es la obra de sus vidas. Aunque el recorrido es duro y las condiciones no son las óptimas, ellos siguen confiando en ese nimbo milagroso que le dio a su hija, contra todo pronóstico, y que los va a proteger por siempre.
Yo agradezco a la vida estar cerca de esta familia teatral. Agradezco compartir el campamento con ellos y ver cómo funcionan en su cotidianidad. Verlos con sus botas impecables desafiando el fango y creyendo, aun en estos tiempos difíciles, que el arte salva.
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