Por cuanto el cine es un arte
Este dossier no participa de ninguna nostalgia ni propone melancolías sobre alguna “edad dorada”. Sí participa de la disputa por la memoria de la Cuba de hoy y de mañana, por las apropiaciones que se intentan de su pensamiento por parte de corrientes que él mismo rechazó de modo expreso.
En ello, el dossier coloca a Guevara, con la responsabilidad propia de la honestidad intelectual, en la conversación que necesitamos sobre la renovación del socialismo en Cuba, algo que de modo casi “obsesivo” ocupó en particular los últimos años de su vida: un tema que defendió siempre como un programa conjunto de “libertad, justicia y belleza”. En medio de esas disputas, el dossier hace suya la frase del historiador francés Pierre Nora: “Ha sido lanzada la orden de recordar, pero me corresponde a mí recordar y soy yo quien recuerda.”
Alfredo Guevara: No es fácil la herejía. Un perfil a varias voces
En esta entrega, la segunda de la serie, intervienen Iván Giroud, presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, la productora de cine Lía Rodríguez, el guionista y narrador Arturo Arango, el crítico de cine Juan Antonio García Borrero y los directores de cine Enrique Kiki Álvarez, Tania Hermida (Ecuador), Manuel Pérez Paredes y Esteban Insausti.
Ese marco de ruptura y de voluntad fundacional. Iván Giroud.
La frase “El cine es un arte” es el precepto que rige la puesta en marcha del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. De ahí que en el borrador de la Ley 169, que crea el ICAIC en marzo de 1959—redactado por Alfredo Guevara— figure este como su primer Por Cuanto.
Para la generación de jóvenes intelectuales que coincidió y se formó en los cursos de verano de la Universidad de La Habana El Cine: Industria y Arte de nuestro tiempo, bajo la guía del profesor José Manuel Valdés Rodríguez, esa frase era la confirmación de sus propios preceptos sobre el cine y el arte, pero no significaba lo mismo para las otras fuerzas políticas a las cuales se enfrentaba una cinematografía que se proponía un cambio radical y de ahí su necesaria enunciación.
En su texto “Realidades y perspectivas de un nuevo cine”, publicado en el primer número de la revista Cine Cubano de junio de 1960, Alfredo Guevara puntualizaba “…la Ley que establece el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, no [lo hace] para convalidar una situación existente o entregar la industria a los cineastas, sino para crear a partir de un punto cero”.
Cuestionado por su negación per se al cine nacional prerrevolucionario, ese punto cero solo puede comprenderse en ese marco de ruptura y de voluntad fundacional.
Siete años antes, en un artículo para el diario Noticias de Hoy del 24 de mayo de 1953, Alfredo Guevara había escrito: “… El cine como arte ha sido ignorado […] Puede decirse —salvo algunos intentos de la época muda, y ello muy limitadamente— que hasta hoy no hemos tenido, no ya cine cubano sino, ni tan siquiera películas cubanas”.
La idea de que “El cine es un arte” condujo la etapa fundacional del ICAIC, y fue adquiriendo inusitado valor y renovada vigencia en las periódicas confrontaciones a las que se vio obligado a sostener la primera institución cultural creada por la Revolución en sus diferentes etapas de desarrollo, desde las famosas polémicas de los años sesenta, su confrontación a las fuerzas más retrógradas en el 1er (y único) Congreso de Educación y Cultura, el intento de disolución del ICAIC en 1991 por Alicia en el Pueblo de Maravillas, hasta las más recientes asambleas de cineastas que reclamaban la formulación de una Ley de Cine atemperada a nuestro momento y realidad.
Precepto cardinal que ha prevalecido siempre en cada uno de estos enfrentamientos a la malsana intención de convertir al cine en un instrumento del didactismo ramplón y utilitario en el plano ideológico, que arrastra en su esencia la incomprensión de la naturaleza del arte cinematográfico y el desconocimiento de sus procesos artísticos y de creación.
Apelando al humanismo, no a ideologías de partes que obligan a estar en un bando o en otro. Lía Rodríguez.
Es una buena pregunta, que si me hubieran hecho cinco años atrás, no hubiera respondido de la misma manera. Hemos vivido años pensando que esa frase “Por cuanto, el cine es un arte” era la primera de las declaraciones que aparecían en la fundamentación de la Ley 169, de Creación del ICAIC. Hace varios años, Iván Giroud emprendió una larga investigación que terminó en su libro, recién publicado “La historia en un sobre amarillo. El Cine en Cuba (1948 – 1964)”. Iván me pidió mientras hacía su investigación para el libro, consultar la Gaceta Oficial donde salió promulgada la Ley de Creación del ICAIC.
Con gran sorpresa descubrimos Iván y yo que en el texto original de la Ley promulgada no aparecía ese POR CUANTO; ni esa afirmación. Y que sí aparecía en las impresiones posteriores que se hicieron. Son impresiones que hace el ICAIC para dar a conocer la Ley. No conocemos obviamente la forma en que se añadió esta definición, que ha sido la que más trascendencia ha tenido. Evidentemente era importante para Alfredo Guevara que este enunciado fuera un precepto “legal”.
Los que conocimos a Alfredo no tenemos ninguna duda de que él era capaz de algo así, de hacer su pequeño “ajuste” a la Ley, para algo que él consideraba fundamental, que luego marcó mucha de las batallas que diera él, y que diéramos los cineastas con las Asambleas que se iniciaron en mayo de 2013.
Pasada la anécdota, creo que la expresión “Por cuanto, el cine es un arte” es una máxima bajo la cual vivió Alfredo. Y su consecuencia es que vivió bajo ella para lo bueno, y para lo malo. Para el que cumplió con sus expectativas y para el que no. La usó amablemente cuando creyó que algo era virtuoso, y sin que le temblara la mano cuando quisiera desterrar algo de su universo y existencia. Esta frase fue para él, escudo y estandarte. Porque, evidentemente, la quiso llevar a ese nivel de síntesis y de rotundidad.
Por otra parte, no hay que olvidar que la Ley sí tiene dos POR CUANTOS que recogen la aspiración con la que nacía el ICAIC; que ponen al arte y la creación artística en el centro de todo. Y lo hace apelando al humanismo, no a ideologías de partes que obligan a estar en un bando o en otro. Por eso, si cabe dentro del espacio que por razones prácticas nos has dado a cada uno de los que respondemos las preguntas, me gustaría cerrar con esos dos POR CUANTOS. Porque hay que volver a la fuente, y no a las interpretaciones que, a conveniencia, se hace de ellas.
POR CUANTO: El cine debe conservar su condición de arte y, liberado de ataduras mezquinas e inútiles servidumbres, contribuir naturalmente y con todos sus recursos técnicos y prácticos al desarrollo y enriquecimiento del nuevo humanismo que inspira nuestra Revolución.
POR CUANTO: El cine —como todo arte noblemente concebido— debe constituir un llamado a la conciencia y contribuir a liquidar la ignorancia, a dilucidar problemas, a formular soluciones y a plantear, dramática y contemporáneamente, los grandes conflictos del hombre y la humanidad.
Una definición y un programa para la fundación de una nueva cinematografía. Enrique Kiki Álvarez.
Alfredo Guevara siempre fue un conspirador centrado en trabajar, en maniobrar, por lo que él solía definir la corriente principal.
POR CUANTO: EL Cine es un Arte, es una definición y un programa para la fundación de una nueva cinematografía que debía ser revolucionaria no solo por acompañar y expresar a la Revolución, sino por desencadenar un movimiento artístico renovador en su ambición estética y en sus propósitos emancipadores.
No por gusto el Cine Cubano nace negando las formas cinematográficas anteriores, a la manera en que los Movimientos de Vanguardia de la primera mitad del siglo XX habían negado cualquier expresión artística que los había precedido.
Hay en este enunciado un propósito y una ambición, un programa de dirección política y estética, y una provocación a los creadores que tenían la responsabilidad de desarrollar la nueva cinematografía teniendo como referentes a los principales movimientos del nuevo cine europeo: el Neorrealismo Italiano y la Nueva Ola Francesa.
Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, creado por Alfredo Guevara, con dirección de Leo Brower.
Es significativo (Iván Giroud lo hace notar en su libro La Historia en un sobre amarillo) que el POR CUANTO: El cine es un arte, no aparezca en la Ley de Creación del ICAIC la primera vez que fue publicada como Ley No. 169 del 20 de marzo de 1959 en la Gaceta Oficial de la República de Cuba; es significativo que la primera vez que este POR CUANTO aparece mencionado sea por Alfredo Guevara en su artículo “Realidades y perspectivas de un nuevo cine” y de la siguiente manera:
“Fue la primera medida revolucionaria tomada en el campo del arte y los POR CUANTO de la Ley explican sobradamente cuán grande importancia concede nuestra Revolución al cine. El primer POR CUANTO señala que. “el cine es un arte”. “Un arte y un instrumento de opinión y formación de la conciencia individual y colectiva”.(*)”
Y es significativo que cuando “La ley que creó el ICAIC” fue publicada por segunda vez en 1964 (Nro. 4 de la revista Cine Cubano) estuviera encabezada por su enunciado más radical y provocador: POR CUANTO: “El cine es un arte”.
La trama que hay detrás de este recorrido no la podemos saber, pero sin duda responde a las confrontaciones y complejidades que en esos primeros años fraguaron y definieron el destino de la Revolución Cubana.
“El cine es un arte” o el big bang del mundo en el que nací(mos). Tania Hermida.
“No hay vida adulta sin herejía sistemática, sin el compromiso de correr todos los riesgos”
(Alfredo Guevara / Revista Cine Cubano / 1963)
“Por cuanto: el cine es un arte”, el primer enunciado de la Ley que dio paso a la creación del ICAIC (en 1959), es muy simple y, sin embargo, ha dado lugar a complejos y fecundos debates en el tiempo.
Para Alfredo Guevara, quien estuvo a cargo de la creación del Instituto, este enunciado “pretendía servir de catalizador, establecer una fundamental cuestión de principios, operar como advertencia, y armarnos para el combate”.
Cabría llamarlo, entonces, el big bang del mundo en el que se produjo el cine cubano a partir de ese año y, por ello, de las instituciones que la Revolución creó en las décadas siguientes (el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en 1979; la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, en 1985; y la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, en 1986), porque el devenir del ICAIC fue latinoamericano y la visión de Alfredo fue decisiva en ese sentido.
Pero, ¿cuáles eran los “principios” que Alfredo consideraba fundamentales? ¿Qué “advertencias” consideraba necesarias para los “combates” por venir?
Anteponer el valor del arte en la industria del cine suponía, en el contexto de la Revolución (y aún hoy) desligarlo tanto de las convenciones del entretenimiento carente de potencial revolucionario, crítico y emancipador como de cualquier forma de propaganda.
La libertad de creación era, en ese sentido, un principio fundante. Para Alfredo, sin embargo, dicha libertad suponía, necesariamente, rigor estético y lucidez creadora, siendo, por ello, ajena a cualquier forma de facilismo.
“La revolución artística no puede aceptar santos, y mucho menos dogmas” decía en 1963. “Esto supone libertad absoluta: y absoluta lucidez, coherencia absoluta. De otro modo, la libertad deviene limitación. La ignorancia y la frivolidad retrasan la revolución artística.”
Para quienes nacimos y crecimos en el mundo del cine que la Revolución gestó, estos asuntos eran y son de vital importancia. Las y los egresados de la EICTV (por ejemplo) nos formamos al calor de estos debates y la conjunción fértil de poética y política alimentó nuestro devenir como cineastas.
“En arte, la libertad ante todo” diría, enfáticamente, Fernando Birri (Director Fundador) en el acto inaugural de la EICTV. Junto a él, Fidel y el Gabo escuchaban atentos.
En el Seminario “El Nuevo Cine Latinoamericano hoy”, celebrado durante el Festival de Cine de La Habana de 1987, Alfredo presentó un texto suyo al que llamó: Reflexión nostálgica sobre el futuro. Se preguntaba, entonces, “si… las generaciones que nos siguen y sustituyen… tendrán, no ya la misma visión del mundo, y de nuestro mundo (pues la historia no se detiene), sino la actitud que hizo posible que el arte del cine conciliara dos términos, dos concepciones, dos tensiones… que, a veces, tantas veces, el dirigismo distancia, incompleta y deforma: militancia y poesía”.
Y es que Alfredo exigía siempre, y con la misma tenacidad, “militancia y poesía”. Por ello su figura podía ser incómoda. No admitía la frivolidad de un cine ajeno a los compromisos poéticos y políticos de su tiempo, pero tampoco toleraba el dogmatismo de unas militancias ajenas al potencial emancipador de la creación artística.
Hoy, más de tres décadas después de su Reflexión nostálgica sobre el futuro y casi medio siglo después de su artículo en Cine Cubano, volvemos a sus textos buscando claves para nuestros propios combates. Es fértil la palabra de Alfredo.
“No es fácil la herejía” escribió en 1963, “Sin embargo, practicarla es fuente de una profunda y alentadora satisfacción, y esta es mayor cuanto más auténtica es la ruptura de los dogmas comúnmente aceptados.”
En nuestros tiempos, los del “Realismo Capitalista”, cuando “resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, vuelve a brillar la herejía de Alfredo para recordarnos que el horizonte socialista será posible si (y solo si) estamos dispuestos a correr todos los riesgos.
Lo que estaba en debate era qué sociedad queremos crear. Manuel Pérez Paredes.
En 1959, con 19 años, no estaba en condiciones de darme cuenta de la importancia de las razones profundas por las que Alfredo había decido fijar, como principio matriz, ese primer por cuanto de la Ley que creó el ICAIC.
Con el tiempo me fui dando cuenta de su lucidez. Más temprano que tarde, presionada la Revolución por las agresiones en su contra que iban a desatar sus enemigos, surgirían, surgieron en su interior, corrientes de pensamiento que se plantearían definir y asignar una función reductora al cine, a su función política-ideológica, minimizando su condición de manifestación artística de la cultura, asumiéndolo solamente como medio masivo al servicio de la educación. De ahí la necesidad de ese primer por cuanto como punto de partida definitorio.
Alfredo cumplió, desde sus inicios, las diversas tareas que le correspondían al ICAIC, conjugando amplitud con firmeza en la dimensión del cine como arte. En la producción cinematográfica enfrentó lo que demandaba la realidad en toda su complejidad, las urgencias de cada etapa del proceso revolucionario: Noticiero ICAIC, Enciclopedia Popular, encargos por organismos estatales de documentales didácticos o promocionales, y junto a ellos la producción de documentales, animados y filmes de ficción como obras personales de realizadores que se proponían abordar la realidad, presente o pasado, con la voluntad de alcanzar un resultado artístico en su expresión.
La vida demostró que una atmósfera creativa en el ámbito cinematográfico hacía posible que también en noticieros y otras producciones, cuyo objetivo priorizado era informativo, educativo o propagandístico, surgieran resultados artísticos. Cuando esto se alcanzaba, se incrementaba la eficacia comunicativa-espiritual de lo que había sido el punto de partida. El arte es una forma particular del conocimiento, de la relación del ser humano con la realidad, no es un sucedáneo de la educación.
Definir el cine como arte era también importante para un proyecto cultural que concebía el cine como un sistema en que se interrelacionaría la política de producción nacional con la distribución y exhibición del cine extranjero que se veía en nuestras salas de cine. Sabemos que no todas las películas alcanzan en su resultado final la condición de obras de arte, pero el cine sí lo es como máxima aspiración en su expresión artístico-cultural.
Por ello, en aquellos tiempos fundacionales hubo que discutir con algunos, a nivel de dirección de gobierno, para convencer que era el ICAIC y no el MINCEX el que tenía que encargarse de la compra de películas extranjeras a exhibirse en nuestras salas.
Como todas las películas no son arte, solamente con diversidad cultural y máximo de calidad posible en la selección a ver en nuestras pantallas, se podía comenzar a trabajar en la descolonización del gusto cinematográfico de nuestro público. Esto le correspondía al ICAIC como organismo especializado: comprar las mejores películas, en términos culturales, a partir de la oferta del mercado mundial y los recursos económicos disponibles.
Esto último también fue fuente de divergencias, la más significativa fue la polémica de Alfredo Guevara con Blas Roca, a finales de 1963, en relación con películas extranjeras exhibidas en nuestras pantallas. Blas, y otros compañeros, pensaban que eran nocivas para la educación de nuestra juventud. En el fondo, repito lo que he dicho en otra ocasión, no discutían qué películas debemos ver, lo que estaba en debate era; qué personas queremos formar, qué sociedad queremos crear.
No hemos tenido entre nosotros un buen debate sobre lo que significa la palabra arte en un entorno tan complejo, dinámico, como es el cinematográfico. Juan Antonio García Borrero.
Siempre me ha parecido reduccionista esa afirmación de que el cine es un arte. El cine tiene una zona que se involucra directamente con el arte, pero no es el único modo en que se manifiesta entre nosotros, y tampoco es el dominante. Lo que pasa es que hay que poner en contexto la afirmación para entender de dónde viene y por qué Alfredo Guevara la defendería con tanta vehemencia.
Para ello hay que remontarse a los años en que la generación de Alfredo se está formando y comienza a participar en la vida pública. Estamos hablando de los años cincuenta, una etapa en la que el llamado cine clásico aún tenía la hegemonía, y la vitalidad que portaban movimientos como la nueva ola francesa, el free cinema, el cine independiente norteamericano, entre otros, aún no se manifestaban en lo que hoy conocemos como el cine moderno.
Alfredo Guevara es hijo de esas ansiedades renovadoras del modelo de representación dominante. Su aserto de que “el cine es un arte” no pertenece a él, sino a una generación de la cual formarían parte también Germán Puig, Ricardo Vigón, Tomás Gutiérrez Alea, Néstor Almendros, Guillermo Cabrera Infante, Julio García-Espinosa, por mencionar solo algunos, y que, con la revolución encabezada por Fidel Castro en 1959, tiene la oportunidad de acompañar desde lo estético la pretensión política de subvertir el modelo social.
Y como en todo, hay luces y hay sombras. Lo luminoso yo lo asociaría a la creación del ICAIC, que nace con una visión bastante clara de lo que el cine representa en la época, no solo en el plano artístico, sino cultural.
No en balde con el ICAIC se habla de producciones de películas, pero también de distribución, exhibición, y promoción crítica. La parte negativa la vinculo al sesgo elitista que Alfredo, quien era un ser humano con virtudes y defectos, como todos, no puede impedir que se imponga en muchas de sus apreciaciones.
Gracias a los libros del propio Alfredo y al epistolario de Gutiérrez Alea, hoy conocemos de esos debates internos que en no pocas ocasiones llegaron al extremo de la incomunicación y las rupturas afectivas.
Con la concepción del cine como arte defendida por Alfredo se lograron películas hoy clásicas, como Memorias del subdesarrollo, Lucía, La última cena, pero también se ralentizó la búsqueda de valores en el cine de género, al estilo de La bella del Alhambra, de Enrique Pineda Barnet.
Creo que todavía no hemos tenido entre nosotros un buen debate sobre lo que realmente significa la palabra arte en un entorno tan complejo, dinámico, como es el cinematográfico.
Nada nuevo podría alegar que ya no esté contenido en esa ley primera. Esteban Insausti.
“…Respeto y aliento a quienes permanecen, apertura y oportunidad a quienes se inician.”
Alfredo Guevara
“El cine es un arte, su desarrollo estará en manos de los artistas, aquellos que tienen algo que decir y saben cómo hacerlo.”
Tomás Gutierrez Alea
Desde aquel seminario de apreciación cinematográfica bajo la tutela de Don Valdés Rodríguez en sus años de estudiante en la universidad de La Habana, el muy joven Alfredo descubre que el cine también “podía ser y era un arte”. Luego, esta revelación del arte y su rol esencial en la representación de la identidad cultural de una nación, se complementa con movimientos de vanguardia como el Surrealismo, la escuela soviética, el Neorrealismo italiano, La Nueva Ola, Buñuel, Gabriel Figueroa, Zavattini, Maiakovsky, Mallarme o Eluard, Resnais, Pasollini, Glauber Rocha, Visconti, Fellini, Godard…
Son nombres que conforman una visión de los más excelsos referentes lo que define y sedimenta la línea de pensamiento que dará al mundo un nuevo cine cubano con la creación del ICAIC en 1959 y cuyo estandarte devendrá en la mejor utilidad y poder del cine como arte más allá del mero entretenimiento, propaganda o documento per se.
Sospecho que a Alfredo, como al resto de los fundadores que le secundaron en la creación del Instituto, les preocupaba sobremanera el cómo influir en la calidad y capacidad de apreciación de ese nuevo ciudadano, en tanto público, y el cómo reducir en lo posible las fisuras entre vanguardia artística y política, logrando una simbiosis que resultó en un interesante maridaje para aquel entonces. De su propio epistolario cito textualmente: “Nos falta permear la cultura política de cultura artística, no para que sea más artística sino para que sea más política… La revolución no podría ser perfeccionada al punto que quisiéramos hasta que la política no se sepa arte”.
Extractos de esa primera ley de fundación, evidencian la intención (lograda) de crear un movimiento cinematográfico a tono con aquel contexto histórico y que, a su vez, estuviera despojado de toda mediocridad y populismo, de toda visión reductora, complaciente y “oportuna” sobre la realidad, aunque no desprovista de pluralidad, en cuya dialéctica, se garantizaría la evolución de éste o cualquier otro movimiento cultural.
Por cuanto: “El cine debe conservar su condición de arte y, liberado de ataduras mezquinas e inútiles servidumbres, contribuir naturalmente y con todos sus recursos técnicos y prácticos al desarrollo y enriquecimiento del nuevo humanismo…” Por Cuanto: “Es el cine el más poderoso y sugestivo medio de expresión artística y de divulgación, y el más directo y extendido vehículo de educación y popularización de las ideas”.
Nada nuevo podría alegar que ya no esté contenido en esa ley primera. El propio Alfredo se definía como un profesional de la esperanza y lo fue. No me interesan los juicios de valor, prefiero trascenderlos, concentrándome así en la monumentalidad de su legado fundacional. Sin su existencia, esta conversación sería otra sin lugar a dudas. Toda mi gratitud, Alfredo.
Ponerlo a salvo de la instrumentalización política, de dogmatismos y simplificaciones. Arturo Arango.
Leída sin atender al contexto en que fue concebido, el primer “Por cuanto” de la ley fundadora del ICAIC parece una tautología. Por supuesto que el cine es un arte, al que la costumbre o los lugares comunes le han asignado un numeral: es el séptimo, es decir, el último en llegar.
El contexto en que estaba colocado Alfredo Guevara al concebir ese documento inaugural supone un origen y un destino, y los sucesivos por cuantos que conceptualizan cómo sería la labor del nuevo instituto de cine nos dan las claves para comprender de qué extremos estaba tratando de cuidar en salud la obra que emprendería.
Por una parte, que el cine se considere ante todo un arte implica que no es principalmente una mercancía. El gusto medio en Cuba, dice otro de los Por cuanto, está “seriamente lastrado por la producción y exhibición de films concebidos con criterio mercantilista, dramática y éticamente repudiables y técnica y artísticamente insulsos”.
Para liberarlo de esos condicionamientos, no puede estar sometido a los imperativos de la industria. El complejo sistema que comenzaría a crearse a partir de 24 de marzo de 1959 tendría que tener en su centro la premisa de que lo esencial era satisfacer las necesidades de producción, exhibición y difusión de una forma del arte.
Pero hacia lo porvenir, incluso hacia lo inmediato, era imprescindible (lo es aún hoy) ponerlo a salvo de la instrumentalización política, de dogmatismos y simplificaciones. Más adelante, la Ley 169 del Gobierno Revolucionario insiste: “El cine debe conservar su condición de arte y, liberado de ataduras mezquinas e inútiles servidumbres, contribuir naturalmente y con todos sus recursos técnicos y prácticos al desarrollo y enriquecimiento del nuevo humanismo que inspira nuestra Revolución”, para lo cual debe “plantear, dramática y contemporáneamente, los grandes conflictos del hombre y la humanidad”.
Los numerosos avatares que ha tenido que afrontar el ICAIC durante estas décadas, provocados inicialmente por la incomprensión de una política de exhibición diversa e inclusiva que, para muchos, contradecía los principios en que debía ser formado el “hombre nuevo”, y luego por obras realizadas dentro de la misma institución o de manera independiente, han dado la razón, una y otra vez, a ese Por cuanto previsor. Así también debería nacer esta otra Ley de Cine, sucesora de aquella, que ojalá sea promulgada más temprano que tarde.