Me gusta hacer retratos. Es una de las cosas que más me gusta en esta vida. Más que escribir, más que ir al teatro, más que el congrí con bistec de cerdo. Creo, incluso, que me gusta más que leer o tener sexo, salvo que el sexo sea muy bueno (que ocurre una entre muchas veces) o que el libro sea apasionante (que tampoco ocurre con demasiada frecuencia). Puedo estar horas completas detrás de la cámara, con un sujeto delante. Buscando el ángulo ideal, cazando el momento preciso, tratando de descubrir algún secreto… No exagero: algunas de mis sesiones han durado más de seis horas. No abundan los modelos dispuestos a posar tanto tiempo. Solo uno ha mostrado más resistencia que yo: mi querido Luar, que ahora vive en Miami. Una vez comenzamos a las dos de la tarde y eran las nueve y media y él no mostraba signos de cansancio. Yo me rendí antes. Resultado: más de mil fotos. Y de esas mil, solo me quedé con ocho. La suerte es que ahora la tecnología es otra, supongo que en tiempos de películas y cuartos oscuros un fotógrafo no pudiera permitirse tantos intentos. Dice una amiga que quizás por eso los retratos eran mejores: el fotógrafo lo pensaba muy bien antes de apretar el obturador. Pero yo soy hijo de la era digital. Bueno, no tanto, pero mi primera cámara ya fue una pequeña compacta digital. No viví la emoción de entrar en un cuarto oscuro y revelar mis fotos, sin saber a ciencia cierta qué resultaría. Hago la foto y de inmediato veo el resultado. Casi nunca me gusta, sigo haciendo fotos. Hasta que de pronto, sin que lo espere, aparece la foto que me convence… que a veces no es la que convence al retratado. Eso me gusta de las sesiones de retratos: el diálogo más o menos silencioso entre el fotógrafo y el modelo, esa intimidad circunstancial, esa conexión… Rara vez no he conseguido conectarme con mis modelos: después de veinte minutos de trabajo casi siempre se ha creado un ambiente, un espacio de confianza. El modelo se libera, olvida sus miedos. Hasta el punto de que a veces hemos pactado una sesión muy convencional y terminamos haciendo desnudos. Y sin que yo lo pida…
Yo hago dos tipos de retratos: el retrato más o menos fidedigno (según mi muy particular visión, es obvio que estos son territorios muy subjetivos), y el retrato “mentiroso”, que tiene más que ver con lo que el modelo quiere parecer. A mí me gusta más el primero, claro, pero buena parte de las personas que han posado para mí prefieren lo segundo. Es más, eso es lo que van a buscar desde el principio. Es perfectamente legítimo. Un día le dije a uno: Estás montando un personaje, ese no eres tú… Me respondió con toda la tranquilidad del mundo: “¿Y qué te hace pensar que yo quiero ser el que soy? Quiero, por un momento, ser el que sueño ser. Como el personaje de Agrado, en la película de Almodóvar. Uno es auténtico cuando se parece a lo que siempre quiso ser”. Tuve que darle la razón. Cuando las fotos estuvieron listas (mis retratos nunca están listos hasta que mi inseparable Lester les hace sus correcciones de colores y niveles: son obra colectiva), mi modelo puso sus fotos en Facebook. Le llovieron solicitudes de amistad, ganó la admiración de personas que días antes le pasaban por el lado sin fijarse en él. El poder de la imagen. Pero ya les digo: yo prefiero el retrato que desnuda al retratado (en el sentido metafórico de la frase), que saca sus demonios, que descubre atractivos ocultos, que lo define en sus esencias… Es el retrato más difícil, no siempre se consigue. Y a veces se consigue muy a pesar del retratado. Ahí está el secreto, por eso me gusta hacer retratos. No busco gente linda, gente “perfecta”, gente deslumbrante… Busco gente interesante, que tenga cosas que decir. Y la verdad es que casi todo el mundo tiene cosas que decir. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, blancos y negros, feos y bonitos, altos y pequeños, gruesos y delgados… y los estadios intermedios, que son los que más abundan. Todos tienen el derecho de ser retratados, de conservar para toda la vida una imagen que resuma una época, una manera de vivir, un sentimiento… Ojalá pudiera dedicarme solo a eso, ojalá que un día pueda montar un pequeño estudio para hacer retratos. Muchos. Diversos. Gratis…
¿Y cuál es el mejor que has hecho? Deberías poner el link si está en tu blog…. 🙂
Este que ilustra la columna me gusta mucho. Pero me resulta difícil escoger “el mejor”…
Yuris, ya que me diste el privilegio de ilustrar la columna me voy a coger esta frase tuya para mí: «Yo prefiero el retrato que desnuda al retratado (en el sentido metafórico de la frase), que saca sus demonios, que descubre atractivos ocultos, que lo define en sus esencias…» Y subrayo la parte de los demonios, jaja. Un abrazo grande…
Me gusta mucho tu texto, hace poco he descubierto mi aficion por la fotografia. Alguien me ha sugerido hacer retratos, casuales, sin que los modelos se lo esperen. Tambien quisiera un retrato propio, asi que cuando inaugures el estudio estoy en cola, jaja… Saludos.
Te felicito,es muy lindo Tu escrito y tambien esa foto pero adoro a Las personas que prefieren,Como El Principito,Las cosas que se ven con el Corazon,aquellas que son invisibles a Los ojos y POR supuesto a la camara,hasta Las cosas feas pueden tambien ser muy hermosas,felicidades a ti.
Muy buen texto.
Me gustaría posar para ti, anténtico y sin mentiras!
Bueno, he experimentado esto en carne propia pues fui modelo tuyo Yuris…igual no fui ni tan yo ni tan ficticio…y tú hiciste un gran trabajo amigo mio…