El escenario alemán ha visto varios momentos dramáticos las últimas semanas. El pasado 20 de diciembre, un inmigrante de origen saudí islamófobo y pronazi arremetió con su auto contra un mercado navideño en la ciudad de Magdeburgo. Cinco muertos y doscientos heridos de un terrorismo “al revés”: el médico inmigrante abjuraba del islam y atacaba la permisividad de la ex canciller Angela Merkel por haber abierto las puertas a la inmigración islámica durante su mandato.
Pocos días antes, el Bundestag o Parlamento había rechazado una moción de confianza que pone en crisis a Olaf Scholz, el canciller socialdemócrata, luego de una desastrosa sesión parlamentaria en la que las críticas vinieron de todas partes. Es el derrumbe de la coalición semáforo, un experimento tricolor (por el color de cada partido) que ha gobernado el país en los últimos años.
Acusado de tecnocrático y tozudo, la popularidad de Scholz ha caído y el Partido Socialdemócrata de Alemania, SPD, su partido, apenas alcanza el 15 % de aprobación en las encuestas nacionales; muy lejos del 25,7 % que obtuvo en las elecciones de 2021.
No todo se le puede achacar a Scholz. Varios problemas de envergadura se entrelazaron para que su gobierno diera una imagen por lo menos errática. La crisis energética, vinculada con el apoyo a Ucrania y a la adopción anterior de medidas ecologistas, se unió a otra crisis, presupuestaria, en el pasado año.
La coalición semáforo mostró sus limitaciones. Los Verdes pugnan por políticas climáticas agresivas, el Partido Democrático Libre, FDP, insiste en la disciplina fiscal, y el SPD intenta, sin éxito, mantener el equilibrio.
Scholz no esperaba otro resultado. Más bien, la moción de confianza fue solicitada por él, para despejar el camino para una convocatoria electoral anticipada, para el próximo 23 de febrero. Pero puede ser una mala jugada si nos atenemos a los resultados de las encuestas que sitúan al Partido Socialdemócrata Alemán por debajo incluso de la ultraderecha que representa Alternativa para Alemania (AfD).
AfD parece haber encontrado su momento. Las encuestas para las elecciones regionales de febrero en tres estados federados de la antigua República Democrática Alemana —Sajonia, Turingia y Bradenburgo— muestran a AfD delante, con casi un tercio de los encuestados, mientras que la socialdemocracia aparece en los dos primeros con 7 y 8 por ciento de intención de voto.
“El este alemán se ha convertido en el laboratorio de la extrema derecha”, advierten los observadores. La combinación de descontento económico, el rechazo a la inmigración y el sentimiento anti-establishment ha creado una tormenta perfecta para AfD.
El partido ultraderechista ha refinado su mensaje. Ya no es solo el partido antiinmigración; ahora se presenta como el defensor de los intereses económicos alemanes.
La Unión Demócrata Cristiana y la Unión Social Cristiana, CDU/CSU, tradicional fuerza conservadora, se encuentran en una encrucijada, entre la tentación de endurecer su discurso para competir con AfD y el riesgo de alienar a los votantes moderados. No obstante, las mismas encuestas la confirman en la delantera.
La crisis de la socialdemocracia alemana
Para el SPD, la situación es aún más dramática. El partido que dominó la política de posguerra con figuras como Willy Brandt y Helmut Schmidt enfrenta una crisis existencial.
Los Verdes, socios de coalición de Scholz, también sufren las consecuencias de gobernar en tiempos turbulentos. A ese partido se le achaca con justeza el extremismo ecológico que privó al país de toda, absolutamente toda, la energía nuclear barata que producía, lo que hizo depender a Alemania de los combustibles fósiles. Del gas ruso.
Las elecciones regionales de febrero son un punto de inflexión. O hay victorias significativas de AfD, con la consiguiente crisis nacional, o coaliciones contra el AfD, poco naturales, o gobiernos minoritarios.
Lo único claro es que la Alemania que emerja de este ciclo electoral será significativamente diferente de la que conocimos en las últimas décadas. La pregunta es si podrá mantener su rol como ancla de estabilidad europea en medio de su propia transformación política.
El gigante europeo se tambalea
En las desiertas naves industriales de Wolfsburg, hogar histórico de Volkswagen, el silencio resulta inquietante. Las líneas de producción, que alguna vez funcionaron 24 horas los siete días de la semana, ahora operan a capacidad reducida. Esta imagen podría ser el símbolo de la actual crisis económica alemana.
Atrás ha quedado el legendario “Wirtschaftswunder” (milagro económico) que transformó a Alemania de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial en la potencia industrial que conocemos.
Las previsiones del gobierno aleman señalan que en 2024 la economía se contraerá un 0,2 %. Esto lo convierte en el único país del G7 cerrando el año en números rojos y por segundo año consecutivo; en 2023 la contracción fue de 0,3 %
La crisis actual tiene raíces profundas. Durante décadas, el modelo económico alemán se basó en tres pilares fundamentales: la energía barata rusa, las exportaciones masivas a China y la industria manufacturera de alta calidad.
La guerra en Ucrania destruyó el primer pilar, la desaceleración de la economía china amenaza el segundo y la transición verde amenaza el tercero.
Cuando Rusia inició sus operaciones contra Ucrania en febrero de 2022, Alemania dependía del gas ruso para el 55 % de sus necesidades energéticas. La posterior crisis energética golpeó especialmente duro a la industria alemana.
El gobierno respondió con un masivo paquete de ayudas de 200 mil millones de euros a empresas golpeadas por el encarecimiento de la energía. Pero fue insuficiente para mantener la competitividad de la industria alemana.
Debe añadirse el retraso incomprensible en el desarrollo digital en contraste con los restantes europeos. El Internet de alta velocidad solo alcanza 90 mb/s, el séptimo lugar en Europa, en contraste con Francia o España, con 232 y 211 mb/s. El contraste es similar en el acceso a conexiones de fibra óptica en los hogares.
Otra víctima ha sido uno de los cruceros de la industria alemana, la automovilística, que había penetrado avasalladoramente el mercado mundial, incluido el chino. Pero la introducción de los motores eléctricos, en particular por los chinos, ha afectado al auto alemán, que no avanza en esta nueva dimensión.
En 2023, China representaba el 40 % de las ventas de Volkswagen, propietaria de Audi, Porsche, Bugatti, Skoda, Lamborghini y SEAT, y era el principal mercado para muchas otras empresas alemanas. No es solo la reducción de la demanda; es la creciente competencia china en sectores que tradicionalmente dominaba Alemania.
La transición hacia los vehículos eléctricos ha revelado un incómodo secreto: los fabricantes chinos están años por delante en esta tecnología.
La crisis alemana estremece a la Unión Europea. Como primera economía del bloque (y cuarta del mundo), Alemania ha sido tradicionalmente el motor del crecimiento europeo y el principal contribuyente al presupuesto comunitario.
Los efectos ya son visibles en la reducción de las importaciones alemanas de productos europeos, la disminución de la inversión alemana en la UE, las presiones que ocasiona sobre el euro, entre otros.
¿Habrá luz al final del túnel?
Las opiniones sobre el futuro están divididas. Los optimistas señalan la resiliencia histórica de la economía alemana y su capacidad de reinvención. “Hemos superado crisis peores”, recuerdan los más optimistas. “La economía alemana tiene fortalezas fundamentales: una fuerza laboral altamente cualificada, excelente infraestructura, instituciones sólidas”.
Cómo la inmigración está redefiniendo la política alemana
En una fría mañana de febrero en Berlín, cientos de manifestantes se congregan frente al Bundestag. Sus carteles, en alemán y árabe, reflejan la división que sacude a la sociedad alemana: “Refugees Welcome” se mezcla con “Deutschland Zuerst” (Alemania Primero).
Esta escena, cada vez más común en las calles alemanas, ilustra la profunda crisis que atraviesa el país más poderoso de Europa en su relación con la inmigración.
En menos de una década, Alemania pasó del Wir schaffen das (Podemos lograrlo), la famosa frase de Angela Merkel en 2015, cuando el país abrió sus puertas a más de un millón de refugiados sirios, a un endurecimiento sistemático de las políticas migratorias.
Hoy, el panorama es radicalmente diferente. En los primeros seis meses de 2024, Alemania deportó a 10 800 inmigrantes irregulares. La ministra del Interior, Nancy Faeser, del Partido Socialdemócrata, defiende estas medidas como “necesarias y urgentes”. El partido que históricamente defendió los derechos de los trabajadores y la solidaridad internacional ahora impulsa algunas de las políticas más restrictivas en materia migratoria.
Hoy, más de 24 millones de personas en Alemania tienen “antecedentes migratorios”, incluyendo más de un millón de refugiados ucranianos. Esta diversidad, que hace unas décadas era motivo de orgullo, se ha convertido en el centro de un acalorado debate político.
El éxito de AfD tiene mucho que ver con este tema. Ha logrado conectar el descontento por la inmigración con otras ansiedades: la inflación, la crisis energética, el cambio cultural. Su mensaje es simple: todos estos problemas tienen una causa común: los extranjeros.
Controles fronterizos temporales, aceleración de deportaciones, reducción de beneficios para solicitantes de asilo. Medidas que, hace apenas unos años, hubieran sido impensables para un partido socialdemócrata y que en definitiva no disminuyen los ataques de la ultraderecha.
Mientras tanto, en las calles de Berlín, en las manifestaciones, los carteles se agitan, recordándonos que el debate sobre la inmigración es, en el fondo, un debate sobre la identidad de Alemania y su lugar en el mundo.
Cuando Alemania estornuda, Europa se resfría, dice un adagio popular. Como se puede ver, el sacudón esta vez es violento en lo interno y es estructural. No se rectificará de la noche a la mañana. La guerra que se desarrolla a sus puertas hace difícil predecir cualquier variante. Europa mira a Alemania con más temor que esperanza.