De niños o de mayores hemos conocido un juego que consiste en ir colocando bloques pequeños de plástico, que engarzan unos con otros, para construir edificios o casas o lo que uno quiera. También sabemos que hay bloques que se pueden quitar o sustituir y no pasa nada.
Pero hay algunos que se deben mover con cuidado, pues se puede derrumbar todo el edificio.
Siria es una de estas piezas centrales del mundo árabe. De ahí la atención con que todos los actores regionales han seguido siempre lo que allí ocurre, y de ahí que se mire a los acontecimientos actuales, más que con esperanzas, con el temor a un descalabro cuyas proporciones pueden repercutir en toda la región.
Entre muchas preguntas que me hago hoy sobre el futuro inmediato y a más largo plazo del país, hay algunas para las que no he encontrado respuesta.
Por qué se fue Bashar Al Asad
Recuerdo el día de la muerte de Hafez Al Asad en el año 2000. Creó un vacío perceptible más allá de las fronteras de Siria. Siguiendo las tradiciones dinásticas de la región —salvo Túnez y Egipto, dice un conocido periodista estadounidense, cada país del Oriente Medio es a bunch of tribes, un puñado de tribus—, lo sucedió su hijo Bashar, quien había vivido muchos años en el exterior, cursando estudios de oftalmología.
Bashar Al Asad ocupó la presidencia durante casi un cuarto de siglo, poco tiempo menos que Hafez. Mantuvo varias posiciones básicas heredadas de su padre, como su antagonismo con Israel y las relaciones críticas, pero cuidadosas, con Estados Unidos. Siria, ya desde la época soviética, era la única posición avanzada de Rusia en la región.
Mantuvo su solidaridad con Palestina y dio abrigo a sus sectores más radicales. Permitió que Hamás, que lo combatió en la primera fase de la guerra civil, abriera su oficina en Damasco. Siria fue el corredor estratégico por donde pasaban las armas que Irán enviaba a Hezbollah. Construyó una personalidad propia como gobernante.
La guerra iniciada en 2011, explotando las diferencias étnicas, confesionales, sectarias, sometió al gobierno de Bashar Al Asad a una tensión extrema. Su ejército recibió el auxilio decisivo de la aviación rusa y de combatientes de Hezbollah. Pero fueron años de deterioro físico y moral. Solamente la emigración de seis millones de sirios a países vecinos y a Europa, y el desplazamiento interno de otros tantos, en un país de poco más de veinte millones de habitantes, tuvo un efecto directo en la estabilidad de su gobierno.
Al reiniciarse ahora las hostilidades, el territorio estaba dividido en grandes porciones entre kurdos, decenas de formaciones islamistas, el ejército turco y el Ejército Nacional Sirio. Una base militar de Estados Unidos en el nordeste, cercana a la frontera con Iraq, asesoraba a las fuerzas kurdas y supuestamente combatía a un residuo del Estado Islámico.
Además, el país mostraba las huellas de las sanciones promovidas por Estados Unidos y Europa, y la ocupación de su territorio privaba al poder central de las tierras dedicadas al cultivo del trigo y del acceso a los pozos petroleros, dos elementos decisivos en la economía siria.
Asad había logrado el retorno a la Liga Árabe, de la que había sido expulsado, y reinició las relaciones con sus vecinos, pero no con Recep Tayyip Erdogan, quien también vio frustrarse un intento de acercamiento a Assad, inconforme con la presencia del ejército turco en tierra siria.
Pareció inexplicable que ahora, al reiniciarse la misma guerra, no aparecieran sus aliados anteriores.
Lentamente han ido publicándose pronunciamientos críticos como el del presidente del Consejo Shura iraní, Mohammad Baqer Qalibaf: “Si el gobierno de Asad hubiera escuchado nuestras advertencias y no hubiera descuidado el diálogo con su pueblo, el pueblo no habría sido testigo de estos disturbios y ataques”.
El británico Alastair Crooke, quien desarrolló durante tres décadas su carrera diplomática en la región, explica la discrepancia del presidente sirio con Rusia e Irán en una entrevista con Chris Hedge:
“Creo que lo que hemos visto en los últimos tres o cuatro años es que en realidad Asad se estaba distanciando de ambos, Irán y Rusia, y creo que los Estados del Golfo lo estaban empujando cada vez más. Pensaba que si se acercaba más a los Estados del Golfo y se alejaba de Irán y Rusia, este era su camino hacia una especie de supervivencia, porque a Washington le gustaría eso, pero lo más importante es que a Tel Aviv le gustara también”.
En The New York Times aparece la siguiente explicación:
“Si la persistente obstinación de Asad había colmado la paciencia de Rusia, la dinámica de las últimas semanas hizo el resto. Muchas de las propias fuerzas de Asad simplemente se apartaron del camino de los rebeldes, y pronto quedó claro que los iraníes, que también lo habían respaldado durante años, tampoco iban a ir… A medida que los rebeldes avanzaban, se hizo evidente que Rusia no intervendría de forma relevante”.
El gobierno ruso le abrió, sin embargo, las puertas del exilio, donde se reunió con su esposa, quien ya vivía allí, enferma de cáncer, y sus hijos, todos residentes en Moscú.
Mi siguiente preocupación es de más largo alcance.
La revancha de Dios
El título no es mío. Es una cita incluida en el polémico pero interesante libro de Samuel Huntington El choque de civilizaciones, que ha hecho correr tanta tinta desde su aparición en 1996.
“En la primera mitad del siglo XX, las élites intelectuales generalmente suponían que la modernización económica y social estaba conduciendo a la extinción de la religión como elemento significativo en la existencia humana. Esta suposición era compartida tanto por quienes daban la bienvenida a esta tendencia como por quienes la deploraban. Los laicistas modernizadores saludaban el hecho de que la ciencia, el racionalismo y el pragmatismo estaban eliminando las supersticiones, mitos, irracionalidades y rituales que formaban el núcleo de las religiones existentes. La sociedad naciente sería tolerante, racional, pragmática, progresista, humanista y laica”.
Esta tendencia se ha revertido a lo largo del siglo actual. En Oriente Medio, donde Siria e Iraq eran gobernados por las dos ramas del partido laico Baath, el camino seguido apunta en otra dirección.
Aunque algunos países como Líbano, Turquía y Túnez muestran características más seculares, la realidad es que hoy la religión marca definitivamente la política y la sociedad de toda la región. Estos tres países deben ser citados además con un asterisco: en Líbano, la constitución intenta, sin lograrlo, hacer coincidir un esquema confesional —18 confesiones reconocidas— con una supuesta secularización. En Turquía, Erdogan encabeza un partido islamista pese a la herencia laica recibida. Túnez se destaca por su tolerancia, pero el islam es la religión consagrada en su Constitución.
Y hoy tendríamos que incluir a Israel, donde el precario gobierno de Benjamin Netanyahu depende del apoyo de los sectores religiosos más extremistas del espectro judío.
Hablando de Israel, quizás ejecuta la más racional de las políticas que se despliegan hoy en torno a la revuelta situación siria. Curándose en salud, ha hecho lo que siempre quiso hacer: ocupar posiciones cercanas a Damasco y destruir la base material del Ejército sirio.
De modo que, en el caso de que tome el poder una formación islamista o se enfrenten entre sí las muchas facciones de ese escenario vecino, no contaría con el armamento pesado que sus aviones han destruido, y sus fuerzas tendrían bajo sus ojos, desde el Golán sirio, la misma ciudad de Damasco.
¿Y HTS?
La llamada Organización para la Liberación del Levante, o HTS por sus siglas en árabe, es la cabeza visible de la insurrección que hoy tiene el poder en Siria. Su líder principal es Abu Mohammad Al Jawlani, o por su nombre real Ahmed Hussein al-Shar’a, nacido en Arabia Saudita, pero criado en el Golán sirio.
He buscado sus datos biográficos en una página del Departamento de Estado de Estados Unidos. Extraigo algunos párrafos:
“El programa de Recompensas por la Justicia ofrece una recompensa de hasta 10 millones de dólares por información sobre Muhammad al-Jawlani, también conocido como Abu Muhammad al-Golani y Muhammad al-Julani. Al-Jawlani es el líder del Frente Al-Nusrah, filial de Al Qaeda en Siria. En enero de 2017, el Frente Al-Nusrah se unió con otros grupos de oposición de línea dura para formar Hayat Tahrir al-Sham (HTS). Aunque al-Jawlani no es el líder de HTS, sigue siendo el líder del Frente Al-Nusrah, afiliado a Al Qaeda, el cual es el núcleo de HTS.
“Bajo el liderazgo de al-Jawlani, el Frente Al-Nusrah ha llevado a cabo múltiples ataques terroristas en toda Siria, a menudo dirigidos contra civiles. (…) En junio de 2015, el Frente Al-Nusrah se atribuyó la autoría de la masacre de 20 residentes en la aldea drusa de Qalb Lawzeh, en la provincia de Idlib, Siria.
”En abril de 2013, al-Jawlani juró lealtad a Al Qaeda y a su líder Ayman al-Zawahiri. En julio de 2016, al-Jawlani elogió a Al Qaeda y a al-Zawahiri en un vídeo en línea y afirmó que el Frente Al-Nusrah cambiaría su nombre por el de Jabhat Fath Al Sham (Frente de la Conquista del Levante).
”El 16 de mayo de 2013, en virtud del Decreto Ejecutivo 13224, en su versión modificada, el Departamento de Estado de EE.UU. clasificó a al-Jawlani como Terrorista Global Especialmente Designado. Como resultado de esta clasificación, entre otras consecuencias, quedan bloqueados todos los bienes de al-Jawlani sujetos a la jurisdicción de EE.UU., y los intereses que de estos devengan, y en términos generales se les prohíbe a las personas de EE.UU. participar en transacciones de ningún tipo con al-Jawlani. Asimismo, se considera un delito proporcionar, intentar proporcionar o conspirar para proporcionar, con conocimiento de causa, apoyo material al Frente Al-Nusrah, una Organización Terrorista Extranjera conforme a la clasificación de EE.UU.”
Y sobre HTS, el Departamento de Estado dice:
“En 2017, Hayat Tahrir al-Sham (HTS) se formó tras una fusión del Frente al-Nusra (ANF) con varios otros grupos. HTS controla una porción del territorio del noroeste de Siria con el propósito de derrocar el régimen de Assad de este país y sustituirlo por un estado islámico suní que lleve a cabo su propio plan como afiliado de Al-Qaeda. Desde su creación, dicha organización ha tomado como rehenes a varios ciudadanos estadounidenses. Es un elemento extremista fuera de la oposición siria y ejerce diferentes niveles de influencia sobre la gobernanza local y conspiraciones externas”.
Mientras tanto, hoy acompañan a las manifestaciones moderadas y permisivas de este personaje en CNN y otros medios los confusos intentos del propio Departamento de Estado por blanquear a Al Jawlani. Podremos imaginarnos el ambiente, los manejos, las conspiraciones de políticos, de funcionarios y de las varias inteligencias que hoy intervienen en la cuestión siria. ¿Qué saldrá de ahí? ¿Qué futuro les espera a las nuevas generaciones sirias? ¿Qué traiciones se urden en los palacios?
Mi consejo: la espalda siempre contra la pared. Puñales en mano, estos son los personajes que determinan el futuro, al menos inmediato, de la nación siria.