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El pasado 22 de junio, aviones B2 bombardearon las instalaciones nucleares subterráneas de Irán, situadas a gran profundidad en plena montaña. Parecía el clímax de una escalada que culminaría en un descalabro del Gobierno de Irán, en beneficio del régimen sionista de Israel.
Esta escalada había iniciado diez días antes, cuando la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) criticó a Irán por no cumplir con sus obligaciones y compromisos con su desarrollo nuclear.
Un día después Israel bombardeaba con 200 aviones las defensas iraníes y, dijeron, algunas instalaciones nucleares.
Finalmente, el 23 de junio, Estados Unidos enviaba bombarderos furtivos B-2, armados con bombas bunker buster, junto con misiles de crucero Tomahawk lanzados desde submarinos.
Pero hasta hoy, la escalada no desencadenó los acontecimientos que llevarían a la guerra apocalíptica que querían los israelíes, sino hacia la dura y difícil mesa diplomática.
Durante mucho tiempo se hablará y se explorarán las intrigas, las contradicciones y los manejos de los episodios transcurridos antes y después de estos días.
Un visitante singular en la Casa Blanca
Fueron días intensos en la cima del Gobierno estadounidense. Pero encontraron espacio para recibir a un visitante que todavía motiva especulación. El general Asim Munir, jefe del Estado Mayor del Ejército de Pakistán, fue recibido por el presidente Trump. Estaba previsto que la entrevista, sin prensa y al parecer sin más participantes, durara una hora. En realidad hablaron a solas durante dos.
Recordemos que en Pakistán los militares tienen tanto poder como el gobierno civil, y a veces más —gobernaron el país durante treinta años—.
Y la vida siguió, con las agitaciones lógicas del momento en que se produjo. Oficialmente, el militar pakistaní continuó y concluyó normalmente su estancia en Estados Unidos, destinada a cumplir los objetivos que justifican tradicional y rutinariamente estos intercambios: fortalecer los lazos militares, expandir la colaboración en operaciones antiterroristas, promover intercambios de experiencia técnica, seguridad fronteriza y entrenamiento.
Pero las interpretaciones se dispararon; desde los mejores articulistas hasta los “conspiranoicos”, sedientos de oportunidades como las que les regalaban Trump y el general pakistaní.
Lo más probable es que nunca conozcamos el detalle exacto y la información completa de la entrevista. Lo extraño es el lugar y el momento. Pakistán ha sido, sí, un amigo a veces molesto para Estados Unidos. Pero siempre de gran utilidad.
Desde la perspectiva de Pakistán, la visita pudo ser un intento de posicionarse como un mediador regional en las tensiones entre Irán e Israel, aprovechando sus lazos históricos con ambos. También buscaría asegurar los intereses económicos de Pakistán con Irán y mitigar el riesgo de desestabilización fronteriza.
Pakistán, enfrentado a una grave crisis económica, también estaría buscando inversión extranjera, especialmente en minerales críticos, como una forma de reequilibrar su dependencia de China y evitar posibles aranceles de EE. UU.
Para Estados Unidos puede ser un canal de trastienda con Irán, y de paso evitar cualquier acercamiento de un Pakistán nuclear, con un peso decisivo en la región sur de Asia, hacia Teherán o hacia China.
En las relaciones entre Pakistán e Irán se mezclan una cooperación histórica, tensiones fronterizas y un papel estratégico en esa zona del sur de Asia que puede resultar útil para Estados Unidos.
Aunque ambos países comparten vínculos culturales y económicos, la frontera de Baluchistán ha sido escenario de enfrentamientos militares por grupos insurgentes. A pesar de estas fricciones, mantienen canales de diálogo.
Cualquiera de estos temas puede haber sido centro del intercambio de Trump con el general Asim Munir. O ninguno de ellos.
Un breve repaso histórico
La complejidad de Pakistán no solo tiene que ver con su especial posición geográfica, sino con un mal recuerdo que dejó el colonialismo británico.
Cyril Radcliffe era un abogado británico que no solo era abogado británico, sino que lo parecía, con la seriedad, maneras, bigote, lentes y sombreros propios de su condición en la Gran Bretaña de la posguerra. Le fue encargado por el gobierno de Su Majestad acometer la tarea de trazar una frontera que separara, en el extremo noroccidental de la India, la zona donde la población era más musulmana que hindú, de la zona propiamente hindú.
La historia ha visto poca gente tan resuelta como Cyril Radcliff. Acometió su tarea con la diligencia que se espera de un abogado del reino, y con un solo obstáculo para su empeño: nunca había visitado la India ni conocía a los habitantes de la región por donde tenía que trazar la línea divisoria que, aun hoy, llaman la línea Radcliffe.
Cinco semanas fue el plazo que se le dio y Radcliffe, al terminar, no se había percatado del drama o, mejor, de la tragedia que había dejado detrás.
En consideración a sus confesiones religiosas, musulmanes e hindúes, se consideró que del lado paquistaní debían quedar los musulmanes, que eran mayoría en esas zonas, y del lado indio, los hindúes.
La medida se adoptó no solo con la frialdad de la burocracia imperial, sino en el momento en que la autoridad no existía. Con los británicos yéndose, y los gobiernos de los nuevos estados conformándose, el caos fue incontenible.
Se estima que más de 12 millones de personas tuvieron que atravesar la línea que trazó Radcliffe, porque vivían en “el lado equivocado”. Fue una de las migraciones más grandes y mortíferas de todos los tiempos, y cerca de un millón de personas murió a consecuencia de la violencia que desató la división.
La frontera que trazó Radcliffe se extendía por 2900 kilómetros, y aún hoy sigue siendo motivo de polémica.
Realmente no fue una decisión insólita. El trazado abrupto de fronteras coloniales, sin tener en cuenta las realidades demográficas y culturales, es un lugar común en la historia del colonialismo. En muchos países separaron familias, entidades tribales, verdaderas naciones. El caso de África es paradigmático, al igual que el Medio Oriente.
En especial, Radcliffe se ocupó de Cachemira, una región del Himalaya admirable por su belleza natural: lagos, praderas y montañas nevadas.
Nos dice BBC Mundo: “Según el plan de partición proporcionado por la Ley de Independencia de India, Cachemira era libre de adherirse a India o Pakistán. El maharajá (gobernante local), Hari Singh, inicialmente quería que Cachemira se independizara, pero en octubre de 1947 decidió unirse a la India”.
Estalló una guerra, la primera entre ambos contendientes, y la India solicitó la ayuda de la ONU. En 1949, India y Pakistán firmaron un acuerdo para establecer una línea de alto el fuego recomendada por la ONU. Una parte de Cachemira quedó en territorio paquistaní y otro en territorio indio.
Hoy ambos paises reclaman la Cachemira que no tienen, y en varias ocasiones ha habido incidentes y guerras. No sería nada que no hayamos visto, pero es que ambos países tienen amas nucleares, entre 160 y 180 ojivas cada uno.
India desarrolló de forma independiente su programa nuclear, aunque recibió asistencia inicial de países como Canadá y Estados Unidos para reactores civiles que luego fueron utilizados para fines militares. Se convirtió en potencia nuclear en 1974, primer test, y en 1998 mediante declaración oficial. Pakistán, a su vez, se convirtió en potencia nuclear en 1998, con asistencia crucial de China desde los años 70 y hasta los 90.
Salvo los amagos históricos entre Estados Unidos y la URSS, son los únicos países que han amenazado con cruzar el umbral de una guerra nuclear, cada vez que se van a las armas en las fronteras que trazó el viejo imperio británico.
¿Perplejidad en Estados Unidos?
Las relaciones de Pakistán con Estados Unidos han sido descritas como una “montaña rusa”, con períodos de acercamiento y otros de crisis. Las avenencias y desavenencias han tenido que ver además con los intensos movimientos que tuvieron lugar en su región y en el mundo.
La India fue durante la guerra fría un referente para todo el Tercer Mundo, líder en el Movimiento de Países No Alineados, pero no indiferente ante los hechos que se producían a sus puertas. En el diferendo soviético chino, India tuvo relaciones preferentes con la URSS, mientras que la tensión con China alcanzó extremos peligrosos. Pakistán optó por convertirse en aliado de Estados Unidos, de quien recibió una considerable ayuda militar y económica.
El acercamiento simultáneo con Estados Unidos alcanzó su cota más alta en la década del 80, cuando auxilió a los mujahidines que se movilizaron contra la guerra de los afganos contra los soldados soviéticos que habían irrumpido en el “cementerio de los invasores”. Con altas y bajas, esta ambigua situación se mantuvo hasta los años 90.
Algo parecido le sucedió en el Oriente Medio. Amigo de la causa palestina, de las naciones del golfo, oscilante con Irán y crítico de Israel.
Pero ya en los 90 las fichas cambiaron de lugar sobre el tablero. Pakistán, un país de tensa situación económica, con grandes diferencias entre los militares y el gobierno, se ha tenido que adaptar a las nuevas relaciones.
El 11 de septiembre lo llevó a una alianza más sólida con Estados Unidos, a pesar de mantener lazos con China y de navegar complejas relaciones regionales.
La dependencia de Estados Unidos afecta a sus fuerzas armadas. Y China es también un amigo poderoso. Pero si los estadounidenses le reclaman lealtad por encima de China, China hace lo mismo respecto a los norteamericanos. Pakistán los necesita a ambos.
Entre tanto, China y la India mantienen su hostilidad mutua, y la India tras firmar el acuerdo nuclear con Estados Unidos, se integra con ese país, con Japón y con Australia, en la alianza QUAD, para convertirse en un “contrapeso a China”.
¿Qué hacer? El veterano periodista paquistaní Ahmed Rashid, autor de libros definitivos para comprender la región, reflexionó el pasado año ante el diario español El Mundo: “Estados Unidos se ha vuelto mucho más estridente al insistir en que sus aliados se posicionen contra China. Pakistán tiene una relación muy fuerte y de larga data con China. En este momento, está recibiendo un préstamo chino de más de 2000 millones de dólares para respaldar sus reservas bancarias. Pero Pakistán tampoco puede prescindir del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que son instituciones estadounidenses utilizadas para sobornar a otros países o hacerles fracasar”.
Pakistán no tiene otro remedio que asumir una política exterior pragmática y transaccional, donde lo único que no se puede discutir es su ya vieja disputa con la India. India es su enemigo. Y viceversa.
Pero no deja de ser una fuerza importante e influyente en toda la región. Es decir, que almorzar durante dos horas con el jefe de sus fuerzas armadas y de la poderosa ISI, la inteligencia pakistaní, no puede haber sido solo una concesión de Trump al protocolo.
El tiempo, y no mucho tiempo, levantará el velo que nos revelará la verdad que no vemos tras la visita del general Amir Munir a la Casa Blanca.