Como sucedió con Barcelona en 1992, el inicio de los Juegos Olímpicos de París 2024 quedará en el recuerdo durante mucho tiempo. Tuvo que ver con una gran decisión: el mejor escenario para inaugurar los juegos era la ciudad misma.
Es decir, el París que más se conoce. A lo largo del Sena, a derecha e izquierda, las grandes edificaciones de las márgenes fueron la escenografía contra la que vimos desfilar las delegaciones en los míticos bateaux-mouche, y sobre los puentes del Sena y en islotes flotantes, vimos, simplemente, arte.
El Sena, flanqueado por La Conciergerie (donde María Antonieta, prisionera ya, pasó sus últimas horas), el Louvre, las Tullerías, la plaza de la Concordia y el Arco de Triunfo del lado norte, y el Museo d’Orsay y la gran catedral Notre Dame… ¿para qué buscar otra escenario?
Un dato adicional: pese a que está prohibido en sus censos hablar de raza, Francia es un 85 por ciento “blanca”, sea lo que sea que esto quiera decir. El espléndido espectáculo dio una imagen de diversidad étnica, como corresponde, al amplio pasado colonial del país.
Para los deportistas ya estamos en el tiempo de la dura competencia; para el público, del disfrute.
Nadie se imagina la tensa y enmarañada actividad que se desarrolla dentro de juegos como estos. A guisa de ejemplo, el tradicional centro de transmisiones internacionales, donde se cruzan y coexisten a la vez decenas de cadenas de tele y radiodifusión, cada una con necesidades y horarios diferentes, que compilan lo que les envían simultáneamente centenares de cámaras desde las distintas sedes. Todo en tiempo real y con un gran árbitro, el reloj.
Todo el mundo aspira además a que se cumpla en el mundo la llamada “tregua olímpica”, “ekecheiria” en griego antiguo, que se originó en Grecia en el siglo VIII a.C. con el objetivo de asegurar la paz y permitir que los atletas, artistas y espectadores pudieran viajar y participar en los Juegos Olímpicos en Olimpia, sin peligro. Solía ser respetada entonces.
La Asamblea General de la ONU recogió la idea y la aprobó para los tiempos actuales. Pero esa tregua no siempre se ha cumplido y, además de algunas guerras, otros intensos procesos políticos corren en paralelo.
Así sucede en Francia. Mientras se disfruta de las competencias, en los estadios, en la televisión o en Internet, otros procesos, con algunos parecidos con el deporte, se desarrollan en el enredado mundo político francés.
Y la clase política europea se mantiene durante este tiempo con un ojo mirando las competencias y otro atento a las noticias sobre el parlamento francés.
Francia es uno de los tres grandes países de Europa. Es la segunda economía europea, después de Alemania. Es la tercera nación más poblada del continente, detrás de Alemania y del Reino Unido. Y, como sabemos, fue allí donde nacieron las ideas de la Ilustración, que la burguesía del siglo XVIII necesitaba con urgencia.
Nuestra noción de izquierdas y derechas, hoy confusas, pero de utilidad práctica, no fueron el resultado de una gran deliberación. Quizás fue obra del acomodador que intentaba organizar a los asistentes a las sesiones de la Asamblea Nacional de 1789, y sentaba a los girondinos en los asientos de la derecha y los separaba de los fogosos jacobinos, a quienes situaba a la izquierda. Algunos indecisos se sentaban en el centro, para oír a ambas partes.
Antecedentes necesarios
El todavía presidente Emmanuel Macron se graduó en Filosofía en la Universidad de París-Nanterre y en Ciencias Políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París. Posteriormente, se formó en la Escuela Nacional de Administración (ENA), donde se preparan las élites francesas.
Como miembro del Partido Socialista en 2012, se unió al gobierno de François Hollande como asesor y luego fue nombrado ministro de Economía, Industria y Asuntos Digitales en 2014.
En 2016, Macron fundó su propio movimiento político, ¡En Marche!, como alternativa a los partidos tradicionales de izquierda y derecha en Francia.
Anunció su candidatura a la presidencia en noviembre de 2016 y logró avanzar a la segunda vuelta de las elecciones de 2017, donde se enfrentó a la ultraderechista Marine Le Pen. Ganó la presidencia con un 66,1% de los votos, convirtiéndose en el presidente más joven de la historia de Francia.
Macron ha intentado caracterizarse por su enfoque “ni de izquierdas ni de derechas”. Pero En Marche ha sido un partido escorado hacia la derecha y enfrentado a grandes protestas populares.
Aunque aliado de Estados Unidos, no ha abandonado la tradición, que fue extrema en la presidencia de Charles de Gaulle, de marcar su propio camino frente a la OTAN y a Estados Unidos. No han sido iniciativas brillantes y son riesgosas para la seguridad de su país, pero sin duda fueron propias.
En los últimos años tuvo que lidiar, además, con una ultraderecha amenazadora y pujante; la representación de la vieja Europa, racista y regresiva. El Rassemblement National, de Marine Le Pen, que ha visto crecer sostenidamente sus filas, en torno a las mismas posiciones de otras organizaciones europeas similares: oposición radical a la inmigración, euroescepticismo y un marcado nacionalismo.
Por eso cuando las elecciones para el Parlamento Europeo proyectaron a la ultraderecha continental con una fuerza inesperada, logrando el 22 % del total de escaños, Macron decidió disolver el parlamento francés y convocar a nuevas elecciones.
Los resultados en la primera vuelta demostraron el avance de la ultraderecha. En la segunda, recurriendo a momentos inolvidables de la Francia antifascista y de la posguerra, la izquierda se unió en una entente de resonancia histórica, el Nuevo Frente Popular que agrupó a La France Insoumise, liderada por el combativo y radical Francois Melenchon, al histórico Partido Socialista y al no menos histórico Partido Comunista, junto a otras organizaciones. El Frente fue la fuerza más votada, mientras los macronistas quedaron en segundo lugar, y la ultraderecha se desinfló en un tercer lugar.
La barrera creada por la izquierda y el centro político paró en seco, al menos por ahora, a la agrupación de Le Pen. El famoso cordón sanitario frente al fascismo de ultraderecha, había funcionado.
El nuevo cordón sanitario
La izquierda francesa ha sido también, y durante mucho tiempo, un referente mundial. Después de la segunda guerra mundial, el Partido Comunista Francés era un fuerte candidato para dirigir el país, por su activa participación en la resistencia.
Pero el Partido Comunista, disminuido por numerosos factores que han reducido su influencia, dista mucho de tener hoy el peso de los años 40 y 50.
Los socialdemócratas también tuvieron momentos de gloria. Quizás su etapa más brillante en la postguerra fue la intensa presidencia, del partido y del país, de François Mitterrand. Hoy el Partido Socialista es un partido actuante, pero sin la fuerza que entonces tuvo.
Más recientes son los ecologistas. De ellos surgen los Verdes, que forman parte también de las fuerzas de izquierda, un integrante inexcusable de la política francesa.
La gran noticia fue la fuerza adquirida por la formación liderada por Jean Louis Melenchon, La France Insoumise, radical y popular, mayoritaria en los resultados del Nuevo Frente.
Pero la izquierda al frente del gobierno es también una variante inaceptable para la centroderecha macronista.
Hacía falta otro cordón sanitario, más difícil de establecer.
Mientras otros juegan
Y así, mientras se ensayaban las coreografías de la inauguración de los Juegos, se libraba la primera batalla por la presidencia de la Asamblea Nacional. Tras piruetas y cabriolas, Macron logró imponer a su candidata Yael Braun Pivet, quien ya ocupaba ese cargo. Después de tres vueltas, obtuvo 220 votos contra 207 de su contrincante comunista, André Chassaigne.
De tal manera, la cuarta autoridad del Estado francés, ha quedado en manos del macronismo. Los diputados de izquierda acusaron al oficialismo de ignorar los resultados de las urnas que favorecieron la coalición izquierdista.
Más variada ha sido la distribución en comisiones y órganos del Parlamento.
Pero la decisión principal es la que se negocia hoy en pasillos y oficinas, mientras los deportistas compiten: ¿quién será el jefe del gobierno, el primer ministro?
A diferencia de otros sistemas parlamentarios, en la Quinta República, la establecida durante el mandato de Charles de Gaulle, el presidente puede seguir en el poder pese a no contar con mayoría parlamentaria. Es la llamada “cohabitación”.
Es incómodo pero no es nuevo. Mitterrand, socialista, fue presidente coexistiendo con Jacques Chirac y con Edouard Balladour, primeros ministros conservadores, en dos momentos diferentes. Y el propio Chirac, como presidente, “cohabitó” durante cinco años con el socialista Lionel Jospin.
Macron y toda la derecha están haciendo lo imposible porque la izquierda unida no repita una experiencia que, aunque legal, es tremendamente incómoda, y suele ser un trampolín hacia una futura victoria en las presidenciales del 2027.
Eso es lo que se mueve hoy en las “eliminatorias” de estos otros juegos.
En el seno de la izquierda han proliferado nombres que demuestran lo complicado de la composición del Nuevo Frente Popular. Eliminadas dos fuertes propuestas, una de los socialistas, la climatóloga Laurence Tubiana, y Huguette Bello, presidenta del consejo de la Isla de la Reunión, propuesta por Melenchon, todo indica que el “oro” será para Lucie Castets.
“Por un lado, es directora de Presupuesto en el Ayuntamiento de París y también ocupó cargos en la Dirección General del Tesoro y el organismo de lucha contra el blanqueo (Tracfin) del Ministerio de Economía. Por otro lado, es portavoz de un colectivo de funcionarios que ella misma cofundó, Nuestros Servicios Públicos”, según ElDiario.es.
La candidata del NFP a primera ministra de Francia ve como una “prioridad” derogar la reforma de las pensiones —impulsada por el anterior gobierno macronista y causante de una resonante protesta popular—, en caso de que la Asamblea Nacional respalde su candidatura.
Pero el macronismo no espera con los brazos cruzados. Una posibilidad reside en reforzar sus votos con los del Partido Republicano, en una alianza perentoria destinada a impedir el triunfo de la izquierda.
Por ahora, los franceses disfrutan de los Juegos Olímpicos, mientras los políticos compiten en los suyos.
Emmanuelle Macron ha tenido que apelar a la tregua olímpica: “…hasta mediados de agosto, tenemos que centrarnos en los Juegos, y después, en función de cómo avancen nuestras conversaciones, es mi responsabilidad nombrar un primer ministro y encargarle la tarea de formar un gobierno y conseguir la unidad más amplia posible que les permita actuar y lograr la estabilidad”, declaró.
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