Una colega, también recién parida, me pide por chat de Facebook que cuente los consejos que recibí durante el embarazo, y durante este primer mes de Nina. Trato de indagar los motivos de su solicitud. Le pregunto si la han molestado mucho con las recomendaciones. Pero no leeré su respuesta hasta terminado este Martazos porque, aun con 3G, comunicarse sigue siendo un lujo carísimo que no me puedo permitir todo lo que quisiera, todo lo que necesito.
Creo que no hay manuales absolutos sobre cómo cursar un embarazo, y menos sobre cómo ser mamá. Por supuesto, escucho todos los consejos que llegan, incluso los que vienen en forma de amenazas de algunos comentaristas de esta columna.
Algunos los he desechado porque no se acomodan a mi ideología, a la manera en que miré mi maternidad desde que crecía una criatura en mi panza. Otros los he adaptado a este, mi contexto, y los más los he seguido al pie de la letra.
Entre el primer grupo de recomendaciones está “comer carne roja”. La detesto. Sin llegar a ser vegetariana, que en Cuba es muy aburrido, trato de comer carnes una vez por semana –las que encuentro menos mosqueadas, menos refrigeradas. La carne de res me está prohibida, como a la mayoría de mis coterráneos. La de carnero apenas puedo olerla cuando se cocina. Suplí su ausencia con alimentos ricos en hierro, con quinoa donada por amigos no cubanos, y un suplemento de hierbas que me enviaron desde el norte. Mi hemoglobina tras el parto era de 12.9 (¿Ahora empiezo yo a dar consejos?).
Para tener lechita, no tomé batido de leche con turrón de maní, ni maltas… Tengo abundante leche, que garanticé tomando un poco de Third Trimester Tea durante las últimas semanas de mi gestación, y siguiendo recomendaciones de amigas como Loannia Marimón. Ella me explicó en qué posición debemos amamantar, no solo para que Nina se alimente bien, sino para contribuir al ciclo de la leche.
Hacer reposo también aparece en la lista. Incumplí. No pude dejar de trabajar hasta último minuto, y tampoco quise hacerlo. La idea de quedarse en casa sin un motivo de peso, me parece parte del concepto de embarazo relacionado con enfermedad. Hice yoga, ejercicios de estiramiento y utilicé las escaleras unas dos veces al día; más lavar, fregar, limpiar un poquito y todo lo demás hogareño. Gracias a esto parí a Nina en menos de una hora de trabajo de parto. (Más consejos).
Ahora me exhortan a que le dé agua a Nina antes de sus 6 meses, que la teta sea cada 3 horas y no a librísima demanda, que no la bañe en los días de frío, que no la cargue cuando llora para que fortalezca los pulmones, que no colechemos, que le dé cocimiento de anís estrellado para los cólicos, que la cure con mi propia leche, que le abra los huecos en sus orejitas, que la bautice, que hierva su ropita antes de lavar, que no use pañales desechables ni toallitas húmedas en los primeros meses. Me niego, respetuosamente.
Y Nina mama cuando quiere, siempre estoy dispuesta. Está hidratadísima, creciendo y engordando como indican las tablas de los neonatólogos. Está tranquila y se ve feliz pegadita a nosotros. Los cólicos se alivian con ejercicios para movilizar sus intestinos, y con la dieta que indican los médicos. La leche materna contiene glucosa que les encanta a los bichitos. Mi tipo de vida me llevó a elegir lavar bien y enjuagar muuuchooo antes de tender al sol. Para mi desagrado, mi contexto me ha condicionado en el empleo de pañales desechables y toallitas húmedas, cuando hubiera preferido todo de tela, reciclable y poco contaminante. Ella tendrá huequitos en las orejas cuando decida y se bautizará si lo precisan sus creencias, como resolvieron mami y papi conmigo. Cuando eso suceda, estaré para acompañarla.
Otras recomendaciones las he ido contando en Martazos anteriores. Prometo compartir más de lo aprendido y aprehendido en entregas próximas, como la columna pendiente sobre el uso del fular.