Hoy quiero distraerme un poquito de mi maternidad. Solo un poquito.
Hace unos años comencé a explorar las ventajas de la llamada copa menstrual. Hace alrededor de 1 me decidí a invertir en mi salud sexual y reproductiva (las copas resultaban caras para mi economía que incluye mucho voluntariado y administrar una casa-albergue abierta casi 24 horas).
Mi amiga Larisa López me regaló mi primera copa, a pesar de que fue un encargo mío, puntual. Pero los amigos, mis amigos, son así de generosos.
Hasta entonces era de las que pensaba el tampón como un instrumento importante en la liberación femenina, muy a pesar de los dolores de cabeza que a las seis horas empezaban a darme signos de una de sus contraindicaciones: el shock séptico. Pero la copa es la verdadera libertad ante un proceso como la menstruación, en un país con carencias de productos para nuestros cuidados en este período.
La copa menstrual es un método de recolección –no de absorción– cada vez más difundido en el mundo, cuyo costo oscila entre los 10 y 30 dólares estadounidenses. Si la cuidamos bien, la Agencia Ejecutiva de Consumidores, Salud, Agricultura y Alimentación de Europa certifica su uso seguro por una década.
En Cuba, pocas mujeres conocen su existencia. Tampoco se comercializan en un contexto de carencias de productos de gestión menstrual, de sus altos costos en el mercado en CUC, de la mala calidad e irregularidad en la entrega de las almohadillas sanitarias subsidiadas por el Estado para mujeres de entre 10 y 55 años, y de nuestros crecientes índices de contaminación.
Sí, contaminación. Porque la copa, hecha de un tipo de silicona, es una alternativa también ecológica y sustentable.
La organización argentina Economía Feminista, que hace más de un año promueve la campaña MenstruAcción, asegura que “los productos de cuidado femenino no son considerados artículos médicos y por ello no están sometidos a controles rigurosos”.
Una investigación citada por las activistas denuncia el uso de un herbicida “bastante controversial desde el punto de vista toxicológico y ambiental” como el glifosato: 85 por ciento de las almohadillas y tampones da positivo a este herbicida.
La “basura menstrual” cubana tampoco se separa de la común, “aunque contengan lo que en cualquier hospital se consideraría residuos patogénicos”. Su degradación (tampón o íntima, como se le conoce popularmente a las almohadillas) oscila entre 500 y 800 años y cada una de nosotras botamos entre 1 y 5 kg anuales de residuos de este tipo.
Sin ser conscientes, contaminamos nuestro cuerpo y el medioambiente, mientras dañamos la vida de las personas vecinas de los basureros, de las que viven de la basura.
A partir del anuncio de mi primer librito artesanal KitDeSupervivenciaParaMujeres, que la incluye como propuesta, varias amigas y colegas se han movilizado en encontrar soluciones para donativos a cubanas. Primero, las amigas de MeLuna Argentina que proveyeron a precios bajos la compra de las copas que incluyo en este libro lo más reciclado posible. Luego con varias amigas pretendemos hacer un espacio en nuestras agendas para la divulgación del método.
Ojalá nuestro Estado, con sus estructuras, divulgue los beneficios de la copa menstrual y las comercialice en la isla, exentas de impuestos, subvencionándola para mujeres en desventaja social.