No puedo, no quiero empezar este Martazos sin expresar mi infinita solidaridad con la gente de mi Habana arrasada y familiares de los heridos y muertos; con las personas que perdieron sus casas y buena parte de su historia. No puedo, no quiero, sin invocar mi sororidad con todas las madres de la zona siniestrada y con las mujeres y sus hijos que se encontraban en el colapsado hospital materno Hijas de Galicia.
Desde el amanecer de ayer, he tratado de contactar con amigos y colegas de los parajes devastados; de movilizar una ponina directa (o lo más directa posible) para llegar a esas personas que lo han perdido todo; de solicitar información precisa –sin respuesta aún- a nuestros funcionarios públicos que planean gobernar este país electrónicamente; de pedir a ETECSA baje sus tarifas para poder colaborar mejor y comunicarnos con nuestros familiares en la diáspora o de viaje, y ser puente entre familias, a falta de otras opciones…
El corte –imagino preventivo- de electricidad ocurrió como a las 9 de la noche. No puedo ser tan precisa, pero sé que le daba la teta a Nina cuando se oscureció todo. Respiré profundo en lo que llegaba la última vela, la única, la de Larisa… y hablé sin parar, para que no se asustara con tanta oscuridad. (Mi papá me había avisado -y Mario y la Nona de Nina- sobre una tormenta pronosticada).
Justo antes del apagón rumeaba esta columna sobre mi vida con Nina esta última semana. Me decidí por este tema porque había marcado el 27 de enero como el Día de la Primera Perreta de Nina.
Sí, Nina lloró sin parar por unos 5 minutos, cuando decidimos alterar el orden tras su baño. Como hacía frío y ella estaba tranquila, en vez de darle la teta justo después de secarla, decidimos vestirla para recompensarla luego. Mala idea…
Acudí al manual que tengo recién grabado en las meninges: revisar si la había picado un bichito, si había algo punzante en su ropa, si tenía frío, ¿calor?, cólicos, hambre, y nada. Así que a caminar diciendo frases para su seguridad y nuestra tranquilidad. 5 minutos pueden ser una hora, según la situación en la que estemos (si no, preguntemos a los sobrevivientes del tornado malo).
Nina está creciendo, pensé. Le pedí perdón y la abracé y besé tanto, mucho. Ella me sonrió como aceptando las disculpas, porque Nina ya sonríe con su sonrisa social, como la llaman los expertos, y comenzó un gorjeo que no comprendo, pero me dice muchas cosas.
Nina es fan de dos cuadros que tengo en casa, dos cuadros de dos pintores cubanos en el exilio: Luis Cabrera y Carballo. En esta última semana los descubrió. Los mira fijo, se ríe y les dice cosas en su idioma inentendible. Parece contenta.
Nina sostiene con sus manos sus muñecos mientras jugamos. No los suelta tan rápido como antes. Y eligió -con ojos, manos y boca- al burrito Bu, una especie de guante o media-títere en forma de ese animalito, como su favorito (un regalo de su pequeña gran amiga Mia del Sol Durán, en la mañana del pasado domingo, que terminaría triste). Mientras yo le canto su tema de presentación: “Yo soy el burrito Buuuuu. Soy el burrito Buuuuuuuuuu. Yo soy el burrito, soy el burrito, soy el burrito Buuuuuuuuuuuuuuu”. (Suena como Rap).
Nina ya repta hasta encontrar mis tetas en la madrugada. Ayer, justo cuando el tornado salía de El Mago de Oz para borrar nuestras sonrisas, mi hija me mostraba cuánto ha crecido en estos casi 3 meses de vida extrauterina. Las tres mamadas que necesitaba se las gestionó ella solita en medio de la oscuridad ruidosa, gracias al colecho. Yo no dormía, pero mi insomnio tenía que ver con la tormenta afuera, sin electricidad y sin 3G para saber del mundo, de nuestra ciudad. Donde vivimos se sintieron ráfagas fuertes, estruendos de objetos lanzados como proyectiles por el viento y una lluvia pertinaz.
Nina ha sido hoy mi fuerza. Me ha tenido paciencia. Nina ya duerme el sueño de los inocentes. Y yo, otra vez lucharé para cerrar los ojos llorosos, porque no dejo de pensar en tanta gente sin casa, con miedo, con frío de ese que te cala los huesos cansados, tanta gente triste.
Quizá este Martazos sirva también para contarle a mi hija cuando sea grande sobre nuestro primer tornado juntas y para educarla en la solidaridad que me enseñaron mis padres y mis abuelos, porque el 27 de enero ya no será el día de su primera perreta, sino el día en que deseamos en grito unánime: #FuerzaLaHabana!!!
Ya, que lloro. Y hay mucho por hacer.