Insisto en hablar de redes y tetas. Esta vez relacionadas con mi decisión de colechar. Cuando publiqué Entre mamada y mamada, Mavelyn Marimón me sugirió por Facebook que revisara el blog Tenemos tetas. No lo conocía, aunque Ileana Medina, su autora, era uno de los mitos de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, en la que ambas estudiamos en momentos distintos de finales del siglo pasado.
Ileana y yo no coincidimos entonces. Sin embargo, tenemos más en común que ser cubanas, periodistas y un montón de amigazos compartidos. En su blog personal cuenta su experiencia y sus hallazgos como mujer, como madre. Ella agradece a sus hijos. Yo a Nina. Ella quiere acompañar a mujeres y hombres que quieran reconectarse consigo mismos. Yo siento que he cumplido este objetivo fundacional de la columna. Como ella, también escribir espanta mis fantasmas, me exorciza.
Yo, que había decidido colechar desde inicios de mi embarazo y que lo comencé a practicar con Nina en este primer mes de nacida (gracias a Tadeo, Gloria y Mauri que nos legaron la cuna sidecar*), confirmo su validez con los aprendizajes e investigaciones que Ileana comparte; también con nuestra experiencia de vida.
Intuía, como observadora, que los bebés debían estar muy cercanos a sus padres, satisfechos y bien atendidos para completar su desarrollo extrauterino. Me parecía injusto aquello de que “hay que dejarlos llorar un poco para que fortalezcan sus pulmones” o “no deben dormir con los padres porque pueden aplastarlos” o “no hay que cargarlos porque se malacostumbran a estar en tus brazos.”
Pensaba con mi útero cargado con esa criatura que hoy se llama Nina: ¿Cómo someterla a estar lejos de mí, en su cuna apartada, estéril, fría y solitaria? ¿Cómo distanciarla cuando fue mi mejor compañera en un embarazo convulso, de grandes batallas, cuando no me abandonó nunca en esas luchas? (Escribo estos Martazos con Nina dormidita en un fular donado por Emilia y Alejandro Ramírez, como marsupiales. Pero de esto irá otra columna).
Ileana me apapacha con sus textos, como si me llevara a mí en un fular de seguridades. Ella cita una entrevista de BuzzFeed Noticias a la profesora de psicología Darcia F. Narváez para referirse al llamado nicho evolutivo o la extensión del útero materno que permitirá completar la formación que los bebés humanos iniciamos intrauterinamente.
“Los niños que se mantienen cerca de sus padres y tienen sus necesidades satisfechas con más facilidad, tienen mayor empatía y más autorregulación, tienen mayor conciencia, y un estudio mostró que tenían más capacidad cognitiva y menos depresión”, reproduce la periodista.
Para Peter Fleming, profesor de Salud infantil y Psicología del Desarrollo al que Ileana nos remite, “90% de los bebés humanos en este planeta duermen de esa manera cada noche y durante más de medio millón de años de evolución humana esa ha sido la norma”.
“Los bebés están equilibrados cuando tienen sus necesidades cubiertas por un cuidador principal durante toda la noche, en contacto estrecho, y con continua alimentación”, transcribe la bloguera a Fleming.
Y sí, hasta ahora, Nina está tranquila y yo, vital en esta etapa en que depende de mis tetas, también. Sumo que estoy descansada, aunque esto no dependa solo de mis horas de sueño (promedio casi 3 seguidas en la madrugada y no suelo dormir de día).
Nina, además, aumenta de peso, aun cuando los recién nacidos tienden en las primeras semanas a bajar o mantenerse en los gramos con los que nacieron. Esto tampoco depende exclusivamente de esta filosofía. Pero sí influye, y mucho.
Nina no llora. Apenas gime, estamos listos para apapacharla. No consideramos que nada, ni la subsistencia difícil en Cuba ni el trabajo ni las constantes visitas ni el teléfono que no deja de sonar, sean más urgentes que atenderla, que estar con ella, que alimentarla.
En la noche, gracias a nuestra cunita de colecho, estoy tan cerquita que siento su respiración, compartimos calorcitos. Puedo despertarme fácilmente para darle de mamar, hasta que ella pueda movilizarse un poco y buscar mi teta para alimentarse.
En el próximo Martazos continúo con nuestra experiencia con el fular, otra extensión de mi útero, hecha de tela larga, larga, en la que Nina vive muy pegadita a mí.
*Pueden escribirme para medidas y diseño de cuna sidecar a martamar77@gmail.com.
Que niñita más chula :):)
Sip, Sergio! Estoy enamorá
haces bien en colechar.. a mi me ayudo mucho…
mi hijo tiene 8 años y todavía “colecha” cada vez que puede…jajajaj
Gracias, Lana!!! Seguimos
Emocionadísima y llorando, Marta, querida.
El amor, que triunfe siempre el amor!
Muchísimas gracias por tus palabras. La admiración es mutua.
Te abrazo inmenso y miles de bendiciones para Nina.
Ileana querida, el amor tiene la última palabra, como canta Jorge García. Gracias por el acompañamiento Un abrazo que cruce el océano. Te sigo…
Hola! Leyendo en voz alta en dias pasado este post tuyo mi madre me dice: eso no es novedad, mi mama colechó con sus 7 hijos porque no podia pagar una cuna!! Y le dije, pues es muy interesante como partiendo de una carencia tuvo una experiencia tan positiva con ella y mis tios.
Bienvenida a Nina!!
Miti querida, colechar es milenario, incluso por carencias. Creo que es de los privilegios que han tenido nuestrxs ancestros por ser pobres. Hay que volver a las raíces buenas. Muchas personas me han contando, a partir de estos Martazos, que han colechado o colechan con sus hijxs, sin haberle puesto nombre, por pura necesidad afectiva y práctica. Besa en la frente a tu mamá de mi parte. Un abrazo para ti y lxs tuyxs.