Cuando era un niño de ocho o nueve años, algunas noches iba a casa de Rodolfito, un vecino, y nos sentábamos en el portal de su casa a escuchar al padre, que sabía muchísimo de Geografía; en especial, me fascinaba que parecía conocer las capitales de todos los países. Poco a poco empecé a aprendérmelas; el tipo me examinaba por continentes, y aunque siempre tuve algunos errores –en África, sobre todo; no es fácil a los ocho años lidiar con Bamako o Ouagadougou– conseguía enumerar de corrido un buen montón de naciones con sus capitales.
Ahora bien, un elefante es siempre un elefante, una marsopa una marsopa y un trozo de molibdeno un trozo de molibdeno, pero el saber de la geografía política es altamente inestable, un mapa jamás se queda quieto, como si el planeta fuera un apartamento de clase media que la dueña redecorase cada vez que empiezan a aburrirle los colores.
Mi cuento El beso y el plan, que da título a un volumen publicado en 1998 por la colección Cemí de Letras Cubanas, cuenta las peripecias de la británica Chrissy, una hippie que, a fines de los sesenta y siendo apenas una adolescente, concibe el proyecto de ir de país en país haciendo el amor con un hombre en cada uno, como una suerte de performance en pro de la paz universal. Por determinadas razones aplaza el proyecto y no lo emprende hasta fines de los ochenta, cuando ya ronda la cuarentena, pero se mantiene hermosa y continúa sedienta de utopías. Todo empieza bien, con gran cobertura mediática, hasta que de pronto se desmembra la URSS y ya no debe acostarse con uno, sino con quince exsoviéticos, y con un puñado de exyugoslavos… Por si fuera poco, algunos territorios que luchan por su independencia tratan de sobornarla para que los visite y se tire a un nativo, lo que a los ojos de la comunidad internacional legitimaría sus aspiraciones libertarias… Todo esto se lo cuenta a Nicanor O´Donnell, a cuya puerta ha venido a tocar: ha dejado a Cuba para el final, y Nicanor es el elegido. Sólo que, nervioso ante semejante responsabilidad y a pesar del hecho de que Chrissy está durísima, Nicanor no consigue una erección decente…
Sin remontarse demasiado y hablar de la complicada historia de Prusia, o todavía más atrás, de las repúblicas de Ragusa o Venecia, el imperio Romano o las ciudades mayas, sin ir tan lejos como para referirme a naciones imaginarias (Ofir) y ciudades fabulosas (El Dorado, Shangri-La), tengo edad suficiente para recordar países que cambiaron de nombre al mudar sus circunstancias políticas, como Ceilán al convertirse en Sri Lanka, el Congo Belga en República Democrática del Congo y Alto Volta en Burkina Faso; dos países que se fundieron en uno, como las Alemanias, y uno dividido en dos partes que terminaron siendo naciones distintas (Pakistán y Bangladesh); otros que se rompieron en no-tan-menudos pedazos, como la URSS, Yugoslavia y Checoslovaquia; algunos que desaparecieron por completo, absorbidos o tras un rediseño de fronteras, como Biafra y Rhodesia, y territorios que se desgajaron y siguen ahí, como el bisoño Sudán del Sur. (A propósito de secesiones, me viene a la memoria que, a fines de los noventa, la Liga Norte de Italia quería separarse y constituirse en nación independiente como república de Padania…) Hubo también ciudades que cambiaron de nombre, como Leningrado al volver a llamarse San Petersburgo, y capitales que dejaron de serlo, como Bonn cuando Berlín volvió por sus fueros.
En el mismo medio siglo he visto cambiar los mapas nacionales, desde aquellas seis provincias facilitas –Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas, Camagüey y Oriente- hasta catorce y ahora quince, sin olvidar el Municipio Especial. El territorio es el mismo, pero cada vez hay más provincias y más pequeñas, como una casona subdividida en solares.
Guerras de independencia, invasiones, cambios de signo político, todo conspira contra el sufrido estudiante que pretende conocer y almacenar la lista completa de naciones. Ahora mismo hay etnias o territorios insatisfechos con su estatus, soñando con un mapa nuevo, patrias en potencia, constituciones a medio redactar. Cualquier país posible, si le das el tiempo suficiente, terminará por existir, y ahí se moverá de nuevo el caleidoscopio.
Y, al cabo, ¿es este un mundo mejor? Por un lado, casi todos los países son independientes, desaparecieron el apartheid, los sistemas coloniales, los regímenes comunistas europeos; por otro, las tensiones globales y la presión imperialista no hacen sino crecer en este planeta maltrecho y percudido. Tal vez al final alcancemos por unos segundos la perfección cartográfica, el mapa ideal, un momento de equilibrio antes de que se descojone todo.
Eduardo del llano, el mas anticapitalista y critico de Miami entrevistado en el canal 41. Por cierto bastante “light”. Vivir para ver.
Genial artículo!!!!
Eduardo, siempre me he preguntado si el nombre de tu personaje Nicanor O’Donell (apellido irlandés) tiene que ver con el nombre de pila de Julio Antonio Mella (Nicanor McPartland, por su madre irlandesa Cecilia McPartland). Esto del nombre de Mella lo supe desde pequeño por unas historietas que publicaban al triunfo de la revolución.