El grupo

Nos-y-otros en 2017. Foto: Joseph Ross.

Nos-y-otros en 2017. Foto: Joseph Ross.

I

Hace unos días nos reunimos los antiguos miembros del grupo NOS-Y-OTROS, un colectivo literario-teatral que duró quince años, de 1982 a 1997. De los seis que integramos esa, su formación más estable, dos viven fuera de Cuba y vienen a cada rato, pero es la primera vez desde 2002 que coincidíamos todos.

 

II

Todos los grupos del mundo se deshacen. Todos los sueños se van. Todos recordamos un momento en que nos pareció que las utopías eran posibles.

El grupo de la temprana juventud persiste en nuestra memoria como un reducto sagrado. Con esos tipos que se sentaban contigo en el aula o te buscaban en el parque te sentías invulnerable; con tu generación, ibas a dejar tu huella y transformar las cosas. No importa que haya sido al revés, que el mundo nos haya masticado, triturado y escupido: mientras no nos mine el Alzheimer el grupo sobrevive y podemos evocarlo, intacto; es nuestro refugio, nos salva. Encontrar a sus miembros varias décadas después es una experiencia agridulce, porque nos negamos a aceptar que de aquellos polvos vinieron estos lodos. Y que uno mismo, a los ojos de los demás, ha cambiado tanto como ellos a los nuestros.

Casi nadie es lo que pensaba ser, o está donde soñaba. En el Pre yo titubeaba entre la Geología y la Física Nuclear –es lo que da leer ciencia ficción y ser, a un tiempo, aficionado a la espeleología– hasta que en el último segundo posible, planilla en mano, me dije “bueno, tú escribes, pide algo que tenga que ver con eso”, y me decanté por Historia del Arte como primera opción. Entre las nueve restantes se encontraban Economía, Planificación de la Economía Nacional, Biología, Arquitectura, Geografía y Lengua Inglesa. Gracias a Dios que me dieron la primera, porque no me imagino de biólogo o arquitecto, y muchísimo menos planificando la economía nacional.

Uno revisa ahora vetustas libretas de teléfonos donde apuntó, casi cuatro décadas atrás, a los socios, a las muchachas que le gustaban. O supongo que eso fueran, pues en la mayoría de los casos ya ni siquiera le pongo rostro a esos nombres: Chino, Suárez, Conde, Pingüino, Margarita…

Un par de veces al año se reúne mi graduación de la Vocacional Lenin. Lo que queda de ella: hay un montón de emigrados y también algunos muertos. En compensación, a menudo se nos suman algunos exprofesores. Yo no asisto siempre, pero cuando lo hago me dejo llevar, como todos, por ese espíritu de nostalgia y desengaño. Miramos las escasas fotos de entonces, evocamos las mismas anécdotas, irremediablemente escuchamos las bandas de los 70 mientras nos reímos de la inocencia y el fervor que nos permeaban en la época del uniforme azul. Y hablamos del que está en Madrid o la Florida, y alguien pregunta en voz alta qué habrá sido de fulano, mientras tú preguntas en voz baja cómo mengana se habrá puesto tan gorda, con el culito tan lindo que tenía…

Entiendo que los graduados de la Lenin que emigraron a Miami también se reúnen allá, pero hasta ahora la integración de las dos orillas ha sido puntual. Y mi generación no es la más golpeada. Con frecuencia converso con chicos en sus tempranos veinte: de mi grupo sólo quedo yo, me dicen. A algunos se les reencuentra a medias, se les recobra virtualmente. Hace poco, mi amigo Luis Felipe me contó que había dado en Facebook con una condiscípula de la Universidad de quien perdimos la huella desde entonces. Está en el sur de España, se mantiene bastante bien y asegura ser feliz. Ahora se escriben a cada rato, pero es poco probable que vuelvan a verse. Después me encontré con un exprofesor, que en la Lenin era más rojo que nadie, vaya, the rojest, y no pocas veces le salió al paso a alguno e hizo otras cositas feas. Ahora, mira tú qué original, vive en Miami. Y más recientemente aún con Frank, otro socio de mis años universitarios que acaba de repatriarse luego de dos décadas viviendo en Nueva York…

III

Claro que, si los compañeros de aula eran como la familia en que crecemos –está ahí, no la elegiste pero sí entresacas a tus favoritos, acabas por tomarle cariño y la idealizas cuando te falta– NOS-Y-OTROS es otra cosa. El grupo que ayudé a fundar en junio de 1982 abarcó esa década esencial para tu formación que va de los veinte a los treinta. Ese es un club exclusivo, una militancia consciente; en una palabra, los amigos para toda la vida. Me gusta encontrarme una vez al año con los sobrevivientes de la Lenin, incluso que algún tipo canoso y rollizo me salude en la calle y me pregunte si no lo recuerdo de la Universidad –”yo estaba en el grupo de Filología, era socio de fulano o novio de fulana, chico, cómo no te vas a acordar”– pero de NOS-Y-OTROS nunca tengo bastante. Es el círculo que escoges, la inviolable cofradía de tus iguales, el ismo con que decidiste enfrentar el mundo. Y aunque el mundo siempre lleva las de ganar, no nos ha vencido todavía…

Salir de la versión móvil