O eso creemos. Como lo de que somos los mejores amantes del mundo, es el tipo de cosa que se da por sentada. Y claro, si somos cómicos, es plausible suponer que disfrutemos del buen humor, de todo el humor, venga de donde venga.
Recuerdo una visita del extraordinario escritor y músico uruguayo Leo Masliah a La Habana, en la segunda mitad de los ochenta, invitado por Virulo. Presentó su trabajo en el Karl Marx un domingo por la tarde… y la gente lo silbó sin piedad. Aquellas canciones obsesivas, neuróticas (La recuperación del unicornio, Corriente alterna), aquellos relatos surrealistas (Multiprocesador de acción interna, Cambio de cabezas) dejaron perplejas a las familias que hacían su salida dominical. Sin embargo, unos días más tarde reapareció Leo, esta vez en la sala Ernesto Guevara de la Casa de las Américas, y su éxito fue rotundo e inmediato, pese a desgranar básicamente el mismo repertorio previamente abucheado. Como en cualquier otra latitud del mundo, quedó bastante claro que por acá hay gustos masivos y gustos minoritarios; en otras palabras, que no somos mejores que nadie.
Algo parecido ocurre con la literatura y el cine del género. ¿A cuántos conocidos, enfrentados a una porción de tiempo libre, se les ocurre disfrutar de los cuentos humorísticos de Marx Twain, Chéjov o Fontanarrosa? Recuerdo a un chico que vino en una ocasión a arreglarme algo en la computadora y se quedó maravillado al descubrir que yo tenía El gran dictador y Candilejas en la carpeta de Películas. Pero eso es viejo, en blanco y negro y silente, ¿no?, me dijo mirándome con recelo, como si acabara de descubrir que yo dormía en una cama de clavos al estilo faquir. Le respondí que ninguna de las dos era silente, aunque sí viejas y en blanco y negro, pero en todo caso geniales y divertidísimas. Qué va, yo me quedo con Adam Sandler, me dijo. Durante los diez segundos siguientes ponderé las virtudes del ensayo Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de Thomas de Quincey.
Y es que el sentido del humor refleja el desarrollo, la perspicacia y la formación estética del receptor. Históricamente imposibilitado de un contacto real, físico, con otras tierras y culturas, y consumiendo en los últimos tiempos lo peor de la producción audiovisual de otros países en discos piratas –cuya venta es increíblemente legal en Cuba– el nativo promedio se aferra a lo elemental y recela de la alta cultura que supone aburrida per se. Toma de la televisión y del Paquete lo que ya conoce, y claro, es imposible disfrutar de Leo Masliah, Tricicle o Les Luthiers si para uno lo cómico se ciñe a Robertico y los Pichy Films.
El cubano, si emigra, se integra o se enquista; las grandes comunidades de emigrados buscan e incentivan los rasgos más zafios de nuestra forma de ser, de ahí que con muy rara excepción el humor de Miami gire en torno a rancios clichés políticos y al más descarnado choteo.
No soy en principio un enemigo del choteo: está entreverado en nuestra idiosincrasia, todos hemos choteado o sido choteados alguna vez, lo que no implica que cada sacrificio deba hacerse ante su altar. Me entristece, eso sí, que a mucha gente le baste con la pincelada gruesa, la farsa que anula. Son los que creen que en las películas de Woody Allen se habla mucho, que el humor alemán, inglés o eslavo resulta aburrido y sin gracia y que nosotros, en cambio, estamos dotados para percibir lo gracioso en cualquier circunstancia. Los que, como el reparador de ordenadores de mi historia, en cine o televisión entienden por comedia sólo la astracanada pródiga en caídas, tortazos y equívocos sexuales. En el teatro, asumen que el artista comparece para que el público ría no sólo con él, sino también de él: he visto en casi todos los coliseos habaneros espectadores feroces que irrespetan a los actores y les gritan cosas, suscitando el regocijo cómplice y estúpido de sus iguales. Y como siempre que existe demanda aparece la oferta, proliferan los cómicos soeces que trasladan sin miramientos el lenguaje del peor cabaret a los grandes escenarios.
Por otra parte, este es un país institucionalmente serio. Un programa televisivo de actualidad como aquél de la televisión española en que intervienen muñecos que retratan caricaturescamente políticos y artistas es impensable aquí. Para los medios masivos nacionales está muy claro que la comedia es una cosa ligera que no debe salirse de sus empinados márgenes, mucho menos inficionar los temas serios. Incluso cuando se echa mano a animaciones que satirizan al enemigo, son tan graciosas como la perspectiva de extraerse un cordal.
Sí, los cubanos somos unos cómicos. A menudo damos risa.
Ya estas claro que la cultura se pierde pero la literatura persiste ,,, buen articulo no en vano necesitamos mas revista como on cuba hay que cultivarse para ser libre muchos hablamos sin decirnos nsda pero si convrrsamos nos decimos todo
El humor, del bueno, la sátira política, actualizada e implacable con los actores públicos implicados en el ejercicio del poder, es algo que precisa con urgencia la sociedad cubana. Basta ya de obligar al pueblo a reírse de sus desgracias. Es mucho más responsable y saludable reírnos de los que la provocan, primer paso ineludible para sacarlos del juego. Quizás podrías, aunque sea difícil, rearmar a los Nos y Otros, como hacen las grandes bandas de rock & roll, para lanzarse al ruedo del humor inteligente, en directo. Necesitamos algo de sentido en el humor cubano. Suerte.
Me encantó tu articulo
Jajajajajajajajaja
Genial tu trabajo Eduardo, oiga lo más “jodio” que tenemos nosotros los cubanos es que nos creemos el ombligo del mundo. Pero eso se quita casi por completo cuando viajas y resides por varios años fuera de tu país, entonces te das cuenta que existe otro mundo y que no somos los únicos graciosos, ni los únicos ocurrentes ni los únicos sobrevivientes ni luchadores. Con respecto a ese tema del humor, en mi humilde opinión, su producción en Cuba se ha dejenerado mucho; al mismo nivel que la música por ejemplo. Encontrar humor inteligente en nuetra isla se va haciendo difícil. Personalmente prefiero, por solo citar algunos ejemplos, los monólogos de Rigoberto Ferrera, los de Alexis Valdes y que decir, como bien mencionas, Les Luthiers … geniales todos!!. No podría dejar detrás a ese grande del humor cubano que es Alvarez Guedes! Pero también he aprendido a enterder y reirme con el humor que se hace allende los mares, claro eso va en la medida que seas capaz de abrir tu mente a lo diferente. Por acá donde vivo actualmente hay un humorista que se llama André Sauvé, de por si su físico da risa, pero su humor es impecable, uno de sus monólogos o más bien, espectáculos o show se llama: Être (Ser), es maravilloso, pues habla del ser (el humano), de cómo actuas, cómo te diriges en la vida, las manías, etc. Pero lo mejor que tiene es que cada vez que presenta el espectáculo no cambia su nombre pero el contenido es diferente al anterior, a tal punto que te preguntas si estás viendo el show correcto, pero es eso, cada ser humano es diferente. Me hizo recordar al “humorista” Robertico, no porque este sea gracioso, sino porque todos sus show son tan previsibles, los mismos temas: que si las personas de la piel oscura la tienen grande, que si los pinareños son bobos, que si los orientales son marañeros, bla, bla bla, los mismo con lo mismo!! pero como dijera Elito Revé y su Charangón: Pa’que el mundo sea mundo, tiene que haber de todo!! saludos Eduardo desde Friolandia!!!!!!
Muy bueno el artículo y lo peor q si eres espectador y no te ríes (porque te resulta bastante negativo y fuera de lugar),NO entendiste el chiste,te consideran tonta, a mí me ha pasado yme he
No estoy de acuerdo con aquello de “… este es un país institucionalmente serio. Un programa televisivo de actualidad como aquél de la televisión española en que intervienen muñecos que retratan caricaturescamente políticos y artistas es impensable aquí.” En realidad el cubano se ríe bastante de los gobernantes. El hecho de que no lo puedan hacer en medios ya es otra cosa, pero salga a las calles y pregunte y estoy seguro que encontrará alguien sin falta haciendo algún chiste que involucra a algún personaje político. La intolerancia en este sentido ha sido histórica. Que yo recuerde lo último que tuvimos así fué el en sus tiempos conocido “San Nicolás del Peladero”, donde se reían de personajes políticos pero existieron antes de la revolución.