“Algunos médicos, como Philippe Tissié, advertían que la bicicleta podía provocar abortos y esterilidad, y otros colegas aseguraban que este indecente instrumento inducía a la depravación, porque daba placer a las mujeres que frotaban sus partes íntimas contra el asiento.”
La cita anterior es un fragmento de Alarma: ¡Bicicletas! del escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien ironizaba en ese corto relato acerca de los tabúes machistas sobre la vulva. No solo apuntó la deformación de las ciencias hacia un entendimiento misógino y patriarcal sobre el cuerpo de las mujeres, sino que, además, reafirmaba sobre el único destino de nuestros órganos sexuales: procrear.
Si bien el neuropsiquiatra francés desarrolló su labor entre finales del siglo XIX y principios del XX, la consideración de las mujeres como seres inferiores y con roles atribuidos “por naturaleza” (entre los que no se encontraban el deseo/placer sexual) le antecede, y por mucho.
En la historia y culturas mayas, Xtab era la divinidad de la horca, la diosa de los ahorcados, de las personas suicidas. Con la colonización su significado cambió y dejó de ser una entidad protectora para convertirse en una especie de mujer-maleficio: Xtabay pasaba a ser una mujer bellísima que hechizaba a los hombres con sus poderes de seducción, los hacía caer rendidos a sus pies para luego llevarlos a la perdición. Se erigía así una mujer/deidad mala, por libidinosa y pecadora.
Otra leyenda cuenta que el mito de la Xtabay surge como resultado de las diferencias entre dos hermanas. Una entregada a los placeres de la carne, y otra casta y pura. Historia que también fue manipulada por los sacerdotes de la colonización para imponer disciplina sobre los pueblos conquistados en el orden del “bien y el mal” y para promover el sometimiento como salvación mediante la propia simbología maya. Pero, sobre todo, fueron leyendas usadas para disciplinar a las mujeres, subordinándolas a la “virginidad” como virtud, y para reprimir los placeres sexuales mediante la vergüenza, la culpa y el castigo.
En otro orden de tiempo y espacio, Aristóteles y Galeno afirmaban que los “órganos femeninos” eran una forma menor de los del hombre, por tanto, las mujeres eran también algo “menor” a los hombres 1.
La colonialidad dicotómica del género, que incluye la negación de los placeres sexuales de las personas con vulva y, por tanto, la afirmación de su destino reproductivo, se instituyó categóricamente mediante las ciencias. A la par de que en el siglo XVIII las nuevas teorías del conocimiento respecto al cuerpo desarrollaron la idea de la “raza científica” (argumentación de que las diferencias biológicas se contraponen al principio de “igualdad natural”, por ejemplo, que los negros tenían los nervios más fuertes y toscos que los europeos porque tenían cerebros más pequeños, por tanto, eran inferiores), también desarrollaron la argumentación “científica” de que el útero predispone naturalmente a las mujeres a la vida hogareña 2.
La matriz, que hasta el siglo XVIII había sido un “falo negativo”, pasó a tener nombre y a llamarse útero, “órgano cuyas fibras, nervios y vascularización proporcionaban explicación y justificación naturalista al estatus social de las mujeres” 3. De hecho, esa formulación totalizante de los dos sexos, y uno superior al otro, no respondía a intereses de avance científico sino a un contexto político de reafirmación de las jerarquías sociales (entre hombres, entre hombres y mujeres, entre existencias clasificadas como no-personas sea por su raza, etnia o identidad de género, por su clase o procedencia, etc.). Aunque partimos del entendimiento de que el interés político por el acceso al poder ha determinado toda una serie de estratificaciones de grupos humanos en (casi) todos los tiempos, lo cierto es que su reificación científica, moral y religiosa ocurre con mayor despliegue con la modernidad.
Citando a Thomas Laqueur, a partir del siglo XVIII, los dos sexos fueron inventados como un nuevo fundamento para el género, y el cuerpo de las mujeres tuvo que cargar con un nuevo significado que pesa hasta la actualidad. El “orgasmo femenino” fue desplazado hacia la arena de la psicología como un significante vacío al cual habría que asignarle contenido. O las mujeres carecíamos de “pasión”, o bien teníamos una capacidad extraordinaria (y mayor que el hombre) de “controlar la furia bestial, irracional y potencialmente destructiva del placer sexual” 4. De ahí que el orgasmo también pasara a ser una de las fichas clave de las “nuevas” diferencias sexuales y de género.
Tal ha sido el campo de batalla del placer para las personas con vulva, y su redefinición como parte de los imaginarios sociales que inferiorizan a las mujeres, que todavía se vincula o se niega (según el caso) la excitación antes del coito para lograr un embarazo. Incluso, hasta los años treinta del pasado siglo se “recetaba” que, si la pareja deseaba tener un varón, lo mejor era evitar el “orgasmo femenino” pues este aumentaba las probabilidades de concebir una niña 5. Es importante recordar que esta lectura debe acompañarse de la interpretación de que los hijos varones siguen siendo preferidos a las niñas.
El propio Sigmund Freud, enmarcado en la psicología moderna y padre del psicoanálisis, alentó la construcción de una hembra psicológica determinada por su sexo biológico, aludiendo que “el humano corriente era un varón; la mujer era, según su definición, un ser humano anormal que no tenía pene y cuya estructura psicológica supuestamente se centraba en la lucha por compensar dicha deficiencia” 6. Incluso, llegó a refrendar que el clítoris era un pene inmaduro y que las mujeres solo alcanzábamos orgasmos por penetración.
Estas tramas históricas y actuales, científicas, religiosas y morales, explican en gran medida el hecho de que hoy se siga practicando la ablación o la mutilación genital femenina (MGF). A pesar de que las Naciones Unidas ha señalado que la MGF no tiene ningún fundamento médico o científico sino patriarcal y que constituye una violación a los derechos humanos, el mal llamado “timbre del diablo” y su retórica pecaminosa todavía posa su fantasma sobre nuestras existencias.
Aunque siempre se relaciona la MGF a las tradiciones actuales del continente africano, lo cierto es que de esa práctica se tiene registro desde el año 4 mil a.n.e. en Egipto, según hallazgos de infibulación (estrechamiento del orificio vaginal con un sello cobertor que se forma cortando y recolocando los labios menores o los labios mayores) en el cuerpo de mujeres momificadas. También en la antigua Roma se colocaba una fíbula (especie de broche) en los genitales de las esclavas para mantenerlos cerrados y controlar su sexualidad (de ahí el término infibulación).
La MGF encuentra vestigios en mitos mexicas intervenidos por la colonización como una de las leyendas que cuenta la creación de las flores de cempasúchil o súchil, producto de la mordida de un murciélago a los genitales de la Diosa Xochiquetzal (símbolo de la mujer joven en plena potencia sexual, relacionada al amor, la sensualidad, el deseo sexual y los placeres) quien le arranca la vulva y al lavarla nacen las flores. También se han verificado en Australia relatos de ablación en el siglo XIX en la tribu Arunta; en Colombia, Perú y Brasil desde antes de la conquista; etc.
Incluso en Europa y Estados Unidos, en el siglo XIX se realizaba la MGF para prevenir o curar epilepsias, catalepsias, la llamada “histeria” o la “degeneración” en las mujeres. Por ejemplo, el doctor inglés Isaac Brown realizaba ablaciones o clitoridectomías como parte protocolos de la medicina europea para tratar casos de histeria, migraña y epilepsia. Aunque ha sido su nombre el que ha trascendido, fueron varios los médicos y las clínicas que asumieron estas prácticas.
No fue hasta 1998 que se supo cuál era la anatomía exacta del clítoris y cómo se ve. Gracias a los estudios publicados por la uróloga australiana Hellen O’Connell se supo que el clítoris es 10 veces más grande que su parte externa visible pues llega a medir entre 10 y 12 centímetros, y que tiene entre 2 y 3 veces más terminaciones nerviosas que el pene (aproximadamente 8 mil). Además, reveló que es el único órgano dedicado exclusivamente al placer y también que es el único que produce orgasmos, por lo que la teoría freudiana queda desechada. Incluso, el famoso punto G que es estimulado a través de la pared vaginal no es más que la parte posterior del clítoris.
A pesar de los avances en la difusión de este tipo de información, no ha sido suficiente frente a las estructuras históricas y culturales del patriarcado. Destejer la telaraña de la inferiorización asignada, de la culpabilidad moral y la vergüenza ante el deseo sexual, del castigo religioso, de la compulsividad reproductiva, de la obediencia al apetito carnal masculino y del mandato anulante de nuestras propias demostraciones sexo-afectivas, es una tarea titánica. Mientras que, como mínimo, no tengamos programas integrales de educación sobre sexualidad y género, las mujeres (sobre todo cisgénero y heterosexuales) seguiremos teniendo brechas orgásmicas.
Un estudio publicado en el Archives of Sexual Behavior demostró que, mientras el 95% de los hombres heterosexuales alcanzan orgasmos en sus encuentros sexuales, las mujeres de la misma condición lo hacen en un 65%. Además, existen tabúes respecto a la masturbación de la mujer, brechas científicas en los estudios acerca del placer de las mujeres, patologización, una cultura sexual centrada en el placer del hombre y subordinada a él, a pesar de que solamente una de cada cinco mujeres alcanzamos orgasmos por penetración.
Ha sido muy polémico el origen del Día del orgasmo femenino. En primer lugar, porque el nombre no asimila identidades de género diversas como hombres trans con vulva. Y, en segundo lugar, porque habría sido iniciativa de un concejal brasileño atender este problema como un tema de salud pública el que las mujeres luchen por su placer sexual y que la sociedad en general comprenda esta asimetría. A pesar de estas discrepancias, lo cierto es que a las mujeres y personas con vulva se nos sigue negando el placer sexual, o se nos sigue estigmatizando socialmente cuando nos manifestamos de manera contraria a los tabúes y otros mandatos machistas en torno a la sexualidad plena.
Salirnos un poco de los moldes patriarcales, conlleva el riesgo de que nos tilden de “locas”, “zorras”, “perras”, “golfas”, “putas”, “degenaradas” y “desvergonzadas”. Ya se ha dicho, persiste la ablación, la violación sexual entre parejas, la tortura sexual, etc. Persiste la idea de que somos las causantes de las tragedias de los hombres, seguramente por el poder “maldito” de nuestras vulvas. Por eso hay que eliminarlas, negarlas o reprimir el deseo nuestro. “Como Eva, como Pandora, Tlazoltéotl tenía la culpa de la perdición de los hombres; y las mujeres que nacían en su día vivían condenadas al placer”. Vuelve a ironizar Galeano en otro de sus relatos.
No por gusto la “Liberación sexual” fue un ícono de las luchas feministas y por los derechos de las mujeres a partir de los años sesenta.
Y, terminando este texto, recordé el primer poema que escribiera sobre el placer sexual de las mujeres y personas con vulva. Solo para recordar la potencia de la desobediencia y, también, el gusto por nosotras mismas:
Ella se masturba sola frente al espejo.
Ancho y alto le muestra toda su humanidad,
y sus demonios.
Se mira gustosa de sí misma,
gime, y se toca en círculos,
se muerde el labio inferior,
como muerde a los higos,
y se vuelve a mirar espléndida y poseída.
Abre la garganta como loba,
crujen las patas de la silla,
y se estremece el mundo.
Los vecinos ya saben que alguien murió de felicidad.
Despojada ya, se viste a medias,
cierra,
una vez más,
la puerta.
Tira las llaves a la basura,
y sale,
potentada y vívida,
a conquistar la ciudad que la condena.
***
Notas:
1 Thomas Laqueur, La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, 1990.
2 Laqueur, 1990, pp. 267-268
3 Laqueur, 1990, p. 262
4 Laqueur, 1990, p. 259
5 Laqueur, 1990, p.260
6 Gerda Legner, El origen del Patriarcado