Solemos pensar que somos, los homos sapiens, los seres vivos más evolucionados, gracias a nuestra capacidad de racionalizar la vida y cada uno de sus hechos y de dominarla.
Cuando hablamos de especie superior, debemos plantearnos primero, creo, las razones por las que somos superiores a, por ejemplo, un guepardo, un elefante o un gusano del maguey. Tenemos un cerebro desarrollado que nos permite ¿comprender el mundo desde una perspectiva diferente que cualquier otro animal, mirar al resto, interpretar esa naturaleza de la que somos parte, y reproducir sus procesos para evitar estar a su merced? ¿Hemos creado los mecanismos para dominar la naturaleza y salvarnos en caso de una nueva glaciación o cataclismo? ¿Encontraremos las vías para habitar otros planetas, las fórmulas para mantener a las criaturas en coexistencia armónica y obtener lo necesario para vivir sin comprometer el futuro de la Tierra? “Ser o no ser”… Son cuestiones de gran envergadura.
La inteligencia humana ha descubierto antídotos y tratamientos contra enfermedades mortales, ha volado en naves espaciales y ha visto la Tierra con la mirada de los dioses. Ha hecho descubrimientos trascendentes como el cepillo de dientes, el microchip y el avión. Se ha aventurado en la genética, el estudio del cosmos y la biotecnología. Ha conquistado el aire, el mar y las largas distancias. Aunque físicamente evolucionamos hacia una forma que se corresponde con nuestro desarrollo cerebral, y que por ende necesita menos del bosque, el mar o la montaña como escenario de vida, hemos sido parte del árbol, el río, los océanos; convivimos con las magníficas criaturas de sus hábitats y las protegemos de sus dramas naturales.
Creamos medios de comunicación y de aprendizaje. Estudiamos la naturaleza para reproducir colores, música, paisajes; experimentamos el lenguaje y la escritura para expresarnos, y conjeturamos algo superior: el arte, la belleza…
El león, absorto en la sobrevivencia, tiene el ojo en la presa e ignora el infinito. Nosotros, en tanto, desentrañamos misterios desde el átomo hasta la vastedad de los agujeros negros, en cuyos abismos cabe casi todo.
Pareciera que la respuesta es afirmativa: dominamos el mundo. ¿Cómo lo logramos? A través de la cooperación flexible y en masa con otros humanos (capacidad de la cual carecen el resto de los animales), gracias a la imaginación y la facultad de crear historias y fábulas en las que pudiéramos creer en grandes grupos. Así nacen las religiones, asegura Yuval Noah Harari, historiador israelí, autor de De animales a dioses (obra imprescindible para comprendernos como civilización). Cuando todos creemos las mismas historias, entonces controlamos el mundo. Sin embargo, también el holocausto y el terrorismo tuvieron similar génesis.
Al mismo tiempo que detentamos tales poderes, nos convertimos en seres frágiles: desaprendimos el correr tras la presa y la ascensión de las montañas. Perdimos la fruta en el árbol y los instintos salvajes. Nos hicimos inútiles, y desperdiciamos aquello que nos hacía poderosos físicamente para hacernos poderosos de otra forma.
Sí, no importa cuán heroicos nos sintamos, sobre nuestras espaldas pesan responsabilidades innegables: la Inquisición; guerras y genocidios; industrias como la farmacéutica, enriquecida a costa de padecimientos propios, o la armamentista y su mayor logro, la bomba atómica. Dimos vida al peor enemigo del hombre: el dinero.
“El dinero es de hecho la historia más exitosa que jamás hayan inventado los humanos, porque es la única que todo el mundo cree. No todos creen en dios, no todos creen en los derechos humanos, no todos creen en los nacionalismos, pero todo el mundo cree en el dinero, y en el dólar”, dice Harari.
¿Qué más? Depredamos los recursos naturales, a otras especies y la vida misma. Construimos sistemas sociopolíticos, culturales, económicos y religiosos que han regido la existencia, ¿desde cuándo? Hace solo setenta mil años. Recuerda Harari: “nuestros antepasados eran animales insignificantes (…). Su impacto en el mundo no era mucho mayor que el de las medusas, las luciérnagas o los pájaros carpinteros”. Sin embargo, con estos sistemas y en tan poco tiempo lo que hemos logrado es devastar los acervos que necesitamos para la sobrevida.
Y llegamos al hoy. Pero como he dicho antes, no pretendo dejar conclusiones sino reflexionar sobre si aquello que nos hizo dominar el mundo nos llevará a la cumbre de la evolución o a la extinción, quizás no solo al homo sapiens como especie, sino al planeta y toda su reverberante vida e infinitud. Que cada quien asuma el compromiso de pensar en el futuro. Eso quizás nos dé esperanzas a nosotros, al animal que somos…
Es un tema profundo en verdad, porque también hay cosas buenas de las que no podemos olvidarnos… pero es cierto que no todo el mundo es consciente de lo que representamos como especie, ni de las consecuencias en las cosas que hacemos “por nuestro propio bienestar”. Recomiendo la serie Cosmos, presentada por Neil deGrasse Tyson en 2014. Saludos
Milton: Así avanza nuestra historia: con adelantos esperanzadores unas veces, otras por meandros laterales, a menudo con retrocesos temporales pero al final el flujo del río de la vida desembocará en el mar inmenso de la perfección,
Esperanza siempre
Saludos