Hace unos meses escribí una columna titulada “Ser mujer”. Me parecía ya una estructura bastante compleja en nuestros tiempos, que merece, creo, toda la atención. Hoy me refiero a “Ser mujer en México”, porque hay verbos que son, además de grandes, urgentes.
Según US News & World Report, 2019, México es el país número 10 entre los peores del mundo para ser mujer. Cayó del 60 al 80. Hablamos de violencia, inseguridad e iniquidad de género, entre otros parámetros.
Significa que esta nación maravillosa que habito desde hace casi una década, paraíso de aventureros y amantes de la cultura, la naturaleza y el color que al Nuevo Mundo se le desborda, es hoy más hostil que nunca para ser una mujer.
Significa también que lejos de avanzar en un tema que en pleno siglo XXI me parece hasta ridículo, retrocedemos, y lo hacemos estrepitosamente.
Por estos días dos sucesos llaman la atención. Uno es el gran revuelo alrededor de la última película de Alfonso Cuarón, Roma, basada en la vida de una muchacha —como despectivamente se les llama a las chicas, casi siempre de origen indígena, que vienen a las grandes ciudades a buscar trabajo como sirvientas a la gran ciudad, y que terminan viviendo vidas muchas veces de semiesclavitud, en el mejor de los casos. Una amiga, empleada doméstica, me cuenta sobre los avatares de su vida, y reconoce haber visto partir de su pueblo a varias muchachas de las que nunca se volvió a saber.
El multipremiado y multinominado filme está ambientado en la colonia Roma, Ciudad de México, en los años setenta. Sin embargo, los que conocemos estas historias comprendemos su vigencia, y creo que ese era uno de los objetivos. Pero los que conocemos esta nación nos damos cuenta, también, de que el filme es tímido ante la apabullante realidad.
Recomiendo Las elegidas, que pueden ver en Netflix, y que testimonia la vida de las adolescentes engañadas en la frontera con Estados Unidos por un supuesto príncipe azul. El “príncipe” les promete una vida mejor y las lleva por sus propios pies a los prostíbulos clandestinos de esa línea divisoria que ha sido la historia de la infamia para México. Allí las niñas quedan atrapadas en un destino del que es muy difícil escapar. Situación similar sucede al sur, donde chiapanecas y oaxaqueñas son robadas de sus casas o compradas a sus propias familias para ambientar los burdeles del resto del planeta. Todas estas son situaciones conocidas, pese a que son poco tratadas.
Al segundo suceso importante al que quiero referirme es la aparición en la Ciudad de México de alertas sobre secuestradores de mujeres en el transporte público, que bajo un sistema operativo denominado “cálmate mi amor” —en que el secuestrador se hace pasar por pareja amorosa de la secuestrada y finge una pelea marital para apartarla del público y llevársela— sacan a las mujeres del metro y zonas aledañas para….
Se han esbozado mapas de las estaciones de tren donde se han producido este tipo de incidentes, que algunas féminas llegan a reportar informalmente. Los mapas y alertas han circulado en las redes sociales, entre grupos de apoyo y en algunos medios de prensa alternativos. Comienzan a llegar a los grandes medios y, sorprendente, el gobierno de la ciudad se está enterando por terceros o, peor, lo toman como un caso de entretenimiento político. La jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, cree que los avisos de la campaña “Me están llevando” responden a acciones de sus adversarios para desestabilizarla. Mientras el miedo recorre las calles de la ciudad.
En los mapas se visualizan cientos de intentos de secuestro. En tanto, las cifras oficiales indican que menos de veinte mujeres han ido al Ministerio Público a levantar una denuncia, y que allí son tratadas como posible robo y no como violencia de género. Solo hay once investigaciones en activo, según la prensa.
Desde hace años algunas urbes de esta tierra de grandes y antiguos imperios han sido declaradas en emergencia a causa de los feminicidios, el tráfico de mujeres y de blancas, de órganos, o a consecuencia de la misma violencia que nos desborda.
No he encontrado información sobre los derroteros de este nuevo tipo de secuestro, que se agrega a la larga lista de opciones en el paraíso de las más creativas modalidades para desaparecer personas. Pero si el perfil son chicas veinteañeras, jóvenes, de preferencia blancas, creo que no es difícil imaginar sus paraderos.
Ahora las redes sociales están llenas de carteles e indicaciones de grupos de voluntarios que ponen direcciones donde están dispuestos a recibir a mujeres en peligro hasta que alguien pueda ir por ellas. Pero ni siquiera recibir ayuda es sencillo. La situación es de una delicadez desesperante y gira alrededor de las vidas de nuestras mujeres, de nosotras mismas, de quien escribe.
Me remito a las estadísticas: en México, como promedio, cada cuatro horas secuestran a una persona, según la organización civil Alto al Secuestro. Entre 2012 y 2018 se registraron 12,012. El Estado de México y Ciudad de México son los territorios más afectados.
La Organización de las Naciones Unidas denunciaba que en 2018 cada día se cometieron 7 feminicidios en este país. Significa que al finalizar cada día, cuando poníamos nuestra cabeza en la almohada, 7 mujeres más habían muerto en México. Nada nos sugiere que las estadísticas de este año serán menos horrorosas. Mientras, las autoridades reconocen, a veces, la necesidad de darle atención al tema a todos los niveles de gobierno. Y yo me pregunto, con tanta angustia, ¿qué están esperando?