Cocote: La revelación del concurso
Se hace complicado hablar de Cocote (República Dominicana, Nelson Carlo de los Santos), la opera prima de un realizador inusual dentro de la cinematografía de su país. Y he ahí la primera razón de la complicación que digo: el cine de República Dominicana no tiene demasiados antecedentes de interés. Pero eso está cambiando. La cinematografía del vecino caribeño se reinventa ahora mismo y las sorpresas están en camino. O no, porque Cocote es la indicación de que ya están aquí.
La segunda complicación es de orden retórico: Cocote relata un proceso de duelo y conversión, así como una venganza. Su protagonista, Alberto, es un hombre pobre del interior que trabaja como jardinero de una mansión burguesa de la capital y viaja de regreso a su pueblo para asistir a las ceremonias por la muerte de su padre. Alberto es un devoto seguidor de los cultos evangélicos; su familia, de los cultos sincréticos afrocaribeños. Esa misma familia, tres mujeres duras, están convencidas de que el padre ha sido asesinado y de que Alberto tiene la obligación de redimir su sangre tomando la vida del criminal.
Esta trama, que se cuenta rápido y mal, y que explica apenas la superficie, es un hilo delgado que obedece absolutamente a la fuerza de una puesta en escena de las más inventivas y efectivas que haya visto el cine latinoamericano desde, digamos, la obra de Carlos Reygadas.
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Para contar la experiencia de conversión que va a sufrir Alberto, Cocote penetra la oscuridad de las creencias y los rituales sociales. La religión es apenas uno de los sistemas de adhesión y hermenéutica a los que se hace referencia aquí. Porque el centro de atención del largo es la tozudez humana y la pesada carga de herencias irracionales. A ello se aproxima de los Santos a través de una ironía intencionada y no, pues la realidad representada es absurda ante la mirada de su cine. Un cine elaborado a través de materiales y soluciones formales heterogéneas, que a primera vista podrían parecer inarmónicos, según la percepción de un espectador común: alternancia de formato 4:3 y 16:9; de ficción y documental; de actores profesionales e intérpretes naturales; de registro cámara en mano y composiciones rigurosas; de material de archivo; de metraje en blanco y negro y en color…
Todo se aclara al advertir que el propósito de fondo de esta película es a un tiempo subvertir la mirada “profesional” del primer cine (el industrial), y la del segundo también (el de autor). Solo así, entiende Nelson Carlo, puede darse cuenta de una lógica extraña a la de la mirada eurocéntrica, tan habitual en los cineastas de América Latina. Una lógica propia del subdesarrollo, de los atavismos que gobiernan la visión del mundo de amplias capas de las formaciones sociales contemporáneas. Harían bien en atender a ello los cineastas e intelectuales progre, a menudo tan conservadores en su acercamiento a la profunda oscuridad del oprimido. Luego, la ironía se cierra cuando Nelson Carlo dedica idéntica percepción corrosiva a la clase dirigente, en la secuencia final de Cocote. Hay allí una piscina enorme, rodeada de gente elegante y cumplidora de la etiqueta social… que hace el ridículo.
Habrá podido advertirse que no es esta una película para pasar el rato. No obstante, lo pongo con palabras simples: Cocote es la revelación del concurso.
Una pieza de no ficción inusual
No puedo dejar de destacar que el concurso documental del festival vuelva a tener un largo documental cubano en su lista. Primero, porque resalta el momento que vive la no ficción cubana de hoy. Segundo, porque se trata de una película independiente cuyo rodaje trataron de impedir. Tercero, porque se trata de una pieza difícil, de frontera, una manifestación del único gesto de vanguardia, de invención de formas, que existe hoy en el cine cubano. Ergo, justicia poética.
Alejandro Alonso culmina con esta participación un año de festivales que lo han llevado a mostrar tanto este como cortos anteriores (sobre todo Duelo y también El hijo del sueño) en prestigiosos certámenes de Europa y América Latina. El proyecto (Cuba, Alejandro Alonso), de conjunto con Nadie, de Miguel Coyula, son dos de las piezas de largometraje que evidencian la evolución de la no ficción local, pues se decantan, sin abandonar la preocupación testimonial, por asumir formas del ensayo audiovisual y de la modalidad del documental reflexivo. Tratamientos estos menos habituales dentro de la tradición del género.
El Proyecto es una pieza donde las exploraciones emprendidas por realizadores cubanos jóvenes como Raydel Araoz, Marcel Beltrán y Rafael Ramírez (salvando las enormes distancias entre uno y otro) encuentran una suerte de sedimentación. Su centro tiene un carácter absolutamente documental: una antigua escuela en el campo, reconvertida en edificio de vivienda. La elaboración del “informe de investigación”, no. El narrador aquí es un fluir de conciencia que leemos en subtítulos, al tratarse de una suerte de visitante del futuro, o de alguien que medita acerca de lo que vemos, que refiere tanto la imposibilidad de contar a derechas la historia de este sitio como la de un modelo utópico venido a menos, que él expresaría
De ahí que la carga de sentimiento pos-utópico sea central en esta pieza, que tiene una puesta fotográfica delicada y un tempo meditabundo, y llega tan lejos en su reflexión acerca del espacio donde antes se incubara el sueño de un mañana luminoso, que incluye modelos animados en 3D de la mole arquitectónica. Un segmento al interior del largo utiliza incluso material de archivo, sobre todo fotografías y planos de diseño que se remontan al origen de las edificaciones, como un elemento más de esa estrategia que descompone, estudia y reflexiona.
Lo siniestro cotidiano a través del cuerpo femenino
Alanis (Argentina, Anahí Berneri) es quizás la película que mejor expresa un compromiso con los problemas del sujeto femenino en sociedad, de los tantos que lo tocan, de entre los casi 40 dirigidos por mujeres, incluidos en el concurso del 39no. festival. Porque asume su compromiso con semejante asunto desde la puesta en escena.
Alanis cuenta la historia de una mujer joven, madre soltera, emigrada del interior a la capital argentina, que se prostituye para sobrevivir. Desde la primera escena, ocurre un trastorno en su vida: la policía irrumpe en el apartamento donde ejerce su oficio, y Alanis y su pequeño hijo lactante quedan en la calle. La película es entonces un registro del peregrinaje de la mujer, sin final feliz, sin moralejas sociológicas.
El tema de la prostitución está abordado sin espectacularidad ni morbo. Tampoco es el centro de la mirada. El centro es el cuerpo femenino, el cuerpo de Alanis, que la cámara en general encuadra segmentado, o compone en la profundidad de campo, dentro de ambientes domésticos sobre todo, como un elemento más de una escenografía donde el personaje resulta apresado, encajonado, donde es una pieza más dentro de la lógica económica que le confiere una función casi desechable, donde la mujer es algo para usar y tirar.
Esa percepción de la división social donde existe Alanis como un entorno siniestro atraviesa la película con naturalidad, sin golpes bajos de guion ni sucesos extraordinarios o puntos de giro extremos. Lo que le pasa a Alanis es la vida, algo sordo que sucede todo el tiempo y ante lo cual no reaccionamos.
La frontalidad con que la cámara examina al personaje acaba siendo insoportable. En determinado momento, en una escena clave en que Alanis cuenta quién es, de dónde viene, cómo comenzó en esta clase de forma de subsistencia, ella está ante la Ley, en una comisaría. Para la Ley, Alanis es apenas un dato. Por eso la puesta en escena no nos deja ver a quien pregunta, la película prefiere no usar el sobado recurso del plano-contra plano.
Es significativo cómo Berneri consigue sostener un tono coherente y sólido de principio a fin, sin rendirse a las múltiples tentaciones que encierra el tema. Para ello es decisiva la interpretación de Sofía Gala, quien vive su personaje con una rabia contenida y una normalidad que sobrecoge. Quizás la mejor actuación femenina del concurso de ficción.
Reitero que no hay final feliz. Tampoco, un corolario trágico. El final es un simulacro de resolución, y es triste, amargo. Como el mundo sin moral en que habita Alanis.