Un elemento para entender los fenómenos de la teoría queer es la indefinición, aquello reñido con la teoría misma y su objetivo de encuadrar. Pues lo queer abraza la plasticidad, lo huidizo y resbaladizo que asiste a lo humano. Lo que se resiste a ser entendido bajo la lógica racionalista, incluyendo a la teoría misma.
De ahí que lo de queer sea un calificativo sumario, empleado para dar a entender que se refiere a prácticas no heteronormativas, fuera de los contornos de la ideología patriarcal, en la denominación elegida para un espacio inaugurado en La Habana a fines de febrero de 2018: Cine Club CUIR (sic).
Es un proyecto de exhibición de audiovisuales, discusión e intercambio acerca de un marco de referencia que no solo acoge al sujeto gay, trans, lésbico, etcétera (en sí mismas, nuevas etiquetas impotentes para dar cuenta de la complejidad), sino que quiere poner a circular una percepción de la identidad como cosa inacabada, inapresable.
He ido a preguntar a Damián Sainz, su creador, por las razones detrás de semejante invención. Sainz es egresado de la FAMCA, de la EICTV y de la HEAD-Ginebra. Lo conocí hace casi una década, cuando su corto Close up (2009) fue exhibido en la Muestra Joven ICAIC. Dos años después, su corto De agua dulce (2012) fue premiado como mejor documental en ese mismo encuentro y su trabajo se hizo muy visible. Batería (2017) es su pieza más reciente.
De Agua Dulce from Damián Sainz on Vimeo.
¿De dónde viene la idea de hacer este Cine Club? ¿Cómo lo sustentaste para que naciera?
La idea fue surgiendo de diferentes maneras, en momentos muy distintos de mi vida. Pero el principal impulso vino mientras investigaba y filmaba Batería. Muchos de los hombres que me daban sus testimonios en ese lugar de cruising lamentaban el hecho de que en no pocas ocasiones eran filmados o entrevistados sobre su homosexualidad y luego las películas, reportajes o lo que fuera se perdían, salían de Cuba y era muy difícil acceder a ellas.
Ahí comencé a soñar con la idea de proyectar Batería en la misma playa del Chivo, en el Castillo de la Leche, en Batería. Pero a las pocas semanas de terminar de filmar, siguiendo la tradición maldita, me volví a ir de Cuba con el material bruto. No volví hasta dos años después, con la película terminada y muchas ganas de hacer cosas con ella.
BATERÍA teaser from Javier Ferreiro on Vimeo.
En España, donde viví un tiempo, estuve en contacto con festivales de cine y cultura queer y con colectivos queers bien guerreros (anarco-punk, anticapitalistas, okupas, etcétera). Me volví loco con todo lo que se podía hacer en términos de iniciativas, acción creativa, debate (desde clubes de lecturas queer, hasta talleres para hacer tu propio dildo con materiales reciclados).
Al volver a Cuba necesité ese ambiente de debate, del roce provocador que encontraba dentro de la muy diversa comunidad transmaricabollo madrileña. En Cuba el tema de lo comunitario dentro del ambiente es complicado. Sigue siendo difícil conocer gente, construir puentes, desarrollar lazos profundos para generar ruido. Creo que hay cuestiones de jerarquías muy enraizadas que limitan el trabajo comunitario creativo. Entre otras variables, las de clase y raza son determinantes. Sin embargo, y por suerte, existe gente y alianzas que están luchando de manera crítica e inteligente, sea desde lo jurídico o lo artístico, quebrando barreras no solo en lo que concierne a la orientación sexual y la identidad de género, sino también en sus cruces con otros ámbitos de la acción político-social.
CcC nace entonces para ser un espacio de encuentro, de reconocimiento, de debate creativo. Se trata de devolverle al cine su capacidad de agrupar, en un mismo tiempo y espacio, a personas diferentes y poder reír juntxs, llorar juntxs, de manera analógica, lejos del aislamiento que implican plataformas como el paquete o Netflix. Pero también de ofrecer la posibilidad de acceder críticamente a contenidos que se alejan de la representación mainstream de nuestros cuerpos sexualizados, racializados, y que son difíciles de conseguir o que nunca se han proyectado en espacios públicos en Cuba.
¿Tiene eso que ver con la evolución de tu propia praxis fílmica? Porque hasta Batería no te habías referido tan directa y abiertamente al tema del mundo queer.
La realización de Batería fue un antes y un después en mi trabajo como artista. Esta pieza se desarrolló justo en el momento en que acabé mis estudios y ‘’salí’’ del sistema.
Ese fue un momento muy violento. Era la primera vez que filmaba algo que no formaba parte de un programa académico y que dependía enteramente del equipo de creación y de cómo organizara el tiempo y las condiciones de producción. Aproveché para meter mi nariz en aquellas cuestiones que me tocaban más en profundidad y el cruising en espacios públicos, esa maravillosa forma de resistencia de hombres gays, ha sido definitivamente esencial en mi vida.
Al final, Batería se trata sobre el cruising, una forma de crear comunidad, lazos, de quebrar muros, de aprovechar las ruinas de un sistema anterior para construir un territorio nuevo, imposible.
En ese sentido, diría que CcC es también un proyecto artístico que contiene esa impronta, una obra en proceso con la que voy ensayando y preparando un terreno de fertilidad para que surjan encuentros, lazos entre gente que de otra manera sería muy poco posible que se conociera y que comenzara a trabajar en conjunto.
Quizás también tiene que ver con un momento en la vida en que uno tiene la oportunidad de hacerse las preguntas que antes no se quería hacer, que uno comienza a construir hacia afuera teniendo más en cuenta lo que hay dentro.
En el fondo, creo que me gusta más ver películas que hacerlas. La emoción que siento al compartir ciertos filmes en CcC se parece mucho a aquella que siento cuando filmo o edito. Es algo que no se puede contar y creo que es compartida por otrxs en cada sesión.
¿La idea de crear un espacio itinerante nace del albur o fue algo preconcebido? Porque tiene mucho que ver con la noción de sujeto descentrado que defiendes…
Pues mira, fue una mezcla de variables. Al principio pensé en buscar un espacio para CcC. Me encantaba la idea de tener una casa, un hogar para este proyecto. Pero luego, pensando en programación y en ideas de sesiones, comencé a imaginar espacios para cada proyección y cómo el espacio y la forma de proyección que implicaba el espacio podía generar dinámicas potentes entre las piezas y el público, y en la forma del debate.
De ahí salió la idea de hacer de CcC un proyecto itinerante. También está la cuestión de que cada público es diferente en cada espacio. Hay muchxs que repiten y otrxs que acuden por primera vez por el hecho de que la sesión sea en Clandestina, o en la Casa Víctor Hugo o en La Marca, y luego se quedan o, mejor dicho, se van con nosotrxs a la siguiente sesión.
Es un poco como un barco o una guagua que va por la ciudad recogiendo gente y llevándola de un lugar a otro. Cada vez se monta más gente en el barco y eso es hermoso. También está la cuestión del viaje, de no tener una base, de ser volátil y flexible. Eso, que se puede ver como una fragilidad, es para mí una fortaleza. Esa frase de ‘’un fantasma recorre Europa’’… pues eso.
¿Cuáles son los cruces entre patrocinios y qué te han aportado?
CcC es autogestionado. En realidad, no necesitamos mucho para hacerlo y me he ido armando de un equipamiento móvil para las sesiones (una bocina, un proyector, mi propia computadora). Muchas veces aprovechamos las condiciones del espacio donde proyectamos. Desde el inicio recibí el apoyo de personas e instituciones muy cercanas, en cuestiones bien específicas: acceso a internet, disco duro, proyector, envío de copias, transporte, etcétera.
Cada vez se suman más colaboradores y gente que quiere apoyar, sea con su pulso para una ilustración, cartel o pegatina, sea con unas botellas de refresco, con películas o haciendo fotos del evento. En realidad, es un proyecto que sin la colaboración es imposible. Ahora mismo CcC funciona como un proyecto personal, pero mi sueño es que pueda seguir sin mi presencia, que lo tomen otrxs, que sea verdaderamente colectivo.
Es muy curioso cómo cruzas fronteras del cine, moviéndote entre la ficción y el documental, la vanguardia, el activismo, los nuevos medios… Desde Tongues Untied, de Marlon Riggs, hasta Lizzie Borden, o Guanabacoa, crónica de mi familia, de Sara Gómez y el avatar Flor Helena Resident, hay un interés marcado por los bordes de la identidad, donde género y raza se cruzan. ¿De dónde viene esa porosidad? ¿De la teoría, del cine o de la práctica de lo queer mismo? ¿De ser negro y gay y artista…?
En la más reciente sesión alguien me preguntó si CcC era afroqueer en esencia y, si lo era, por qué no lo decía abiertamente. Yo me quedé de una pieza. Adoré las preguntas y le dije algo así como que lo que se sabe no se pregunta, para luego hablar más directamente de las razones por las cuales elegía películas con contenido de activismo no solo en lo que a identidad sexual o de género concierne, sino también con cuestiones de raza y clase.
Es impresionante cómo todo el mundo conoce Brokeback Mountain, pero nadie o muy muy poca gente ha visto Tongues Untied o lo mismo entre Boys don’t cry y Born in flames. Definitivamente hay un tema entre la cultura mainstream gay o lesbiana más ‘’aceptada’’ y el tema de las razas.
https://www.youtube.com/watch?v=aOarssJWHhI
Buscando protagonistas queer racializadxs en el cine mainstream internacional me encuentro con muy pocxs, y en Cuba con casi ningunx. Tiene que ver con cómo han pasado por el aro de lo social figuras gays, lesbianas o trans mayoritariamente blancas, ricas o de clase media, y de cómo estas figuras responden a ideales y fantasías del poder heteropatriarcal y no precisamente a la realidad diversa y cambiante de las comunidades y personas queer.
Una película como Tongues Untied es frontal y camaleónica a la vez, como lo es el CcC, en la medida en que se mueve en un doble juego entre aquello que critica y aquello que propone. Uno sale chasqueando los dedos, haciendo voguing y rapeando poemas de Essex Hemphill, a la vez que se contagia del remordimiento y la implacable fiereza de la resistencia de Marlon Riggs frente al blanqueamiento de lo gay y la parametración del cuerpo queer negro.
De alguna manera lo mismo pasa con Dominadora Inmaterial o con Born in Flames, que son obras tan potentes como imposibles, reveladoras como oscuras, como las canciones-gesto de Nina Simone o las performances de Brontez Purnell o de las Krudas Cubensi. En mi experiencia, no se puede hablar ni crear desde lo queer sin que se conecte críticamente con temas de racialización, clases socioeconómicas, edad, capacidad física o mental, país o continente de procedencia…
Por supuesto, a esto no he llegado solo y he estado acompañado por lecturas. Detrás de todo esto está el pensamiento utópico de José Esteban Muñoz, bell hooks, Audre Lorde, James Baldwin y por supuesto, de Paul B. Preciado, con sus cruces entre filosofía, gestión cultural y micropolíticas queer.
¿Qué ha sucedido en estas primeras sesiones que haya marcado tu manera de ver y asumir el espacio?
Mi experiencia en estas sesiones ha sido muy fuerte. En realidad, es algo mágico que me recuerda por qué escogí el cine, el audiovisual, como forma principal de expresión.
La sesión dos, ‘’En llamas’’, del 31 de marzo, día de luna llena, que hicimos en Clandestina, fue muy heavy. Escuchar a Norma, a Esperanza, a Leire y a mi madre fue muy revelador. Fue muy contradictoria sesión. En principio sentí que no había funcionado y me hizo replantearme muchas cosas del CcC: tener más cuidado con la relación programación-público-espacio, ser más consciente de lo delicados que son los temas que tratamos, pero sobre todo escuchar y desentrañar los silencios de la audiencia en medio del debate. Estamos muy acostumbrados a ir a un lugar a escuchar y ver lo que otros tienen que decir, pero muy poco a compartir abiertamente nuestras opiniones. Este movimiento de tomar la palabra y hacer uso de ella públicamente es algo muy complejo en un contexto como el nuestro.
Creo que uno de los principales retos de este proyecto es aprender a generar las condiciones necesarias para un diálogo seguro, fluido y que genere lazos entre personas con miradas y experiencias de vida diferentes. En el sentido autocrítico, la sesión fue todo un éxito, pues no hay fórmulas preconcebidas para hacer lo que estamos haciendo, nos las vamos inventando por el camino, a prueba de ensayo y error, pero sobre todo escuchando y convirtiendo la experiencia en relato, el relato en reflexión y la reflexión en acción creativa y renovadora, como alguna vez escuché decir a nuestro querido Roberto Zurbano.
¿Estás consciente de que esta manera de enfrentar los patrones de género en Cuba desajusta muchas cláusulas de la discusión de lo identitario entre nosotros? ¿Y que también cuestiona cómo asumimos qué es y para qué sirve el cine?
Muy consciente, y cada vez más. Pero también me he dado cuenta por el camino, en el trascurso de las sesiones, conversando en privado con algunas personas, del poderoso impacto que tiene ese gesto de reunirnos de vez en cuando, de forma espontánea y vernos las caras para hablar de cines y feminismos, cuerpos marginados y narrativas hegemónicas, activismo y producción audiovisual.
En el fondo, este es un proyecto que tiene mucho que ver con algunas ideas ancladas en textos como “Por un cine imperfecto”, de Julio García Espinosa, con la capacidad del audiovisual para emancipar los sentidos y llevarnos a lugares muy pantanosos, cómo pueden ser esos nuestros propios fantasmas, controlados por el poder heteropatriarcal.
Como decía antes, este proyecto me ha llevado a recordar por qué me interesa el cine. Al final es algo casi mágico lo que pasa cuando se acaba una película, se encienden las luces y nos miramos las caras, nos reconocemos a nosotrxs mismxs y al otrx, es ahí donde está la fuerza imaginativa de lo que hacemos.
¿Cómo va a afectar esta experiencia tu obra cinematográfica futura?
Pues me está afectando mucho. Cada vez quiero hacer más cosas (no solo películas) relacionadas con esta suerte de magia de la que te hablo. Esa magia surge en gran medida de las colaboraciones, de las obras colectivas. Me encuentro bastante lejano de la figura del autor solitario y me emociona más un tipo de colaboración que parta de un diálogo creativo. Se supone que el cine es un arte colectivo, y lo es, pero usualmente de forma muy jerárquica. Creo que ahora mismo me interesa explorar otras formas de crear menos jerárquicas, más colectivas. Aún no tengo ni idea de qué, ni cómo, ni con quiénes. En esa búsqueda ando.
Grande ese Damián!! #CuirPágüerForever!
Hola muy buen trabajo. Felicidades y éxitos a los gestores de este proyecto y espero que sirva como un espacio GENUINO para el debate, la construcción, y la socialización. Cómo puedo informarme de la programación y espacios del cine club? Gracias y “cheers queers”!
Gracias, Roberto! Luis, busca a Damian en FB o si no el perfil del Cine Club, ahí se anuncian las sesiones.