Aquarius (Brasil, Klever Mendonca Filho)
He aquí el título más redondo del concurso de ficción de este festival. El segundo largo de ficción de Mendonca sobresale por su esmerado trazado interno, por los meandros de sus sugerencias y por un tono complejo sostenido más allá de la trama aparentemente banal.
Clara es una viuda de 65 años, destacada por su carrera como crítico musical y por haber tejido una familia hermosa y sensible. No obstante, vive sola en el apartamento familiar, el único habitado del edificio Aquarius, construido en la década de 1940 frente a la avenida Boa Viagem, en un escenario privilegiando ante el mar, en la ciudad de Recife. El resto de los apartamentos del inmueble han sido comprados por una empresa inmobiliaria que planea contruir allí una torre lujosa. Y Clara es su obstáculo último.
Estamos ante una película sobre la resistencia. La resistencia de verdad. Primeramente, porque Clara es una sobreviviente. En alguno de los pasajes de flash back que dibuja el filme, sabemos que en su juventud la protagonista se sobrepuso a un cáncer, que fue un ser rebelde en muchos aspectos, que proviene de una línea genética de mujeres fuertes, libres. Y aunque su soledad actual parece hallarla debilitada, la fuerza que le aportan los diversos universos que ha habitado la dotan de una eticidad y de un valor incalculables.
El director fabrica esta película en varias direcciones. Como se vio en su largo anterior, El sonido alrededor (2013), a Mendonca le interesa dibujar las violencias invisibles de la vida cotidiana. Por ello sus guiones tienen apuntes dirigidos a exponer la trama clasista, racial, de género, de ubicación en el mapa social, de sus personajes. En su escritura abundan los detalles digresivos, las historias que quedan en vilo. En El sonido alrededor, ello se manifestaba en una trama coral, que recorría la estructura de un barrio habitado por gente muy diversa.
En Aquarius hay un personaje central, una mayor obediencia a la ley del conflicto central, pero las historias carnosas abundan. Quizás el mayor defecto de esta película sean justamente los deliciosos cabos sueltos que deja, algunos tan poderosos y cautivantes como la propia historia principal. Todas esas fábulas abocetadas, no obstante, dotan a la trama de una densidad que la desborda. Mendonca tiene una capacidad excepcional entre de los realizadores latinoamericanos del presente para poner cuerpo simbólico a sus personajes. Cada uno, hasta el más episódico, destila una historicidad, un tejido contextual, un anclaje que lo ubica más allá del argumento en una trama de intereses. Esto es de lo más destacable de su cine, y aquí descansa en una dirección de actores soberbia. Así como en un uso de las herramientas expresivas del cine que parecen obra de un director mucho más experimentado.
No por gusto Aquarius fue la única representante de la región dentro del concurso en el festival de cine de Cannes de 2016. Sonia Braga, su protagonista, tiene un desempeño memorable. Debería obtener sin discusión el coral a la mejor actuación femenina. Y Aquarius es de inicio la favorita del palmarés. Podemos apostarlo.
Últimos días en La Habana (Cuba, Fernando Pérez)
Me costó mucho aceptar al ver Últimos días en La Habana que estaba ante un filme de Fernando Pérez. Porque es una tragicomedia. Y el cine de Pérez no tiene apenas humor. Su obra abunda en personajes trágicos, transidos por búsquedas identitarias y existenciales. Pero ello, paradójicamente, también está aquí.
Al argumento central tiene a dos personajes como eje. Miguel (Patricio Wood) y Diego (Jorge Martínez) conviven en un apartamento de un viejo edificio en Centro Habana. El primero es un ser huraño y turbio, cuyo único sueño es irse de Cuba. Trabaja en la cocina de una paladar mientras aguarda que respondan a su última entrevista de solicitud de salida definitiva. No tiene familia ni intereses conocidos. Mientras que Diego es un homosexual enfermo de SIDA, que permanece casi todo el tiempo en su cama, haciendo chistes, afilando su sarcasmo perenne, profiriendo a los cuatro vientos su apetito sexual y evocando momentos felices que no volverán. A ambos los une la solidaridad del despojado, de aquel sin lugar de acogida en una sociedad que excluye al desviado (político y sexual).
Para quienes aborrecen el cine cubano que se ocupa de tratar el dolor nacional, no es este un título más. Debería, más bien, ser un parteaguas. Porque, como mismo sucediera hace casi década y media con Suite Habana, en lo que respecta a la no ficción nacional, aquí estamos ante un no-va-más de la corriente costumbrista y el realismo sucio del vernáculo cubano. Porque Pérez se reinventa, y lo hace consiguiendo el tono justo para esta película.
En ello, el poderoso trabajo de interpretación de Jorge Martínez es fundamental. Tratándose su personaje de un carácter facilitador de la identificación lamentosa, tanto la escritura del mismo en el guión como su apropiación por el actor lo entregan como un tipo contradictorio. Es difícil identificarse con este individuo insolente y soez, demasiado borde siempre, pero por cuyo envés afloran unas ganas de vivir que lo dotan de una humanidad compleja. Es el alivio cómico, que se burla de su desgracia, pone en solfa todas las autoridades y asunciones morales, pero la risa que provoca tiene siempre algo de lamento. No hay que perder de vista que este Diego es una reescritura que lanza un giño intertextual al personaje homónimo de Fresa y chocolate. Ahí hay carne para especular.
Uno de los mayores méritos de Pérez es obtener el tono justo, que se apoya en permitirnos la distancia suficiente para apreciar la historia en su complejidad, permitiendo al unísono la suficiente distancia crítica ante los personajes y sus decisiones. Ese distanciamiento impide ver a estos seres como víctimas, al tiempo que los resortes de melodrama y el realismo social están atenuados lo suficiente en función de obtener una fábula entre decadente y luminosa, que expresa el dolor a través de una sonrisa compasiva y que explora la complejidad de los universos humanos.
El invierno (Argentina, Emiliano Torres)
Esta opera prima es sorprendente. Su argumento se ambienta en un remoto sitio de la Patagonia argentina, en una estancia dedicada a la cría de ganado lanar. Evans es su protagonista, un viejo estanciero que funge como capataz del lugar, cuida los animales, alimenta a los perros. El dueño apenas viene de cuando en vez, y la soledad del sitio solo se quiebra en época de esquila, cuando un puñado de trabajadores golondrina es contratado para hacer el trabajo duro.
Pero en el tramo que cubre el filme, Evans es despedido. En su lugar, contratan a un tipo más joven, Jara, quien debe hacer lo mismo que él. Y a Evans le toca pensar en cómo terminar sus días, sin familia que lo acoja, ni proyectos fuera de ese empleo, ni sueños, ni pasión por algo más allá de la levedad de lo mismo cada día.
El núcleo de El invierno pasa entonces a ser el conflicto entre estos dos hombres, que se desenvuelve como un western crepuscular, un choque de potencias enfrentadas por razones que los exceden, por fuerzas que ellos mismos no entienden del todo.
Muy poderoso en El invierno es el tono gélido y quirúrgico de la puesta en escena. Y la coherencia que la sostiene, sin tentaciones de ninguna índole. Hay muchos tiempos muertos aquí que expresan más de lo aparente. El tono contemplativo y la pose observacional de la cámara y del tratamiento visual le aportan un sabor casi siniestro a este choque de mundos y valores. La trama desliza comentarios acerca de las colisiones clasistas, culturales, aquí presentes, y que dibujan el costado político de su apuesta. Pero jamás pierde su centro ni se desvía de la atención cuidadosa a los personajes, sus tiempos y universos. Así alcanza una dimensión entre mítica y abstracta, y acaba produciendo un cosmos autocontenido que medita en torno al destino del hombre.
Yo quiero ver Santa y Andres
Yo también quiero ver Santa y Andres.
Igual que Fernando Perez defiende con argumentos tan validos el error de censurar Santa y Andres, seria muy interesante que los que la censuran dieran la cara de forma personalizada y defendieran ellos su criterio de porque lo hacen. Tengo la certeza de que eso no ocurrira, se escudaran en una oscura comision, pero dar la cara con valentia. De eso nada. Estamos hablando de Cuba. Lo mismo de siempre.