Alyssa Ramos no es una neófita en el tema de los viajes. En su perfil biográfico se indica que estamos ante una bloguera amante de la aventura, que documenta para diversos medios de comunicación sus recorridos alrededor del mundo. Y que acumula 53 países de los seis continentes visitados hasta la fecha, y contando. Según su apreciación, ha conseguido “dominar el arte de perseguir saltos de agua, viajar sola, beber vino y convertir la preparación de presupuestos de viaje en algo agradable.” Pero todo viajero, por muy ingenuo que parezca, tiene su némesis.
La de Alyssa acontenció cuando decidió regresar a sus orígenes. A Cuba, la tierra de su abuela, de la que apenas conocía a través de las remembranzas y de los episodios familiares contados por sus mayores. Siendo ella cubanoamericana de segunda generación, poco la ataba a ese marco de referencia, excepto el estrecho lazo afectivo que las unió en vida de su abuela materna, Leida González Muñoz.
Leida, que muy de vez en cuando hablaba de su experiencia cubana frente a su nieta, dejó antes de abandonar el mundo de los vivos un diario manuscrito con la historia de su existencia. Según Alyssa, el descubrimiento de ese cuaderno, cuidadosamente disumulado entre recuerdos y álbumes de fotos, ocurrió en 2011. Leida lo había comenzado a escribir, según quedó fechado, el 4 de enero de 1992, justo el día en que Alyssa cumplía cuatro años. Trabajó en él a lo largo de dos años, y había permanecido oculto durante veinte. Tenía una dedicatoria: “Para mi nieta. Nací el 17 de mayo de 1921. Mi nombre de nacimiento era Leida González Escandón”.
La lectura del diario provocó un impacto profundo en la joven. Le revelaba un universo memorial del cual no sabía casi nada, y le llegaba como legado a través de la confesión de una abuela que había querido que estos recuerdos fueran descubiertos por ella en la edad justa para articularlas a su propia biografía. Por ello, la necesidad de viajar a Cuba se transformó en una obsesión.
El testimonio donde Ramos puso en blanco y negro esta experiencia, Time Traveling in Cuba Through My Grandmother’s Journal, que publicara en su columna en la revista GeoChic Magazine en mayo de 2015, tiene un alto componente de confesión autobiográfica también. Viajar a Cuba no había sido hasta este punto un interés personal, dada su experiencia como cubano-americana creciendo en una comunidad donde la existencia pasada en la Isla era en general calificada en términos de conflicto. No obstante, y casi de modo epifánico, cuando propuso la idea a los editores de GeoChic (revista especializada en moda y viajes, dirigida sobre todo a mujeres), el anuncio del cambio de política hacia Cuba por el gobierno de Barack Obama acababa de suceder.
El viaje definitivo, documentado en una pieza de video de idéntico título al de la crónica escrita, resume en seis minutos la experiencia de enfrentarse a un mundo desconocido. Los parientes de Alyssa, primos en su mayoría, habitan todavía una de las casas de la infancia de su abuela, en el poblado de Santiago de las Vegas. Apoyada por Ralph Clermont, fundador de GeoChic, y por Philippe, ejecutivo de la revista, y auxiliada por una cámara GoPro, Alyssa tuvo su primer contacto con Cuba, sus parientes desconocidos y los remanentes del mundo referencial que edificara la memoria de infancia y juventud de su abuela.
Así que en vez de uno de esos videos de turistas o de las boutades acuñadas bajo el término de “videos de visitas sorpresa a Cuba”, la de Alyssa es una pieza que reúne los atributos del diario de viajes y de la ofrenda nostálgica. El recorrido que hace, con sus primos como guías, a través de las estaciones de la que fuera la existencia de su abuela en ese sitio, tiene mucho de paseo emocional, pero sobre todo de tributo a Leida, que no pudo participar de él. Más que una viajera experta o turista accidental, sedienta de exotismos, Alyssa luce un sobrecogimiento incrédulo.
El patio de la casa donde creciera la abuela, de cuya época solo sobreviven el pequeño baño que le fuera adosado y el gigantesco árbol de aguacate bajo cuyas ramas se tomara una foto Leida con la madre de Alyssa cuando esta era apenas una bebita; el parque Juan Delgado, donde Leida tuviera sus primeros escarceos amorosos como cualquier adolescente de provincia, las muchachas girando en sentido opuesto al de los varones… Estas imágenes y remembranzas son articuladas en un montaje didáctico, que asocia fotos de familia, identificadas por textos explicativos, y varios pliegos del diario de Leida, que refieren momentos específicos de su vida.
Finalmente, cuando se relata el momento en que Leida abandona a su familia para irse sola a trabajar a La Habana, Alyssa hace explícito su homenaje abierto. Junto a una foto de Leida sentada en el muro del malecón capitalino, inserta otra de ella misma, en idéntico escenario. El texto sobre pantalla: “The Malecón in 1944 y 2015”.
El resto de la pieza explica cómo Leida y el futuro abuelo de Alyssa decidieron irse a buscar fortuna a EE.UU. en 1946, donde contrajeron matrimonio y fundaron familia, de su visita en 1955, con el fin de bautizar a la hija recién nacida, y de su último regreso a EE.UU., justo el 1ro de enero de 1959.
Esta clase de viaje en el tiempo ha formado parte últimamente del repertorio privado, incluso íntimo, de multitud de familias cubanas separadas por décadas, y ha acabado por integrarse a la esfera pública gracias a los medios digitales, la web y la obsesión memorial de la cultura de hoy. Pero hay casos que articulan no solamente experiencias personales, sino un universo de memorias colectivas.
Kamilitos, aquel sueño verde olivo es un corto de 21 minutos que resume la primera promoción de la Escuelas Militares Camilo Cienfuegos a partir de las remembranzas (porque el texto narrativo que atraviesa la pieza está dicho en primera persona del plural, como si de una confesión coral se tratara) de algunos de sus protagonistas. No se trata de un documental al uso, sino de un tejido de fotos fijas, acompañadas por una narración en off y por una banda sonora. No hay entrevistas ni interés por producir un testimonio histórico ajustado a cierta verdad documental, sino la intención de dotar de cuerpo a una operación nostálgica.
Con idea original, edición, banda sonora y realización a cargo de Jorge Zaldívar Romero, texto escrito por Alfredo Fidel Díaz Castro y dicho por Niro de la Rúa (de todos, y de la mayoría del resto del equipo de realización, se subraya que fueron camilitos), realizado en 2013 y hospedado en YouTube, Kamilitos… va dedicado “A la memoria de los que ya son memoria”. Comienza diciendo: “Han pasado más de treinta años (…) Casi todos peinamos canas, tenemos nuestros hijos, algunos ya son abuelos.”
La narración se ubica desde la perspectiva de la promoción pionera, que inaugurara la escuela de playa Baracoa, cercana a La Habana. Casi con melancolía se insiste en un plano detalle de la señalización de la esquina de 5ta y 60, donde se hacía la recogida de los alumnos desde que en 1972 se creara la institución. Las fotografías en blanco y negro que documentan la experiencia referida no son siempre de buena calidad, pero su peso testimonial es inmenso. En su mayoría, reúnen rostros adolescentes que van mutando, adquiriendo fisonomía adulta.
Aquí apenas se cuenta la historia oficial, o institucional: el texto va de la historia privada, de la vida cotidiana de una comunidad excepta de la regularidad social de su tiempo. Hay fotos de los diferentes distintivos, insignias, de la cartilla de reporte, de la bandeja del comedor (arroz, chícharo, una lasca de mortadella y mermelada de mango), de las jodederas en el albergue y en el campo, de formaciones marciales, actos políticos y visitas de padres. Mientras, el comentario recuerda el yogur natural, la malta, la gaceñiga…
Kamilitos… hace énfasis en esa memoria compartida, en ese ritual de paso que forjó una comunidad afectiva que llega al presente. “Todos tenemos un mismo origen”, indica el comentario después de señalar que se hacía obvio que los estudiantes pertenecían a diferentes clases sociales, según el medio de transporte en que acudían a tomar el ómnibus para la beca. “Han pasado más de treinta años, pero siempre seguiremos diciendo con orgullo: Yo soy un Camilito”.
Esa noción de comunidad que digo tiene que ver incluso con el gesto que dio lugar a este documental, que es como un trazado muy general de lo que podría denominarse un árbol genealógico de un colectivo emocional. En una nota final, se aclara que el corto ha sido posible gracias a la colaboración de muchos camilitos que facilitaron sus fotos. Y a seguidas, se aclara que la existencia de esa memoria fotográfica es en sí misma un acto de rebeldía: “gracias por la osadía que tuvieron en aquel entonces ya que eso estaba prohibido” (sic). Luego, se agradece al inventor del correo electrónico, el internet y Facebook, por permitir conectar a tantos camilitos, no importa en qué lugar del mundo vivan hoy.
Me pregunto cuántas de esas microhistorias van a revelarse en el futuro. Cuántas confesiones escucharemos. Cuántos archivos verán la luz. Qué enorme repertorio tendremos a mano para saber lo que hemos sido.
Escucharemos las historias que sean necesarias. Las necesitamos con urgencia. Para no olvidar. Para superar la amnesia inducida, nihilista, que nos han impuesto. Estos ejercicios catárticos forman parte de la naturaleza humana. Humildes en lo estético pero espectaculares en lo emocional.
Y q lo digas tú Rolando Leyva, jajajaja, si a eso te dedicas tú aquí,a rumiar frustraciones y a lloriquear por los rincones.