Todo fueron penurias y golpes en la infancia. Primero, la guerra obligó a emigrar a la familia. Luego vino la muerte del padre, por tifus. Finalmente, acabado el conflicto mundial, arreció el hambre.
Pero Leonid Stein había sido tocado por la vara del talento. Entre tanta desgracia conoció el ajedrez, y al poco tiempo ya pertenecía al equipo de la ciudad de Lvov. Pronto quedaron a la vista los rasgos que identificarían su juego: todo en él era ataque y contraataque, puro esfuerzo romántico por rubricar combinaciones y generar belleza. No sabía –ni le interesaba- pelear tablas: lo suyo era ganar cada batalla.
Dicen que no conseguía concentrarse a tope en las partidas, pero entendía las posiciones con una simple ojeada. Se llegó a comentar que gozaba de rayos X en los ojos, porque veía todo (y aún más) sobre el cuadrado de 64 escaques. Y movía sus piezas a ritmo frenético, casi de infarto. Tanto, que habitualmente le bastaba con veinte minutos para un cotejo entero. Eso, la habilidad de calcular variantes con una rapidez inusitada, le valió el sobrenombre de La Computadora Humana.
Siempre le reprocharon sus afanes intuitivos. El propio Kasparov apunta en Mis Ilustres Predecesores que, junto con Tal y Spassky, Stein formaba el “trío de la intuición”, y agrega que se trató de jugadores que permitieron una evolución hacía el ajedrez de la modernidad, sobrepasando la figura de Botvinnik e introduciendo nuevos conceptos relacionados con el desequilibrio material y estratégico, la calidad de la posición y el dinamismo de las piezas.
El problema (la virtud, según se mire) es que el hombre menospreciaba la teoría. Hubo un momento en que Karpov ponderó su capacidad innata, pero seguidamente lamentó su desconocimiento de aperturas. Y es que aquel ucraniano tremendo no requería de mucho estudio para romper oposiciones. Era un táctico puro, un amante del riesgo, un jugador repleto de ferocidad e ingenio.
Así llegó a la elite. Hubo quienes incluso le vaticinaron la corona, pero ocurrió que una y otra vez, Stein se hizo pedazos contra el muro de los Interzonales, que solamente daban plazas para tres jugadores por país. Y en ese entonces, la Unión Soviética contaba con Petrosian, Bronstein, Tal, Geller, Spassky, Smyslov y un prolongado etcétera.
Como ocurre frecuentemente con los imprescindibles, Stein murió muy joven. Solo tenía 38 abriles cuando su corazón dejó de responderle en el infortunado julio de 1973, y a partir de ese instante, cada vez fueron menos frecuentes la aventura y la sangre en el tablero.
El cotejo que sigue es un ejemplo. Se jugó en el Interzonal de Estocolmo’62, ese tipo de torneo de máximo nivel donde los trebejistas no acostumbran a exponerse. Era la ronda 12, y el ucraniano vivía una remontada que intentaba enmendar su mal comienzo. Había tensión en el ambiente. El aire olía a drama. Pero Leonid Stein estaba hecho para sacar la espada, y se gastó un alarde que le mereció el Premio de Belleza del evento.
Blancas: L. Stein. Negras: L. Portisch.
1. e4 c5 2. Cf3 e6 3. d4 cxd4 4. Cxd4 a6 5. Ad3 Cf6 6. 0-0 Dc7 7. Cd2 Cc6 8. Cxc6 bxc6 9. f4 Ac5+ 10. Rh1 d6 11. Cf3 e5 12. fxe5 dxe5 13. Ch4 0-0 14. Cf5 Ae6 15. De2 a5 16. Ac4 Rh8 17. Ag5
Hasta aquí, la Siciliana ha avanzado con relativa calma, siguiendo el curso de la variante Paulsen. Aunque el blanco, está claro, ha logrado una posición muy activa. Es ahora que el negro comete su primer desliz.
17…Cd7? 18. Tad1 Cb6??
18…Axf5 habría llevado a mejor puerto. Luego, 19. exf5 Cf6, etc.
19. Cxg7!!
Un golpe devastador para concluir la faena.
19…Axc4??
El negro se derrumba ante tanta presión.
20. Af6! Ae7
Si 20…Axe2??, 21. Cf5+ Rg8 22. Ch6++.
21. Df3
21…Cd7 22. Txd7 Dd8 23. Txe7 h6 24. Ce6+ Rh7 25. Dg3 Tg8 26. Txf7+ Tg7 27. Dxg7++
1-0
LA FRASE: “En 1973, Stein era más fuerte que Karpov”. Eduard Gufeld.