El libro ¿Feminismo en Cuba? Ni santas, ni brujas, sólo mujeres, editado por GALFISA (Grupo de Investigación “América Latina: Filosofía Social y Axiología”), se presentó en el “Espacio Feminista Berta Cáceres”.
Quien busque un volumen con densidad académica, no encontrará satisfacción plena en esta publicación. El texto es más una provocación; así lo sabe el equipo de trabajo que lo elaboró; y lo comunica su porte, más cercano a un folleto que a los volúmenes usuales del mercado intelectual académico.
La cita del 9 de mayo no puede calificarse como una novedad. Hace diez años hubiese sido más difícil encontrar en el país un colectivo que se autodenominara feminista –y aún menos dentro de una institución estatal. Hoy, si bien no pululan los eventos de este tipo, es más frecuente la noticia de textos, seminarios o encuentros donde la palabra feminismo no está escondida, sino que ocupa un primer plano cada vez más nítido.
Sin embargo, la presentación de “Ni santas, ni brujas…” tuvo más de una particularidad. Una de ellas, quizás la más notable, es que las organizadoras tienen una vocación explícita por conectar el pensamiento social cubano con la estela política latinoamericana.
No es fortuito que el nombre del espacio sea el de la luchadora feminista y campesina centroamericana asesinada en 2016. Tampoco es casualidad que en el salón estuvieran miembros del Movimiento Sin Tierra brasileño o compañeras de Marielle Franco, luchadora social negra, lesbiana y feminista, asesinada en Brasil hace pocos meses. La coyuntura de la región estructuró el evento y argumentó la pertinencia de esfuerzos feministas en el panorama político global. Yohanka León, de GALFISA, lo enunció así: la región tiene una situación específica, hay arremetida, persecución y asesinato de mujeres, luchadoras sociales; por eso, es necesario denunciar los mecanismos de miedo y terror con que quieren silenciar las luchas de las mujeres. Dejó dicho.
Este texto “es un aporte más que necesario al debate sobre feminismo y construcción de socialismo”, señaló Lirians Gordillo, presentadora del texto. Enseguida, advirtió el desafío de los signos de interrogación que aparecen en el título: ¿Feminismo en Cuba? Ellos pueden poner en entredicho la existencia de un movimiento feminista en la Isla; o quizás, por el contrario, abrir la posibilidad a colectivos y personas a reconocerse como tal.
Frente a una creciente reflexión académica sobre las mujeres y las relaciones de género, la periodista feminista también resaltó la especificidad de este volumen en el tipo de ausencia que avisa: la de una reflexión situada sobre la carga política del feminismo y de su relevancia para pensar, en Cuba, “el momento en que estamos”.
¿Qué puede aportar una discusión feminista para pensar Cuba hoy y para incidir en una agenda nacional que podría estar en construcción? ¿La institucionalidad vigente da un espacio para avanzar en temas feministas? Esas preguntas habitaron la jornada y condujeron, en buena parte, el pequeño debate que siguió a las presentadoras. Las respuestas no están en el folleto, son preguntas para pensar en colectivo, con hondura y con prisa. Ellas ramifican de una interrogante principal: ¿Qué ha pasado con el feminismo en Cuba después de 1959?
Esa historia podría ayudar a entender más y mejor la horma de este texto y, también, las polémicas que plantea. Para Georgina Alfonso no es un capricho hablar de feminismo en esta tierra. “Siempre ha habido mujeres feministas [en Cuba]”, planteó la directora del Instituto de Filosofía. Y añadió que en los 1960, en plena expansión de la política revolucionaria, no hacía falta a las mujeres cubanas calificarse como feministas, aunque su agenda lo fuera. Hay otras formas de analizar el asunto.
Durante los 1960, el feminismo se consideró explícitamente un desvío del esfuerzo revolucionario. Entonces la Federación de Mujeres Cubanas se identificó como una organización “femenina, no feminista”. Luego, hubo acercamientos entre dicha organización y los feminismos latinoamericanos durante la Década de la Mujer, seguido de un nuevo distanciamiento con la caída del muro de Berlín.
El análisis de las rutas políticas de la organización de mujeres en Cuba post 1959, podría ayudar a visibilizar en qué sentidos hubo acercamientos, o no, a una agenda feminista en su contenido más radical. También sería necesario escudriñar las consecuencias para las mujeres cubanas de esa no identificación con los feminismos más revolucionarios latinoamericanos y globales, y entenderlo en el contexto de los cambios nacionales. La respuesta no debe ser festinada.
La autodefinición feminista no asegura radicalidad democrática. Hay esfuerzos conservadores que se califican, interesadamente, como feministas. Hay esfuerzos nombrados como revolucionarios que voltean el rostro a la existencia del patriarcado. Esa es la razón del llamado de las mujeres a examinar la desigualdad de género instituyente de muchos movimientos sociales y programas políticos.
La “piedra filosofal” de la jornada fue la invitación a pensar la relación entre feminismo y socialismo. La cuestión se planteó desde el público. En el folleto se realizan algunas sugerencias al respecto, según anunciaron las presentadoras. Una primera ojeada al índice lo corrobora. Una “propuesta para una agenda feminista en Cuba”, un punteo de “desafíos de la lucha contra la cultura patriarcal en los nuevos escenarios de cambio en Cuba”, y un listado de “sentidos éticos y políticos que aportan las mujeres cubanas a la actualización del socialismo”, son algunos de los temas que integran el texto de breves 67 páginas.
Sin feminismo no hay socialismo. La realidad histórica y contemporánea muestra que el asunto es más complejo y necesita ser explorado. Algunas dimensiones podrían ser comunes al análisis del capitalismo y el patriarcado, y otras revelarán asuntos diferentes. Por ejemplo, el de los peligros y realidades de la estatalización asfixiante de la agenda sobre las mujeres, las relaciones de género y el poder; el de la relación entre integración de las mujeres a los mercados de trabajo y el trabajo de cuidados no remunerado; el de los posibles sesgos sexistas de las políticas sociales; el de las mujeres como principales contenedoras y gestoras de las crisis y escasez económica.
Otros temas polémicos se mencionaron en la sesión vespertina en el Instituto de Filosofía: los privilegios del patriarcado, el examen de la relación entre unidad y diversidad, los trabajos de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños para reconocer y estimular la existencia de mujeres campesinas que hoy son solo el 24 por ciento.
La jornada homenajeó a Isabel Moya, recientemente fallecida. Periodista, maestra de los estudios de género y comunicación, feminista. Testimonios y reflexiones sobre su presencia y su herencia tuvieron espacio en el Instituto.
Ahora, ¿por qué “Ni santas, ni brujas…”?
Como sabemos hoy, las brujas tienen una historia política inspiradora de los feminismos. La acusación de brujería, imputada sobre todo hacia mujeres, fue uno de los gestos más brutales y notables de la construcción del patriarcado moderno. Las brujas usualmente eran mujeres independientes, autónomas, que defendían el control sobre su cuerpo y sobre las condiciones de su existencia. Es usual leer carteles de la lucha feminista que rezan: “Somos las hijas de las brujas que no pudiste quemar”. ¿Por qué entonces la distancia del folleto con el dispositivo político de “brujas”? ¿Qué se espera comunicar con ello?
Al término, una invitación. A cada una de las personas presentes se le entregó una postal. Se pidió escribir al dorso un mensaje sobre el día de las madres, que se celebró en Cuba el domingo 13 de mayo. La maternidad feminista sería la inspiración de aquel ejercicio, o al menos así lo entendí. Junto a “Ni santas, ni brujas…” y a un CD de música interpretada y compuesta por mujeres, cada quien recibiría una postal con un mensaje diferente al propio. En mis manos: “Solas iremos más rápido, juntas, más lejos”.