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La tensión social cubana crece. Las medidas anunciadas por ETECSA van más allá de un “tarifazo” empresarial o una decisión gubernamental “desacertada”. La crisis plural que vivimos alimenta el caldeamiento cotidiano. Al parecer, tales medidas han sido una chispa en pasto seco.
Algunos datos indican que en el sector estudiantil se aviva la llama. En términos pedagógicos diríamos que es un emergente social (ni todo el problema ni toda la solución). También entre los jubilados, sobre todo las más desfavorecidos, hay ardores.
Reportes informales han hablado de protestas intermitentes (pequeños fuegos) en algunas zonas del país: algún cacerolazo se escucha por aquí o por allá, incendio de basureros en plena calle, cortes de calle, no enviar a niñas y niños a la escuela tras madrugadas de apagón…
La conflictividad social es una constante que se mantendrá en el corto y mediano plazos. Las protestas, los estallidos, los “encontronazos” son válvulas de escape ante una situación cada día más compleja.
La falta de electricidad, de agua, de alimentos (y de medios para elaborarlos), de transporte, de servicios públicos decentes son combustible para que ardan las angustias demasiado prolongadas.
Cualquier chispa en pasto seco puede tener costos insospechados.
Quiero suponer que aún queda tiempo (no mucho) para evitar el incendio arrasador. Quizás estemos frente a una última oportunidad para no llegar a algo peor, lo que significa el pueblo enfrentado al pueblo, con descalificaciones, bajas pasiones y violencia como método.
Dentro de esta realidad, es imprescindible el mejor manejo político posible del conflicto en general y de sus manifestaciones en particular. Mejor manejo para que las chispas traigan tierra firme y no naufragios.
Entendamos que los cambios estructurales que Cuba necesita no se reducen al ámbito económico.
Es urgente, prioritario y condición de un presente más sosegado modificar prácticas y comprensiones políticas al uso, presentes en los cuatro puntos cardinales del Estado y la sociedad cubana.
Es hora del diálogo permanente, de metabolizar la pluralidad que somos, de comprensión y compasión, de humildad y autocrítica, de unidad nacional, de priorizar el proyecto histórico de soberanía y justicia social.
Empecemos por no separar compasión y política. No habrá salida posible si nos deja de doler el dolor de quienes peor la están pasando: la gente adulta, la infancia que vende y pide en la calle, la persona enferma que pena sin respuesta. Hemos de comprender que ningún dolor o angustia está por encima de otros.
Jamás se puede culpar al pobre de su pobreza, ni al excluido de su dolor, ni al pueblo de torpezas.
Asumamos que el diálogo político no es informar; es tener la disposición de comprensión mutua para, solo así, encaminar la transformación de la realidad.
Dialogar políticamente no se reduce a exposiciones de ideas en “igualdad de oportunidad”; implica reconocer al otro y a la otra en su identidad y en sus derechos, en sus aportes, en su capacidad de participar de las soluciones.
Dialogar es construir sentidos compartidos, y eso lleva tiempo, acumulado, procesos. Pero más que todo, disposición a entender la política no como arte de la obediencia, sino como herramienta para la libertad.
Entendamos que la humildad parte de reconocer a ese otro/otra que hace parte de nuestra realidad. Reconocer los límites propios y las meteduras de pata (aun con las mejores intenciones) allana el camino a un mayor entendimiento en el camino que nos aleje de la crisis.
Es fundamental crear política desde un sentido de unidad, la cual es posible solo en la diversidad, en la inclusión, en los procesos de construcción colectiva de las soluciones. Solo de este modo serán más sostenibles los acuerdos, las disposiciones, las decisiones a todos los niveles: sociales, institucionales, organizativos.
La unidad se concreta en el tipo de relación que se establece tanto entre la membresía de organizaciones específicas como en el sentido de Nación. Un punto urgente en el debate requerido es, precisamente, ¿qué unidad y cómo hacerla sostenible?
En este escenario, las organizaciones políticas y de masas están ante la disyuntiva de abarcar y representar las diversidades que las integran, o perecer.
Lo que ocurre hoy con la Federación Estudiantil Universitaria prueba en rigor tal disyuntiva. De un lado, manifiesta su vitalidad como fuerza social y joven; del otro, reitera vetustos manejos políticos.
Preguntemos si organizaciones como esta, constitucionalmente respaldadas, ¿existen para “informar y convencer” sobre las políticas estatales o para producir el mandato imperativo del soberano, el pueblo, desde los sectores específicos que representan?
Para el mejor manejo político de la crisis actual, debemos comprender las bases, alcances y motivos de los disensos, su legitimidad, historia y narrativas. Es una exigencia política el don del discernimiento: aclarar quiénes son las personas con opiniones diferentes y quiénes son las enemigas.
Mejor, precisemos: ¿enemigas respecto a qué? ¿al orden institucional o al proyecto nacional? Poder discernir en política disminuye las meteduras de pata, los bandazos y parte importante de las injusticias.
Visto de este modo, es de esperar que no haya represalia, descalificación, anulación a las muchachas y muchachos que, en los espacios universitarios, han puesto su voz en representación de una colectividad mayor que ellos y ellas mismas. Lo más viable es debatir ideas, no hacer de personas específicas el foco de atención.
Ante la crisis múltiple, la respuesta debe ser integral e integradora. Cada sector social, con sus carencias, demandas y realidades, debe ser tenido en consideración para la toma de decisiones. Han de ser parte permanente, a través de legítima representación, de negociaciones para la construcción de las salidas.
Las respuestas a retazos añaden combustible a las llamas en la seca campiña. Por ejemplo, corregir las medidas de ETECSA no se reduce al sector estudiantil.
Si de perspectiva estructural se habla, es urgente metabolizar la pluralidad que como cuerpo social nos caracteriza, al tiempo que reconocerla: los sujetos económicos, sociales/culturales y políticos que lo componen.
Es necesario integrarlos en un orden institucional, legal y funcional que vaya más allá de la respuesta coyuntural a la crisis, o contactos por separado, como si en su conjunto no hicieran parte de una misma realidad, con potencialidades específicas y desafíos compartidos.
Desde los debates en torno a la Constitución, pasando por el Código de las Familias, llegando al estallido popular del 11 de julio, así como a la anchura y persistencia de la crisis actual, hemos tenido oportunidades para buscar el mejor manejo político posible del conflicto social, con la incorporación de la diversidad que vamos siendo, sí o sí.
Cierto que han aparecido prácticas menos confrontativas, con más interés en la comunicación, las que sin dudas son necesarias, pero no suficientes.
No habrá salida sostenible que no implique integrar la diversidad que somos a la viabilidad del proyecto nacional, a su configuración, defensa y prevalencia en la definición de políticas públicas. El debate sobre la venidera Ley de Asociaciones puede ser un terreno fértil para esta posibilidad. No aprovecharla podría ser un error costoso.
Aparecen focos de yesca, listos para arder. No obviemos que hay personas, grupos e intereses con la intención de avivar el fuego aniquilador (tampoco la ingenuidad es permisible en política).
Evitar un incendio de grandes proporciones es responsabilidad de todas y todos. Somos más quienes queremos la floresta cubana verde, viva. Hagamos lo que nos corresponda para alcanzarlo; unamos nuestra dignidad, nuestros derechos, nuestros saberes en el empeño. Que no quede fuera ni una sola voz que clame por la soberanía y la justicia social. Hagamos caso al poeta, “por un fuego que no des a tiempo, puede no salir el sol”.
Excelente y necesaria reflexión atemperada al contexto imperante de nuestra Cuba de todos y todas. Palabras como Diálogo, Consenso, Comunicación, Entendimiento, Construcción colectiva y Autocritica revolucionaria son necesarias en estos tiempos de crisis múltiples.
Gracias al autor por, una vez más, ayudar a sentipensar un mejor país y a la salvación de su proyecto social genuino.
Lúcidos, premonitorios y pertinentes todos tus enfoques y análisis sobre nuestra situación político social y económica. Cuba, nuestro pueblo y ciudadanía, necesitan ser reconocidos en su diversidad. Es nuestra mayor riqueza. Qué además ha sido condicionante histórica para todos los cambios socio económicos y políticos que han sucedido en nuestro país. Creer que la sociedad es un ente invariable, sin los matices propios de cada tiempo histórico, de cada generación es no incluir los razonamientos propios de la dialéctica en las maneras de interactuar, analizar y gestionar las transformaciones propias que cada tiempo social necesita y precisa. Son muchos los errores productos de las ataduras y terquedades dogmáticas de quienes no acaban de comprender las artes de gestionar el poder en democracia popular. Gracias Ariel por tu esclarecedor y honesto artículo. Abrazos.