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Pedro rompió un cristal de la puerta de mi casa; pedía comida. En su condición de hombre pobre y esquizofrénico, sin amparo familiar ni estatal, rechazado por mucha gente, objeto de burla y abuso, deambulaba en busca de comida en el barrio y en lugares impensables. Este hombre no es mi enemigo, no es victimario de nada. La vida miserable de Pedro es una derrota rotunda para la sociedad cubana.
Anda mal un país, muy mal, en el que los funcionarios públicos calumnian, criminalizan y tratan con desprecio a las personas que deambulan. Dígase en rigor a quienes manifiestan en esa condición la pobreza extrema de la que no son estructuralmente responsables.
Son conocidas las declaraciones de la ministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó Cabrera, referidas a estas personas. No es ocioso recordar que su informe debió ser aprobado en los niveles correspondientes, antes de ser presentado a las diputadas y los diputados de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Tal aprobación implica que el problema que entrañan las declaraciones de la alta funcionaria es aún más preocupante. Aviva la alerta, una vez más, sobre la cultura política del funcionariado cubano y, dentro de ella, su soporte ético.
En este nuevo episodio de desaciertos se reafirma una matriz tecnocrática e insensible.
No olvidemos a aquellos ministros de economía que “regañaban” al pueblo por el resultado de las torpezas que ellos mismos cometían. Por cierto, ¿qué será de ellos?

De regreso a lo que en verdad es importante, ¿a qué nivel de deterioro de sus condiciones de vida debe llegar una persona para hurgar en la basura buscando algo que comer? ¿Cuántas puertas cerradas tuvo quien pasa horas bajo el sol, recibiendo desprecio, en busca de ganancias inciertas con la limpieza de parabrisas?
¿Quién puede soportar una “vida” en esas condiciones sin los escapes del alcohol? ¿Qué niñez puede ser culpable o maleducada por mendigar comida o dinero? ¿Cuántas personas deambulan incluso dentro de sus casas sin un presente digno?
Ningún dolor humano cabe en las estadísticas. Menos aún en los indolentes conceptos que deciden qué conducta está bien y cuál está mal, cuándo eres atendible y cuándo no. Tampoco importa al dolor humano que se esgriman valores sin un orden social que los sustente.
Tampoco les debe importar mucho a nuestros “buzos” de la miseria cuánto le deben a la ONAT por la materia prima que recogen, ni qué clasificación de TCP se aviene mejor a su situación de desesperanza.
Una de las ideas constituyentes del neoliberalismo, dígase una de sus afirmaciones más despiadadas, es que el pobre es responsable de su pobreza; el enfermo, de su enfermedad; el desvalido, de su invalidez; el desahuciado, de su desahucio; el desempleado, de su desempleo. No es la primera vez que esta oreja peluda asoma en el discurso público cubano. ¡Alerta!
Según la RAE, deambular es andar de un lugar a otro sin dirección determinada. ¿Tales vaivenes sin rumbo pueden atribuirse de igual manera al ámbito ideológico? ¿No tener claridad para dónde vamos como país puede ser entendido como una actitud deambulante?

En contraposición con aquella certeza neoliberal, me pregunto: ¿se puede ser comunista o, al menos, socialista o un liberal social, sin compasión ante el dolor, la angustia y la desesperación de la gente más jodida?
¿Se puede ser un buen servidor público sin que duela el dolor del pueblo? ¿Se puede ser un buen gobernante, un buen político, sin ser una buena persona? ¿Qué clase de diputadas y diputados necesitamos para que se escuche en el Parlamento un contundente ¡BASTA!, ante tales diatribas?
Se hace imprescindible un debate público, abierto y plural acerca de qué tipo de servidor público necesita el país que merecemos. Apuntemos en ese debate cómo se eligen, cómo se controlan, cómo se revocan. Han de añadirse los mecanismos que velen por su conducta ética.
No habrá un orden social de justicia sin una representación política que produzca y potencie, más que todo, la dignidad de las personas. No habrá futuro al proyecto histórico nacional sin contener e impugnar la indolencia de quienes administran los bienes y los derechos de la colectividad que somos.
Para el socialismo, contrario a la doctrina neoliberal, es una obviedad que los problemas del pueblo no son estrictamente individuales: son colectivos, sociales, públicos. También lo son las soluciones que hemos de encontrar.

En ese carácter, es igual de obvia la responsabilidad que se asume ante afirmaciones públicas sobre la situación de la gente, sus vidas, las carencias que padecen y las causas que las producen.
De tal responsabilidad emana el derecho a la indignación y el reclamo cuando se injuria al pueblo en general y a las personas más afectadas en particular.
Todas y todos somos responsables, de una u otra manera, de las personas que peor la pasan (cada vez más, por cierto). Para que podamos encontrar las salidas más rápidas, viables y justas, se hace necesaria, sobre todo, una ética que, en su apuesta preferencial por los pobres, produzca buena política, justos argumentos y actitudes compasivas.
Llamemos la pobreza por su nombre y actuemos en consecuencia. Que sea un buen e inmediato comienzo el fin de los eufemismos (vulnerable, desventaja, conducta deambulante, sin amparo…).
Deambular no es inmoral; la indolencia frente a quienes sufren este desarraigo social, sí.
No es trascendente si se trata de una indolencia en el ámbito público o privado. Da exactamente lo mismo. Quien descalifica a los pobres y no la pobreza debe pedir perdón y ser removido de sus funciones. Asumamos que ningún funcionario puede estar por encima de la dignidad del pueblo.
Se nos hace imprescindible Martí en esta hora de Cuba. Él, quien veía en la justicia el sol del mundo moral y actuó en consecuencia, supo que no son inútiles la verdad y la ternura. Como traducción a las urgencias actuales, comprendamos que la política sin compasión no será jamás liberadora.

Este texto de Ariel Dacal, a propósito del informe de la Ministra de TSS a la Asamblea Nacional del Poder Popular, donde no obtuvo un solo comentario crítico y en contra, es una declaración de principios políticos y éticos, de vergüenza y humanidad. Estamos viviendo momentos de una gestión de gobierno indolente y creída de su verdad…una verdad alejada del pueblo que la ha nutrido, apoyado y dado su voto en mayoría…verdades frías, dogmáticas y clasistas, que nos vetan, excluyen, amenazan y maniatan como SOBERANO…
A la vez que nos creen ignorantes y cabezas huecas, colocan el derecho al disenso y la participación contrarios a la Constitución que aprobamos con más del 86%…Hasta cuándo esta esta ausencia extraordinaria de coherencia, humanidad y pésima cultura política!
Cada vez son mayores los errores, más frecuentes, y con más impopularidad. Sean esas quizás las evidencias de un punto de no retorno total, donde aparezca ese momento histórico que hace comenzar a transformar definitivamente está insoportable y crítica situación cubana, que ya no admite ningún tipo de justificación ni disculpas públicas disfrazadas de soberbia.
Graciass Ariel por ese artículo que no da lugar al despropósito político.
Abrazotes.
Lo que más duele y molesta -por emplear palabras suaves- es que no es un caso aislado. Son evidencias de una forma de gobernar que pierde cada vez con más frecuencia e indolencia el camino de esta Cuba que tanto a luchado para ser libre, humana y feliz. ¡Ay Martí!