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En Cuba es recurrente escuchar la expresión “no necesitamos justificaciones, necesitamos soluciones”. Con todo su alcance literal y simbólico, no hay imagen más desgarradora que la de “un país sin luz”.
El agobio permanente con los apagones es la puerta ancha para mirar un montón de otras carencias.
Un proyecto social de justicia no se reduce a que la ciudadanía sepa sobre niveles de consumo y demandas de megawatt, o se especialice en la calidad de este o aquel combustible fósil.
Tal proyecto es aquel que, con todo simbolismo, procura mostrar la luz al final del túnel. Es aquel que, con todo realismo, propicia el acceso a la energía eléctrica de manera sustentable.
Tal y como se ha de tener acceso, en iguales condiciones, a la alimentación, el transporte, los servicios básicos y a la política, sobre todo a la elaboración y control de esta.
¿Qué cambios estructurales demanda el modelo económico en general, y el modelo energético en particular? ¿Cómo acceder a un debate público sobre esos contenidos? ¿Qué otros ámbitos necesitan de una “reparación capital”?
¿Quiénes rinden cuenta por cada intento de paliar la crisis energética (por solo mencionar esta) que resulta en más crisis? ¿Quiénes dimiten de sus cargos ante la probada incapacidad de lograr soluciones? O, en términos republicanos, ¿cómo encaminar la revocación de mandato por tal incapacidad?
La esperanza que nos resulta perentoria está en los datos. No existe un ámbito social, político, productivo o cultural en Cuba que no cuente con propuestas alternativas: la economía (modelos y sujetos), la pedagogía (ajustada a proyectos políticos), la producción artística (entre el bien público y la mercantilización), el diseño político (sujetos, organización y derechos), entre otros.
Lo que afirmo es que no faltan visiones, posibilidades y maneras distintas para salir de la crisis múltiple que vivimos, y no solo para remendar, con las mismas “armas melladas” (concepciones, métodos y estructuras), los agujeros cada vez más grandes en cada ámbito de la realidad nacional.
Un nudo gordiano fundamental está en los mecanismos de producción de respuestas, no en términos de justificación (en lo que se es prolijo), sino de soluciones. De manera más precisa, la trabazón se encuentra en los espacios de elaboración y decisión política, los que, sin desdorar algunas pequeñas señales, no integran el gran mosaico de intereses y visiones que es hoy Cuba, sus actores, los proyectos, los intereses y las relaciones de poder que lo describen.
En el proceso de pensar Cuba y de rehacer las estructuras que permitan reorganizar la producción material y espiritual del país con un sentido de justicia social, no son recomendables las lecturas binarias de absolutos (buenos y malos; aquí sí, allá no; nosotros sí, ustedes no; de este modo, no de aquel).
No habrá lecturas ni salidas viables sobre la realidad sin tener en cuenta sus matices. Solo así se puede comprender que la política es un arte, como lo es, dentro de ella, encontrar respuestas a los desafíos a los que esta se enfrenta.
Entiéndase el arte en su amplia acepción, la que designa cualquier actividad humana hecha con esmero y dedicación. En este sentido, arte es sinónimo de capacidad, habilidad, talento, al tiempo que laboriosidad y constancia. Arte que, en cualquier caso, reproduce valores y visiones del mundo.
Para afinar el arte de la respuesta política, resulta sano revisar las narrativas sobre la realidad cubana. Hoy prevalece, no sin razones contundentes, la crónica del desastre: desgarramiento, dolor, desesperanza, angustia, mugre, fracaso, bombardeo de culpas entre orillas y el odio como primer argumento.
Días atrás asistimos al concierto de Silvio Rodríguez en la escalinata (tremendo). Ese hecho alimenta otra narrativa sobre Cuba que debe ser tenida en cuenta en el afán de esculpir respuestas ante la crisis.
La sensación de esas horas fue la de haber trascendido el crudo país existente y asistir a una apasionante celebración de la justicia, la belleza y la comunión, suerte de convicción inaplazable y de una esperanza fundada en motivos sólidos. Entre lo más hermoso de ese tiempo, varias generaciones, en sus diferencias, se notaron muy parecidas entre sí.
Ahí se condensaron, a un tiempo, el hermoso espíritu de justicia de la nación cubana, la mística que entraña cada hecho raigalmente revolucionario, la estética de las emociones y el sencillo lenguaje de la ética. Variables imprescindibles en el arte de las respuestas políticas.
¿En qué pedacito de Cuba están esparcidas todas esas personas, incluso las que estuvieron sin poder llegar? ¿Qué hacen cotidianamente con aquellas emociones? ¿Cómo canalizar toda esa energía? No hay otro modo que no sea organizarse.
Si el arte mostró esa noche todo su vigor político, ¿cómo lograr que lo político muestre todo su vigor como arte?
En esta búsqueda es condición el pensamiento crítico, entendido como la capacidad de leer la realidad, la historia, el lugar que en ella ocupamos y las potencialidades de transformación, como sujetos colectivos, de la realidad misma.
Tal pensamiento encuentra su terreno más fértil en las actuaciones políticas concretas, la participación directa en la gestión y solución de la crisis. No es un mero acto contemplativo y declarativo.
El específico arte de la respuesta política demanda, en primerísimo orden, clarificar el proyecto de sociedad que se pretende. Está bueno mirar, sin agotarse ahí, el molde martiano traído de vuelta por Silvio aquella notable noche: “en el común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”.
También se ha de mirar, en su potencial concreción, el precepto constitucional de un “Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano”.
En igual dimensión, aquel arte demanda asumir la diversidad como un valor y no como una amenaza, viabilizar respeto y oportunidad para que cada opinión sea expresada, y para que cada opinante tenga respeto; desdeñar el escarnio, la descalificación y el agravio como reacción a una opinión divergente, condensar intereses compartidos (hasta donde sea posible en un orden social clasista).
Añádase la necesidad de potenciar el diálogo y las estructuras que lo hagan sostenible en el tiempo, afinar los mecanismos de control popular, incrementar la cultura política desde las prácticas políticas mismas; potenciar, en igual condición, la cultura jurídica.
Cultivar este arte no es privativo de un lugar social concreto, de individuos o grupos en particular. Pasa, sobre todo, por la disposición consciente a contribuir con la solución y no con el problema. Pasa por entender que la política no entiende de espacios vacíos; la que no haces tú, alguien la hará por ti.