Un cubano en el Olimpo de Borges

A Jorge Luis Borges no le llegó el Premio Nobel –que merecía ampliamente- pero sí la leyenda de gran escritor, la aureola de sabio súper agudo, la condición de manantial perenne de donde sacan anécdotas y frases certeras, sobre todo los que no lo han leído en profundidad.

El Borges de las diversas y formidables etapas como poeta, narrador y ensayista no hubiese entrado probablemente por los aros del mercado y el reconocimiento masivo de no haber sido por “el otro” Borges, el señor ciego –y risueño dentro de su profundidad y su sarcasmo- que en los últimos años de su vida defendía con inexactitud y hasta torpeza alguna causa política: el Borges espectáculo, el que ofrecía definiciones brillantes en una caravana de entrevistas y conferencias por todo el mundo.

En Cuba la recepción de su obra se complicó pues al ser considerado un enemigo por el gobierno se publicó poco. De no ser por la insistencia y la amplia visión literaria de Roberto Fernández Retamar, no hubiésemos contado ni con la sucinta pero eficaz antología que publicó Casa de las Américas.  Ya saltarán –no sin razón- algunos lectores esgrimiendo la idea de que Retamar además de propiciar y prologar la citada selección debió hacer algo más por evitar la ausencia casi total de Borges en nuestras bibliotecas. Ese es tema para otras líneas. Agradezco la antología y tengo la certeza de que un solo intelectual –por respetado que fuera en las órbitas del poder cultural como es el caso- no podía resolver ese ni otros vacíos editoriales.

Alfredo Alonso Estenoz nació en Agramonte, zona  de gran producción de caña de azúcar ubicada en la provincia cubana de Matanzas. Nació precisamente en 1971 el año en que comenzaba la peor época de una intolerancia que no sólo nos puso complicado leer a Borges sino que condenó a pasar en silencio los últimos diez años de su vida a uno de los más importantes escritores de nuestro siglo XX: Virgilio Piñera.  Por cierto, Virgilio y Borges se conocieron y colaboraron al centro de la pasada centuria, durante los fértiles 12 años argentinos del cubano.

Estudió Periodismo Alfredo Alonso.  Es probable que sus primeras lecturas de Borges las haya realizado en la beca estudiantil de F y 3ra. El autor de estas líneas recuerda versos o párrafos enteros del clásico argentino traídos por el entonces estudiante Chinea y por otros de los que fueron compañeros de aula o de albergue de Alfredo y que –en años de apagones y muchas carencias- compartían té, ron, lecturas, sueños con un colega unos diez años mayor.

Lo que me sorprende tras dos lecturas de Los límites del texto: autoría y autoridad en Borges, recién editado por Verbum, es que lo que para muchos fue pasión juvenil, reivindicación de un silencio injusto, se haya convertido en este hombre modesto y de pocas palabras, este cubano al que los años de vivir en Estados Unidos no le han restado nada de su apariencia serena, franca, humilde; que aquellas primeras y hasta traviesas lecturas hayan desembocado –insisto-  en un torrente de sabiduría y una capacidad de aportar nuevas visiones que incluyen a Alonso Estenoz entre los grandes especialistas borgianos.

Suscribo lo que afirma Daniel Balderston, director del Borges Center de la Universidad de Pittsburg: “Este libro hace un aporte fundamental a los estudios de la autoría en Borges, mostrando con inteligencia y originalidad cómo Borges crea a Borges y cómo sus creaciones son personajes en busca de su autor”.

En el terreno del Ensayo los libros suelen dividirse entre los estrictamente académicos y los que sin perder seriedad toman prestado de la narrativa, el periodismo o la biografía para alcanzar un resultado ameno y conquistar lectores más allá de los círculos especializados. El libro que nos ocupa habría que inscribirlo entre el primer grupo por los años bien aprovechados de investigación, la amplitud y rigor de las fuentes, la organización sobria del discurso ensayístico y el planteamiento de las hipótesis y conclusiones. Sin embargo, la fluidez de la prosa, la misma solidez de la sabiduría que no tiene que abrumarnos, lo convierte en un libro de placentera lectura.

Además de la autoría de este libro nuestro compatriota ostenta importante responsabilidades en círculos especializados. Por poner un ejemplo su condición de subdirector de la revista “Variaciones Borges”.

Me hace feliz las raras veces en que –sin perder la humildad ni sacar los pies de la necesaria tierra- un estudioso cubano logra estas alturas de conocimiento y de reflexión.

Portada del libro
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