En mi último artículo para esta columna escribí sobre el odio político en Cuba. Hoy quiero hablar de lo que podríamos hacer para lidiar con su existencia sin tener que esperar por la disminución del odio contrario ni por el cambio de las condiciones exteriores que lo propician.
Si contextualizamos la sociedad cubana, su economía y las relaciones políticas que producimos, encontramos un campo de acción virgen para el desarrollo de ideas, prácticas, valores, hábitos, que podrían frenar potencialmente la proliferación del odio en muchas de sus manifestaciones.
No está en nuestras manos —las de los ciudadanos cubanos— que se deroguen las leyes y órdenes administrativas que configuran la política de bloqueo del gobierno de los Estados Unidos a Cuba; como tampoco lo está que cambien el orden internacional o las alianzas estratégicas entre potencias, ni el desequilibrio de desarrollo entre países ricos y pobres, ni las condiciones de la guerra en diferentes lugares del mundo, ni el crecimiento de la política de derechas en algunos países importantes para el comercio y las relaciones exteriores de Cuba, ni el desprestigio actual de la izquierda en lugares donde el socialismo cubano ha sido una referencia histórica.
En cambio, sí está en nuestras manos luchar contra el odio a través de la educación que planificamos y dirigimos y de la política que creamos para resolver problemas domésticos, en las decisiones económicas que se toman a todos los niveles de dirección del país, en el derecho que se aprueba, desde los actos administrativos minúsculos, hasta las leyes y el cumplimiento de la Constitución, en la formación de valores mediante los medios de difusión masiva.
En el ámbito de la educación, propondría un reforzamiento de las Humanidades en la enseñanza primaria y media, acompañada de materias nuevas como Historia de la Filosofía, Historia de las Religiones, Cultura Cubana, Historia del Arte, Oratoria, y rudimentos de Lenguas Clásicas.
De la misma manera, considero fundamental la enseñanza de la Historia de América y especialmente del Caribe; así como la introducción del ensayo creativo, la defensa de tesis de forma oral —que tribute al ejercicio del debate mediante la argumentación y al estudio de los estados de ánimo de los auditorios.
Me parece fundamental la introducción de la Educación Popular en la metodología y los valores de la enseñanza en Cuba a todos los niveles, con su carga humanista y revolucionaria de respeto a las diferencias, a la solidaridad, al trabajo colectivo, a la ponderación de la experiencia de la misma manera que a los conceptos y las teorías, del amor a los otros y las otras y a la búsqueda crítica de la libertad y la democracia mediante el empoderamiento de los oprimidos.
En una reforma educativa en Cuba también sería esencial la convocatoria a la sociedad civil, tanto la institucionalizada como la que no lo está —por diferentes causas— a aportar su conocimiento y experiencia práctica en la divulgación de valores y concepciones; entre ellos la cultura de paz, la protección del medio ambiente, la mediación en conflictos humanos, la agricultura sostenible, el desarrollo local, la lucha contra la violencia de género, contra la transfobia y la homofobia, por los derechos humanos de los niños y niñas y por una consolidación de una cultura de derechos humanos en Cuba, en general.
En la educación superior podrían estudiarse nuevas carreras universitarias, como Género y Feminismos, Desarrollo Local, o maestrías y doctorados en Derechos Humanos, Municipalismo, Mediación en Conflictos, entre otras áreas.
Por su parte, el ámbito político debería dar un paso definitivo hacia el empoderamiento municipal. La autonomía de los municipios, que tiene rango constitucional y que ha aparecido explicada en la Política de Desarrollo Territorial, es básica para una perspectiva de desarrollo local y para la consecución del prometido poder popular.
La posibilidad de la participación popular en el diseño, aprobación, ejecución y control de las políticas públicas es imprescindible para transformar la noción ciudadana de que lo que se decide, de lo que es ajeno y extraño y responde a intereses superiores de la nación.
En una sociedad con síntomas de polarización ideológica, la democracia y la transparencia son los antídotos políticos más exitosos contra el odio y la violencia, que están en callada ebullición debajo de lo evidente. La democracia tiene que ser un método y un fin en la educación, en la propaganda, en las decisiones más importantes y en las menores también, en la política exterior del Estado, en el funcionamiento del gobierno, en la comunicación entre los funcionarios públicos y la ciudadanía, en la toma de medidas económicas con impactos previstos para el pueblo, en la creación del derecho y su realización, en la composición y constitución de órganos y cargos estatales, en la elección de representantes políticos, en su rendición de cuentas y en su posible revocación, fiscalización y evaluación profesional y ética.
Por otra parte, la economía tiene que ser igualmente transparente. Debemos trabajar para que la riqueza que el Estado administra sea colocada en el lugar y en las relaciones sociales que el pueblo considere prioritarios, para que los impuestos recorran un camino abierto y verificable hacia los servicios sociales estratégicos, cosa que la población necesita ver y sentir como un hecho comprobado. La economía debe permitir que el conocimiento, la inteligencia, la perseverancia, la imaginación y la resistencia del pueblo cubano se conviertan en recursos que alimenten tanto las grandes obras como las pequeñas mesas familiares.
Debemos luchar con seriedad y efectividad contra la corrupción. No hay pueblo que se comporte armónica y cívicamente, con disciplina y respeto por el orden, en un ambiente donde la ley se desconoce, se olvida, se tergiversa o se da como pasto a la impunidad y al voluntarismo.
Donde todo vale, todo se compra o se da en trueque; donde la dignidad es intercambiable y la pobreza inmediata la indecencia, también inmediata, alivia, y es difícil que no proliferen el odio y la división, la incomprensión de la importancia de los derechos, los extremismos y la violencia.
Por último, nuestro Derecho debe rescatar la limpieza que lo podría poner a la vanguardia de la defensa de nuestra nación. El Derecho es una ciencia, un complejo de valores que resulta de una estructura de clases determinada, de una relación entre el Estado y la sociedad civil. Es un conjunto ordenado de normas, un sistema cultural de conceptos y usos, pero es, ante todo, una creación social, un producto de la vida humana en sociedad. Por eso, el Derecho debe estar a la altura de la justicia y de los valores que el pueblo cubano respeta y necesita para avanzar. Debe ser el horno donde se produzcan la paz y el respeto a las diferencias, a la solidaridad, a la buena fe, a la protección de los desvalidos, pobres, enfermos, abandonados, oprimidos, perseguidos, discriminados, ofendidos.
Muy interesante, pero sobre todo útil, este análisis y me gustaría conocer la opinión del autor sobre los nuevos proyectos de leyes sobre Tribunales de Justicia, Proceso Administrativo, Código de Procesos, pero sobre todo, el de Proceso Penal que me parece vulnera, o al menos somete, importantes garantías constitucionales del ciudadano al criterio de la Fiscalía y que vulnera el principio de imparcialidad.
Muy buen artículo, ojalá pudieran lograrse esas cosas que el autor plantea. Tengo fe en que llegarán tiempos mejores, pero los cambios en el pensamiento social son lentos, si podemos obtener mejoría en la Instrucciony en la Educación, entonces podremos ver los cambios y tendremos una mejor Sociedad.