Cuba: el odio político, una aproximación

La tolerancia, el respeto a la diversidad de criterios, la discusión sobre contenidos públicos y que afectan a la mayoría, se ha atrofiado y Facebook, WhatsApp, Telegram, son la palestra que ha quedado para el ensayo político cubano.

Foto: Kaloian Santos Cabrera (Archivo).

Por ráfagas me llegan los combates políticos en Facebook, cubanos y cubanas que se agarran a extremismos en las redes sociales. Todos los días, en los últimos años, alguien me dice que debo estar en ese ambiente, para opinar y dejar mi visión. Todos los días alguien me dice que está feliz porque yo no me haya decidido a entrar en ese ring inextinguible de anticomunismo, estalinismo, fundamentalismos, mechados con perfiles machistas, sexistas, racistas, donde la libertad de expresión tiembla ante el espejo porque se ve como injuria, difamación, calumnia y propaganda inverosímil de ideologías excluyentes.

El entrenamiento político en Cuba es de un tipo que no ayuda a un comportamiento educado en redes sociales. También conozco de debates respetuosos sobre temas complejos, en los que los contendientes han sido y son un ejemplo de diálogo, más parecido al país que debemos construir entre todos y todas. Pero no es lo que abunda. La tolerancia, el respeto a la diversidad de criterios, la discusión sobre contenidos públicos y que afectan a la mayoría, se ha atrofiado y Facebook, WhatsApp, Telegram, son la palestra que ha quedado para el ensayo político cubano.

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El odio al socialismo y a lo que se llama, desaforadamente, el comunismo, casi siempre sin entrar a evaluar sus diferencias ni historias teóricas y prácticas, es viejo. Hay un odio primigenio a la revolución que se desvió de su rumbo democrático popular hacia parajes rojos, donde el gigante soviético encabezaba el bloque. El anticomunismo no se ha desterrado nunca de Cuba, lo recibimos ya crecido en el 1959 y lo dimos por huido cuando emigraron los grandes propietarios en aquellos años y lo dimos por muerto cuando fundamos una educación y una sociedad diferente a la capitalista.

Pero el anticomunismo nunca se fue ni murió, al menos no del todo. Una gran responsabilidad en ese renacimiento, tuvieron también los que difundieron un marxismo y una economía política esquematizada en manuales que importamos del Campo Socialista, que redujeron a fórmulas y a dogmas una teoría crítica y dialéctica. Atacar, despreciar y después odiar, una teoría, una axiología y unos procesos históricos es mucho más fácil si han sido contados dogmáticamente.

El supuesto fin de la guerra fría, con la caída del socialismo real, y el regreso del mundo unipolar, no permitió la superación del odio de las antiguas tensiones. Hay que reconocer que el anticomunismo se enseñó, durante muchas décadas, en lo más íntimo de muchas casas de familias religiosas y no revolucionarias, que representaban la disciplina en el mundo institucional y degustaban el odio a la hora de la cena, en países, donde, por ejemplo, el ateísmo se hizo constitucional y la religiosidad el nuevo pecado, como en el caso de Cuba.

No se acepta mucho, tampoco, que la confusión cubana, entre patria, nación y socialismo, no es solo alimentada por la propaganda oficial. También hemos sido testigos históricos de la misma reducción en el discurso de los enemigos del socialismo en este país, que señalan a todos lo que vivimos aquí con una culpabilidad, irracional, por aceptar vivir en este sistema económico y político. Es fundamental para la conservación del odio, que se oxigena en los extremos, que en el mismo saco estén, sin posibilidad de desconexión entre ellos, la patria, la revolución, el gobierno y el socialismo.

El odio al socialismo es práctico en la política, necesariamente anticomunista, del gobierno de los Estados Unidos. Cualquier reforma liberal que intente un mandatario o que anuncie un candidato en un proceso electoral, será relacionada con el fantasma del comunismo. El anticomunismo sigue siendo útil para destruir, con su referencia al totalitarismo y a la pobreza que se le relaciona al socialismo, cualquier intención de la izquierda de aspirar a la justicia social.

Lo anterior nos toca, no de soslayo, sino como un rayo, en la política interna cubana, porque cada movimiento que se hace en el tablero estratégico nacional, debe contar con, al menos una, jugada de los Estados Unidos. La exageración de esta relación, para disminuir derechos políticos en Cuba, es una consecuencia de esta tensión. El bloqueo/embargo, es la exageración inversa, condena a un pueblo a sufrir miseria, y viola los derechos humanos de millones de personas, incluidos empresarios del norte.

Por otra parte, en Cuba, las décadas de ausencia de debates entre candidatos políticos diversos, de promoción de un solo proyecto de país, de unanimidades increíbles, de unidad como expresión de patriotismo —según este criterio Martí debió unirse a los autonomistas—, de reducción de la política al diferendo Cuba-Estados Unidos, de inexistencia, casi absoluta, de crítica pública a los dirigentes del partido, el gobierno y el resto de la administración, han esculpido una ciudadanía que no comprende la polémica y que cuando se encuentra dentro de ella, la resuelve con sinrazones e improperios.

La debilidad del sistema electoral cubano, que no prioriza la selección sino la confirmación de candidatos, hace que esta vía no sea la que canalice los ánimos políticos de la población. La energía política se acumula, la presión política busca por dónde salir del espacio reducido al cual la han confinado. La emigración, el exilio, ha sido un mecanismo de resistencia poco valorado como grito político de miles de personas en Cuba. Todos los analistas sabían que el cierre de las posibilidades de viaje y emigración de los cubanos y cubanas a los Estados Unidos, sería un problema para el estado de la mayor isla del Caribe, y lo ha sido.

No se puede esperar algo distinto del odio político en situaciones como la que vivimos en Cuba hoy. La transición al socialismo, la construcción del socialismo, no se ha podido consumar. El hecho de que la Constitución reconozca en su articulado al socialismo como un sistema terminado y a la misma vez en construcción, no hace más que alimentar la confusión política de una ciudadanía agarrada al estado y a la divinidad de la administración pública.

El llamado paternalismo del estado cubano ha sido diseñado como protección y como dominación y ambos tienen un costo para el comportamiento político de la gente. No es posible esperar autonomía de actuación, emprendimientos arriesgados, extensión de una vida sin el estado, fuera de los jóvenes. Ellos y ellas son los únicos realmente preparados para convertir la sociedad civil cubana en una alternativa cultural de diversidad e imaginación renovada, también política.

En ese camino, los más jóvenes tienen algunos lastres que lo intentan hundir. La educación que les han dado sus padres ha estado caracterizada, en muchos casos, por el traslado secreto del arte del ocultismo y el escapismo, lo que en política propicia oportunismo y comodidad con el consumo de discursos extremistas, porque el dogmatismo es muy rico para no dar explicaciones ni tener que recibirlas, basta con la fe.

La decadencia de la popularidad de la enseñanza de la historia de Cuba es un gran problema para las nuevas generaciones. Ellos han sido educados con una historia empobrecida, épica, reducida a episodios heroicos, que no descubre las miserias humanas de nuestra cultura, ni la complejidad de los procesos históricos.

La defenestración del marxismo, que lo dejábamos morir mientras gritábamos que el socialismo real no era lo mismo que la filosofía que lo sustentaba, es otro lastre de la juventud. No porque alegue yo que es necesario ser marxista, sino porque creo que es importante estudiar un marxismo profundo para entender, también, lo que ha pasado en Cuba.

La crisis de la enseñanza filosófica se manifiesta en un hecho: no es posible encontrar la filosofía como ciencia fuera de las universidades. No se hace justicia a sus grandes preguntas y respuestas en ningún nivel de enseñanza, lo que ha producido un pensamiento que no comprende las abstracciones y que va de ejemplo en ejemplo y de recuadro en recuadro, hasta la solución práctica, pero no siempre ética, de los problemas.

Por último, creo que la política estatal, vaciada de un enfoque de derechos humanos, concentrada en la defensa de la soberanía, ha enervado a generaciones que, por otro lado, han sido educadas en el valor de la familia y la resolución de problemas privados y particulares, no comunes ni públicos, precisamente porque estos últimos no son asunto de la ciudadanía sino de los servidores gubernamentales.

Todo esto alimenta una incapacidad de viejos y nuevos ciudadanos, de aceptación de la diversidad, la alternancia política, el pluralismo político, de desconfianza en las nuevas ideas, de irrespeto de la privacidad y la dignidad humanas, de asunción de vicios estatales como el del control desmesurado de la vida íntima de los individuos, de la vigilancia de la diferencia y la representación formalista y simbólica del patriotismo.

El odio político tiene campo de germinación en Cuba. Las revoluciones genuinas guardan rencores difíciles de superar. Más tarde producen estados y políticas que se parecen a sus valores e impulsos originales o que parecen hijas de otros procesos y de otras tradiciones. En todo ese camino, es responsabilidad del poder, donde quiera que esté, alejar el odio como método y como fin. El odio político inservible, en su forma de bloqueo, en su forma de violencia estatal, en su forma de violencia simbólica, en su expresión de censura, en su presentación como burla y linchamiento de los que piensan diferente a cada uno de nosotros.

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