La democracia tiene que ser una obsesión

La democracia y la transparencia son sanadoras automáticas de los sistemas políticos.

El Capitolio de La Habana, visto desde el Paseo del Prado. Foto: Otmaro Rodríguez

Las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América no deciden solo quién será el jefe de estado de aquella nación. Hay medio mundo a expensas de ese proceso electoral para trazar políticas, matizar discursos, cambiar estrategias, repensar tácticas e imaginar nuevos rumbos diplomáticos.

En Cuba la tensión se toca con las manos. Pandemia, tarea ordenamiento, escasez, tiendas en dólares, elecciones en los Estados Unidos. Es un coctel poderoso, que puede dejar fuera de combate a cualquiera y que aquí se apura a diario, de amanecer a amanecer.

Dentro del país se replican los extremos que existen en todas partes del mundo. Los conservadores de derecha, los socialistas democráticos, los que les da igual chicha que limoná, los centristas que no quieren fascismo, ni capitalismo deshumanizante pero tampoco totalitarismo.

Los votantes por Trump en los Estados Unidos tienen su réplica en Cuba, como también los tienen los votantes por Biden. Lo que se espera del candidato ganador, en su relación con Cuba, es un abanico de posibilidades que separa posturas y proyectos económicos, sociales y políticos en Miami y en la Habana.

Pero me interesa más lo que no depende o no debería depender dentro de Cuba, de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América.

Para hacer realidad la propuesta de nación soberana que se esboza en la Constitución de 2019, es necesario que nuestros esfuerzos estén concentrados en el desarrollo del país, y aquí no hablo solo de economía ni de comercio o finanzas, porque no contemplo ningún desarrollo posible sin democracia y sin sólida y fiable institucionalidad.

Después del proceso por el cual se discutió el Proyecto Constitucional que resultó en la Constitución de 2019, parecería que el consenso político en Cuba está claro, pero me parece que puede resultar un dato engañoso el hecho de que casi el 80 por ciento de la población con derechos electorales, haya votado sí a la nueva Carta Magna.

Nueva Constitución, ratificada por el 86,8 por ciento de los votantes

En el mismo proceso de levantamiento de propuestas al Proyecto Constitucional fue muy llamativo el número escaso de intervenciones de ciudadanos y ciudadanas para introducir cambios y el número enorme de personas que no dijeron nada, ni de un tipo ni de otro.

Después de tantos años de experiencia dentro de un sistema político que no tiene un estado en el centro de producción política sino a un partido único, y de conocimiento de la envergadura de las campañas de propaganda constantes que se producen desde hace más de 50 años, sin encontrarse del otro lado de la balanza nada que pueda emular ese cúmulo de ideas y valores, me parece ingenuo plantearse un consenso activo y vital.

Por otro lado, lo que se puede observar en las redes sociales es una variedad de criterios, posiciones políticas, debates, opiniones diversas, grupos, tendencias artísticas, emprendimientos, proyectos comunitarios, movilizaciones solidarias, intereses de todo tipo, y casi ninguno de ellos encuentra voz en los órganos representativos de la soberanía popular cubana.

El mundo virtual nos ha puesto en una realidad distinta a la que se respira en la calle. Es así en todas partes del mundo. Pero en el caso cubano lo que se usa casi siempre como referencia de la realidad de las redes sociales y el ciberespacio todo, por el poder político dominante, son felicitaciones de los dirigentes en sus propios muros o espacios digitales, críticas al uso ilegal de las redes por comerciantes furtivos y multas a activistas opositores por el uso incorrecto de Facebook.

La biblia de la libertad de un pueblo

La política oficial en nuestra isla toma poco en cuenta la diversidad política que hace ebullición debajo de la superficie, de la piel de la nación. Pero está ahí, ninguna de las voces que en Facebook o en Twitter se destacan con ideas distintas al discurso oficial, está representada en la Asamblea Nacional del Poder Popular y esto como mínimo demuestra una falsa representación.

La democracia y la transparencia son sanadoras automáticas de los sistemas políticos. Pero el miedo a su instrumentación en prácticas cotidianas es un vicio de muchas burocracias. 

La democracia en Cuba tiene que ser una obsesión. La bandera de lucha más importante del partido debiera ser, lo que les quitara el sueño a los dirigentes debiera ser, y no el símbolo de la sospecha y el canto de las sirenas del capitalismo. Es extraño que la misma propaganda política que nos ha conducido hasta aquí se haya desgastado tanto en demostrar que en el capitalismo no hay democracia y que no aceptemos simplemente que la democracia tiene que ser nuestra obsesión energizante.

La democracia conlleva consecuencias. Ese es el problema. Los que prefieren la democracia formal alegarán que debe haber pluralismo político y después pluripartidismo, que debe haber un sistema electoral limpio y sin intervención de entes políticos parciales, que debe haber contrapesos políticos institucionales entre los órganos estatales para que ninguno de ellos hurte toda la producción política y por lo tanto el poder. Y también hablarán de supremacía de la constitución, de transparencia, legalidad y derechos humanos. 

Los que prefieren, por su parte, la democracia material, hablarán de igualdad, de equidad, de inclusión, de derechos sociales, de presupuesto participativo, de asambleas populares, de cooperativas, de rendición de cuenta de los dirigentes, de mandato imperativo y no simple representación de voluntades imaginadas, de distribución justa de la riqueza nacional, de equilibrio de desarrollo entre territorios, de renta básica, de soberanía del pueblo y no de la nación intangible.

Otros y otras preferimos ambas versiones juntas y creemos que la democracia en Cuba debería ser nuestra obsesión, independientemente de quién gobierne el país que nos bloquea, también por ello.

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